318 BOLETÍN DE LA REAL SOCIEDAD ESPAÑOLA Y a e! Estagirita había observado que "los minerales, pétreos o metálicos, no constituyen grado alguno del ser natural que no esté com-. prendido en los cuatro elementos o cuerpos simples". Esta idea de la naturaleza de los cuerpos mineralógicos fué evolucionando en la mente de Avicena hasta convertirse en el exacto reflejo de su íntima constitución que en sus escritos se advierte. Del concepto aristotélico de los cuerpos como "entidades compuestas" cuya esencia debe buscarse en la discrepancia entre la forma, determinante del ser específico, y la materia, sujeto determinado en grado tal que puede coexistir con formas distintas adquiridas por el cuerpo, pasa el sabio persa a la de pluralidad de formas simultáneas de la misma composición material. L a polimorfía y la isomorfia asoman claramente en sus frases lapidarias. Si comparamos esta interpretación con la de Descartes, considerando a los cuerpos como "concentraciones de la extensión", y la de Leibnitz como "sustancias dinámicas", observamos la proyección en el tiempo de las doctrinas peripatéticas que recogió y desarrolló la ciencia árabe con sin igual maestría. Porque ¿qué adelantos logran sobre éstos los más sutiles especuladores que plantean este problema, símbolo de la eterna y universal ansia del humano por conocer el enigma suprem ríe la existencia? U n o de ellos, Pomponacio, sirviéndose de su método formalista, llega a afirmar que las sustancias inmateriales no se distinguen entre sí más que por las propiedades de los cuerpos a que están unidas, propiedades que por otra parte, podríamos relacionar con la de las cualidades sensibles (color, calor, etc.), tan fustigadas por Demócrito. en su Dk-kosmos. al sostener que eran apreciación falaz de los sentidos. E n el tejer y destejer incesante que, acerca de este particular, ha sostenido el pensamiento en diez siglos, y en la firme posición en que se halla ante las más modernas teorías, podemos comprobar la magna obra de Avicena. Este poseía como ningún otro el talento selectivo que le permitió recoger las hipótesis aprovechables de la Antigüedad, despojándolas de absurdos errores. N o es extraño que así lo reconozca el maestro de los geólogos españoles contemporáneos, don Eduardo Hernández-Pacheco, cuando afirma que "espíritus libres de prejuicios discurrieron con acierto y siguieron la buena doctrina de los antiguos filósofo-naturalistas, como hizo Avicena en el siglo x " (3). A s í sucede cuando recoge la opinión de Aristóteles acerca de la génesis de las rocas, producidas en los albores de la Naturaleza " p o r el cua¡amiento en masa de una zona esférica compuesta de materias ligeras y de otras pertenecientes a zonas algo más superficiales". Atún en las materias más complicadas, que habían escapado hasta entonces al ojo sagaz del investigador, o torcidamente interpretadas, brilla Avicena como naturalista insigne. (3) Don Eduardo H e r n á n d e z - P a c h e c o : La Geología y la Paleontología a tra- vés de la Historia. Cnn. y Rescñ. cient. de la K. Soe, Esp. de H, Nat.. 1927. t, II, número 4