Aportaciones de la ciencia Protocolo de Montreal A continuación se presenta una historia de éxito en donde la ciencia, los países y la industria encontraron la solución a un problema mundial: el daño a la capa de ozono. En 1974 dos científicos de la Universidad de California en Irvine presentaron la hipótesis de que las continuas emisiones de clorofluorocarbonos (CFC), derivados de productos químicos industriales de amplio uso en la sociedad, podían poner en peligro la integridad de la capa de ozono. En su artículo publicado en junio de 1974 en la revista Nature, Mario Molina y F. Sherwood Rowland exponían la teoría de que los CFC, gases muy estables, al llegar a la estratosfera y con la radiación ultravioleta reaccionan en cadena, destruyendo el ozono estratosférico. Rowland y Molina explicaron que un átomo de cloro podría destruir hasta 100,000 moléculas de ozono estratosférico. También expresaron su opinión de que el nivel de CFC que se emitía era insostenible y que, si este problema no se resolvía, la capa de ozono se reduciría considerablemente, lo que probablemente ocasionaría una mayor incidencia de cáncer en la piel, mutaciones genéticas, daños para las cosechas y, posiblemente, cambios drásticos del clima mundial. Su hipótesis despertó una gran consternación en todo el mundo, lo cual dio lugar a que se adoptaran medidas para estudiar esta cuestión y poder hacerle frente. Aunque la teoría aún no se había comprobado, muchos países estaban convencidos de la necesidad de adoptar medidas para prohibir el uso de los CFC en aerosoles. En 1985, esos esfuerzos culminaron en la elaboración del Convenio de Viena para la Protección de la Capa de Ozono. La adopción de este acuerdo coincidió con las pruebas iniciales de que el agotamiento del ozono estratosférico estaba siendo una realidad sobre la Antártida, denominándose por primera vez “agujero del ozono”, expresión que capturó la imaginación de la sociedad y sirvió para 144 impulsar los esfuerzos internacionales dirigidos a movilizar el apoyo para la adopción de medidas. Es importante recalcar que en los años ochenta, las sociedades modernas estaban rodeadas de CFC, por ejemplo: en el sistema de aire acondicionado que refrescaba las viviendas, en los refrigeradores para conservar alimentos y en los propelentes de aerosoles. En el año 1987 se concertó el Protocolo de Montreal, acuerdo internacional donde prácticamente todos los países del planeta se comprometen a reducir y eliminar la producción, consumo y comercialización de sustancias que dañan al ozono. Este protocolo se integró por grupos de expertos que representaban a los gobiernos, al sector industrial y a la sociedad civil de los países. Vale la pena resaltar que la industria fue y sigue siendo un actor fundamental ante las medidas propuestas por el Protocolo, ya que desde un principio ha colaborado desarrollando alternativas con menor o nulo potencial de agotamiento a la capa de ozono. Es importante destacar que este instrumento ha sido un acuerdo notable que sentó un precedente de cómo la evidencia científica, la cooperación internacional y la industria pueden comprometerse a fin de enfrentar los problemas globales del ambiente que atañen a toda la humanidad. Gracias al Protocolo de Montreal se han complementando los recortes de emisiones de CO2, ya que los CFC también son gases de efecto invernadero, reduciendo el riesgo de un cambio climático abrupto en las próximas décadas. La eliminación definitiva de los gases hidrofluorocarbonados (HCFC) una década antes, permitió evitar la emisión equivalente de 35,000 millones de toneladas de CO2 equivalente a 15 veces las reducciones del Protocolo de Kioto en sus primeros cinco años de vigencia.