REFLEXIONES SOBRE EL IMPERATIVO CATEGÓRICO KANTIANO. El imperativo kantiano es una máxima operativa indiscutible. Es eficaz con independencia de quien lo exprese o incluso de ser expresado. No necesita decirse o afirmarse. Es impersonal, universal, no sujeto a condiciones, preferencias, intereses o resultados. Sus principios se mantienen válidos para todo hombre independientemente de cuál sea la ocasión en la que se aplique. Por eso constituye una ética formal sustentada en el deber, pues esta ética obliga a actuar por el deber. Es un imperativo categórico frente a los imperativos hipotéticos propios de las éticas materiales que te dicen con qué medios has de conseguir tales fines. Aquí sólo importa la intención moral, la voluntad, que ha de ser guiada por estos dos imperativos. El basado en el criterio universal: "Obra sólo de tal modo que puedas querer al mismo tiempo que lo que hagas se torne en ley universal válida para que la apliquen todos"; y la del respeto a la persona: "Obra de tal modo que trates al otro, tanto en tu persona como en la de cualquier otro, siempre como un fin y nunca solamente como un medio. Lo que pretendía Kant es encontrar reglas para la moral estrictamente racionales y para todo ser racional, tal y como son las reglas geométricas (la idea de triángulo vale absolutamente para todo triángulo habido y por haber, aquí y allá, en la realidad inteligible o en la realidad sensible). De modo que estas reglas obligan a todo ser racional sin tomar en consideración la capacidad del sujeto para llevarlas a cabo. Lo único que se necesita es la voluntad del sujeto (AUTONOMÍA MORAL). Lo que Kant llama buena voluntad. Las máximas kantianas no las ordena la religión, ni la ley sino mi conciencia moral, que ha de estar basada en la RAZÓN, no en la intuición (EMOTIVISMO), o la utilidad (UTILITARISMO), o la búsqueda de la felicidad (EUDEMONISMO), o la búsqueda del placer (EPICUREISMO), o en seguir prudentemente el orden natural de las cosas (ESTOICISMO), o la búsqueda de la excelencia (ARISTOCRATISMO MORAL DE LA ARETÉ PLATÓNICA). No nos dicen qué hacer, sino nos ofrecen la base neutra para poder hacer con seguridad lo que tengo que hacer de modo desinteresado. Y lo más sorprendente es que no hay criterios basados en ejemplos ni explicaciones experimentales que las avalen. Precisamente, arguye Kant, porque todos tenemos numerosos y dispares deseos, y nos vemos obligados a decidir entre deseos rivales que nos producen conflicto, siendo necesario ordenar estos impulsos, someter emociones, propósitos, hábitos a un sentido que de coherencia a nuestra vida y acciones, no pueden estas reglas ser derivadas o justificadas por referencia a los deseos y bienes dispares sobre los cuales hemos de ejercer arbitraje. La buena voluntad consiste en obrar por desinterés y según lo que dicta el deber. Y el deber, según Kant consiste en respetar la ley. Sin embargo ¿No podría suceder que lo que dicta la ley sea injusto, y por tanto, el sujeto, por acatar la ley, esté obrando injustamente? ¿No podría ser que esas órdenes, como hemos constatado en las leyes de regímenes fascistas, sean inhumanas y atenten contra el derecho a ejercer la libertad de la persona? ¿Qué nos asegura que esa ley es la mejor de entre todas las leyes posibles? De ahí que la ley -se diga- ha de ser conforme al Derecho. Un derecho basado en la preservación de la DIGNIDAD HUMANA, tal y como queda recogido en la carta de los Derechos Humanos que muchos países del mundo han suscrito pero que es de difícil aplicación en una sociedad marcada por sistemas políticos y económicos que priorizan el beneficio, la rentabilidad, la utilidad y el mantenimiento de la desigualdad como motor del sistema. Kant presupone que la acción correcta es la que haría un hombre de buena voluntad, pero la bondad, como telos, fin, valor, virtud o característica del ser humano hoy parece estar desacreditada. Las máximas kantianas contrastaban con el carácter real y empírico de la naturaleza humana, abocada al individualismo y al egoísmo, como ya observaban los filósofos Hobbes o Locke. El fracaso de la moral ilustrada y de la fundamentación racional de la moral vendrá ratificada por los graves acontecimientos de la primera mitad del siglo XX, y el derrumbamiento de las bases de la conciencia desmantelada por los tres filósofos de la sospecha: Marx, Nietzsche y Freud. Será Federico Nietzsche, quien desmantelará todo el engranaje de la moral tradicional con su filosofar aforístico “a martillazos”, postulando la transvaloración de todos los valores y desenmascarando el racionalismo moral como expresión de la voluntad subjetiva de poder. (continuará) Pilar Peris