“La crítica y la verdad: motores del progreso” En el artículo « Emociones y razones », Félix Ovejero plantea la problemática del nacionalismo catalán. Según él, es producto del excesivo poder de legitimación otorgado a los sentimientos, ligado a una falta de fundamentos racionales y apropiados al contexto político. No llega a comprender como sentimientos tales como “no nos sentimos queridos”, algo que no se puede discutir ni cuestionar, puede sentar las bases de un movimiento independentista iniciado por una minoría, que reclama a un gobierno “poner voluntad política”. Y es que dicho así, suena francamente fuera de lugar e incluso algo ridículo. Los sentimientos de identidad nacional, de sentir que uno pertenece a ese país, son importantes pero no lo suficiente para utilizarlos como argumento en el ámbito político. Gente, a través de todo el mundo, siente que su país no es el que les corresponde. No porque se sienten marginados por éste, sino porque no acaban acostumbrándose a las tradiciones, aunque hayan crecido rodeados por ellas, o porque su visión de la sociedad no acaba concordando con la del resto. Es un sentimiento importante que se puede colocar en la misma categoría que el de los catalanes que “no se sienten españoles, sino catalanes”. Pero no por eso esas personas inician un movimiento exigiendo que su país les otorgue todos sus deseos de cambio para sentirse más a gusto en él. Uno no elige el lugar en el que nace, la nacionalidad es un título que no hacemos nada para merecer, que nos puede gustar o no pero que no podemos cambiar a menos que uno emigre a otro país por su propia voluntad. El poder de legitimación otorgado hoy día a los sentimientos es francamente alarmante. Se puede observar en ámbitos políticos, sociales, culturales… Un ejemplo interesante es el de los países de confesionalidad islámica. En algunos de estos países, no existe un código legal propiamente dicho, sino que toda la nación se rige por la ley islámica, como por ejemplo Arabia Saudí. Muchas de sus “leyes”, como la prohibición a las mujeres de conducir, el cortar la mano a los ladrones, el hecho de que los crímenes de honor (que en su mayoría se ejecutan sin pruebas válidas y sólo con especulaciones) queden impunes, y muchas más situaciones son una violación flagrante de los derechos humanos. Sin embargo, excluyendo la condena silenciosa de estos actos, los medios de comunicación y otras naciones no hacen gran cosa. Muchos dirán que esto se debe al poder económico de los Estados involucrados, pero lo mismo no se puede decir de países como Somalia, que practican la mutilación genital femenina y reciben el mismo tratamiento por parte del resto del mundo. La verdadera razón es el poder de legitimación que tienen los sentimientos. Nadie dice nada por miedo a herir los sentimientos de esas poblaciones u ofenderlas. “Es su religión”, “es un rito ancestral de su país”, “debemos respetar las culturas de los demás” y más excusas del mismo género son las dadas por los occidentales cuando se comienza a cuestionar la validez de lo practicado en ocasiones en oriente próximo. Este relativismo puntual con un ligero tono de reprobación y condescendencia, no les hace ningún favor a los países en cuestión. Puestos a considerar los sentimientos como razón suficiente para actuar o no en una determinada situación, ¿alguien ha considerado los sentimientos de las mujeres rociadas con ácido o lapidadas al cometer adulterio? ¿Y los de los hijos que se quedan sin madre por ello? Los sentimientos, como los gustos, son algo personal que bajo ningún concepto deben ser confundidos con valores morales o razonamientos fundamentados. Por otro lado, si los sentimientos van acompañados de datos y razonamientos legítimos, servirán para amplificar el fenómeno y para hacer que sea mas accesible a las masas. Frecuentemente los espectadores no prestan demasiada atención a los sucesos que no les afectan directamente, pero al ver compatriotas manifestando, relatando sus historias personales, se sienten mas involucrados en esa causa, piensan “podría haber sido yo”. La indignación es el sentimiento que prevalece en tales situaciones: cuando los bancos pierden los ahorros de su clientela en inversiones realizadas sin consultarla, cuando el gobierno recorta los presupuestos de educación o sanidad, cuando un político corrupto queda impune, cuando sexagenarios son desahuciados de sus domicilios… Si un gobierno es culpable de un acto que afecta de manera semejante a una parte de la población, las protestas de ésta quedan más que justificadas y se encuentra en su derecho de exigir lo que necesite para recuperarse de dicho acto. Por ejemplo, si frente a una grave crisis económica el gobierno central rescata a todo el territorio menos una región, ignorando su necesidad de ayuda, o si se aprueban determinadas medidas en el parlamento que afectan negativamente a una parte de la población y no se haga nada para evitarlo. Si se margina una región o una parte de la población, esta tiene todo el derecho de pedir explicaciones, de protestar y pedir cambios. Eso sí, siempre que haya pruebas legítimas de ello. Pruebas, datos legítimos, son elementos que desafortunadamente hoy día no son necesarios para causar un tumulto. Basta con algunas exageraciones y mentiras que contengan algo de verdadero, dichas en televisión o en la radio, para que la gente comience a opinar sobre el tema y a posicionarse al respecto. No se molestarán en verificar los verdaderos datos ni en considerar las motivaciones de los que inician dichas polémicas. El poder de los medios de comunicación puede ser muchas veces algo negativo e incluso peligroso. ¿Y los que inician todo esto? En general, sus motivaciones son personales. En el ámbito político, podría ser el deseo de ganar las próximas elecciones, de obtener el apoyo local, de aparecer un máximo de veces en los distintos medios para que el público les preste atención y aumente su popularidad… Pero este uso inadecuado de los medios de comunicación de masas se puede encontrar en otras situaciones, como mujeres influyentes que dicen en entrevistas que no son feministas, ya que respetan a los hombres y no los odian. Están haciendo un uso incorrecto de la definición de feminismo y, además, están manchando el nombre de las muchas mujeres que lucharon para que tengan los derechos que tienen hoy, pero nadie se detiene a verificar que lo que dicen es correcto o no. Probablemente su popularidad acabe aumentando incluso, pues vivimos en un mundo en el cual la verdad ya no tiene la importancia que tuvo en el pasado, y que debería tener. No es correcto utilizar los sentimientos de una minoría como argumento, ya que, como bien dice Félix Ovejero, libran de responsabilidad, impiden la discusión e imponen el silencio. Luchar por los derechos de uno es algo noble y válido, pero estos deben ser legitimados y fundamentados con razones fuertes y apropiadas. Esto es lo opuesto de la debilidad e invalidez de los sentimientos, que lo único que hacen es intimidar al interlocutor y apelar a la compasión de la audiencia. En política, priman los valores éticos y morales, y sobre todo el interés general. Pues el objetivo de esta actividad es ofrecer estabilidad social a la población y facilitar la convivencia, representando a la mayoría, gracias al sistema democrático, y luchando por sus derechos, sus peticiones y, principalmente, su bienestar. El uso de argumentos ilegítimos, junto con informaciones manipuladas y datos incorrectos, en este ámbito es la definición propia de juego sucio. En nosotros reside el poder, e incluso el deber, de elegir a nuestros representantes. Se podría discutir si estamos cumpliendo nuestra parte del contrato, pues la cantidad de personas que se abstienen de votar sigue aumentando. Pero frente al desfile de mentiras, de corrupción, de promesas electorales incumplidas, al que hemos asistido durante los últimos años en contra de nuestra voluntad, es evidente que muchos dirigentes políticos no han cumplido con su deber. Para poder avanzar hacia la resolución de esta problemática, es necesario que ambos bandos, los representantes y los ciudadanos, cambien su modo de actuación. Pero para que el pueblo vuelva a hacer un uso pleno y correcto de sus derechos políticos, es necesario que los dirigentes ejerzan su función como es debido, lo que permitirá restablecer la confianza entre las dos facciones. Y por ello, el cambio debe empezar con ellos. Hagamos un uso socrático, y no sofístico, del significado del lenguaje. La verdad y la transparencia son esenciales, y deben estar presentes obligatoriamente antes de poder exigir que se ponga “voluntad política” en un asunto originado a partir de medios absolutamente apolíticos. Sahar Okab Instituto Español Juan Ramón Jiménez 2º Bach