la recuperación postergada © Corey Rich/Aurora/Getty Images una entrevista con Mario Molina 16 NUESTRO PLANETA LA CELEBRACIÓN DE LOS VEINTE AÑOS DEL PROTOCOLO DE MONTREAL El nombre de Mario Molina quizás no esté escrito en las estrellas, pero el químico mexicano ganador del Premio Nobel es uno de los pocos elegidos para darle su nombre a un elemento del sistema solar. Para ser precisos, un asteroide. En esto cuenta con una compañía ecléctica, aunque todos son de alcurnia. Los escritores Isabel Allende y Ray Bradbury tienen sus nombres en sus propios pedazos de roca, desparramados entre Marte y Júpiter. Todos los actores de la comedia Monty Python también están en órbita alrededor del sol, al igual que Engelbert Humperdinck (el compositor alemán, no el cantante pop), varios caballeros de la legendaria mesa redonda del Rey Arturo y Robbie Naish, el pionero practicante de windsurf norteamericano. Naturalmente, hay un montón de astrónomos, pero también un artista japonés, fabricante de ositos de peluche. El profesor Molina también tiene dos colegas con él allí arriba, los profesores Paul Crutzen y Sherwood Rowland. Los tres ganaron el Premio Nobel de química en 1995, por haber identificado la amenaza a la vital capa de ozono de la Tierra. Y hay algo adecuado en esto, ya que las estériles superficies de los asteroides sin atmósfera, expuestos sin piedad a los rayos ultravioletas del sol, nos sirven como recordatorio de la importancia que tiene la capa protectora para nuestro planeta. En 1973, el profesor Molina era un becario posdoctoral de treinta años en la Universidad de California, Berkeley, cuando Sherwood Rowland, en ese entonces su profesor, le ofreció una amplia gama de opciones para su investigación. Lo que más lo intrigaba era averiguar el destino ambiental de los clorofluorocarbonos (CFC) inertes creados por el hombre, que se acumulaban en la atmósfera después de su utilización en aerosoles, refrigeración, espumas plásticas y un sinnúmero de otras aplicaciones. Dice que al principio “la investigación no parecía muy interesante, nada en la atmósfera más baja parecía afectar a las sustancias químicas”. Pero él sabía que finalmente tendrían que elevarse lo suficiente como para que la radiación solar las degradara. Y cuando observó lo que estaba sucediendo, comprendió que cada uno de sus átomos de cloro destruiría miles de átomos de ozono. Conjuntamente con el profesor Rowland descubrieron que si los CFC seguían liberándose en las proporciones actuales, en treinta años iban a destruir entre el 20% y el 40% de la capa de ozono. Molina quedó tan sorprendido cuando hizo los primeros cálculos que, según dijo a Nuestro planeta: “Creí que me había equivocado”. Y agregó que ésta también fue la reacción de algunos científicos cuando publicó sus resultados. Afirmó que los expertos en la disciplina lo “aceptaron bastante rápido”, pero “se necesitó un tiempo para que pasara lo mismo con la comunidad científica en general”. Y añadió: “el esfuerzo para convencer a la esfera política fue aún mayor”. Después de muchas discusiones, finalmente se reconoció el peligro. Los Estados Unidos prohibieron el uso de los CFC en latas con pulverizadores en 1978, y el mundo firmó el Convenio de Viena para la protección de la capa de ozono en 1985. Pero recién cuando se descubrió el agujero de ozono en la Antártida la comunidad internacional se puso de acuerdo para resolver el problema de los CFC a nivel mundial, con el Protocolo de Montreal de 1987. A medida que se acumulaba evidencia científica, el Protocolo fue fortaleciéndose y está procediendo a la eliminación gradual de los CFC y otras sustancias que agotan la capa de ozono en todo el mundo. El profesor Molina sostiene que hace unos años las sustancias que agotan la capa de ozono alcanzaron su nivel máximo en la atmósfera y que “empezaron a disminuir lentamente, lo que es una muy buena noticia”. Agrega que algunos científicos creen que pueden empezar a verse efectos beneficiosos en la capa de ozono, pero él teme que, justo cuando finalmente parece que las cosas están mejorando, pueda haber un serio retraso debido al cambio climático. “Con una atmósfera modificada por el calentamiento de la tierra, es probable que a la capa de ozono le lleve más tiempo recuperarse”, afirma. Como el cambio climático recalienta la superficie de la tierra y la troposfera (la capa más baja de la atmósfera), la estratosfera se enfría más arriba, lo que intensifica el proceso de destrucción del ozono. “Cuanto más frío esté”, dice, “más agotamiento habrá”. La recuperación, prevista para el año 2050, podría retrasarse entre diez y quince años. Como sostiene, ésta es otra razón para enfrentar el problema del calentamiento de la tierra. Y una contribución importante debería ser fortalecer el protocolo para la protección del ozono, acordado hace veinte años. Al eliminar gradualmente los CFC, que también son poderosos gases de efecto invernadero, el Protocolo de Montreal ya ha hecho más para combatir el cambio climático que el Protocolo de Kyoto. Un estudio muy serio, publicado en marzo pasado por científicos del Organismo de Evaluación del Medio Ambiente de los Países Bajos, el Organismo para la Protección del Medio Ambiente y la Administración Nacional Atmosférica y Oceánica de Estados Unidos y DuPont, concluyó que la eliminación progresiva de los CFC y otras SAO evitará la generación en la atmósfera de una cantidad de dióxido de carbono equivalente a once gigatoneladas anuales para el año 2010. En cambio, el Protocolo de Kyoto sólo evitará la generación del equivalente a dos gigatoneladas adicionales con respecto al nivel de emisiones que habría existido si no se hubiera actuado para disminuir el crecimiento de los gases de efecto invernadero. Como muchos expertos, el profesor Molina quiere que el Protocolo de Montreal vaya más allá y acelere la eliminación gradual de los HCFC y los HFC, utilizados como sustancias de transición sustitutas y, de este modo, aumente su efectividad tanto en la lucha contra el cambio climático como en la protección de la capa de ozono. “La tendencia actual es tratar de acelerar la transición. Algunos de los HCFC son mucho mejores que otros, así que espero que, en su vigésimo Aniversario, el Protocolo se pueda poner a punto para adelantar la fecha límite de eliminación de algunos de ellos”. Y agrega: “Aunque el Protocolo de Montreal aún sigue siendo una historia de éxito, necesitamos vigilarlo de cerca y seguir trabajando en él, porque existe la posibilidad de que retrocedamos si los países no cumplen con él o se producen ilegalmente sustancias que agotan la capa de ozono. Es muy importante seguir presionando para asegurar el éxito continuo del Protocolo. Algunos han sugerido que el problema ya está resuelto, pero eso no es así”. No obstante, afirma, el Protocolo ha establecido precedentes importantes para el esfuerzo internacional en la lucha contra el cambio climático, al menos “para mostrar que puede lograrse”. Pero explica que no tenemos mucho tiempo, y que él ansía que no esperemos para tomar medidas más severas en relación con los gases de efecto invernadero, de manera de evitar otra sorpresa desagradable, como la del agujero sobre la Antártida. “El riesgo consiste en que podemos alcanzar el punto de inflexión en el cual los cambios ya no son lineales, como sucede con el agujero de ozono. Ya estamos observando efectos visibles del calentamiento de la tierra, situaciones desagradables, como los huracanes, las inundaciones y las sequías. Esto debería bastarnos como alerta: ya tenemos suficiente información sobre el cambio climático. Sería extremadamente riesgoso esperar hasta que suceda algo más dramático. Pero es claro que el riesgo de sufrir sorpresas mucho peores aumentará gravemente si la sociedad sigue sin tomar medidas claras durante otro decenio. “La percepción entre los expertos es que tenemos alrededor de un decenio para empezar algunos cambios serios en la manera en que hacemos las cosas y, dado el tiempo que requiere llevar a cabo las medidas, debemos empezar a planificar un verdadero acuerdo internacional sobre el clima, que debería imitar el Protocolo de Montreal”. NUESTRO PLANETA LA CELEBRACIÓN DE LOS VEINTE AÑOS DEL PROTOCOLO DE MONTREAL 17