EL CRUCE DEL RUBICÓN Versión de James Baldwin En tiempos de los romanos el río Rubicón marcaba el límite entre Italia y la Galia. Por ley, los funcionarios romanos necesitaban la autorización del senado para ingresar en Italia con tropas. Al cruzar el Rubicón con sus legiones en el 49 antes de Cristo, Julio César tomaba la irreversible decisión de enfrentarse con Roma. Roma era la ciudad más poderosa del mundo. Los romanos habían conquistado todos los países del norte del Mar Mediterráneo y muchos del sur. También ocupaban las islas del mar y toda esa parte del Asia que hoy pertenece a Turquía. Julio César se había convertido en el héroe de Roma. Había conducido un gran ejército a la Galia, esa parte de Europa que hoy incluye Francia, Bélgica y Suiza, y la había convertido en provincia romana. Había cruzado el Rin y había sometido parte de Alemania. El ejército de César cruzó a Gran Bretaña, una comarca salvaje y remota para los romanos, y fundó colonias en la isla. Durante nueve años César y su ejército habían servido bien y lealmente a Roma, pero César tenía muchos enemigos en la capital, gente que temía sus ambiciones y envidiaba sus logros, gente que temblaba cada vez que llamaban héroe a César. Una de estas personas era Pompeyo, que era desde tiempo atrás el hombre más poderoso de Roma. Al igual que César, comandaba un gran ejército, pero sus tropas habían hecho muy poco para ganarse el aplauso del pueblo. Pompeyo comprendió que con el tiempo César sería su amo, a menos que él hiciera algo para impedirlo. Así que comenzó a trazar planes para destruirlo. En un año el servicio de César en la Galia terminaría. Se entendía que entonces regresaría a Roma y sería elegido cónsul de la poderosa república romana. Entonces sería el hombre más poderoso del mundo. Pompeyo y otros enemigos de César decidieron impedir que esto sucediera. Indujeron al senado romano a enviar a César la orden de abandonar su ejército y regresar a Roma de inmediato. "Si no obedeces esta orden -dijo el senado-, serás considerado enemigo de la república." César sabía lo que esto significaba. Si iba a Roma solo, sus enemigos levantarían falsas acusaciones contra él. Lo juzgarían por traición e impedirían que lo eligieran cónsul. Reunió a los soldados de su legión favorita y les contó el complot que se había tramado para arruinarlo. Los veteranos que lo habían seguido en tantas peripecias, y lo habían ayudado a obtener tantas victorias, declararon que jamás lo abandonarían. Lo acompañarían a Roma y se asegurarían de que él recibiera su justa recompensa. Lo harían sin paga, e incluso compartirían los gastos de la larga marcha. Las tropas partieron hacia Italia con sus estandartes al viento. Los soldados tenían más entusiasmo que el mismo César. Escalaron montañas, vadearon ríos, soportaron fatigas, enfrentaron toda suerte de peligros por su conductor. Al fin llegaron a un riachuelo llamado Rubicón. Era el límite de la provincia de Galia; en la otra margen se encontraba Italia. César se detuvo un instante en la orilla. Sabía que al cruzar el río declararía la guerra contra Pompeyo y el senado romano. Podría enredar a toda Roma en una cruenta lucha de imprevisibles consecuencias. -Podríamos retroceder -se dijo-. A nuestras espaldas se encuentra la seguridad. Pero una vez que crucemos el Rubicón para ingresar en Italia, la suerte estará echada. Debo elegir aquí. No vaciló demasiado. Dio la orden y cabalgó gallardamente por el riachuelo. -Hemos cruzado el Rubicón -exclamó al llegar a la otra orilla-. La suerte está echada. La noticia se transmitió por las carreteras y senderos que conducían a Roma. ¡César había cruzado el Rubicón! La -gente de todas las ciudades y aldeas daba la bienvenida al héroe cuando marchaba por la campiña. Cuanto más se acercaba a Roma, con más fervor la gente celebraba su llegada. Al fin César y su ejército llegaron a las puertas de la ciudad. No salieron tropas a cerrarles el paso, y no hubo resistencia cuando César entró en la ciudad. Pompeyo y sus aliados habían huido. Desde hace más de dos mil años, los hombres y mujeres que enfrentan decisiones piensan en César antes de cruzar su propio Rubicón.