El lado humano de la carrera Por Luis Clemente Fotos de: Javier Polo A nadie se le escapa que el circuito es extenso en pruebas y territorio. De ahí que lograr asistir a todos los eventos no sea una tarea fácil. Para eso los organizadores han establecido once de ellas como el número imprescindible para acceder al diploma acreditativo y al premio global. Antepongo esta reflexión porque asuntos familiares impidieron que el sábado veinticinco de julio pudiera correr la prueba de Villanueva de la Jara, una competición que se viene dando desde hace cinco años y que se creó desde el grupo ‘Running’, un club que bajo ese anglicismo esconde a unos entusiastas de esta población que poseen en común la afición por el atletismo. Tras las huellas de Santa Teresa en la Jara de Cuenca / 36 “Se habla de la carrera de hoy, de la de la semana pasada, de la que viene y hasta de política. El caso es hablar” A pesar de mi ausencia, varias razones me llevan a construir esta columna. De un lado, mi vinculación a esa localidad (mi antigua actividad profesional me llevó a recorrer todos los rincones de su término municipal); y de otro, que esta prueba se está constituyendo en una de las más entrañables del circuito. Con las reseñas que facilita la Diputación Provincial podría llegar a situar a los corredores por las calles y por los caminos de esa población de La Manchuela. Pero no dejaría de ser un artículo de insulsa lectura; uno de esos artículos que hacen pensar a quien los lee que el autor está muy documentado. Pero, si quiero ser sincero, debo decir que no me quedaría tranquilo si así lo hiciera. Para estos casos, lo mejor es la historia contada por los protagonistas. De ahí, nada mejor como la impresión de quienes lo vivieron con las zapatillas de correr. Sin embargo no me ha sido posible tomar el pulso a los corredores que estuvieron en Villanueva de la Jara. Volví a intentarlo en Cardenete y aproveché a sonsacar un poco de este y otro tanto de aquel otro. Pero, al final recurrí a mi propia cosecha a fin de obtener una idea sobre lo que allí aconteció. Tal vez de este modo, las anotaciones no resulten profundas, pero, a cambio, pueden ser espontáneas y hasta sinceras. Así esbozaré que los organizadores se hallarían felices al lograr que más de trescientos atletas acudieran a esa prueba; que los corredores se sintiesen satisfechos con la acogida que se le dispensaría en la villa, con la bolsa de obsequio y con la invitación final. Pero yo me iría a la cola del pelotón. Entonces, afirmaría que la sola presencia de corredores veteranos sería suficiente para desvanecer la menor inquietud incluso en los corredores más noveles. Parece como que este tipo de atletas no corren por las calles, sino que pasean tranquilamente, muchas de las veces para disfrutar, con el único objeto de ver y dejarse ver, y, en algún caso, saludar a algún lugareño. En derredor de ellos todos hablan. Sólo falta que hasta las piedras saluden. Se habla de la carrera de hoy, de la de la semana pasada, de la que viene y hasta de política. El caso es hablar. Esta situación sirve para regular la respiración hasta mantener el ritmo que conviene. Sin embargo, cuando verdaderamente se precisa subir un repecho, a callar tocan, pues el silencio agranda la eficacia del esfuerzo. Debo confesar que ciertamente he sentido no acudir a Villanueva de la Jara. Siempre he tenido predilección por ese lugar. A mediados de los años setenta, cuando vino esa corriente mediterránea de fachadas de ladrillos y azulejos, se mantuvo férreo a la tradición. Peraile, que entonces era alcalde, no tuvo que usar medidas coercitivas, sólo aconsejó a sus paisanos que era mejor dejar las cosas como estaban. Y el resultado ahí lo tenemos: una villa sencilla, sin estridencias con una fisonomía propia que quisieran para sí otras localidades que se las dan de importantes. Me hubiera gustado correr por sus calles, quizá en esta ocasión, con la firme idea de ir tras la huella de Santa Teresa de Jesús. No la hubiera adelantado, me hubiera situado tras ella hasta el claustro. Porque no sé si a muchos corredores les llegó la noticia de que la Santa fundó un Convento de Carmelitas Descalzas en esta villa, y si sabrán que la imagen del Niño Fundador (aquel a cuya advocación se instauró la capilla), en los años de la Guerra Civil, se le gastaba de una manera enigmática la suela de sus sandalias, de tal modo, que debían de cambiarle el calzado todos los años, para que la planta de la imagen no apoyase directamente sobre el suelo. Sin duda alguna, cuando supe que en esos años la congregación de Villanueva de la Jara estuvo regida por una monjita malagonera, que era ella la camarera del Niño Jesús, caí que se trataba de una réplica del conocido milagro de Malagón, en donde sucede lo mismo, pero en este caso sobre los pies de la imagen de la Santa. Quizá en estos casos no echo de menos que la luz no ilumine mis pupilas. Posiblemente, me sirva de ayuda para ver con más claridad. Así, en estos instantes, mientras estoy escribiendo, veo el milagro, el que Fidencio Bueno de Cuenca/37 Minaya me contó en nuestros andares por el término. En aquella época, “Fide”, que es como se le conoce en Villanueva, ejercía de alguacil. Debido a ello, es obvio que mi base es eminentemente popular. Si por ese entonces no quise profundizar, ahora tampoco lo deseo. No me interesa escudriñar en pesquisas inútiles que sólo servirían para esfumar la magia de una tradición barnizada de poesía. A veces, cuando volvía a escuchar de nuevo el portento en boca de otros jareños, me imaginaba a Teresa de Jesús negando con la cabeza, al tiempo que se le alojaba la sonrisa en los labios. Y yo deducía de las palabras que salían de su boca: “déjalos que sigan hablando, ¡son tan majos!”.Cuando estoy acabando estos renglones, me enredo en devaneos sobre la frecuencia con la que cambiamos de zapatillas. Se nos tacha unas veces de presuntuosos, otras de maniáticos y, las más, de consumistas. Y no tengo por menos que hacer piña con la monjita de Malagón, pues si queremos cuidar nuestros pies, tal como ella hacía con los de la Santa, tendremos que renovarlas de vez en vez. Y es que, al igual que Teresa de Jesús en su rosario de fundaciones, son realmente muchos los kilómetros que recorren nuestros pies a lo largo del año. “Parece como que este tipo de atletas no corren por las calles, sino que pasean tranquilamente, muchas de las veces para disfrutar, con el único objeto de ver y dejarse ver” Ana Cristina Lerín crónica de un corredor “Recuerdo que en esa época hacía un poco de todo, correr, salto de longitud y de altura... Lanzamientos...; no, nunca los he hecho porque no tengo mucha fuerza que digamos” A sus dieciocho años, Ana Cristina Lerín Alcolea es una de las atletas más jóvenes del Circuito. Es natural de Socuéllamos y forma parte del club Manchatón. No deja de constituir un rasgo llamativo dentro de las carreras populares el que una muchacha tan joven corra sin temer a los puestos de atrás: “Alguien tiene que ser el de Cuenca / 38 último”, argumenta sin vergüenza. Cristina recoge, verdaderamente, la recompensa que ella misma se ha forjado, esa que procede de la autoestima: “Cuando llegas a la meta, te queda esa tranquilidad de saber que has terminado la carrera”. A pesar de su juventud ya lleva once años en el atletismo. “La primera carrera la hice con siete en Campo de Criptana”, anota. Más tarde, pasó a formar parte del recién creado Club de Atletismo Cronos de Socuéllamos: “recuerdo que en esa época hacía un poco de todo, correr, salto de longitud y de altura... Lanzamientos...; no, nunca los he hecho porque no tengo mucha fuerza que digamos”. Sin embargo no ha sido hasta este año cuando, de la mano de su padre, ha dado el salto a las carreras populares. “Son una mezcla de esfuerzo y diversión”, aunque a veces, reconoce, “también se sufre”. El reto más importante lo asumió al participar en la Hoz del Huécar. “Me gustó mucho. Nunca había hecho una prueba tan larga y me sentí muy satisfecha al acabarla”. En este breve repaso al Circuito de carreras populares, me confiesa con cierta pena que se “encuentra con muy pocas chicas de mi edad”. Ella, en cambio, se toma esta afición tan en serio que “entreno dos o tres veces en semana”. Pero eso no le supone romper con el ritmo de vida de una joven de hoy. “Me gusta ir a la discoteca, pero a veces me acuerdo de ella, en especial, cuando he dormido poco y al día siguiente me toca madrugar para una prueba”. Al final, todos los rasgos de esta corredora confluyen en un sólo pensamiento, en que es una chica de nuestro tiempo, que está entusiasmada por las carreras populares y, lo que es más importante, que seguirá disfrutando de lo lindo en ellas. Nada más vernos, Amador Gómez Hidalgo, nos recibió con su habitual amabilidad. Amador pertenece al Club de Atletismo Cuenca, pero como reside desde hace tiempo en Cardenete colabora con todo lo relativo a la prueba. Ante todo, y para hacer honor a la verdad, hay que decir que Amador es un buen atleta, que a sus numerosas maratones debe añadirse que fue el primer campeón del Circuito Provincial en la categoría de Veteranos B. Ahí queda. Sobre el origen de ‘Los Sanochaores’, Amador recuerda cómo “todo se fraguó el verano del año setenta y cuatro”. En esas fechas siempre llegaban al pueblo naturales que se encontraban dispersos por toda la geografía española y con el ardor de estos días surgían proyectos que acababan difu- Cardenete: minándose. Tras una pausa apunta: “De improviso, a alguien se le ocurrió hacer una fiesta”, y se pensó en el día de la Virgen, el 15 de agosto. Había nacido la peña. La realidad hoy es muy esperanzadora, “somos cerca de mil los socios que la componemos”, pero la persistencia del proyecto se consolidó al año siguiente, cuando “se aumentó el número de festejos y se concretó la carrera pedestre: ¡Fue la primera vez que se corría por las calles del pueblo!”. Así fue como nació esta prueba de Cardenete. Hasta mediados de los ochenta el itinerario era exclusivamente urbano, pero después, el éxito de la prueba obligó a que los corredores llegasen a la ermita de San Antonio, el patrón de la localidad. Cuando terminé la charla con Amador, me encontré con Julia Gómez de Fez. Nos venimos saludando de año en año, claro está, siempre con motivo de este concurso. Ella es la alcaldesa de Cardenete y en ninguna edición pierde detalle de la prueba. Es fácil distinguir su voz de ánimo, cada vez que los corredores cruzamos el arco de meta. Al poco, ella dio la salida. Se formó la carrera. Y a tenor de lo que supe más tarde, abriéndola, iban Javier Triguero y José Miguel Pérez; tras ellos, Juan José Murillo, Santiago García Soria, Miguel Sanabria y Ángel Llorens; corriendo con los ‘sanochaores’ Todos los que nos dimos cita el pasado sábado en Cardenete no sólo asistíamos a la undécima prueba del Circuito 2009 de Carreras Populares de La Diputación de Cuenca, sino que nos hallábamos preparando nuestros músculos para lo que iba a ser la trigésimo tercera edición de la popular carrera ‘Los Sanochaores’, sin duda alguna, la competición de este tipo más veterana de nuestra provincia. Es tal el arraigo de esta peña con la población que resulta francamente difícil disociar su nombre con el de la villa. de Cuenca/39 en medio, un nutrido grupo formado entre jóvenes y veteranos; más atrás, atletas sin opción a puestos de cabeza; y cerrando marcha, nosotros, hombres y mujeres, unos corredores que no por ir más despacio, dejamos de añadir colorido a la prueba. Este primero de agosto, nuestros pies recorrieron, de nuevo, las calles de Cardenete. El recorrido se llevó a cabo en dos partes: la primera, por los barrios del casco urbano; quedando para la segunda, el campo abierto. Con anterioridad, Manuel Cócera, un corredor local, me había dado cuenta detallada del itinerario por donde transcurriríamos. Anduvimos calles vinculadas a la morfología del pueblo, como Plaza del Olmo, calle nueva, calle de La Plazoleta, calle Calicanto, calle de las escuelas; de sabor popular, como ocurre con las de la de Gandarra, la de Los Sanochaores, la de La Amargura; una vía de carácter religioso, como la de la Iglesia; otra de reminiscencia histórica, como la Fortaleza; y una que hablaba de la cuna de un notable personaje local, como la del Obispo Torrijos. Todas ellas de fuertes subidas y bajadas, de tal manera que cuando ganamos la carretera de Villar del Humo con dirección de la ermita de San Antonio, las piernas iban un tanto cansadas. Si a ello le añadimos el esfuerzo para remontar el repecho del “Alto Llano”, en el que se encuentra el castillo de los Marqueses de Cañete, se deduce que se trataba de un trayecto verdaderamente exigente. Tras el paso por la ermita, quedaban casi cuatro kilómetros hasta alcanzar las primeras casas del casco. Había que volver a través de un camino pedregoso (los lugareños le denominan “Sendero de las Fuentes”). Cercano a éste pastaba un rebaño de ovejas, de ahí que el sonido de nuestras pisadas se mezclase con el de sus esquilas. Isabel Abajo, la atleta del Pinar de Villarrobledo corría por delante sorteando ágilmente los baches. Ana Cristina Lerín, la del Manchatón, pisándole los ta­lones, se esforzaba por imitarla. A la zaga iba yo, un tanto descuidado, tropezándome con las piedras. Carlos Hontangas me anunció que iban a una distancia apreciable. Aunque casi nunca me cuido del aspecto competitivo, la desenvoltura de esas dos atletas me llevó a emularlas. Y a pesar de hallarme cansado, avivé el ritmo. Al llegar a las cercas me junté con Ana Cristina. Pero, en cambio, no conseguí dar de Cuenca / 40 alcance a Isabel. Aún, lo intentaría medio kilómetro más adelante, ya fuera del camino, cuando se entraba en la población. En ese punto, en la “Fortaleza”, el terreno era favorable. Además de ser completamente liso, se nos abría una cuesta de pronunciada pendiente, pero en este caso, a nuestro favor. Mi iniciativa fue bien acogida por Carlos y pronto aumenté la marcha. Y a pesar de que la edad ya no permite alegrías, intenté poner en la aventura el ardor que se emplea en los años de la juventud. Desenfrenadamente me lancé cuesta abajo, sin preocuparme de los badenes ni de las esquinas. No sé por qué me sentía con ganas. Quizá las voces de ánimo de los vecinos, nutriendo las aceras del recorrido, eran el acicate para que aligerase el trote. Pero no fue posible coger a la corredora de Villarrobledo. Incluso la joven Ana Cristina que venía por detrás, nos llegó a dar alcance y juntos, los tres entramos en meta. Llegamos al caer la tarde, empapados en sudor pero felices. Enseguida nos hallamos inmersos en esa maquinaria que supone el avituallamiento de final de carrera: alguien nos ofrecía agua; otros, se encargaban de los refrescos. Pero yo acudí directo al puesto de las rebanadas de sandía. Nadie como ella para sacar fruto de la última gota que se esconde en las rendijas de la tierra, haciendo de ese agua jugo de dulzor y frescura. Los corredores la tomamos con avidez, poniéndonos la cara perdida de relejes y las manos pringosas de azúcar. “Un día más -pensaba al regresar-, en el que muchas pisadas y anhelos han quedado perdidos en los senderos de las carreras”. En el caso de Cardenete, permanecerán en sus calles y caminos hasta que el próximo año sean rescatadas por nuestra memoria.