NOTAS SOBRE LA FILOSOFÍA DE KANT Augusto Klappenbach Kant distingue dos usos distintos de la razón. El primero (la razón teórica o especulativa) se dirige al conocimiento de la naturaleza, al modo en que lo hacen las ciencias (la matemática, la física, etc.). En este tipo de conocimiento resulta indispensable la unión de dos aspectos: -Por una parte, los datos de los sentidos, que me ofrecen el material del conocimiento en forma caótica (sonidos, colores, formas, etc.). -Por otra parte, ciertas formas y categorías a priori que nosotros mismos ponemos en el acto de conocer y que organizan y estructuran el material sensible. Este conocimiento, por lo tanto, nunca me hace posible conocer las “cosas tal como son” (el noúmeno), ya que siempre será una interpretación mía de los datos que me vienen de los objetos, sino sólo los fenómenos, es decir, las “cosas tal como aparecen”. Pero hay otro uso de la razón, el segundo, que ya no se dirige a conocer sino a dirigir la acción. Es la razón práctica. Así como el uso anterior se refería a la naturaleza, éste se dirige a la libertad humana y se manifiesta claramente en la conciencia moral. En efecto, cuando obramos moralmente ya la razón no está determinada por ningún hecho empírico (percibido por los sentidos), sino que se determina a sí misma: es la pura libertad. Pongamos un ejemplo: Supongamos que traicionando a un amigo obtengo una cantidad de ventajas empíricas (dinero, placeres, etc.). Sin embargo, si obro moralmente decidiré no traicionarlo. ¿De dónde nace esa acción que va contra todas mis conveniencias sensibles? Nace de mi libertad, guiada por la razón práctica. Esta acción está regida por lo que Kant llama un imperativo categórico, es decir, una norma de conducta que no se basa en el deseo de conseguir un premio o evitar un castigo (en cuyo caso ya no sería moral), sino en el puro deber. No traiciono al amigo porque no debo traicionarlo. Y punto. El imperativo categórico, por lo tanto, se puede expresar así: “obra bien porque debes obrar bien”. El imperativo hipotético está siempre sujeto a lograr un fin empírico y, por lo tanto, es condicional: “si quieres lograr A, haz B”. Éste ya no es el campo de la libertad, sino el de la naturaleza, que tratamos al comienzo y siempre tiene un contenido empírico. Hemos descubierto, por lo tanto, un uso de la razón que no se basa en los datos empíricos (como lo hacía la razón teórica) sino que es totalmente autónomo. Autónomo significa que se determina a sí mismo para obrar (etimológicamente, que es su propia ley). Una acción será buena (o mala) moralmente cuando surja de la voluntad libre del sujeto, sin determinarse por ningún fin empírico. Los hechos de la naturaleza, por el contrario, son siempre heterónomos, es decir, determinados desde fuera por otra cosa distinta: los metales se dilatan por la acción del calor. Toda acción tiene una causa: pero mientras que la causa de la acción moral es la voluntad libre de los seres racionales, la causa de un hecho de la naturaleza es siempre otro hecho empírico. Esta moral es muy exigente. Porque significa, por ejemplo, que si obro bien para conseguir la felicidad (como decía Aristóteles) ya estoy utilizando un imperativo hipotético y, por lo tanto, mi acción carece de valor moral. No se trata de buscar la felicidad (o el placer, o la conveniencia…), sino de obedecer al puro deber que me indica la razón práctica. De lo contrario, ya no sería autónoma mi acción sino heterónoma (determinada desde fuera de mí mismo, por el placer por ejemplo). Esto no se puede probar “científicamente”, por supuesto, porque no obedece a leyes naturales. Pero Kant parte de la base de que la experiencia moral es un hecho indudable. Y aunque no pueda explicar de dónde surge esta acción libre, estoy autorizado a postularla como condición de moralidad. Es decir: el hecho moral implica que soy libre, porque de lo contrario la moral no existiría. En este reino de la libertad ya no me limito a los fenómenos, sino que empiezo a asomarme a las cosas en sí mismas, a los noúmenos… KANT: LA LIBERTAD Y EL USO PRÁCTICO DE LA RAZÓN. 1. Para Kant, la moral es un hecho tan sólido como la física de Newton, aunque en otro ámbito. Por lo tanto, no se trata de justificar la moral sino de preguntarse por sus condiciones (trascendentales) de posibilidad. La pregunta sería: dado que existe el hecho moral, ¿cómo es posible y en qué se fundamenta? 2. Lo primero que observamos es que en el hecho moral no hay contenido empírico como determinante de la moralidad de la acción. Para que una voluntad sea moral no debe determinarse a obrar por ningún “hecho de la naturaleza”, como sería, por ejemplo, un premio o un castigo. (Serían imperativos hipotéticos, heterónomos). 3. Sólo será moral la acción de la voluntad cuando se determina únicamente por el deber mismo (Imperativo categórico): “obra bien porque debes obrar bien”, y punto. Esto significa que el sujeto se determina a sí mismo, es autónomo. 4. Esto implica obrar bien “por reverencia a la ley”, como dice Kant. Esta ley moral no es una ley de la naturaleza: no hay en ella componentes empíricos, verificables por los sentidos. El imperativo categórico es un juicio sintético absolutamente a priori. Y sin embargo (ver punto 1) es tan racional como los juicios científicos, aunque sea un uso distinto de la razón. 5. Y por eso la ley moral es también universal. Porque la universalidad es la “forma” de toda ley (sea natu1 ral o moral). Por eso el criterio, la piedra de toque para saber que estamos en presencia de una auténtica ley moral, será la posibilidad de afirmarla universalmente. En palabras de Kant: “Obra sólo según una máxima por la cual puedas al mismo tiempo querer que esa máxima se convierta en ley universal”. 6. Antes de seguir, resumimos lo anterior. Si la máxima que guía mi acción moral vale para ser universalizada significa que estoy obrando según la razón, ya que la razón es la única facultad mía que, a pesar de provenir de mí mismo (es autónoma), puede producir sin embargo juicios de valor universal. Lo mismo sucede con la razón teórica: el teorema de Pitágoras sale de mi razón y vale universalmente. 7. Pero con esto hemos atendido tan sólo a la “forma” de la moralidad y no a su “materia”, a su contenido. No se nos dice “lo que” debemos hacer; sólo se nos dice “cómo” debemos hacerlo para que sea moral. La moral kantiana no es una moral de recetas prácticas, es una moral formal. 8. Kant, quizás insatisfecho de este moralismo extremo, presenta otra fórmula del imperativo categórico: “Obra de tal modo que trates a la humanidad, en tu persona o en la de los demás, siempre y al mismo tiempo como un fin y nunca meramente como un medio”. Sin dejar de ser racional y formal, abre la puerta a cierto “contenido” de la acción moral: son los hombres, los “fines en sí”. 9. Lo que hemos logrado es sorprendente: hemos descubierto un uso de la razón que no necesita para funcionar de los datos empíricos, las impresiones sensibles, como los necesitaba la razón en su uso teórico; que funciona de modo autónomo y totalmente a priori y que, sin embargo, es “tan razón” como la científica (Ver punto 1). Quizás esta razón me permita comprender esos “noúmenos” que estaban prohibidos a la razón teórico-científica: la libertad, el alma, Dios… 10. Por este camino está claro que no puedo “probar” nada científicamente, pero puedo “postular” algunas cosas de las que no tengo datos sensibles. Por ejemplo: -la libertad: si existe el hecho moral, la libertad es su condición de posibilidad. -la inmortalidad del alma: ya que en esta vida no coincide la moralidad con la felicidad y, sin embargo, mi razón me dice que el justo merece ser feliz. -la existencia de Dios: único ser que puede reconciliar los dos órdenes (el natural y el moral) para que el justo sea feliz. “Armonía total de la felicidad con la moralidad”, como dice Kant. SOBRE LA FUNDAMENTACIÓN DE LA METAFÍSICA DE LAS COSTUMBRES (FMC). En el racionalismo de Wolff, la ética nacía de la metafísica: así la metafísica, así la ética. Pero Kant había echado por tierra la metafísica racionalista, por lo que la ética necesitaba una nueva fundamentación. Por otra parte, el empirismo negaba la metafísica y elaboraban su ética a partir de lo que llamaban teoría del gusto, o sentimiento (de agrado o desagrado) ante los hechos (ética emotivista de Hume). Pero como el gusto o sentimiento son subjetivos, a Kant este proceder no le convence y se dispone a llevar a cabo una nueva fundamentación. Prólogo. -División del conocimiento en formal y material. Formal: se ocupa de la forma del entendimiento y de las reglas universales del pensar (Lógica). Material: atiende al contenido, al objeto. Y según sea éste, tenemos: Física o teoría de la naturaleza (estudia las leyes de la naturaleza) y Ética o teoría de las costumbres (leyes de la libertad). -Distinción entre filosofía pura y empírica. División de la filosofía pura en lógica (saber formal) y metafísica (cuando se refiere a determinados objetos del entendimiento). Por metafísica Kant entiende un conocimiento global, derivado de la razón pura y sistemáticamente conjuntado (se diferencia de la crítica en que ésta es una preparación o propedéutica que investiga las capacidades de la razón). División de la metafísica en metafísica de la naturaleza y metafísica de las costumbres. Ésta puede ser antropología práctica (parte empírica) o moral (parte racional, a priori). De esta última se hablará. -Para que una ley tenga valor moral y obligue a todos los hombres, ha de tener una necesidad absoluta, universal, esto es, no tiene que poder dejar de cumplirse. El fundamento de esa obligatoriedad no puede basarse en la experiencia, en la naturaleza humana, en cualquier circunstancia. Su fundamento ha de buscarse a priori. Capítulo 1º. La buena voluntad. Punto de partida: la buena voluntad, buena en sí misma de modo absoluto. Análisis de la conciencia: descubrimos la verdad fundamental de que la única cosa buena en sí, sin restricción, es la buena voluntad. La sola bondad de nuestra disposición interna, al margen de toda consideración de utilidad de los fines que nos propongamos alcanzar. La buena voluntad como el valor absoluto de la moralidad, el único bien en sí. Como el carácter absoluto de la voluntad podría parecer una fantasía, lo estudia a partir de la razón como rectora de la voluntad. Un ser teleológicamente organizado tiene lo necesario para alcanzar su fin. El hombre está dotado de razón y voluntad. Si el fin del hombre es la felicidad, la razón no es lo más adecuado para conseguirla, es mejor el instinto. Cuanto 2 más se ocupa la razón de la felicidad, más se aleja de ella. Si no sirve la razón para alcanzar la felicidad, ¿para qué sirve? Para “otro propósito mucho más digno”: producir una voluntad buena en sí misma (no como un medio). Este es su primer fin, el más importante, un fin incondicionado. El segundo fin sería conseguir la felicidad, un fin condicionado al anterior, dependiente de él. Para explicar el concepto de buena voluntad, Kant toma el concepto de deber, en el que está incluido el concepto de buena voluntad. El deber. No toda voluntad es buena necesariamente. Lucha interna con las disposiciones naturales. La buena voluntad es la que obra por deber (sin atender a inclinaciones). El grado máximo de moralidad será el deber cumplido. El criterio de valoración moral reside en el motivo que nos impulsa a realizar la acción (no en el propósito o fin o consecuencias: lo que vamos a conseguir). El motivo para obrar por deber: el respeto a la ley. “Una acción realizada por deber tiene que excluir por completo el influjo de la inclinación… No queda otra cosa que pueda determinar la voluntad, si no es, objetivamente, la ley y, subjetivamente, el respeto puro a esa ley, y, por tanto, la máxima de obedecer siempre a esa ley, aun con perjuicio de todas las inclinaciones”. Primera proposición: las acciones morales son las hechas por deber, por respeto al deber. Distingue acciones contrarias al deber, conforme al deber y por deber. Ejemplos: Quien encuentra placer en ser generoso con los demás, actúa conforme al deber. Quien fuese insensible al mal ajeno y realiza una buena acción, actúa por deber. Segunda proposición: el valor moral de una acción hecha por deber no radica en el efecto que se quiera conseguir, sino en la máxima. El fin a conseguir no da valor moral porque es a posteriori, empírico (material). La voluntad se determina a actuar por un principio a priori (formal). Tercera proposición: el deber es la necesidad de una acción por respeto a la ley. Necesidad de una acción: que la acción debe ser esa y no otra. Respeto a la ley: la conciencia de la subordinación de mi voluntad a la ley, sin que intervenga en ello ninguna otra influencia. El respeto, como un sentimiento no venido del exterior (inclinación, afecto…) sino autogenerado espontáneamente a través de un concepto de razón. No surge el respeto de lo que queremos conseguir ni de ninguna inclinación. Por lo tanto, el valor moral de una acción estará en que el principio determinante de nuestra acción sea la representación de la ley por sí misma, y no el efecto que de ella se espera. Esa ley expresa la universal legalidad de nuestras acciones. ¿Cuál puede ser la ley moral que determine una voluntad absolutamente buena? Esa ley moral, eliminados todos los impulsos, expresaría la “legalidad universal” de todas las acciones: querer que mi máxima se convierta en ley universal. Criterio para ver si una acción es moral: preguntarse si la máxima de la acción puede convertirse en ley universal. Ejemplo de la promesa hecha para no cumplirla. El hombre, además de racional, es sensible: presencia de elementos irracionales en nuestro obrar. La conciencia que el hombre tiene de un deber va acompañada de un sentimiento de adhesión o agrado (hacia lo bueno) o desagrado o repulsión (hacia lo malo). Si el principio determinante era la obediencia al deber por el deber, el móvil será un sentimiento original engendrado por la sola representación de la ley. Ese sentimiento es el respeto. La buena voluntad será una voluntad que obra por el puro respeto a la ley. La facultad de juzgar prácticamente es superior a la de juzgar teóricamente. Por eso, mejor usar la facultad de juzgar teóricamente (la filosofía) sólo para exponer el sistema moral y no para orientar la conducta (juzgar prácticamente): el hombre ya sabe ser bueno en su actuar, sin filosofía. No obstante es necesaria la filosofía -la crítica de la razónporque en el hombre hay lucha entre las inclinaciones hacia la felicidad y los principios (o mandamientos) del deber: aquéllas quieren imponerse a estos, quieren “pervertirlos”. Resumiento: En el primer capítulo de la FMC se desvela: -el concepto ideal de la moralidad que en ella subyace. -la buena voluntad como bien moral absoluto. -el valor moral de una conducta: obrar por deber (no sólo conforme al deber). -que el obrar por deber es una ley para la voluntad. En el segundo capítulo se indagan las condiciones que hacen posible la conciencia de moralidad común a todos los hombres, lo que conduce a la autonomía de la voluntad como principio supremo de la moralidad. Capítulo 2º. El concepto de deber es obtenido del “uso común de la razón práctica”, no de la experiencia. La experiencia sólo muestra las acciones, pero no los principios íntimos que mueven a realizarlas. Por eso es imposible un ejemplo empírico de acción realizada por respeto al deber. Los ejemplos no sirven para fundamentar la moral. Porque es el ejemplo el que hay que fundamentar, es decir, evaluar o juzgar como bueno, desde la idea a priori que tengamos de perfección moral. Por eso es necesaria una MC, que nos dé los principios a priori, los fundamentos desde los que juzgar las conductas. Una MC, sin mezcla de lo empírico (inclinaciones), no sólo es un indispensable sustrato, sino un desiderátum para la verdadera realización de los conceptos. Su influjo es superior a lo que sale de una moral mezclada con lo empírico (inclinaciones, sentimientos), que nos lleva a la confusión. Para pasar de una filosofía moral popular (la que toma ejemplos como modelos o fundamento) a una metafísica 3 moral, una MC (no ejemplo, no elementos empíricos) hay que investigar la facultad práctica de la razón hasta alcanzar el concepto de deber, lo que nos lleva a la noción de imperativo. El imperativo categórico como principio de la moralidad. Un ser sólo racional, en el que la razón determinase su voluntad inmediatamente, obraría siempre bien. En ese ser, la voluntad subjetiva estaría siempre de acuerdo con la objetividad universal de la ley moral. Pero la voluntad humana, aunque racional, está sometida a estímulos sensibles, a condiciones subjetivas que no siempre coinciden con las leyes objetivas, por lo que el cumplimiento de la ley moral se presenta como obligación, orden, imperativo. Kant distingue imperativos hipotéticos (la acción es prácticamente necesaria como medio para conseguir un fin) y categóricos (la acción por sí misma es necesaria objetivamente, sin referencia a ningún fin). El imperativo hipotético puede ser problemático (la acción como medio para conseguir un fin o propósito posible) o asertórico (la acción como un medio para conseguir un fin presuntamente supuesto en todo ser humano). El imperativo hipotético problemático, técnico, son reglas de la habilidad, que prescriben lo que ha de hacerse para conseguir un determinado fin (por ejemplo, los preceptos o reglas de las artes, de la ciencia, etc.). El imperativo hipotético asertórico1, pragmático, son consejos de la prudencia, que prescriben lo que hay que hacer para conseguir lo que todo ser humano quiere, la felicidad. Son asertóricos porque todos los hombres persiguen la felicidad, mientras que no todos buscaban los mismos fines técnicamente definibles como ocurría en los problemáticos. El imperativo categórico, de la moralidad, al declarar la acción incodicionalmente necesaria, será siempre apodíctico2 y constituirá los mandatos o leyes morales. Éstas no hacen referencia a la materia de la acción ni al fin o resultado de la misma, sino a la forma. Si se niega el imperativo categórico, se niega el deber y la moralidad; es, por tanto, el principio supremo de la moralidad. ¿Cómo son posibles estos imperativos? Los imperativos hipotéticos son posibles porque, en la medida que mi voluntad es racional, al querer un fin, quiere también los medios para conseguirlo. Por lo que se refiere al querer, nos encontramos ante proposiciones analíticas, pues al querer un fin se quieren también -están ya incluidos- los medios para conseguirlo. Para pasar de querer una cosa a hacerla real, se necesitan medios prácticos que hay que añadir; de ahí que se necesiten proposiciones sintéticas. Pero una vez conocidos esos procedimientos, al querer una cosa, se incluye en ese querer el fin y los medios, con lo que la proposición es analítica. Pero en el caso de los imperativos categóricos nos encontramos ante una proposición a priori y sintética. A priori porque no se deriva de ninguna experiencia, sino que es lógicamente anterior a ella y la juzga; y sintética porque liga un querer, no a su propio contenido, sino a una ley de la razón. El imperativo categórico se expresa en una ley práctica (los imperativos hipotéticos representan principios, no leyes, de la voluntad. Principio: aquello en lo que se basa la voluntad para conseguir un fin. Y estos principios son contingentes). El imperativo categórico es incondicional, necesario, no contingente. ¿Cómo es posible el imperativo categórico? Respuesta en el capítulo 3º. Ahora se trata de su formulación: ver si del puro concepto de un imperativo categórico podemos obtener la fórmula de una proposición que sea un imperativo categórico. En el caso de los imperativos hipotéticos no se puede porque, hasta que no sepamos el fin a conseguir, no sabremos el contenido (empírico) del imperativo. Pero en el caso del imperativo categórico sí se puede porque no cuenta el fin, y su contenido (formal) no es sino la ley y su universalidad, es decir, la necesidad de que el principìo subjetivo de actuación -máxima- se adecue a la ley. Con ese contenido, sólo hay un imperativo: “obra sólo según una máxima tal que puedas querer al mismo tiempo que se torne ley universal”. El imperativo categórico muestra la forma de la acción, sin atender a materia o contenido concretos. La naturaleza como la “universalidad de la ley por la que se suceden determinados efectos”. Esto significa que todo lo que integre la naturaleza está regido por leyes universales. De aquí sale otra formulación del imperativo categórico: “obra como si la máxima de tu acción debiera tornarse, por tu voluntad, ley universal de la naturaleza”. Comienza a preparar otra formulación del imperativo: Voluntad: la facultad que poseen los seres racionales de determinarse a sí mismos a obrar según la representación de ciertas leyes. Fin: lo que sirve a la voluntad de fundamento objetivo de su decisión de actuar. Medio: lo que hace que una acción para conseguir un fin sea posible. Si hubiera un fin que no fuera relativo sino absoluto, un fin que vale por sí mismo para todo ser racional, ese fin podría dar lugar a leyes que podrían ser el fundamento del imperativo categórico. Ese fin es el hombre. Diferencias entre cosas (medio, precio) y personas (fin que vale por sí mismo, respeto, dignidad). En consecuencia, la formulación del imperativo sería: “obra de tal modo que uses a la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre como un fin al mismo tiempo, y nunca solamente como un medio”. Si el imperativo categórico ha de ser posible, tendrá que ordenarnos obrar de manera que nuestra voluntad pueda considerarse siempre ella misma legisladora de la ley universal a la que se somete. Los hombres, como legisladores universales a través de máximas (universalizables) fruto de su voluntad, forman un conjunto sistemático relacionado por leyes comunes. Es la idea de un reino de los fines: el reino de los seres racio1 2 Asertórico: lo que afirma algo (aunque no excluye la posibilidad lógica de una contradicción). Apodíctico: lo que es incondicionalmente cierto, necesariamente válido. 4 nales que son fines en sí, donde cada ser es, a la vez, legislador y sujeto de sus leyes. En este reino todo tiene o precio o dignidad. La autonomía como principio fundamental de la moralidad. Kant atribuye esta autonomía, no sólo a los hombres, sino a la voluntad de todos los seres racionales. Al tratarse a sí mismo y a los demás como un fin en sí mismo, se origina un “enlace” entre todos, hecho posible por leyes objetivas comunes, universales. El ideal sería que todos fueran tratados según esas leyes (de ahí, reino de los fines). Estar en el reino de los fines: como miembro, como jefe. Analogía reino de los fines-reino de la naturaleza. Problema: el ser racional puede regirse por máximas universalizables, pero eso no implica que los demás también lo hagan. Tampoco implica que el reino de la naturaleza satisfaga su esperanza de felicidad. A pesar de ello, el imperativo categórico sigue siendo válido, porque su validez no depende de ninguna condición. Paradoja que envuelve al hombre: con su razón podría sacar provecho para él, pero su dignidad como ser racional está en respetar el imperativo categórico al margen de las circunstancias. Si atendiera a éstas, estaría sometido a las leyes que le imponen sus necesidades. Si un “rector supremo” hiciera coincidir el reino de los fines con el reino de la naturaleza, el reino de los fines sería algo real, pero no aumentaría el valor interno de la dignidad del hombre, como mucho sería un refuerzo para su voluntad. La moralidad se da en la relación entre las acciones y una voluntad autónoma que las realiza. En una voluntad santa su máxima concuerda necesariamente con las leyes de la voluntad. Pero en una voluntad no santa, no hay esa concordancia y aparece la constricción moral, que obliga a esa voluntad no santa. Una acción es obligatoria si tiene una necesidad objetiva, es decir, no puede sino ser así. Este carácter necesario se denomina deber. El deber obliga a someterse a la ley. Pero ese sometimiento lo es a leyes que no provienen de fuera. Por eso no merma la “dignidad y grandeza” de la persona, porque ésta, aquí, es autolegisladora. El principio de la dignidad de la naturaleza humana, o de toda naturaleza racional, es la autonomía. La autonomía es el concepto clave de la moralidad: implica que el ser racional es legislador y servidor a la vez de la ley, pues es él el que se la impone a sí mismo, salvando así su dignidad de fin en sí, sin rebajarse a ser simple medio. Resumiendo: en el 2º capítulo se ha visto que la descripción de la conciencia moral sólo puede expresarse bajo la forma del imperativo categórico y que la autonomía pone de manifiesto la esencia de ese imperativo. Falta ahora ver sus condiciones de posibilidad, es decir, averiguar si hay un posible uso sintético de la razón pura práctica que confirme su necesidad como principio a priori. O dicho de otro modo, ver cómo son posibles los juicios sintéticos a priori en la moral. Capítulo 3º. En el capítulo final de la FMC se propone justificar el imperativo categórico como principio supremo de la moralidad. Como se identifica libertad con moralidad, se propone demostrar la realidad de la libertad, con lo que se confirmaría indirectamente la moralidad. -El concepto de libertad es clave para explicar la autonomía de la voluntad. La libertad tiene que ser una propiedad de la voluntad de todos los seres racionales. Hay que demostrarla a priori. A todo ser racional dotado de voluntad, hay que atribuirle necesariamente la idea de que actúa en libertad, porque tiene una razón práctica que establece una relación de auténtica causalidad con sus objetos (“autora de sus principios independientemente de influjos ajenos”). La autonomía es independencia respecto de los objetos de deseo y también autodeterminación de la voluntad. La capacidad de la voluntad de obrar al margen de los estímulos de la sensibilidad y de producir objetos sin que una causa externa le impulse a ello, es, en definitiva, libertad. La autonomía se identifica con la libertad. Libertad de la voluntad no significa ausencia de toda ley, sino sujeción de la voluntad a su propia ley, a la ley que ella se dicta a sí misma. Pero es evidente que, si libertad y moralidad son dos conceptos intercambiables, no se puede usar uno para justificar el otro y viceversa, pues caeríamos en un círculo vicioso. La solución: -El hombre puede pensarse desde dos puntos de vista: miembro del mundo sensible (sometido a las leyes de la naturaleza, heterónomo) y miembro del mundo inteligible (sometido a la ley moral fundada en la razón, autónomo y, por tanto, libre). En tanto que perteneciente al mundo sensible, es un yo empírico y obedece a las leyes de la naturaleza; en tanto que perteneciente al mundo inteligible -noúmeno, yo inteligible-, obedece a las leyes autónomas basadas únicamente en su razón. De la naturaleza de ese yo inteligible se deduce tanto la libertad como la autonomía. No hay contradicción entre el hecho de que el hombre se piense fenoménicamente determinado (en el mundo sensible) y el de que se considere libre, desde el punto de vista noumenal (mundo inteligible). -Son posibles los imperativos categóricos porque la idea de libertad me hace miembro del mundo inteligible. Y como sé que formo parte del mundo sensible a la vez, mis acciones deben conformarse a la autonomía de la voluntad. Este deber categórico representa una proposición sintética a priori. Sintética: porque a lo que quiere mi voluntad afectada por las inclinaciones del mundo sensible, se añade la idea de esa voluntad, como perteneciente al mundo inteligible y como la que contiene la condición suprema de la voluntad 5 sensible a través de la razón. A priori: porque el enlace entre ambas voluntades es universal, necesario e independiente de cualquier instancia empírica. Paralelismo con lo que ocurría en el uso teórico de la razón. Glosario de términos. Deber: Necesidad de una acción por respeto a la ley moral, con exclusión de todo fundamento de determinación por inclinación. Imperativo: Fórmula del mandato de la razón, el cual es la representación de un principio objetivo en tanto que constrictivo para una voluntad. Libertad: Independencia de la voluntad respecto de la imposición de los impulsos de la sensibilidad; es autonomía de la voluntad: determinación de la voluntad por sus propias leyes. Una forma de causalidad distinta de la causalidad de la naturaleza. Máxima: Ley práctica en la medida que es fundamento subjetivo de los actos, es decir, principio subjetivo de los mismos. Respeto: Único sentimiento a priori y verdadero sentimiento moral, consistente en la conciencia de una libre sumisión de la voluntad bajo la ley moral. Voluntad: Facultad del espíritu de determinar su causalidad por la representación de reglas; capacidad de actuar según principios. Equivale a razón pura práctica. OPCIÓN B. “La proposición ‘la voluntad es, en todas las acciones, una ley de sí misma’ caracteriza tan sólo el principio de no obrar según ninguna otra máxima que la que pueda ser objeto de sí misma, como ley universal. Esta es justamente la fórmula del imperativo categórico y el principio de la moralidad; así, pues, voluntad libre y voluntad sometida a leyes morales son una y la misma cosa” (Kant, Fundamentación de la metafísica de las costumbres). OPCIÓN B. “Así pues, el valor moral de la acción no reside en el efecto que de ella se espera, ni tampoco, por consiguiente, en ningún principio de la acción que necesite tomar su fundamento determinante en ese efecto esperado, pues todos esos efectos -el agrado del estado propio, o incluso el fomento de la felicidad ajena- pudieron realizarse por medio de otras causas, y no hacía falta para ello la voluntad de un ser racional, que es lo único en donde puede, sin embargo, encontrarse el bien supremo y absoluto. Por tanto, no otra cosa, sino sólo la representación de la ley en sí misma -la cual desde luego no se encuentra más que en el ser racional-, en cuanto que ella y no el efecto esperado es el fundamento determinante de la voluntad, puede constituir ese bien tan excelente que llamamos bien moral, el cual está presente ya en la persona misma que obra según esa ley, y que no es lícito esperar de ningún efecto de la acción” (Kant, Fundamentación de la metafísica de las costumbres). OPCIÓN B. “Pues bien, todos los imperativos mandan, ya hipotética, ya categóricamente. Aquéllos representan la necesidad práctica de una acción posible, como medio de conseguir otra cosa que se quiere (o que es posible que se quiera). El imperativo categórico sería el que representase una acción por sí misma, sin referencia a ningún otro fin, como objetivamente necesaria. Toda ley práctica representa una acción posible como buena y, por tanto, como necesaria para un sujeto capaz de determinarse prácticamente por la razón. Resulta, pues, que todos los imperativos son fórmulas de la determinación de la acción, que es necesaria según el principìo de una voluntad buena en algún modo. Ahora bien, si la acción es buena sólo como medio para alguna otra cosa, entonces es el imperativo hipotético; pero si la acción es representada como buena en sí, esto es, como necesaria en una voluntad conforme en sí con la razón, como un principio de tal voluntad, entonces es el imperativo categórico” (Kant, Fundamentación de la metafísica de las costumbres). Cuestiones: 1. Identificar la o las propuestas o problemas fundamentales del texto y citar la frase o frases que los recogen glosándolas brevemente. 2. Relacionar el contenido del texto con el pensamiento del autor y exponer sistemáticamente las líneas principales de este pensamiento. 3. Relacionar el pensamiento del autor con el marco histórico, sociocultural y filosófico de su época. 4. Razonar las principales influencias recibidas y la repercusión posterior o la vigencia actual del pensamiento del autor. 6