¿EL PROGRESO CIENTÍFICO, MOTOR DE LA HUMANIDAD? Dijo alguien una vez que los científicos no eran más que niños pequeños que todavía no habían aprendido a aburrirse del mundo que les rodea. Las distintas religiones del mundo recogen siempre en sus relatos de la creación historias de gente que se enfrentó a los dioses por obtener el saber, como el titán Prometeo, que llevó el conocimiento de las artes técnicas y científicas (representadas por el fuego) a los humanos, siendo castigado por ello. Otro ejemplo muy conocido es la historia de Adán y Eva, quienes renunciaron al Jardín del Edén por comer el fruto del árbol de la sabiduría; cabe afirmar pues que la búsqueda del conocimiento ha sido desde los albores de la humanidad, sigue siendo y será una de las empresas más importantes y cruciales para el hombre. Desde el histórico momento en que un héroe desconocido supo apreciar el inmenso potencial del fuego, la historia del ser humano ha estado estrechamente ligada a sus dominios de las ciencias. Las primeras civilizaciones, los imperios antiguos… todos ellos basaron su prosperidad en sus avances científicos, ya fuera en el campo de la metalurgia (donde el conocimiento de la química y las aleaciones metálicas permitían la creación de bronces y aceros), en el campo de la construcción (los conocimientos primitivos de las leyes de la estática permitían la construcción de edificios) o en el de la navegación (gran beneficiado del principio de Arquímedes). La civilización griega fue la que más interés puso en la forma de alcanzar el conocimiento real y auténtico, sentando las bases del método deductivo para la ciencia que se usaría durante gran parte de la antigüedad clásica y de la Edad Media; sin embargo desde Arabia llegaron las ideas de Alhacén y Avicena, quienes sentaron las bases del método científico consolidado por Roger Bacon, Descartes, Galileo y otros muchos científicos que colaboraron a desarrollar el método inductivo. El cambio de paradigma se hizo evidente con el descubrimiento de América por Colón, que ponía en manifiesto que la razón por si sola no podía crear conocimientos nuevos sólidos y fiables, acabando con el Medievo y dando lugar al Renacimiento y más tarde a la Ilustración, época de esplendor cultural repleta de nombres propios como Kant o Newton. Este cambio en la forma de obtener el conocimiento tuvo su eco en la política, desencadenando una época de protestas contra los gobiernos basados en la tradición y no en firmes razonamientos. Semejante cambio en la mentalidad humana provocado por un avance científico no se repetiría hasta el siglo XX, donde los avances en el campo de la física de partículas dio lugar tanto a fuentes de energía baratas y eficientes como a terribles armas de destrucción masiva. Del mismo modo que mediante el fuego y la luz eléctrica la ciencia ha expandido los límites de la imaginación humana, la entrada en escena de la potencia nuclear ha hecho tomar conciencia al hombre de sus limitaciones, de su infinito potencial tanto para el progreso y el bien como para la destrucción y el mal. Esta epifanía vino con un gran precio, las vidas de millones de inocentes víctimas del mal uso de la ciencia; su sacrificio sirvió para afirmar una ética y unos niveles de concienciación social nunca vistos, garantizando una época de paz y prosperidad sin parangón en los países civilizados. La ciencia es la voluntad del hombre de aprender, de mejorar; representa lo más noble del ser humano, su inconformismo. Su uso nos ensalza por encima de los animales, pero con todo gran poder viene una gran responsabilidad. Desde nuestros inicios, la ciencia nos ha proporcionado poder, nos ha moldeado, nos ha hecho evolucionar; la vida sin ciencia es algo incomprensible para la mayoría. Esperemos pues, que sepamos orientar bien nuestros esfuerzos para mantenerla como lo que es, nuestro puente a las estrellas.