En efecto, los grupos sociales que fundaron las primeras sociedades gastronómicas en San Sebastián se trasladaron de las sidrerías donde disfrutaban con sus merendolas y tertulias, sus juegos y canciones, a sus nuevos locales, arrendados o adquiridos, porque en ellos iban a ser los amos y administradores del invento, consiguiendo de esta manera, entre otras cosas, que los precios de las consumiciones fueran más baratos. Lo dicho: materialismo. E l segundo análisis marxis-ta se refiere al veto impuesto a la presencia femenina en esta clase de asociaciones y que no es un rasgo exclusivo de ellas, ya que también se prohibe la entrada a las mujeres en los clubes londinenses y en muchos otros establecidos en el País Vasco, y en todo el mundo, a su imagen y semejanza. Puede ser cierto que habiendo sido la vasca un sociedad matriarcal durante siglos, los creadores de estos txokos buscaran en ellos la forma de eludir el yugo de la ginecocracia dominante. Esta aparente misoginia hace que muchos crean que las sociedades populares son, además de machistas, una especie de guaridas de maridos enemigos del hogar y mutilzarras (solterones) enemigos del matrimonio. Nada de eso. Groucho Marx dijo una cosa genial, como todas las suyas: «Quiten a las esposas del matrimonio y no habrá ningún divorcio». Está claro. En las sociedades gastronómicas, como no hay esposas, GASTRONOMÍA no hay divorcios. Las separaciones se producen en casa, por problemas domésticos. El marido que sale del trabajo, si tiene la suerte de tenerlo, o del Inem, si emplea su tiempo en busca del empleo perdido, y vuelve al hogar, dulce hogar, estresado, como ahora se dice, acaba por armar un tiberio conyugal. Pero si se va a la sociedad, el buen hombre se relaja, puesto que lo que da a estas instituciones vascas su singular atractivo es que en su seno se sumerge uno en un antiséptico y caluroso ambiente de confraternidad y alegría que obra como un baño terapéutico para los males del espíritu. El hombre verdaderamente sabio, dijo Juvenal, pide al cielo la salud del cuerpo con la del alma. Bueno, lo dijo en verso y en latín, mens sana in corpore sano, que queda como más culto y clero. Demostrado lo buena que es para la mollera la atmós- «Puede ser cierto que habiendo sido la vasca una sociedad matriarcal durante siglos, los creadores de estos txokos buscaran en ellos la forma de eludir el yugo de la ginecocracia dominante.» fera espiritual que se respira en las sociedades populares, recurriré (metido en honduras de sabihondo) nada menos que a Cervantes para probar que también el cuerpo se tonifica en estos joviales sanatorios. «La salud de todo el cuerpo se fragua en la oficina del estómago», sentenció don Miguel por boca de don Quijote, y ¡qué mejores recetas culinarias que las de los cocineros de las sociedades gastronómicas para librarse de las recetas médicas! En el libro Recetas de 200 cocineros de sociedades vascas, de José Castillo, figuran 308 fórmulas y 124 sociedades que conservan y transmiten, igual que otras muchas, el fuego sagrado de la sabiduría coquinaria de nuestras amonas (abuelas) y etxekoan-dres (amas de casa). Curiosamente, hoy son los hombres los que han recogido la antorcha del arte de la cocina, aunque conviene recordar que ya desde épocas remotas, los cocineros de los barcos de pesca vascos elaboraron gustosos y nutritivos «guisotes maríneles». Así los llamó Imanol Beleak (Manuel Cuervas-Mons) en el apéndice «Cómo guisan nuestros marineros el pescado» de su obra El libro del pescado (1933), joya de la bibliografía culinaria vasca. Me detengo en estos detalles porque no sólo la mayor parte de los guisos que se comen en las sociedades populares son de pescados y mariscos. Es que además, hay txokos fundados por arrantzales, y otros en los que éstos constituyen la mayoría social o la minoría mayoritaria. En este sentido, la implantación de las sociedades gastronómicas en algunos puertos pesqueros es muy notable. Bermeo, con 18.000 habitantes, tiene 36 sociedades, y Lekeitio (7.500 vecinos), 24. ntes de poner de moda sus playas, San Sebastián fue un puerto pesquero y comercial de cierta importancia, cuyos hombres de mar tenían que caer por fuerza en las redes del asociacionismo popular koxkero. Lo chocante es que fue una sociedad de cazadores, Olla gorra (Becada), constituida en 1908 a la vera del Paseo del Muelle, la que muy pronto pasó a ser el acogedor lugar de encuentro de los pescadores de su entorno. Pero la fama de ser la primera de las auténticas y populares sociedades gastronómicas de San Sebastián, que es tanto como decir de Euskal Herria y del mundo entero, le corresponde a Kañoietan, apodada Cañones. Nacida con el siglo XX, su nombre evoca para unos el cuartel de artillería que ocupó el convento de San Telmo, ahora museo, y para otros la fuente, o el caño, donde algunos sitúan el alumbramiento (sería con candil) de la sonadísima Tamborra-da de las fiestas patronales de la ciudad. Junto a la fuente y al convento, del caño al coro (me refiero al coro del antiguo templo conventual, no al de la sociedad, que lo tiene cuando es menester), el edificio que cede una parte de su parte baja a Kañoietan desde su fundación, fue una vetusta casona de los condes de Peñaflorida, restaura- A «La implantación de las sociedades gastronómicas en algunos puertos pesqueros es muy notable. Bermeo, con 18.000 habitantes, tiene 36 sociedades, y Lekeitio (7.500 vecinos), 24.» da y acondicionada como sede y biblioteca pública del Instituto Dr. Camino de Historia Donostiarra. ¿Por qué la sociedad popular, tan sui géneris que se diferencia lo mismo de las sociedades recreativas al uso que de los clubes y cofradías de signo gastronómico, surgió espontáneamente en Donostia, donde representa un encanto más del hechizo de la Bella Baso? S an Sebastián ha sido siempre una ciudad liberal, abierta y cosmopolita. De tal palo tal astilla, así son también las sociedades populares donostiarras con solera. Demo cráticas en su composición y fun cionamiento, sus puertas están abiertas urbi et orbe, a la ciudad y al universo, esperando incluso a los extraterrestres que quieran degustar un buen guiso de nuestra tierra vasca. En San Sebastián anda a sus anchas el ánima y el ánimo de D'Artagnan. Sabido es que el celebérrimo mosquetero de Dumas era gascón y que los gas cones se instalaron en esta capital hacia el siglo XII, ejerciendo una firme y perdurable influencia en la idiosincrasia y en los usos y cos tumbres de los donostiarras. Los dartañanes, esto es, los gascones, Danok-Lagunak, de Vitoria, una de las sociedades gastronómicas más pequeñas del mundo. Tiene catorce socios.