SER O NO SER MUJER… Eli Bartra* Una vez, hace algún tiempo ya, fui a la universidad y estudié. Toda una constelación de hombres sabios desfiló ante mis ojos… estudiaba filosofía. No me daba cuenta de que todo era en masculino, me parecía perfectamente natural. Para mí, en aquel entonces, no era un mundo masculino a pesar de que casi todos mis profesores eran hombres… para mí ese era un mundo neutro, asexuado. De la misma manera yo no vivía como mujer, aunque tampoco como hombre; lo más probable es que sintiera que el pensamiento, como la literatura, como el arte y, por supuesto, la ciencia no tenían sexo, mucho menos género. Poquísimas maestras tuve, de las cuales una, por ejemplo, se encargó de enseñarme la historia del arte como ese magnífico museo de hombres “geniales” que todos y todas conocemos. No hizo ninguna diferencia en el hecho de ser mujer. Por un camino distinto, que no fue la universidad, me encontré con el feminismo. Durante años se mantuvieron mis dos actividades totalmente divorciadas: el feminismo por un lado, y la academia (ya no como estudiante sino como profesora) por otro. Pero un buen día decidí juntar esos dos mundos. No sólo eso, decidí juntar, en concreto, mis dos interese fundamentales: el estudio del arte y el feminismo. Debo decir que al principio viví esta decisión como un auténtico reto, me parecía que quería juntar mis interese a fuerza, como con calzador. Después vi que no era yo, ni la primera ni la única en hacer eso. Ha sido un proceso relativamente lento éste de asumirse como mujer, pensar como mujer, escribir como mujer y ver el mundo también femenino. Quiero decir, las mujeres siempre somos mujeres, no podríamos ser otra cosa, la diferencia radica en la conciencia de serlo y de la subalternidad que implica; y tan lento es el proceso que si bien no somos hombres sino mujeres, muchas veces pensamos como hombres y escribimos como hombres, por mimetismo tal vez. Es verdad que no se nace mujer sino que nos hacemos mujeres, en el sentido que le daba Simona de Beauvoir, es decir, nos volvemos por medio de la educación sexista lo que todas entendemos por “femeninas” pero también nos podemos volver “femeninas”, por medio de la educación feminista, nos volvemos personas conscientes de nuestro sexo y de nuestro género, nos hacemos mujeres. No pienso que haya que tirar a la basura el concepto “femenino”, podemos reivindicarlo cargándolo de otro sentido. Lo femenino, que es simplemente lo relativo a las mujeres, ha sido tan desvalorizado como nuestra propia existencia. Quizá sea aún hoy negativo para nosotras porque se refiere a una identidad que, a menudo, no queremos. El hecho de ser mujer me ha llevado a intentar conocer a mi género; me gusta explorar aquello que han denominado “el alma femenina” y que ahora preferimos llamar identidad femenina. Hace muchas décadas, en México, filósofos u no filósofos se mostraron preocupados y se sentaron a pensar sobre el problema de la identidad del mexicano. Y corrió y sigue corriendo mucha tinta para tratar de entender al ser mexicano… Ahora, se ha presentado un nuevo * Doctora en Filosofía. Actualmente es investigadora en la UAM Xochimilco. interrogante: la identidad de la mujer mexicana. Las mujeres, pienso, sufrimos un problema de identidad. Los mexicanos, al parecer, también. Lo curioso del asunto es que además la identidad femenina y la identidad mexicana presentan un montón de semejanzas impresionantes; han experimentado a lo largo de la historia un proceso muy similar: la colonización. Las mujeres fuimos quizá en un pasado remoto más libres y se nos sugirió amablemente que nuestro lugar era el hogar y nuestro destino la maternidad. Los pobladores del México prehispánico no vivían en el paraíso terrenal ni mucho menos, eran sociedades clasistas y patriarcales, pero a raíz de la conquista y la colonización todos los pueblos indígenas sufrieron la misma suerte: fueron dominados y su mundo cambió drásticamente. Su identidad se transformó por tanto, de la misma manera que se ha ido transformando la identidad femenina “colonizada”. El proceso de búsqueda de la auténtica identidad nacional en el mexicano, y el proceso de búsqueda de la auténtica identidad femenina, se dan de la misma manera. ¿Qué somos? ¿Que queremos ser? ¿Qué es lo que no queremos ser? Buscamos la autenticidad ¿Dónde está? ¿Somos indios, europeos, las dos cosas?... ¿Somos mujeres, queremos ser como los hombres, somos femeninas, que es eso? La autenticidad mexicana se busca a menudo en el pasado prehispánico y así se pretende resolver el problema de la colonización y, por tanto del sincretismo cultural y el mestizaje. Las mujeres rechazamos también nuestra realidad de “colonizadas” y se inicia, entonces, la “guerra de independencia”. Y nos debe crear problemas de identidad la mezcla de la feminidad impuesta y la feminidad “autentica”, que no sabemos muy bien lo que es… Al mismo tiempo, al tratar de descifrar la identidad femenina siento que me estoy encuerando; me estoy mirando a mí misma y esto es, en cierta manera, una práctica ala que no estamos acostumbradas, no nos la enseñaron cuando estudiamos; nos enseñaron siempre a tener objetos “separados” del sujeto que conoce, de lo contrario, ya se sabe que la famosa objetividad científica peligra seriamente. Intento, pues, asomarme a la cuestión de la identidad femenina por un lado, de la identidad nacional, por otro, y ambas dentro del campo del arte; o sea, lo que hago es tratar y en particular en el arte popular; con lo cual no hago más que trabajar con puras cuestiones de segunda: la mujer, sujeto (si bien nos va) de segunda; México, un país de segunda (también si bien nos va porque si no pasamos a ser de tercera, por aquello del “tercer mundo”); y el arte popular, ¡un arte de segunda! Estoy convencida de que el hecho de ser mujer es el que nos lleva a escudriñar de esa manera la vida y la historia, a estar alertas ante la división por géneros. Creo que ahora, cuando escribo, el hecho de ser mujer está presente. Me enseñaron a escribir de una manera, me refiero a la manera académica, y cuando la siento artificial y postiza y trato de sacudírmela, viene la censura: la forma que yo quiero usar no es la adecuada. Nos rigen las reglas masculinas sobre las diversas formas de escribir… Siento que aprendí a pensar y a escribir con los hombres, como los hombres y ahora ya no quiero que sea así, pero la “nueva” manera de expresarnos no está dad de antemano y se trata de irla buscando. Ahí me encuentro. Sin duda es también el hecho de ser mujer el que me mueve a conocer el arte femenino y lo femenino en el arte. Inagotable polémica ésta sobre el arte femenino. No nos hemos puesto siquiera de acuerdo sobre si existe o no existe un arte femenino. Si lo decimos de otra manera: arte de mujeres, es posible que se acepte más fácilmente, parece más claro. Se trata nuevamente del término femenino y también se trata de viejos fantasmas nada inocentes que han dominado la concepción del arte: aquella creación de unos cuantos elegidos de los dioses, con magnífica inspiración otorgada por las musas y, sobre todo, sin sexo. Eso de hablar de sexo, sería prosaico, vulgar… Pero sabemos que el arte ha sido siempre un coto masculino en el cual han entrado mujeres pero con cuentagotas, a hurtadillas y por la puerta de atrás. El llamado gran arte has ido aplastantemente masculino, por eso “gran” no puede ir asociado a femenino; hablar de literatura femenina es todavía sinónimo de una subliteratura rosa. Y, sin embargo, la literatura que escriben las mujeres, la pintura que producen las mujeres es, simplemente, arte femenino. Lo que hacemos las mujeres es femenino aunque se parezca o sea igual a lo que hacen los hombres, y viceversa. Hay arte de mujeres como hay arte de hombres aunque se siga pretendiendo que sólo hay un arte a secas. Por supuesto, cuando se habla a cierto nivel de abstracción se utiliza el concepto arte, en general. No creo que nadie pretenda que todas las flores son iguales pero a veces hablamos de la flor como una abstracción; sin embargo, a menudo es necesario distinguir, diferenciar las rosas de los claveles y las dalias de las violetas, para entendernos mejor. Es útil hacer abstracciones pero también es útil saber separar, analizar, para conocer mejor. Con el arte popular sucede lo mismo que con el “gran” arte, pero al revés. Las mujeres, al parecer, lo inventamos, lo hemos producido por milenios y ha sido un coto femenino. Sin embargo, existe una división genérica en el interior de todo el proceso del arte popular, pero se imagina, se ve y se piensa como sexuado, neutro. Es importante tanto para conocer la condición de la mujer (y su identidad) como para entender mejor el proceso del arte popular hacer la diferenciación genérica. Bueno, éste es el tipo de pensamiento que se está generando a partir de la relación entre el feminismo y la academia.