BIBLIOTECA V CONCURSO LITERARIO CUENTOS Y POEMAS Este es un libro recopilatorio de cuentos, poemas y relatos escritos por alumnos, funcionarios y profesores de la universidad, quienes a través de sus historias, nos invitan a descubrir lugares, personajes y versos llenos de vida y en donde los límites, sólo están dados por lo inagotable de la imaginación. 1 2 Cuentos y Poemas V Concurso Literario Sistema de Bibliotecas 2015 3 @ 2015 Sistema de Bibliotecas Universidad Adolfo Ibáñez @ 2015 Corregido por Susana Farías y Carlos Escárate Díaz Diseño de cubierta y diagramación: Carlos Escárate Díaz Diciembre 2015 Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con la autorización de los titulares de propiedad intelectual. 4 Prólogo Escribir y leer son, quizás, dos de los actos más solitarios que pueden haber. El que escribe, escribe solo; el que lee, lee solo. Y sin embargo, los puentes se tienden, las soledades se comparten. Para Simone de Beauvoir, novelista y filósofa francesa, la escritura es generadora de comunicación, una comunicación humana que va más allá del mero intercambio de información: “Si es auténtica literatura, es una manera de superar la separación, afirmándola; la afirma porque cuando leo un libro, un libro que tiene importancia para mí, alguien me habla; el autor forma parte de su libro; la literatura comienza en ese momento, en el momento en que escucho una voz singular” (¿Para qué sirve la literatura?: 72). Entre escritura y lectura, media un paso muchas veces complejo y no exento de peligros: la publicación. Lo que tienes entre las manos, pálido lector, es ese momento en que la soledad de la escritura se tiende hacia ti en busca de un oído y de un posible encuentro. Dependerá de ti, dependerá del texto. Tenemos entre las manos un conjunto de cuentos y de poemas, y me parece justo entonces hablar de cuentos y poemas. Para que se produzca ese encuentro, un gran cuentista argentino, Julio Cortázar, señalaba que todo buen cuento debe nacer de una especie de exorcismo: “Un cuentista eficaz puede escribir relatos literariamente válidos, pero si alguna vez ha pasado por la experiencia de liberarse de un cuento como quien se quita de encima una alimaña, sabrá de la diferencia que hay entre posesión y cocina literaria” (Último Round: 67). Y a su vez, desde el lado del lector, Cortázar afirma: “un buen lector de cuentos distinguirá infaliblemente entre lo que viene de un territorio indefinible y ominoso, y el producto de un mero métier” (67). La publicación de los cuentos que ahora nos compete, tiene un poco de ambos elementos señalados por Cortázar. Algunos aún están en esa etapa de búsqueda y 5 se utilizan ciertas fórmulas literariamente seguras, pero falta ese elemento obsesivo. Hay otros que ya, decididamente, escriben desde ese exorcismo y generan una tensión interna muy fuerte que hace que no nos podamos despegar del cuento hasta que lo terminemos. Es el caso, por ejemplo, de “Ni uno menos”, en donde presentimos el inminente peligro que corre el protagonista, sabemos lo que va a pasar y aunque nos llamen a gritos a almorzar no interrumpimos la lectura: “La música cambia, “Tropical the island breeze, all of nature wild and free…” es lo que se oye de fondo; le encanta la Madonna, y como si no estuviese pensando, comienza a bailar por la avenida, fantasea en que está en un videoclip, las coloridas luces le iluminan al centro de la pista, su cuerpo se mueve al ritmo de la canción y por un momento es la estrella del lugar, todos le observan. Cuando la música finaliza los aplausos estallan estrepitosamente”. Lo misma tensión ascendente pasa con “El Periculino”, en donde las primeras líneas, excelentemente escritas, nos atrapan de lleno: “A mediados de la década del cuarenta llega a un sector minero llamado “Las Arenillas” un perro llamado Periculino, de contextura grande, color café, bastante mal encarado, feo, que infundía respeto y miedo al verlo.” Hemos hablado de cuentos, veamos ahora los rasgos de un buen poema, siguiendo también aquí a Julio Cortázar: “la tensión, el ritmo, la pulsación interna, lo imprevisto dentro de parámetros pre-vistos” (Último Round: 78). Es lo que ocurre, por ejemplo, en “Lapso Nervioso”, poema que se explaya largamente sobre Paris, para finalmente sorprendernos con los versos “No estoy en Paris/ No conozco Paris”. En fin, el guante está echado, los cuentos y poemas han sido publicados, la botella ya flota en el mar. Para los escritores y los lectores: ¡Buena Suerte! Mary Mac-Millan Departamento de Literatura Facultad de Artes Liberales 6 Capítulos Capítulo I Cuentos y poemas premiados .................................................... 17 Capítulo II Poemas seleccionados ................................................................. 39 Capítulo III Cuentos seleccionados ............................................................... 45 7 Capítulo I Cuentos y poemas premiados POESÍA Escudero Castelleto, Fabián Lapso Nervioso ............................................................................ 17 Maire Palma, Gonzalo Al de ayer ..................................................................................... 19 Ortega Granella, Macarena Trastornum .................................................................................. 20 Soto Ormeño, Octavio La muerte se colgó en sus ojos .................................................... 21 CUENTOS Ortiz Muñoz, Marcelo Declaración de un inocente ........................................................ 22 Palma Aguilar, Estefanía Ni uno menos .............................................................................. 26 Pizarro Wilson, Daniella El periculino ................................................................................ 31 Tagle, Claudio La maldición de ser una vaca .................................................... 36 8 Capítulo II Poemas seleccionados Casas Ossa, Francisco Pena Nocturna ............................................................................ 39 Fleischmann Chadwick, Tomás Algo (a)traes ............................................................................... 41 Kirshbom Masri, Uri Muerte en el mar ........................................................................ 42 Medina Villar, Alejandro Una paloma ................................................................................. 43 Vera Vargas, Ignacio La voz y el bosque ...................................................................... 44 Capítulo III Cuentos seleccionados Arrigorriaga Suazo, Camilo El niño por medio de la maquina ............................................ 45 Bravo Gómez, Natalia Los gatos ................................................................................... 49 Buchholtz Fontova, Alejandra Otra vez .................................................................................... 52 9 Cáceres Sánchez, Javier No me acuerdo ........................................................................ 56 Chong Mena, Domingo Las mañanas de Marta ............................................................ 58 Cid Lagos, Pablo Diego el poderoso ................................................................... 59 Contreras Urbina, Jorge Esterotipsoide .......................................................................... 60 Cuevas Peña, Constanza El destino de las hortensias .................................................... 62 Díaz Arias, Rodrigo Maldita resaca .......................................................................... 69 Díaz Faúndez, Paula Morfeo muere .......................................................................... 71 Donoso Méndez, Valeria Carmesí .................................................................................... 74 Emparán Fernández, Antonieta Nura en Kellollampu ............................................................... 81 Escudero Castelleto, Fabián Sin título ................................................................................... 87 Fernández Santacruz, Constanza Almas necias, corazones sordos ............................................ 87 Flano Gutiérrez, Catalina Escisión ..................................................................................... 90 10 Gajardo Romo, Esteban El perro perdido ...................................................................... 94 Grández Gil, Gerardo Sin título ................................................................................... 99 Grisolia, Filippo El padre pródigo .................................................................... 103 Gutiérrez de la Fuente, José Treinta y nueve minutos ....................................................... 108 Guzmán Vega, Horacio El encierro .............................................................................. 115 Herrera Palacio, Cristian Todos somos iguales ............................................................. 121 Hirschkowitz Le Blanc, Jean Paul El flaco. Relatos del puerto .................................................. 125 Kirshbom Masri, Uri Una mala pesadilla ................................................................ 128 Kruger Nario, Mº Antonia El hombre triste ..................................................................... 131 Lai Sun , Feng El poder de una sonrisa ........................................................ 133 Letelier Bravo, Mº Fernanda Un día inusual ....................................................................... 136 Madariaga Suárez, Mónica Mariana .................................................................................. 141 11 WMedina Villar, Alejandro La mosca ................................................................................. 147 Moreno Álvarez, Camila Viciosos .................................................................................. 150 Mujica De Goyeneche, Pilar Conflicto en la autopista ...................................................... 153 Ortiz Carvajal, Diego La desventura de Dante ........................................................ 157 Reyes Ahumada, Valentina Un café en Bellavista ............................................................. 163 Reyes Correa, Camila Nana ........................................................................................ 167 Roca Leiva, Macarena Alimento ................................................................................ 171 Rodriguez Correa, Tomás Aquél hombre ........................................................................ 172 Ruiz Santelices, Mº Jesús El Mapocho y yo ................................................................... 175 Seguel Cabezas, Carol De a tres .................................................................................. 179 Serrano del Pozo, Gonzalo Sueño de mil hojas ................................................................ 184 Soto-Lafoy Meza, Vicente Ignistir .................................................................................... 188 12 Vergara Cardenas, Renne Hasta que la muerte nos separe .......................................... 192 Widow Pecchenino, Mº Bernardita Los días que nunca llegarán ................................................. 198 Zaninetti Higueras, Pía Un conocido joven pastor ................................................... 200 13 Gonzalo Serrano “El rincón madrileño” { Ganadores } 14 SANTIAGO 1° Lugar Cuentos Claudio Tagle / “La maldición de ser una vaca” Mención Honrosa Cuentos Marcelo Ortiz Muñoz / “Declaración de un inocente” 1° Lugar Poesía Gonzalo Maire Palma / “Al de ayer” Mención Honrosa Poesía Macarena Ortega Granella / “Trastornum” VIÑA DEL MAR 1° Lugar Cuentos Estefanía Palma Aguilar / “Ni uno menos” Mención Honrosa Cuentos Daniella Pizarro Wilson / “El periculino” 1° Lugar Poesía Fabián Escudero Castelleto / “Lapso nervioso” Mención Honrosa Poesía Octavio Soto Ormeño / “La muerte se colgó en sus ojos” 15 16 Capítulo I Cuentos y poemas premiados Lapso Nervioso Escudero Castelleto, Fabián A veces creo estar en París. Camino a través de su fétido y romántico aire viciado de corazones rotos y espasmos eróticos Prendido de mis pasos recios, Ambiguos y vacilantes Y necesito esto. La basura. No, este no es mi manifiesto. Y tampoco estoy hablando de París. No soy Rimbaud, ni este mi infierno. Sólo estoy divagando otra vez, Divagando en un poema de mal agüero. Dicen que es pecado: Divagar, dudar, ignorar, pecar. Y yo me he vuelto adicto a estos pecados. A los paseos repentinos, Improvisados. Sonámbulo por las calles de París, Ebrio de ti. “You get me so high.” « Je suis enivré par toi. » A las palabras desquiciadas. Los poemas de París en llamas, Y las plazas, 17 Los paseos nocturnos entre las luces titilantes, Hambriento y vagabundo, Entre olas que vacilan su misión kamikaze contra la costa de una ciudad sin mar Mientras dura esta noche recién nacida, Mientras bebo el café de la compasión, Y crece el sueño Y carezco de sueños. Este pobre y desvalido errante errado, Que cae en el mal augurio de la duda que condena a sus antepasados Experto en el arte de divagar, De ignorar, De morir. Embriagado “Drunk.” « Ivre. » Quisiera un corazón parisino Y otra noche en las nubes En las sábanas de los muertos que ha dejado la primavera Hasta darme cuenta que caigo sobre el vacío de las calles Y sobrevivo al dolor apaciguado por el frío. Y divago otra vez sin saber cómo acabar el poema. No estoy en París. No conozco París. 18 Al de ayer Maire Palma, Gonzalo A ratos quietos, veo ángeles muertos que se trenzan en las ventanas, y murmullan mi nombre con sus ojos, como una repetición empotrada de risa, de una sola forma de cruces u obrero o raíz, al golpe sin fin de un pecado estéril, a la necesidad de una leche oscura, y afectos conjurados sobre el polvo, o de protocolos con fatiga y muchos trajes: me recuerdan, desde lejos, que me han parido, hacia nunca, tan sordo, a mí, acompañado de uñas entreabiertas, durmiendo, por ahora, donde se cagan las mariposas. Porque de una primavera rabiosa, de un puñal a borbotones, mi voz era una garganta arrastrando cuchillos, un otoño con quince años, una palabra que engulle sin remordimientos, la noche y sus pájaros, y ya no. Yo soy el que amó los retratos ortopédicos, la paternidad desestimada del norte, el vuelo de luto a través de remotos países: de rodillas sueño con golondrinas que abren puertas y surcos, y escribo a lo alto de las horas tristes, su picoteo de soplo en tu boca, el olor del alma húmeda, recogida y acumulada, como un raudal de hojas duras, y un sentimiento de ladridos con abandono, con un número fijo hasta ayer. 19 Trastornum Ortega Granella, Macarena Tengo.... Transtornum del Espectrum Bipolarum Est. Así no más. Y esta huevaduuuum… es hasta jocosum de lo intensum que est. Sin embargum, ahí voy por los palum, siempre arriba de la olum, surfiardum, est. 20 La muerte se colgó en sus ojos Soto Ormeño, Octavio La muerte se colgó en sus ojos y por las noches, en el negro infinito, lo dejó flotando. Desarmado en el recuerdo punzante llegó el parto de su primer dolor. Es que ni el más divino favor ni un caluroso suspiro de flores lo despojaron a él de esta lágrima eterna y desesperada que, al abrazo de la almohada, caía de filosas emociones. Despertó de su quebranto el sol lo vuelve a besar, y su herida tan inexistente como su llanto en la oscuridad. Pero la infame muerte cercana aparece bajo las estrellas aparece colgada en sus ojos disfrazada de realidad. 21 Declaración de un inocente Ortiz Muñoz, Marcelo No recuerdo bien como terminó la tragedia. Escuché a los médicos decirle a los policías que es habitual perder la memoria luego de accidentes o traumas. Tampoco sé como llegué al hospital, pero si recuerdo qué hacíamos antes de perder la conciencia. Esperaré en mi camilla hasta que vengan los policías a preguntar mi versión… no siento fuerzas para moverme. Mi primer recuerdo, es ir con la Juani y su mamá Verónica a la casa de su tío abuelo Manuel, un hombre canoso, piel morena y curtida por el trabajo de mala muerte en el persa. Era un viejo, al menos de apariencia, muy alegre, con pocos dientes, pero de muchos abrazos. A pesar de las canas, no se ve muy mayor a la tía Vero. Por fin en este hospital logro ver bien a la tía Vero y a Manolo, la enfermera movió la cortina que rodea mi camilla, y los reconocí por la voz, sentados al fondo de la sala, uno junto al otro. Quizás es porque comparten la cara de pena, de desconsuelo, pero al verlos juntos pienso que parecen más hermanos que tío y sobrina. Ahora recuerdo que el camino hacia la casa de Manuel fue bastante tedioso: si bien eran sólo 5 cuadras desde la casa de Juani, ella a penas cruzó su portón empezó con los berrinches y pataletas de quinceañera rebelde: “mamá ya no quiero ir más”, “La Sussan me dijo que fuera a su casa”, “mamá! me carga quedarme con el tío Manolo”. Pero la tía Vero, no tenía mucha paciencia, sabía que reclamaba por todo pero igual terminaría haciendo, lo que la mamá le dice. A punta de empujones la llevaba cada 5 pasos. A veces los empujones me llegaban hasta a mi, que trataba de pasar desapercibido en todo ese espectáculo callejero. Sé que no habían más alternativas para la tía Vero, ya eran las 4 de la tarde y debía ir a trabajar en el Peaje de Melipilla. Varias veces le escuché decir a Juani que ese trabajo a medio tiempo 22 era lo mejor que le pudo pasar a su mamá, pues aunque el pago no fuera bueno, era estable, y dado su eterno sufrimiento de cadera, no aguantaba trabajar donde tuviera que caminar o moverse mucho. Cuando entramos en la casa del tío Manolo, sentí la humedad y el poco cuidado. La casa era vieja, chillaba el piso con cada paso. Manolo nos recibió con elocuente alegría y muchos abrazos. Nos invita a sentar, pero la tía Vero se excusa, señalando que ya va atrasada al Peaje, y con los bastones poco puede hacer por apurarse, así que nos deja allí encargados, y se marcha. Juani estaba insoportable: el tío le hablaba mientras tostaba el pan de la once, y ella apenas respondía, con tono de enojo y desinterés. Entiendo que una niña de 15 años tenga pocos temas interesantes para conversar con un tío de 60 años, pero yo estaba muy incómodo, me conmovía la ternura de la voz con la que le preguntaba por sus notas del colegio, lo paternal de su preocupación por cómo lo hace para venirse del colegio ahora que oscurece más temprano. Cuando pasamos a la mesa, Juani comía y comía sin parar, no se si por hambre o por impedir más diálogos tensos. Supongo que Manolo ya la conocía desde hace tiempo, porque no parecía molesto, y seguía entablando nuevas conversaciones como quién no entiende la incomodad del otro, o como quién si la entiende, pero sabe que domina la situación. Le preguntó por la salud de su mamá, por si han sabido algo de su papá, y también le preguntó si aun le quedan los 10 mil pesos que le regaló la última vez que vino. Juani respondía lo mínimo: “Mal, no aguanta el dolor”, “no, sigue sin depositar”, “ya las gasté”. En cambio Manolo no escatimaba en saliva y se explayaba largamente en monólogos sobre la penosa situación de su sobrina Vero, pobre, sin marido y enferma. Indicaba con modestia que el estaba feliz de ayudar económicamente en todo a su mamá, que era su obligación, porque sin él, estaría en la calle mendigando en una silla de rueda para pagarle el colegio y sus remedios. Yo sentía que Juani estallaría, se estaba 23 acelerando, había dejado de comer las tostadas, y ni siquiera continuaba oyendo lo que decía Manolo, sólo apretaba los puños fuerte contra la mesa, y aguantaba esa lágrima de niña con todo el orgullo que podía. Manuel continuaba resaltando que sigue trabajando por ellas, porque sino ¿quien les ayudaría?, no permitiría ver a su sobrina y su sobrina nieta en la calle, que el amor era más grande que su cansancio y sus ganas de jubilar. Juani no aguantó más la lágrima y lo interrumpió bruscamente: “mi mamá acepta tu ayuda porque no sabe la basura que eres, viejo degenerado!” Le di una patadita a Juani bajo la mesa, y noté que ella lo sintió, se quedó inmóvil, no se si porque no se esperaba mi patada, o porque notó la potencia de sus palabras. Manuel con fingida cara de ofendido, se para de la mesa y se lanza sobre nosotros. Yo sólo atiné a protegerme el rostro con las manos y el vientre con mis piernas. No se que hacía Juani, porque me protegí la cara mientras todo se movía a mi alrededor. En ese huracán de movimientos ciegos, siento súbitamente una contracción de mi entorno, como si ahora en la camilla del hospital alguien se abalanzara de un salto sobre mi. Quizás dejé de respirar por el susto, no se, pero sentía que me faltaba oxigeno. Luego los gritos ya no parecían las de una pelea, sino los quejidos de una niña con susto y un dolor desgarrador. Manolo seguía golpeando a Juani, cuando vino otra contracción más fuerte que la anterior. Ahora me ahogaban en el cuello, creo que la Juani lo sabía, porque sentí que sus manos se tensaron por los mismos segundos que duró mi ahogo. Volví a respirar, y note que dejamos de movernos, supongo que los gritos de Juani alarmaron a Manuel, pues lo escucho correr buscando algo. Aproveché de relajarme, estiro las piernas y con mis manos inspecciono mi cara, pero al bajar los brazos siento algo enredado en mi cuello. Con eso me ahogaban supongo. Intento moverme para sacarlo, no funciona, Juani no me ayuda y siento que sigue llorando. Continúo intentando desatarme con creciente desesperación porque siento que cada segundo 24 que pasa, más oxigeno me falta, lucho, me muevo, y en algún momento, todo se apaga. Desperté en esta pequeña camilla de vidrio, acá en el Hospital, por el susurro de las matronas que decían que por poco nazco con secuelas por el ahogo. Espero que me interroguen, pues se bien que Manuel nos violentó, aunque ahora le diga a la policía que no entiende lo que pasa, que perdió la memoria por el trauma. Me preocupa que si no escuchan mi versión, piensen que también soy culpable, pero más me preocupa no escuchar a la Juani. No se donde está, quizás es la joven de la camilla grande del lado que duerme con un tubo en la boca. Sino habla difícil que la reconozca, porque nunca le he visto la cara. 25 Ni uno menos Palma Aguilar, Estefanía Es una noche como cualquier otra, apoya como de costumbre su rostro en la palma de su delicada mano y observa a su alrededor, esperando que sea tiempo de salir; De vez en cuando mira el reloj de la pared, ambas manecillas en el siete, ambas manecillas en el ocho. La hora ha llegado, se levanta con cuidado de su silla, con el mismo cuidado de siempre se calza su bolso, las “tan típicas” miradas burlonas comentan algo a sus espaldas pero hace caso omiso, tan solo continúa su camino de todos los días… Finalmente es hora de ir a casa, antes decide pasar a refrescarse, se detiene en la puerta del servicio vacilando por un leve período de tiempo, mira hacia el frente y entra, se mira al espejo se humedece un poco la cara y le sonríe a alguien que le corresponde con la misma sonrisa, un tanto extraña, un tanto ajena… pero casi todos los días también es lo mismo, su sonrisa siempre parece ajena. Se coloca los audífonos, busca la canción de Morrisey que más le gusta y por un momento se olvida del mundo, sonríe sinceramente para sus adentros y en esa misma atmósfera musical que le protege sale al mundo, el gesto despreocupado, el cabello completamente alocado. Dobla la esquina mientras tararea “Why do you come here, when you know it makes thing hard for me…” Se detiene a la entrada del almacén de doña Pepi, ella le saluda con su rostro familiar: “Buenas noche’ mi amorcito, ¿cómo ha estao’? ¿Qué va a querer llevar?”, suelta la misma risita nerviosa de siempre, se muerde las uñas y duda por un momento, pide una coca cola express, la disfruta hasta la última gota, se despide amablemente y continúa su trayecto. Le gusta mucho caminar hasta casa luego de salir del instituto, es el único momento en que puede dar rienda suelta a sus pensamientos sin que nadie le juzgue, también disfruta cantar 26 sus canciones favoritas como si nadie más estuviese cerca, cuando escucha el mp3 se olvida del mundo. La música cambia, “Tropical the island breeze, all of nature wild and free…” es lo que se oye de fondo; le encanta la Madonna, y como si no estuviese pensando, comienza a bailar por la avenida, fantasea en que está en un videoclip, las coloridas luces le iluminan al centro de la pista, su cuerpo se mueve al ritmo de la canción y por un momento es la estrella del lugar, todos le observan. Cuando la música finaliza los aplausos estallan estrepitosamente, todos le miran como si fuese la octava maravilla del mundo. Entre el encanto y los brillos de las luces dobla por la esquina de Ortúzar, un anciano que pasea a su perro le sonríe al pasar, ahora no camina como de costumbre sino que anda como danzando por la vereda, cada pie sigue armónicamente al otro. ¡Pero con qué facilidad se deja llevar hasta por el viento cuando no hay nadie cerca!, ¡qué libre se siente cuando nadie está mirando! Mira su reloj, ya casi son las nueve, quedan poco menos de seis cuadras para llegar a casa, sin lugar a dudas las disfrutará, mañana ya es sábado y no tendrá que hacer el trayecto nuevamente; se contenta mucho con estas pequeñas cosas, suele disfrutar mucho de los detalles. Dobla a la izquierda a la altura del 2100, con la mente en otro lado siente un fuerte golpe en su hombro, vuelve súbitamente a la realidad, se quita un audífono para pedir disculpas como siempre suele hacer, de vez en cuando le ocurre que choca con alguien por descuido propio, o simplemente por casualidad. Cuando se gira buscando el rostro de aquel peatón se encuentra con una sonrisa inusual, como de satisfacción; sube lentamente la mirada hasta llegar a la altura de unos ojos extraños en donde la sonrisa no llega a las pupilas, un insólito escalofrío le recorre la espalda. Cuando pronuncia a tientas la palabra “perdón” siente un calor que se aproxima, ahora son dos pares de ojos extraños que le observan, solo que los otros se encuentran detrás, donde no puede verlos pero sí sentirlos. En un segundo, 27 todo su cuerpo se congela, mientras oye las risotadas de estos hombres, algo en su interior grita que esto no anda bien. La voz de uno de ellos rompe la musicalidad de la noche, es el que está al frente: -“Podriai’ tener un poquito más de cuidao’ cuando caminai”. Su mirada perversa le recorre de pies a cabeza, de golpe le quita el mp3 y se acomoda un audífono, -“¿y esta musiquita? Supongo que es de tu hermana…”, una voz más ronca brota a sus espaldas -“Que va’ a ser de la hermana, ¿no vei la pintita de maricón que tiene? Ambos se carcajean, la noche se torna pesada y el aire denso, pareciese que la tierra se ha tragado a todos los transeúntes de la calle, excepto a estos dos. -¿Cómo te llamai’? pregunta el de atrás; él no contesta nada, está paralizado, el tiempo en su cabeza se ha detenido como en las películas, -¿Cómo te llamai pregunté?, su tono es amenazador y antes de que logre articular palabra siente un golpe sólido en el estómago. Apenas, con un suspiro ahogado deja salir su nombre… Cristián. -“¿y a tu mamita no se le ocurrió un nombre de hombresito pa vo’?” uno le suelta las palabras con aversión, el otro se ríe… El tiempo sigue detenido dentro de la cabeza de Cristián, -Mira, si tiene pura música de maricón”; –“y el bolso rojo, jajaja, ¿por qué no te compraste una cartera mejor?______________________________________ No puede pronunciar sonido alguno, la música se ha detenido en su cuerpo y en su cabeza no hay más que terror, los insultos le aprehenden por completo y le entumecen más y más, los murmullos de los de la clase no son nada al lado de lo que ahora está oyendo, -“si yo fuera mamá de un enfermito como vo’ te hubiera molido a palos para que se te pasara lo colita, ¿o no?”. –“¿y si lo molemos a patadas? capaz que se le pase po’, ¿por qué no?, jajaja. La desesperación se apodera completamente de su ser, un grito desgarrador sale de su garganta -“¡DEJÉNME TRANQUILO POR FAVOR!”. Pero el grito obtiene respuesta inmediatamente, otra patada lo deja sin aliento, y otra le sigue 28 al instante. –“¡Cállate maricón!”. Ha perdido toda noción del tiempo, los golpes lo han silenciado completamente, todo a su alrededor parece sosegado por la violencia, ya no oye risas, sólo siente la calidez de las lágrimas resbalar por su rostro, tirado en el suelo ya no salen gritos de su garganta, los gritos se han ensangrentado y resbalan burbujeantes por su boca. Con los ojos entrecerrados logra ver el rostro de uno de los agresores: de tez morena y calvo, un último detalle le llama la atención, es como si ese rostro y el odio fuesen uno solo. Un golpe final borra su último recuerdo, ahora la música se ha detenido no sólo dentro de su cabeza, la música se ha detenido dentro de él, para siempre. Sábado, ambas manecillas en el siete, ambas manecillas en el ocho, las noticias matutinas llegan a todos los hogares, un joven ha sido brutalmente asesinado por desconocidos, su nombre era Cristián Rodríguez; cuando entrevistan a la madre, entre lágrimas ésta dice que lo han matado por ser gay, que lo han hecho por ser diferente, que la gente odia a quienes son diferentes. Los funerales son el domingo, el cementerio se llena de banderas multicolores y discursos por la igualdad. Transcurren los días, todos parecen recordar a Cristián, sus compañeros dicen que era reservado y amable, los más indiferentes dicen que ningún ser humano merece algo así. Su padre prefiere no hablar en cámara, a pesar de haber peleado tantas veces con él, amaba a su hijo, a pesar, de que era “así”. La investigación sigue en curso, nadie parece haber visto nada. Al mes, uno de los involucrados se entrega, dice no arrepentirse de nada, las críticas no se hacen esperar en las redes sociales, una vez más, el nombre de Cristián se comenta en todos lados, 10 años de cárcel por lo que el juez califica: “un acto repudiable de discriminación e indiferencia humana”. Los meses siguieron pasando, doña Pepi, la del almacén le enciende velitas de vez en cuando al “cabro lindo que tanto quería”. Pero tras los meses las velas se apagan, el anciano ya no 29 saca a pasear a su perro, la esquina de Ortúzar sigue siendo la esquina de Ortúzar, no le han puesto el nombre de Cristián a ninguna calle, sus padres visitan el cementerio de vez en cuando, donde las banderas multicolores se han desteñido con el sol. Los compañeros ya han salido del instituto, la investigación ha finalizado, Cristián sólo figura como un titular en la pila de periódicos de la biblioteca pública. Los vecinos, el país y la historia han seguido su curso normal. … Un año más tarde, en las noticias del canal nacional informan que “otro joven homosexual muere atacado por una pandilla de desconocidos”, a continuación del fatídico titular, veinte minutos cubren la tragedia del país: “Rodríguez se excluye del encuentro de la selección ante Argentina”. 30 El periculino Pizarro Wilson, Daniella A mediados de la década del cuarenta llega a un sector minero llamado “Las Arenillas” un perro llamado Periculino, de contextura grande, color café, bastante mal encarado, feo, que infundía respeto y miedo al verlo En este sector había una mina llamada “La Peñaflor” que tenía un campamento para su personal. Una familia formada por doce personas, llegó a hacerse cargo de la cantina de esta mina, para darles la pensión a los mineros y otras personas que fueran a solicitar comida. Cada minero o persona pagaba su pensión. La cantina era atendida por la señora Berta que era la mamá y sus hijas mayores. Don Luis, el papá trabajaba una mina al pirquen. La cantina funcionaba en 2 dependencias muy amplias comunicadas entre sí por una ventana grande por donde se pasaban los platos al comedor. El ingreso al comedor y a la cocina se hacía por una puerta amplia desde el exterior. En la hora que se servía el almuerzo, se juntaban varios perros, de todos tamaños, grandes y chicos, a ver si les tocaba alguna sobra de comida, y entre estos se encontraba el Periculino. Como no tenía amo, estaba muy hambriento, flaco, desnutrido; era el más mañoso, era tanta su hambre, maña, que si un pensionista, ubicado cerca de la entrada del comedor se descuidaba, el Periculino le sacaba la presa del plato. Esto sucedió varias veces, por eso era muy común escuchar el grito ¡Cuidado con el perro! ¡Cuidado con el Periculino! Péguenle un palo a ese perro mañoso! ¡Maten a ese perro mañoso! Todos los perros eran mañosos, pero el Periculino les llevaba la delantera. En el campamento, los otros perros le pegaban al Periculino porque al ser flaco y hambriento no tenía fuerzas para pelear. De hecho, casi lo descuartizaban, unos tiraban para un lado y otros para el otro, a punto de arrancarle el pellejo. Dentro de este grupo de perros había uno que era negro con pintas 31 blancas llamado “Chico;” tenía tres amos que le pagaban la pensión, por lo tanto era fuerte y estaba bien alimentado. Los amos del Chico vivían al lado de la cantina. El Chico cada vez que encontraba al Periculino le pegaba y los otros perros también se metían a pegarle. Cuando el Chico le estaba pegando al Periculino los niños y la gente adulta le avivaban la cueca al Chico gritándole ¡Pégale Chico! ¡No lo sueltes, mátalo! Hasta que salía la señora Berta retando a la gente, quitarles el perro a los que le pegaban, echándoles agua y pegándoles palos, sobre todo al Chico y ahí recién soltaban al Periculino. La vida del Periculino era triste y de mucho sufrimiento, ya que todo el mundo le pegaba. Pasado un tiempo, unos dos años, el número de pensionistas había disminuido el trabajo en la cantina y llegó la noticia que en la mina La Colorada ubicada a 10 kilómetros al Oeste de las Arenillas quedaba vacante la cantina. Se consultó a los dueños de la mina y se llegó a acuerdo y la mitad de la familia de don Luis con la señora Berta y sus hijos se fueron a la Colorada a encargarse de la cantina. La señora Berta, cuando se iban a La Colorada llamó al Periculino y le dijo, te voy a llevar a La Colorada, así que nos vamos. El perro como si entendiera, meneo la cola, miró y se acercó a la señora Berta y se fue con la familia a la Colorada. Como el perro infundía mucho respeto, se lo llevó, aun cuando éste no era bravo. En Las Arenillas se amasaba el pan y éste se llevaba a La Colorada caminando y atravesando cerros y quebradas. El Periculino en La Colorada empezó a pasarla bien, nadie le pegaba; comía bien, engordó, creó fuerzas y ya no era mañoso, incluso tenía sus amigos entre los pensionistas que eran Don Prudencio, un hombre alto, delgado, tartamudo y Serafín de baja estatura. Así, a Don Prudencio cuando lo veía se iba corriendo hacia él y le pegaba el caballazo (choque) contra las piernas y lo hacía caer al suelo; le lamía la cara, las manos como acariciándolo. Don Prude le decía déjate pe...pe... perolín y el perro lo ayudaba a pararse y a Don Serafín, cuando 32 le veía llegar a la cantina, se le iba por delante y le ponía las patas delanteras en el pecho y Don Serafín lo tomaba de las orejas y ahí quedaban como midiéndose, era un cuadro muy divertido, hasta que se separaban. Un día llegando el Lucho y el Hernán con el pan desde las arenillas preguntaron si el Periculino estaba en casa y se le contestó que sí, que estaba. Se les preguntó ¿Por qué? Y el Lucho respondió que el Periculino había ido a Las Arenillas, que buscó y encontró al Chico, el perro de los Quiroga y le dio una tremendo paliza, casi lo mató. La conclusión que se saca o se supone es que el Periculino al sentirse fuerte fue a Las Arenillas únicamente a pegarle al Chico y el mismo día se vino a La Colorada. No había olvidado al perro que tanto le había pegado y fue a desquitarse. Al tiempo, un día llegó a la Colorada un arriero llamado Arturo, amigo de Don Luis y la señora Berta, solicitándole un espacio para construir una cabaña en el terreno plano adosado en un costado de la casa cantina, la razón era que su trabajo le quedaba más cerca. Don Arturo construyó su cabaña y llegó con su familia: doña Hortensia, su hermano y un perro grande de color negro, llamado Choco, del mismo tamaño del Periculino. Los perros apenas se encontraron fueron enemigos. En repetidas ocasiones trataron de pelear, pero no se dejaban, hasta que una vez se agarraron y cada bando azuzaba, animaba a su perro, los de don Luis al Periculino gritándole ¡Pégale Periculino! ¡Afórrale! Don Arturo también animaba a su perro Choco. Después de esta pelea los perros quedaron más enemigos y volvieron a pelear. En esta pelea, el Periculino pesco al Choco, con los colmillos de una oreja y un ojo y no lo soltó más, le hizo pedazo el ojo y la oreja, no le podían quitar al Choco, hasta que lo soltó. El Periculino se fue a su casa y el Choco quedó botado. Con el transcurso de los días, al Choco se le fue infectando la cabeza, enconándose e hinchándose, parecía que se estaba pudriendo; era tal la gravedad que el perro no se podía parar, 33 no podía tomar agua ni comer. Se pensó que se iba a morir, pero no murió, sino que se mejoró. Este suceso, la pelea y la enfermedad del Choco, influyó mucho en el ánimo de doña Hortensia, que le tomó tanto odio al Periculino que inició, con mucha astucia, una campaña de desprestigio contra el Periculino y siempre gritaba que le robaba, le comía la carne, el pan y le botaba la olla con comida. También inventaba muchas cosas más e iba donde la Sra. Berta y lo acusaba. La campaña de desprestigio fue en aumento, la señora Hortensia gritaba sentencias: ¡ A ese perro mañoso, el Periculino hay que pegarle! ¡Hay que matarlo! ¡Se ha puesto demasiado mañoso!. Este desprestigio fue prendiendo en el ánimo de otras personas y se aceleró más todavía. Una vez cuando la señora Hortensia estaba sacando leña del montón donde se apilaba ésta, tomó un palo para pegarle al Periculino que iba pasando por el lado, le tiró el palo para pegárselo, pero con tan mala suerte para ella que el palo que tomó era un yugo(gancho)para acarrear agua, con dos ganchos en sus extremos, uno se le enganchó en el vestido cuando realizó la acción de pegarle al perro y se lo levantó sobre la cabeza mostrando parte de su cuerpo y para rematarla, a esa hora venían llegando los pensionistas a la cantina y presenciaron la escena, la cual fue muy vergonzosa para la señora, sobre todo tomando en cuenta que la gente de campo era muy pudorosa, no mostraban ni un centímetro de piel interior. Con este hecho se intensificó más la propaganda que se le estaba haciendo y se le hacía al Periculino. Muy hambriento, muy mañoso, que se robaba la carne y todo lo que se le podía culpar. A raíz de todo esto creció muy fuerte la idea de matarlo y llegó a tal extremo que se tomó la decisión de matarlo. Esta decisión la tomaron Don Arturo, Don Luis, la vieja Hortensia, la más propagadora. Al final todos estuvieron de acuerdo en matarlo, nadie se opuso, solo la señora Berta lo defendió, pero no prosperó. Veredicto final: se mata no más al Periculino, por mañoso. La muerte del Periculino se realizó usando dinamita. Con 34 esta intención, un sábado por la tarde partió toda la comitiva formada por la gente de la cantina, el arriero, Don Arturo, Don Luis y varios niños, solo quedándose en la cantina la señora Berta y sus hijas. El lugar elegido para matar al Periculino fue al oeste de la cantina, unos 200 metros más o menos alejados en una falda (costado del cerro). El perro se llevó amarrado, al llegar al lugar, se preparó el explosivo, compuesto por un cartucho de dinamita y accesorios. El encargado de matar al perro le colocó un cartucho de dinamita en la oreja y le hizo explotar, pero éste no le hizo nada al perro, el pobre animal, se acercó donde el hombre que estaba encargado de matarle, moviéndole la cola, en una actitud suplicante, parecía como pidiéndole que no lo matara, pero se repitió la acción de muerte y esta vez le colocó el cartucho de dinamita entre las dos patas delanteras y se hizo explotar. El resultado fue que le abrió las dos patas y lo descuartizó y lo lanzó varios metros más lejos. Así terminó, de manera muy triste la vida del Periculino. Los días posteriores a la muerte del Periculino fueron muy tristes y su historia marcó para siempre la vida de la familia de la Sra. Berta, a tal punto que hasta el día de hoy sus hijos recuerdan y lamentan lo sucedido con el Periculino. 35 La maldición de ser una vaca Tagle, Claudio Estaba tratando de saborear los últimos bocados de pasto, cuando Carmencha, me recordó que teníamos que apurarnos ya que era nuestra asamblea mensual. De solo recordar lo aburridas que son esas reuniones, se me quitó el hambre y comenzamos a caminar hacia el establo. Carmencha por el contrario estaba muy entusiasmada con que finalmente en esta reunión llegaríamos a una conclusión interesante; sin embargo con solo ver la tabla de temas a tratar, confirmé mi sospecha de que hubiera sido mejor quedarme durmiendo una siesta. El primer tema propuesto por la Directiva Vacuna, era sobre productividad, aunque en el fondo trataba sobre la eterna discusión de que si las vacas lecheras somos mejores que las vacas café y sus jugosos filetes. Cada raza trata de plantear que es mejor que la otra, las Lecheras podemos producir alimento por mucho tiempo, gracias a nosotras existe el queso, los capuchinos, el chocolate caliente y en general los niños nos quieren. Les apuesto mi lengua que nunca han visto a un niño dibujar una vaca café, siempre nos dibujan a nosotras blancas con negro. Las Cárnicas por su parte, argumentan ser mucho más felices, ya que viven tranquilas, sin el estrés de ser ordeñada varias veces al día, tienen una muerte rápida (al contrario de las Lecheras que morimos un poco cada día). Además aportan muchas proteínas y vitaminas esenciales para los seres humanos carnívoros. Orgullo especial tienen cuando hablan de la importancia de los asados en la sociedad actual y el rol que cumplen uniendo a familiares y amigos, como si los cerdos y los pollos no pudieran hacer lo mismo. Respecto a la gente vegetariana las Cárnicas están divididas, ya que aunque algunas agradecen profundamente el que no se las quieran comer, la mayoría se da cuenta que la comodidad de su existencia se vería afectada en el largo plazo, si no se pudiera vender su carne. 36 En general cada una está orgullosa de la raza que es y trata de justificarlo al resto y aunque a mi en particular no me molesta que me ordeñen, hubiera preferido ser café, pero por más que muevo mi cola cuando vienen el granjero, no me entiende que preferiría engordar para ser un asado, que seguir un día más con la rutinaria vida de una Lechera. El segundo tema a tratar, tenía que ver con medir nuestra huella de carbono. Ustedes no se imaginan lo duro que es ser apuntadas con el dedo por ser la especie que genera más CO2 en el planeta. De partida ni siquiera sabemos lo que significa eso, pero al parecer es muy malo. Carmencha tomó la palabra y una vez más comenzó a predicar que tal como le había enseñado su abuela, debíamos masticar muy bien cada bocado y alternar pasto con trébol, para hincharnos menos, como si esos “secretos de campo” sirvieran realmente para algo. El mes pasado sobre este punto habíamos decidido reducir nuestro consumo de pasto en un 10%. Fue un esfuerzo tremendo, pero estábamos comprometidas con la causa ecológica. Para nuestra sorpresa, al granjero no le pareció una buena idea, ya que las Cárnicas comenzaron a bajar de peso y nosotras disminuimos nuestra producción de leche, por lo que en vez de felicitarnos, terminamos rodeadas de veterinarios que nos pinchaban con inyecciones y una gran cantidad de exámenes, por lo que tuvimos que deponer esa estrategia. Obviamente las Cárnicas fueron las primeras en bajarse del movimiento y perdimos mucho tiempo discutiendo sobre la lealtad interracial. El tema principal, debió esperar a una presentación realizada por la Comisión de Marketing, que estaba muy preocupada por el uso indiscriminado de nuestro nombre para designar a las humanas excedidas de peso. Por lo que pudo investigar la comisión, no era algo que solo decía la esposa del granjero, sino que era una práctica habitual en gran parte del mundo. Todas coincidimos en que las humanas aunque algunas pudieran acercarse remotamente a nuestro peso y forma, eran incapaces de producir en toda su vida, la leche que nosotras dábamos 37 en un mes y para qué decir de la cantidad de carne útil que se podría obtener de una de ellas, por lo que en forma unánime decidimos no preocuparnos más de este tema. Finalmente la discusión central comenzó y la Directiva mostró su gran preocupación por lo gordo y flojo que se había puesto el Toro de la granja este último año. De hecho ni siquiera había asistido a las últimas reuniones y solo se entretenía en mover cosas pesadas para el granjero. Algunas opinaban que seguramente estaba interesado en visitar las granjas vecinas, después de todo no sería la primera vez que un Toro nos abandonaba, otras opinábamos que se había aburrido de nuestras constantes quejas y exigencias, por lo no llegamos a un acuerdo sobre si había o no que conquistar un nuevo toro y se pospuso un plan de acción para la próxima reunión, sin embargo Carmencha se ofreció para seguir al Toro y vigilar su comportamiento, levantando las suspicacias y habladurías de otras que les hubiera gustado hacer lo mismo, pero no alcanzaron a proponerse. Ya estaba preparándome para salir, cuando la presidenta agregó un “nuevo” tema. Hace más de 10 años que habíamos creado un sindicato para que planteara nuestras necesidades al granjero. La lista de peticiones no era extensa pero significativa: descanso dominical, una solución definitiva al problema de las moscas, vacaciones de dos semanas en verano y establecer cuotas máximas de leche y kilos de carne a entregar semanalmente. Todo sonaba muy bien, pero aún no se resolvía como poder comunicarnos con el granjero, lo que hacía imposible proponer nuestro pliego. Acordamos seguir trabajando en 2 comisiones paralelas: sistema morse a través de movimientos de cola y telepatía, aunque los resultados de ambos métodos hasta ahora eran muy desalentadores. El sol ya se había ocultado cuando terminamos la reunión, me fui a dormir deseando dejar de ser una vaca. 38 Capítulo II Poemas seleccionados Pena nocturna Casas Ossa, Francisco Anochece y la pena emprende su vuelo. Descarnada y libre surca como un garfio el cielo nocturno, desgarrando pechos, hincando sus colmillos en los corazones descubiertos de los hombres, nocturnos. Visceral, como un dolor profundo, como un abismal amor, se vierte en las entrañas de los hombres, nocturnos. Oscurecidos, por la sombra de sus alas, que son a su vez sombra y aleteos de ave cautiva súbitamente enfrentada a las estrellas. Recorre en un paseo punzante, los recuerdos, lo insondable, lo breve, la vida. Oscurece aún más y los cuchillos se afilan, solos, los hombres lunares son víctimas de la pena, ellos que viven en permanente noche, apuñalados, nocturnos, mueren, porque es natural morir de pena, 39 más aún para sus amigos, que la ven natural y buena. Sangre en el cielo y sangre en la tierra, salve la sangre de los que escriben con ella salve la que guardan todos por miedo a ser juzgados salve la de los mártires, santa sangre derramada entera por la pena, la de sus amigos que la ven natural y buena. La pena se aleja en rumbo insaciable el mundo que deja, ensombrecido, no puede ser el mismo no debe ser el mismo. Restos de guerra rastros de su paso brutal y silente un mundo de sangre fría solamente es lo que queda tras su vuelo. El corazón en un páramo y la razón destrozada, jirones de hombres con el alma rajada. Ellos, nocturnos, esperan ateridos el arrebol en el cielo esperan llorando que la pena no los mate de nuevo primero. 40 Algo (a)traes Fleischmann Chadwick, Tomás Con gratitud para Nena Traes noticias a la casa, refundas este hogar, nos dices que no te mostrarás tan fácil corcoveas con la tecnología; me atrae tu impaciencia a la ciencia: te pido que nos des tiempo para que bajes del monte como Zaratustra. Tendremos que aprender a observarte. Quizás tu madre lo sabe, vas a tener que conocerla: Te ha cuidado como a alguien que ha conocido por años y quiere agradecerle su compañía: tenemos todo el tiempo del tiempo por delante* para conocernos y reconocernos. * Enrique Lihn 41 Muerte en el mar Kirshbom Masri, Uri Con vista a la playa, mirando el mar, se haya mi morada, cubierta de madera, entre tierras y nada a las afueras. Junto a mi amada la espera he de llegar, descansar junto a ella, junto a la mar. Días de lluvia han de pasar, en fuego perezco y en polvo me encuentro. Junto a mi amada, he de pasar. me expando entre las olas, me alejo de mis hijos, y por fin mi descanso vendrá. 42 Una paloma Medina Villar, Alejandro Hinchado está siempre mi corazón altivo de paloma simple. No sé cuándo germiné en esta ciudad extraña, ni hacia dónde los dirijo con mi vuelo humilde mis compañeros: la ortiga, la rata y la araña. Qué envidia –me claman- dan tus alas, pichón fatuo, que corten el terror negro de esta esquina fría con tu sonoro batir, amarillo y perpetuo, tu endemoniado aleteo de contento y dicha. ¡Extiéndeme la tierra, oh virgen de los parias, que no da provisión esta pétrea podredumbre y auguran mi alma tus ululares de inocencias! En el azul reino volante soy su portento, y entre los plomos matorrales atmosféricos finjo con magistral asombro mi abatimiento. 43 La voz y el bosque Vera Vargas, Ignacio Dentro del gigante bosque La voz se encontraba perdida Desprotegida, buscaba su armadura Cuando por suerte un árbol le abrió su puerta Se vio en un mundo nuevo Tienes que sacrificar el pasado Detener el tiempo Viajar entre gamas de colores Para volver nuevamente desnuda Otra puerta se abrió Eres el reflejo de tu espejo Flecha arrojada por el destino Que camina siguiendo huellas En busca de la llave de la salida No conforme, abrió la última puerta “10.30 am. Ahí nos vemos” “Es mi obligación” “Pórtate bien en el colegio” “¿Y cuánto te pagan?” De regreso en el bosque Agotada de oír tantas voces Y ya tendida sobre el fino césped …decidió oír su propia voz 44 Capítulo III Cuentos seleccionados El niño por medio de la máquina Arrigorriaga Suazo, Camilo Era un día frío, como todos los demás, cuando C1760 se dirige hacia I.A.M. Ella está ahí como siempre, constante, impasible. C1760 había cumplido los 10 años ese día, lo cual lo facultaba para recibir la 1º instrucción básica y hacer las preguntas que estimara convenientes. -C1760 toma asiento- dijo I.A.M. con su tono pausado y sistemático- Esto tomará aproximadamente 42 minutos más preguntas. C1760 se sentó en el suelo, más cerca del monitor de lo que le permitía el asiento. -Soy I.A.M, el abreviado de inteligencia de asistencia materna y he mantenido tus funciones cerebrales, vitales y emotivas en los rangos óptimos durante estos 10 años. Ahora estas en la edad programada para la instrucción que te permitirá desarrollarte en el mundo civilizado que se ha creado para ti, en el futuro tendrás a tu disposición los audio-breviarios sobre: decadencia política y destrucción natural, proceso de reconstrucción automatizada, crianza y corrección del egocentrismo, entre otros. -Aceptado- sentencio C1760 solemnemente-. -Prosigo, en los tiempos del homo sapiens hubo un factor que se repetía constantemente, la voluntaria limitación del conocimiento por parte de la mayor parte de la población y la inadvertencia de esta limitación por medio de enaltecer personajes con aun menor conocimiento para así sentirse mejor consigo mismos. -No comprendo, para esa época deberían conocer la 45 importancia del conocimiento y me parece ilógico que a pesar de percibir la importancia de su entorno, lo destruyeran de esa forma. I.A.M procedió a proyectar un video en el cual se veía como cazaban y extinguían distintas razas de seres inteligentes, discursos políticos, mientras C1760 abría los ojos más y más, hasta que al ver imágenes de animales marinos ahogados por basura, niños muriendo de hambre, animales de producción industrial que nunca pudieron ver la luz del día, C1760 no puede contener las lágrimas y el horror que lo embargan. - C1760 tu sobrecogimiento es natural, pero el principal error de tus ancestros fue no ver lo que sucedía y centrarse en el propio bien, se perdieron en su miedo, el miedo de aceptar la realidad y de aceptarse ellos mismos- dijo I.A.M con un artificial tono materno- el homo sapiens no es más inteligente, mas habilidoso o tiene mayor potencial en comparación con otras razas, aunque se empeñó en negarlo, su característica distintiva es el miedo y fue el miedo el que lo llevo a desarrollar otras cualidades, fue el miedo el que lo llevo a esconderse entre muros y fue el miedo el que lo destruyo, se temían tanto unos a otros que terminaron destruyéndose mutuamente. El video continuo, revelando como fueron luchando los países, bombardeándose unos a otros, dejando la tierra inservible, creando mares de fuego, traicionando alianzas y llegando incluso a tomar esclavos entre los prisioneros de guerra. -Aquí hay un punto crucial –explicaba I.A.M. mientras ponía pausa al video- después de este punto quedo una sola nación en pie, se llamaban a ellos mismos los “emisarios de la paz” y “pueblo superior”, mas esto no duro mucho tiempo, al no tener enemigos contra quienes luchar ya no tenían nada en común y el débil lazo que los unía se rompió. -Pero ¿por qué?- preguntó C1760, sin poder dar crédito a lo que oía-Si recuerdas, te mencione que el miedo es la cualidad distintiva del homo sapiens, nacen con miedo y lo tienen hasta el día que 46 mueren, y esa característica evolucionó en lo que llamamos el gen del egoísmo, es la verdadera cúspide del potencial humano y sin espacios de naturaleza que les pudieran enseñar que existe un equilibrio, se transformaron en lo que te he descrito, unos monstruos inseguros sedientos de poder. Cuando la distracción a la que llamaban “pan y circo” concluyo, cada uno de los que quedo intento asegurar su propia estabilidad, los que tenían recursos se atrincheraron con ellos y los que no tenían tanto como querían, robaban y asesinaban hasta obtenerlo, las instituciones fueron abandonadas y cayo toda ley y gobierno. La destrucción siguió hasta que no quedo ningún alma en pie. -pero entonces ¿cómo estoy yo aquí?- preguntó C1760 conmocionado- yo soy un humano ¿no? -Sí, eres humano. -¿Entonces? -Eres un experimento, el último ser humano-dijo I.A.M con el tono más maternal que pudo producir su sintetizador de vozfuiste criado en cautiverio para comprobar la manifestación del gen egoísta y así no vuelva a producirse un raza destructora como el homo sapiens. C1760 se quedó en silencio durante horas, tan inmóvil que solo por su respiración se podía apreciar que seguía vivo. -Lo siento, yo también soy egoísta- dijo C1760 con un hilo de vozSe levantó y arrojo la pantalla al piso usando toda la fuerza que la desesperación le daba, el sentimiento de no querer vivir atrapado por esa responsabilidad lo abrumo y tomo un trozo de vidrio, y con las manos temblando sin control apenas pudo lograr cortarse la garganta para así morir desangrado entre incontrolables convulsiones. Al momento las paredes se alzaron y entraron varias personas en bata. -Claudia, este es el decimoquinto producto que se suicida este mes, si no quieres cambiar el sistema tendrás que explicárselo a contabilidad. 47 -Debemos producir productos sanos, buenos y amables, algunos productos sobreviven el proceso y otros son defectuosos, es así como funciona. Ahora cierra la boca, llama a limpieza y sigue trabajando, debemos entregar 200 esta semana y vamos atrasados. 48 Los Gatos Bravo Gómez, Natalia Los gatos son más que nosotros, nos sobrepasan por dos a uno. No siempre fue así, al principio nosotros éramos cinco y el gato era uno, pequeño y suave, inofensivo. La primera en irse fue la Pame y la José, que la quería mucho, trajo otro gato para pasar las penas. El tercer gato llegó sólo, maullaba un día en la puerta y lo dejamos entrar, que mal día. Los otros gatos le hacían la vida imposible de día y yo, ilusa, lo cuidaba; hasta que un día en la noche los vi a los tres acostados juntos, se lengüeteaban y se amasaban y apenas me vieron se pusieron a pelear, pero no había caso en mantener la farsa, ya los había visto y al poco tiempo no ocultaban a nadie su amistad. La José andaba feliz y la Marta igual, tanto que llegó dos semanas después con una motita de pelos blanca entremedio del polerón del colegio, dijo que se lo había regalado una amiga y yo, como siempre, partí a desparasitarlo y lo acogí. Pero las dos se fueron juntas al año siguiente y yo vi alarmada que los gatos iban a ser más que nosotras. Aún no podía olvidar como nos habían engañado y le dije un poco tímida a las niñas “¿y no se llevan a sus gatos?” a lo que se rieron y dijeron que no tenían espacio; se despidieron de ellos con tanto cariño como de mí y yo me quedé ahí con los gatos, que ahora sabían que nos los quería conmigo y me clavaban sus ojos de colores extraños por la espalda. Éramos dos y ellos cuatro, pero a veces sentía que ellos eran cinco y yo una; la Javi se movía como una sombra por la casa y se reía de mi si decía algo de los gatos, se sentaba a ver tele con los cuatro encima y no le importaba que le sacaran comida del plato. Cuando las otras venían de visita se portaban bien, si yo trataba de contarles que cuando no estaban los gatos dormían en las camas, comían de los platos, veían tele en los sillones y entraban por la ventana del baño cuando me duchaba, no me creían, la 49 Javi se encogía de hombros, «están igual que siempre», decía, mientras le pasaba comida a alguno por debajo de la mesa. Pero no estaban, estaban grandes, gordos y silenciosos. Me miraban, siempre. Una noche soñé que la Javi tenía orejas peludas y cuando desperté agitada tenía a uno poniéndome su nariz mojada en la cara; se bajó lento y se fue. Otra vez desperté y había dos pájaros enteritos y cubiertos de sangre seca en mi bajada de cama, casi vomité. La Javi se rió y me dijo que era un regalo, que aunque yo no los quisiera ellos estaban agradecidos de que les diera comida y los llevará al veterinario. ¿Sería verdad? ¿Estaba Volviéndome loca pensando en que los gatos tenían personalidades y eran malos? Trate de ese episodio y seguir como siempre. Hasta esa noche al menos, cuando los vi. Me levante a tomar agua y mientras caminaba al baño me llamó la atención la luna casi llena y me asome a mirar el patio; estaban los cuatro sentados debajo de la higuera, en círculo. Me acerqué a la ventana para ver bien y los escuché maullar, por turnos, mirándose a las caras; parecían personas hablando, o esos perros del cuadro que juegan poker. Con la conmoción pase a mover la cortina y todos se dieron vuelta a verme al mismo tiempo. Volví a la cama con el corazón acelerado y sólo conseguí dormir un par de minutos esa noche, tenía miedo. Después de eso todo cambió de manera drástica y hostil, me acosan, me miran en todo momento, botan mis cosas y tratan de botarme a mí caminando entre mis piernas. La Javi está cada día más rara y en un mes no ha venido ni la Marta, ni la Jose ni la Pame. Hemos hablado por teléfono, pero tengo miedo de lo que puedan hacer los gatos si llegan a saber que les conté, porque me escuchan, así que no les digo nada. Ya no me habla la Javi, apenas come, pero a veces le maúlla a los gatos. Hace dos noches uno de los gatos desapareció, he intentado hablar con la otras niñas después, pero ninguna contesta, ¿después de cuantos días debería preocuparme? El gato volvió, pero las niñas todavía no contestan. Hice mi 50 maleta y me voy a verlas, espero encontrarlas; le pregunté a la Javi si me acompañaba, pero sólo me devolvió una mirada desde el fondo de su pieza en penumbras... nada más se le veían los ojos. Al salir le puse llave a la puerta de la casa y perrito Rex me siguió hasta el portón, al que le puse candado; me miro con dudas, porque claro, le dejé comida a los gatos, pero no a él. 51 Otra vez Buchholtz Fontova, Alejandra Mañana la iré a buscar. Me despertaré temprano y, sin salirme de la cama, terminaré mi conferencia. No abriré las persianas, la vista del cerro me distraerá. No editaré, no habrá tiempo. Tomaré mi desayuno habitual, café y yogurt natural con chia, miel y polvos de colágeno hidrolizado. No quiero partir el día de diferente forma, quiero que todo suceda como si todos los días fueran así. La ducha será corta y fría para despejarme de los efectos que me producen los ansiolíticos. Me vestiré de negro, como lo hacen muchos de los que se dedican a mi oficio. Cambiaré las sábanas. Solo llevaré la billetera, dejaré el celular. La cama quedará abierta y la puerta del departamento sin llave. Bajaré por las escaleras para evitar encontrarme con la vecina del cuarto piso. No, no la evitaré. Tomaré el ascensor y al encontrarme con ella actuaré como lo vengo haciendo, como un hombre asexuado, la miraré como si no me provocara nada. Suspenderé todos los pensamientos que me surgen cuando la veo. Olvidaré los cuentos del conserje; testigo de hombres que salen del edificio como ratones mordisqueados, rasguñados por una gata. Para mi es más bien una perra, un día la sacaré a pasear. Me bajaré en el primer piso, la mujer seguirá hasta el subterráneo, una vez más, llena de rabia. Sabrá que no soy asexuado y que algo me provoca. Saludaré a Rubén; se me acercará con algún cuento nuevo. Volveré a imaginar a Rubén encerrado en su caseta, con las cortinas abajo, apretando con la perra del edificio, rogando para que le entierre sus uñas. Lo dejaré atrás, él me seguirá, contándome historias que no escucharé. El día será soleado. Comenzará Octubre. La calle estará llena de movimiento. Será día de semana. La moza de la cafetería saldrá a mi encuentro. Seré amable con ella, pero no me tomaré el café. Quedará decepcionada. No fantaseará con mis insinuaciones. 52 No lo pensaré, no le daré ninguna vuelta. Me pararé fuera de su casa y tocaré el timbre. Aparecerá ella. Llevará puesto su vestido de lino azul. Se verá cansada, me gustará así. Me sonreirá. Los niños estarán en el colegio. Descuidada, dejará la reja abierta. No se lo haré notar. Por primera vez le tomaré la mano, se dejará tomar. Caminaré junto a ella sin prisa y sin palabras. Pasaré al consultorio y ella se vacunará, así no se contagiará. Tendré paciencia y esperaré hasta que reciba la tercera dosis. En el metro el gentío la acercará a mi, dejaré que se afirme como pueda, quedará parada frente a mi, evitaré su mirada. La gente nos acercará más aún. Inevitablemente caerá mi mirada sobre la de ella. Apoyará su cabeza bajo mi barbilla. Su pelo largo y desordenado se enganchará en uno de los botones de mi camisa. No me daré cuenta hasta bajar del carro. Tratará de desprender su pelo de mi pecho. Me gustará avanzar por el andén teniéndola atada a mi. De un tirón logrará desengancharse, dejará unas mechas rubias ahí. Me reiré, ella también. Caminaré por las calles del centro hasta llegar al parque, la llevaré abrazada por la cintura, agarrándole con mi mano un pedazo de vestido. No dirá nada. Al llegar al árbol apoyaré sus espaldas. Llevaré mis manos por debajo de su vestido hasta su cintura. No he planeado tocar algo en el camino. Lo haré así porque querré rodearla y acercarla hacia a mí con mis manos sobre su piel. Los caminantes se pararán a mirarla, con su vestido subido y sus piernas a la vista. Me acercaré lentamente a su boca, sé que sentirá gusto a cigarrillo, pero luego no lo notará. Le daré un beso que durará más de lo que ella sentirá. Se le hará corto. No querrá separarse de mis labios. La presión le bajará. La tendré tomada con fuerza. No insistiré con otro beso. Habrán personas observando. Le daré un momento para reponerse, luego haré que corra tras de mi. Me adelantaré para entrar primero en la librería. La esperaré en el piso subterráneo. Bajará las escaleras, quedará 53 encantada con el lugar. No me acercaré a su boca habiendo libros alrededor. No, delante de los libros no. No será una historia para unas páginas de papel. Tomaré cualquier libro, lo abriré y le recitaré poemas que sé de memoria. Sentirá angustia, la abrazaré y terminaré la poesía en su oído. Se sacará las lágrimas y me sonreirá. La visita a la tanguería quedará para otro día. Pararé un taxi, entrará ella primero, su vestido quedará recogido. La ayudaré a acomodárselo. En el corto viaje iré pensativo, ella irá mirándome. Pasaremos frente a su casa, ya alguien habrá cerrado la reja. Se verán los niños en el ante jardín. Ella parecerá no poner atención. El taxi parará frente a la fuente. Me sentaré ahí a fumar. Solo serán dos. A ella no le gustará, pero se acostumbrará, seguro después me acompañará con gusto. Lavaré mis manos en el agua. Las pasaré por su pelo. Ella se lo recogerá. Se verá muy linda, pero siempre cansada. Entraré al edificio, Rubén mirará y juzgará. Pensará que no se parece a las otras. En el ascensor volveré a acercarme a su boca. En el cuarto piso se detendrá el ascensor, se abrirán las puertas y esa mujer interrumpirá soltando una risita. No subirá. Esperará que vuelva desocupado. En el séptimo piso me bajaré y ella detrás mío. Con un empujoncito abriré la puerta. Me seguirá hasta la pieza. No subiré la persiana, solo moveré las tablillas. Entrará algo de sol. Las sábanas se verán a rayas. Sobre la cama el vestido azul también será rayado. Lo subiré muy lento, sin llegar a sacárselo. Su cuerpo no será más imperfecto de lo que imaginé. Sus pechos serán pequeños. No me importará. Allá afuera no habrá tiempo, ni espacio. No habrá hombres, ni mujeres. Solo quedarán los dioses. Aquí, sobre la cama, todo será tiempo, todo será espacio. Aquí la única mujer besará al único hombre. Cerraré las persianas, desaparecerán las rayas. Recordaré los versos de Teillier: Es cierto que haremos el amor/ Y lo haremos como me gusta a mí:/ Todo un día de persianas 54 cerradas/ Hasta que tu cuerpo reemplace al sol. Su cuerpo reemplazará al sol, pero no haremos el amor. No todavía. Esperaré que reciba la tercera dosis. Será otra forma, no podrá nombrarse “hacer el amor”. Será algo nuevo. A ella le gustará y querrá hacerlo varias veces. Son las tres, estoy muy cansado, no puedo dormir, lloraré mucho esta madrugada, quizá hasta el amanecer, porque nada sucederá mañana, nunca me pararé frente a su casa, jamás tocaré su timbre y menos me acercaré a su boca. Mañana pasearé a la perra. 55 No me acuerdo Cáceres Sánchez, Javier Suelo bajar de mi habitación al living a tomar el té con mi madre todos los días a la misma hora, para que se forme esa instancia de madre-hijo que a mi parecer, todos deberían tener. Siempre se genera un momento para conversar. A veces mi madre me relata historias de variado tipo, me cuenta sus chismes sobre sus amigas, hechos sobre los libros que leyó, y también sobre series de televisión que a mi gusto ninguna gracia tienen, aunque en general detesto la televisión en sí, así que dudo que cualquier comentario al respecto ya sea de mi madre o de otra persona, me pueda agradar mucho. El punto es, que desde pequeño he sido un hombre disperso, y no soy nada viejo, solo tengo 21 años. ¿Y qué tiene esto que ver con la introducción sobre la cotidianeidad de los comentarios de mi madre? Pues que mi madre me reta porque me cuenta todo esto y yo ando en otro planeta. Es más, quizás a varios les pasa que les preguntan que qué les pasa o que piensan cuando se quedan paralizados pensando en algo y ustedes responden “nada”, cuando en realidad estaban a punto de descifrar un enigma que ni ustedes mismos entienden, porque cuando ya los sacan de ese estado, no hay vuelta atrás. A mi me pasa que siento que me pierdo en distintos caminos que hay en mi mente, y empiezo a mezclar caminos entre sí, haciendo relaciones entre variados temas que me hacen meditar temas nuevos, y así voy avanzando en estos caminos infinitos que se ven interrumpidos por algún factor externo a mi cabeza, lo que me entorpece mi estado de avance sinfín por mis propios caminos mentales. Me gustaría avanzar por estos hasta sentir que me pierdo, mirar un punto fijo y no saber dónde estoy caminando. Y avanzar infinitamente hasta encontrar, no un lugar que conozca, sino hasta encontrar otro punto donde mirar, a ver si vuelvo a este mundo o quedo en otro mundo más. 56 Y así voy avanzando en estos caminos tal como avanza el tiempo y junto con el tiempo la vida misma, porque ya no sé cuánto tiempo habré gastado en tantas veces que me he quedado pensando hechos que jamás sucederán, o que al menos creo que no sucederán, porque ni si quiera sé cuánto tiempo he gastado, ni cuánto tiempo viviré ¡Espero que sea bastan...-¡Adolf! ¡No me estás oyendo! ¿Qué estás pensando? 57 Las mañanas de Marta Chong Mena, Domingo Hoy, al igual que todos los días, Marta se reúne con sus viejos amigos alrededor de la pequeña mesa situada a un costado de la cocina frente al televisor. Al igual que siempre se levantó un poco más temprano para ordenar la mesa, colocar los platos donde se servirá el pan, situar “suavemente” las pequeñas tazas que parecen bailar al ritmo de su artritis. Cada vaivén de la taza le recuerda su viejo conjunto de tazas. Ese juego que compartió con varios ministros, diputados, senadores y toda clase de personas distinguidas. Una lástima que la artritis me haya quitado ese juego, pero bueno, nunca hay que quejarse por la salud, siempre hay alguien peor que uno, basta con ver a la Juanita, ella siempre tan alegre y radiante, y hoy en día postrada en la cama, una desgracia como la dejó el accidente vascular del año pasado, perdió la vista y el oído, que sola debe sentirse. Una vez colocada toda la mesa sale a comprar el pan al negocio de la esquina, es un proceso lento pero efectivo, don Facundo ya la conoce y la atiende como toda una reina, le dice lo bella que está y que cada día está mejor, igual que el vino.¡ Ay! Don Facundo usted siempre tan galán. En sus adentros piensa sé que son sólo palabras de cortesía, pero un piropito de vez en cuando no lo hace mal a nadie, y se ríe. Llega a su casa y con la habitual parsimonia vierte el pan en la pequeña canasta y la acomoda en el centro de la mesa. Endereza las cucharas, abre la mantequilla y procede a comenzar el proceso más complejo de esta especie de liturgia, servir el agua caliente, Marta deja el agua servida antes de que lleguen sus amigos para que no sientan lástima por ella, se enorgullece cuando le dicen lo independiente que es, que cómo lo hace para mantenerse así. Prende la televisión y espera a que lleguen sus amigos. Todos llegan de manera puntual, se sientan en sus puestos de siempre, conversan sobre los habituales temas; el tiempo, la familia, el horóscopo, cuentan algunas anécdota y más de 58 alguno menciona algún consejo para la salud. El alma de Marta se regocija con la compañía de ellos, pero al igual que todos los días, apaga la televisión y ya todos se han marchado. Diego, el poderoso Cid Lagos, Pablo Diego pasa varias horas al día recostado boca arriba con una vestimenta que no es su favorita. Él dice que le falta la capa. Suele mirar su amplio techo blanco mientras recuerda sus hazañas volando sobre la Torre Eiffel. Mira sus paredes blancas rememorando su viaje a Júpiter y Plutón. Todos los días, al medio día, su concentración se ve interrumpida con la visita de una marciana vestida de blanco, quien le recuerda que es el momento de recargar sus poderes con dos barritas de clozapina. 59 Esterotipsoide Contreras Urbina, Jorge Esterotipsoide es un monstruo diferente, un monstruo con características físicas que escapan del estereotipo de monstruo que nos han vendido en la industria del cine. Su apariencia es invisible a los ojos, ni un ruido le podrás escuchar, su tamaño es desconocido pero su poder sobre las personas de la tierra llega a ser letal. Este monstruo es creado por los propios seres humanos y pertenece al siglo 21, su desarrollo en sus inicios es desconocido, pero sabemos que hoy vive y se alimenta de la industrial del marketing y televisión. Sabemos que sus objetivos favoritos son las personas de la alta sociedad, aprovecha su exceso de dinero porque según él este elemento nubla a las personas de la realidad y facilita su ataque. Una vez que el monstruo entra, será difícil eliminarlo dado que no sabremos cuando se manifestará. Su manifestación no es visible en él, si no sobre quien lo porta. Si bien la manifestación es paulatina una vez erradicada será imposible de quitar. En un comienzo su manifestación se nota en el actuar de las personas, desaparece la empatía lo cual genera que las personas empiecen a pensar más en ellos que en los demás. Junto con esto comienza a surgir la soberbia y la arrogancia, dos factores claves dentro del desarrollo del monstruo, dado que gracias a estos los seres cercanos comienzan a alejarse del individuo lo cual inconscientemente genera debilidad en la persona. Posteriormente el monstruo buscara aliados, otros monstruos similares a él que estén actuando en personas cercanas a la vida de la victima. Con esto las actitudes pedantes hacia el resto, sobre todo con personas que no tengan su mismo nivel de vida, se magnifica. El amor, dedicación y preocupación que tenia sobre sus seres amados son sustituidos por la tarjeta Líder, Ripley, Néctar, Presto o algún arma mortal que el monstruo escogiera para sesgar las prioridades de la víctima. Muchas veces el monstruo necesita debilitar físicamente a la personas 60 sin que esta se de cuenta, para ello utiliza un poder creado en la industria de la moda, mejor conocido como bulimia. Sumado a lo anterior el monstruo logra limitar el vivir de la víctima, obligándola a vivir en un sector especifico junto a otras víctimas para potenciarse y poder atacar a los hijos, amigo y/o familiares de las víctimas. En Santiago su sector favorito es el oriente, dado que en la oscuridad del cerro y senderos aventureros, es mas fácil ocultar sus crías al momento de nacer. Cuando un Esterotipsoide logra hacer que su víctima se encuentre en soledad, olvidada por sus seres cercanos y debilitada, entran a jugar poderes más letales y que solo se ven en la fase final del ataque. La soledad junto con la angustia consumen a la persona, facilitándole el camino a la depresión. Una vez que esta se encuentra en su máxima desarrollo, el monstruo cantará una canción, una que sonará espectacular ante los oídos de la victima, dado que Spotify y 8 Tracks le han dicho que es la mejor del mundo, pero esta no sabe que es su forma de invocar a la muerte. Cuando la muerte se acerca, la victima no tiene opción. Cuando el ataque a finalizado, el escape de monstruo es fenomenal. No deja evidencia alguna, solo al cuerpo de la víctima muerto y destrozado. Logrando una imagen escalofriante ante los ojos de sus seres queridos, los cuales no pudieron evitar que un suicidio sucediera en su hogar. El monstruo solo les deja angustia, dolor y un recuerdo amargo que los dejará débiles, pudiendo ser objetivos fáciles de otro Esterotipsoide. 61 El destino de las hortensias Cuevas Peña, Constanza Comenzaba a amanecer y desde lo alto de mi casa observé cómo las primeras almas del poblado Santiago emprenden viaje a un nuevo día de trabajo, algunos con cara pálida caminaban arrastrando los pies y las ojeras por el suelo, mientras otros bien perfumados, peinados, con su maletín en la mano y ojos brillantes, como si fueran a su primera entrevista de trabajo, se dirigían con la frente en alto a tomar un taxi. Al pasar las 7:00 am, la locomoción colectiva iba de un lado a otro cada vez con mayor frecuencia y los buses públicos subían gente donde ya no cabía ni siquiera un maní, el motor medio averiado con esfuerzo hizo mover esas sufridas ruedas, mientras un par de jóvenes se colgaban desde las esquinas traseras del vehículo para no pagar sus pasajes. Entre tanto los nocheros del recinto donde vivo hacían su tradicional cambio de turno, hoy don Ramiro, uno de los guardias más viejos, llegó silbando bastante alegre, sosteniendo su periódico bajo el brazo izquierdo para más tarde, luego de leer un rato, abrir las puertas del lugar justo a las 9:00 en punto. El sol comenzaba a iluminar los angostos caminos de tierra del cerro Santa Lucia, las hojas húmedas por el rocío de la noche resplandecían junto a las hermosas flores de primavera que van brotando a lo largo del día, cogí una de esas Hortensias que están al borde de una de mis piletas favoritas, tenía un color lila celestial que combinaba con el antiguo vestido que llevaba puesto, y su dulce olor me recordaba el perfume que me obsequió Abraham para nuestro primer aniversario, aquella noche hubo toque de queda nuevamente, los militares marchaban con sus armas de guerra por las frías calles, no tenían piedad por los pobres, ancianos o niños, pues los disparos se escuchaban no muy lejos del edificio donde vivíamos y los gritos de muerte eran espeluznantes, sin embargo, absolutamente nada lograría que esa noche no fuera perfecta para nosotros, éramos jóvenes 62 enamorados y llenos de vida. Es así como bajo el marco de la ventana del dormitorio, agachados para que no nos cruzara ninguna bala de improvisto, concebimos nuestro amor por última vez, mi piel era suave y juvenil, enredábamos nuestras piernas hasta no distinguir cuales eran las mías, derretía mis labios sobre su cuerpo y sentía como disfrutaba mi dulce aroma a Hortensias escuchando su agitada respiración acompañada de un grito de su corazón diciendo que me amaba; de ese modo, los continuos disparos poco a poco se transformaban en música, mientras soñábamos con que ese momento de amor no acabara nunca. Los ruidos comenzaron a intensificarse, hasta que un fuerte golpe en la puerta de entrada nos sorprendió. No recuerdo nada después de lo anterior, a veces pienso que mi mente no fue capaz de retener lo que haya visto, simplemente porque destruiría lo poco que queda de mi alma. No volví a ver a Abraham en un lugar que no fueran mis sueños. Aún sostenía la Hortensia en mis manos, cuando escuché sonar el cañón del medio día, entonces me apresuré a subir hasta la cima del castillo ubicado en lo más alto del cerro Santa Lucía, corrí lo más rápido que pude intentando no caer en las difíciles escaleras de piedra y atravesé un par de paredes como atajo. Al llegar arriba, observé como todos mis compañeros despertaban del inframundo, algunos aparecían sutilmente desde el suelo y otros afortunados desde sus estatuas de homenajes, era hora de dar vida al paseo, otorgar esa esencia que los mortales llaman “mística” o “mágica”. Encerrados entre las rejas del recinto la única entretención que tenemos, es observar como las jóvenes parejas demuestra su amor en los distintos lugares del paseo, como vienen algunos grupos de excursionistas a conocer el recinto, y mirar a un par de artistas que frecuentan el lugar para pintar, fotografiar o tocar una serenata. Hoy parecía un día especial, las rosas lucían hermosas, mis compañeros paseaban de buen humor y la música de un trompetista nos motivaba a bailar. En ese momento, bajó con cuidado por las escaleras de piedra, mi querido Benjamín 63 Vicuña, el sol estaba tan radiante que hacía brillar la calvicie de su cabeza y resplandecer su sonrisa bajo su típico bigote, me invitó a bailar y no nos detuvimos hasta llegar la noche, la gente paseaba entre nosotros y la plaza Arturo Prat estaba irónicamente llena de vida. Me sentía muy feliz, todo había sido perfecto, sin embargo, un vacío me llenaba desde siempre, a Abraham le encantaba bailar y nuestros cuerpos se movían uno en función del otro en una completa armonía. Comenzaba a caer la noche, aún nos visitaban algunos grupos de jóvenes, el peligro en el cerro era inevitable, existen muchos lugares oscuros donde algunos maldadosos suelen esconderse y buscar víctimas de robo o violación, ahí es dónde comienza la acción para nosotros, pues a pesar de los modernos sistemas de seguridad que han establecido, nadie cuida mejor una casa que su propio dueño, y en nuestro hogar no admitimos malandrines. Un viejo bastante alto de barba y bigote descuidado, pantalones sucios y rotos en las rodillas, ojos caídos medios rojos que delataban su adicción a algunas drogas y repugnante olor a vino tinto, observaba a dos jovencitas que compartían una cerveza bajo la sombra de un gran árbol, se acercó e intentó conversarles con una notoria intención de perversión, al no lograr nada más que un gesto de repulsión, accedió a acercarse aún más a ellas, deberían haber huido pero las crédulas e inmaduras niñas insistieron en quedarse. El tambaleante viejo sacó un cuchillo de su bolsillo, las jóvenes gritaron e intentaron escapar, no había nadie más cerca que un par de espíritus, el grito era en vano e hirió a una en la pierna, su amiga escapó y entre lágrimas la escolar de cabello castaño creyó que era su fin, pensó en que desobedeció a su madre al venir al cerro a estas horas de la noche, entre un par de pensamientos, mejillas mojadas e intentos de rasguños al hombre, su atuendo parecía más frágil y antes de suceder lo peor, Don Benjamín, el valiente de espíritu inquieto montaba imponente su caballo, gritó con su voz gravemente proyectada -¡suelta a esa mujer! Que el cerro Santa Lucía es para almas puras caídas en tiempos de 64 guerra, para los grandes artistas que expresan el espíritu de nuestra ciudad en sus obras, para jóvenes que experimentan el mundo en nuestras tierras y llenan de pasión las esquinas más lúgubres; los olvidados combatientes de la muerte y acechadores de la vida pura, como tú, son exiliados o deberás asumir las consecuencias de quedarte- la joven desmayó de impresión al ver la aparición del hombre que salvó su vida, mis ojos brillaban y el corazón se alteraba al ver tal acto heroico, y el viejo ebrio insistió en quedarse hasta perder la respiración. Observé a Benjamín, me aproximé a la joven y la cubrí entre mis brazos, sané su herida, la besé en la frente y la sentí como mi hija, era tan frágil, delgada, su piel era de ceda y su expresión de porcelana, me pregunté cómo habría sido mi hija si hubiera nacido, con ojos grandes y pestañas largas como las mías, o con la dulce mirada de Abraham bajo una ancha frente cubierta por sus risos rebeldes; a veces sueño con su delicado cuerpo sujetado por los fuertes brazos de mi amado, ambos sonriéndome pero sin poder tocarlos y abrazarlos. Comencé a llorar, las lágrimas caían desconsoladamente, se deslizaban hasta mi boca, eran más saladas que de costumbre, un par cayeron sobre la frente de la niña, se despertó, la solté y corrí hacia el castillo. Benjamín aún estaba ahí, me siguió cuidadosamente hasta la entrada del castillo Hidalgo, me detuve y acaricié mi barriga mientras me preguntaba nuevamente cómo había llegado hasta aquí y dónde había quedado la mitad de mi alma, por qué no volví a enredar mis dedos con los de mi amado y en qué momento la típica vida de una santiaguina se convirtió en un desolador destino en el cerro Santa Lucía. A veces pienso que he muerto en vida, que me eh vuelto bastante loca como para creer que este cerro existe realmente, con sus largos caminos de tierra, hermosas piletas, pequeñas ánimas jugando alrededor, extrañas escaleras y un castillo encantado donde las personas vienen a casarse; quizás realmente estoy en uno de esos centros psiquiátricos y Abraham cuida de mí, no en mis sueños sino en la realidad que mi mente no puede asumir. Mientras pensaba en voz 65 alta, Benjamín sostuvo mi mano, yo sabía que él conocía las respuestas a todas mis incertidumbres, pero por alguna razón nunca me había comentado nada, le dije- quizás tengo un deber que cumplir en este mundo y por eso no me dejan descansar en paz- observó mis ojos vidriosos, secó mis mojadas mejillas y se disculpó- yo soy bastante más viejo que tú, estuve el día en que llegaste aquí, eras aún más delicada que aquella niña que salvamos hoy, me enamoré de la figura tras tu vestido lila, en más de cien años, nunca sentí tal sensación, luego de tener ocho hijos con la mujer de mi vida, Victoria, y que un ataque fulminante sobre mi cabeza en una biblioteca me haya traído hasta aquí, supe que no quería perderte, en un mundo donde las ánimas no existimos, la soledad es cruel, pero ver tus labios cada día enciende lo poco y nada de vida que me queda, tu boca es pequeña y tus mejillas coloradas como las de mi dulce esposa. En fin, no deseo quitarte más tiempo… Era una tarde donde el sol no quería salir de atrás de las nubes, se escondía como si supiera que algo terrible pasaría en este lugar, una leve llovizna cubría el centro de Santiago, las botas de los militares estaban empapadas de barro y la gente ya comenzaba a correr hacia sus casas antes de que oscureciera. Por los binoculares de la parte más alta del castillo Hidalgo, observaba como una bella mujer se probaba un nuevo vestido lila como el color de las hortensias en primavera y deseaba que el clima se pusiera más cálido para poder lucirlo en un paseo junto a su amado esposo, caminando junto a la hermosa bebé que esperaban. Ella se encontraba llena de vida, su sonrisa y carisma al observarse en ese antiguo espejo me recordaba la juventud de mi difunta esposa, debo admitir que a veces pasaba horas en ese lugar, observando como el país se desarrollaba y cambiaba a un lugar desconocido para el antiguo intendente de Santiago. Luego de un par de días después de haber deslumbrado por primera vez aquella belleza, en la noche, cuando se intensificaban los disparos y los gritos ya no dejaban conciliar el sueño, salí de mi sepulcro y subí nuevamente hasta lo más 66 alto del paseo. Puse una antigua moneda dentro del binocular y observé, las calles estaban nuevamente bañadas de rojo, ya se había perdido el control y miles decaían ante la fuerza, algunos ponían resistencia mientras otros se encontraban resignados ante el poder, a unos varios también les hubiese pegado un tiro pero a otros me parecía injustificado. Se acercaban al departamento de la joven, las luces se encontraban apagadas, creí que no la descubrirían, sin embargo, no tardaron mucho para encontrarla, encendieron todas las luces y golpearon fuertemente cada puerta hasta llegar a la habitación principal, ahí estaba ella desnuda con su tersa piel, con su cabello suave y brillante, las mejillas sonrojadas y una expresión de miedo que me partía en pedazos, como desear ayudarla. Su esposo se puso en pie desnudo con los brazos sobre la cabeza y pidió que no le hicieran daño a su mujer, que estaba esperando a un hijo, sin embargo, nada les importó, no dejaron ni siquiera que el pobre hombre terminara sus palabras y le dispararon, ella gritó, el grito más desgarrador que nunca olvidaré, los hombres la tomaron de los brazos y pies, no vas a querer escuchar el resto... Un par de horas después, la bella perdió lo colorado de sus mejillas, estaba pálida como el invierno, le pusieron el vestido lila y le dispararon en el corazón, no podía creer lo que estaba viendo y la impotencia me desgarraba el alma, hasta el último segundo terrestre, ella acarició su barriga y soñó con que su bebe viviría. Los crudos hombres, sabían que podrían pagar muy caro por lo que habían hecho, entonces la pusieron dentro de una bolsa y la trajeron por la oscuridad de la noche al cerro Santa Lucía. La botaron como basura, no supieron apreciar la belleza de una flor en primavera y se fueron sin remordimientos. Seguí cada uno de sus pasos y a penas la dejaron fui a verla, la acaricié, la besé, y su alma se quedó conmigo para siempre.- ¿y qué sucedió con esos hombres? Pregunté desesperada entre mis lágrimas.-Dos de ellos fueron fusilados en el golpe, nadie visitó nunca sus lápidas y el tercero aún sigue con vida, lo ves todas las mañanas llegar con una sonrisa en su rostro y el periódico 67 bajo su brazo izquierdo. En ese momento sin vacilar ni siquiera un segundo, la bella se puso de pie, corrió descontroladamente. Don Ramiro, venía llegando, silbaba bastante alegre, sosteniendo su periódico bajo el brazo izquierdo para más tarde, luego de leer un rato, abrir las puertas del lugar justo a las 9:00 en punto. Él nunca pensó que un día tan corriente de primavera, cuando se cumplían ya veinte años del gran golpe militar y de aquella noche en que Santiago se tiño de rojo, la mujer más bella que pudiera haber visto en su vida corrió con un cuchillo y se lo implantó en el corazón, vengando la muerte de su esposo Abraham, su hija aún no nacida y el sufrimiento del purgatorio. Luego de eso, ella se elevó por los cielos, una luz resplandeció e iluminó todo Santiago, ella miro hacia abajo, se despidió de su amigo Benjamín y siguió su camino donde la esperaba su esposo con los brazos abiertos para darle el beso que rompe las barreras de la vida y la muerte. 68 Maldita Resaca Díaz Arias, Rodrigo ¿Dónde estoy? ¿Y mis amigos donde se encuentran? Dolor de cabeza, maldito dolor de cabeza. ¿Dónde estoy? Lo último que recuerdo es a Chris sirviéndome un trago, una piscola o quizás una roncola, no estoy seguro, pero ese sabor amargo que no se quita con nada no puedo sacarlo de mi boca. Hagamos un recuento, todos juntos fuimos a buscar a Chris a su colegio, luego nos dirigimos a casa de Martín para hacer la larga previa que teníamos planeada. Tras unos cortos de whisky, nos dio ganas de comer algo, para luego ir a la fiesta de… espera, ¿fiesta de quién era? Resaca, resaca que no me deja pensar, si tan solo tuviera un Tapsin para refrescar esta cabeza seca. No era fiesta de nadie, claro. Era una fiesta en un cerro de Manquehue en el que cualquier persona podía asistir, con razón no podía recordar. Jajaja. Entonces debo estar en algún lugar de esta pequeña montaña, tal vez me perdí en medio de la noche o simplemente me quede dormido en el sitio, aunque lo dudo. Más bien parece un bosque para alejarte unos días de la inmensa masa que habita Santiago. Quiero salir de acá, árboles y rocas, ¿Quién las quiere ver? Solamente un forastero. ¿Me estarán buscando? ¡Por supuesto que sí! , ¿Quién dejaría a un amigo en medio de la nada? Por lo menos, yo no. ¡Ya se! Mi celular, en este bolsillo lo deje la última vez que recuerdo haberlo usado. Sin duda, no está. Por ebrio te pasa Tomás, por beber excesivamente hasta ni saber dónde estás. Caminar, encontrar a alguna persona en el cerro. Vagar, hallar el camino para salir de este abismo. Ojalá no me encontrara en este lugar, podría estar descansando, reposando en mi cama 69 con chocolate caliente y no en este frío otoñal. ¿No quieres quedarte acá querida resaca y dejarme marchar? Nunca más tomo, lo juro. Que mentira más grande, lo habré dicho más de cinco veces, ¿cierto? SiTomás, ahora concéntrate en subir este tramo y deja de hacerte falsas promesas que sabes que no cumplirás. Mucho rato caminando, me estoy cansando bastante, pero por lo menos ya estoy divisando el gran Santiago. Uff, esta bajada cada vez está más pronunciada, si no me acompañara esta resaca todo sería más fácil. Cuidado Tomás, no resbales… Al parecer te está ganando la montaña. Cuidado con esas piedrecitas, pon atención al camino, tendrás que saltar acá. ¡Oh! El canal es un poquito grande, voy a tener que saltar. ¿Estás listo? 1 2 3. Maldita resaca. 70 Morfeo muere Díaz Faúndez, Paula En cuestión de segundos, la dimensión del pasado volvió a absorberlo en una infinidad de olas que chocaban contra las rocas. Lo tomaban de los pies para arrastrarlo hasta el fondo del océano, donde lo dejaban abandonado y temeroso al futuro. Abrió los ojos y se vio sumergido en un mar de oscuridad que lo asolaba de la forma más increíble. Los colores y las figuras habían desaparecido de su campo de visión, siendo imposible ver las propias palmas de sus manos. Cerró sus párpados y los volvió a abrir, únicamente para encontrarse con una situación un tanto distinta. La sustancia viscosa había desaparecido de su alrededor y un calor embriagante lo azotaba como si estuviese en el mismo infierno. Y de una u otra manera, podría haber estado en aquel lugar. En donde no todo era rojo, no había un sujeto con aires de grandeza dándole órdenes y tampoco un ejército de desgraciados que habían sido lo suficientemente descuidados para terminar en tal aterrador lugar. Pero sí era un infierno al fin de cuentas. Si existía el cielo en la tierra, también existía su antagonista, o al menos eso era lo que creía. Tal vez el lugar no estaba completamente lleno de fuego, pero sí se apreciaban llamas alzándose en lo alto, algo camufladas por montoneras de humo que nublaban su visión y dificultaban su respirar. Cayendo al suelo, tocó una de sus piernas para sentir de inmediato que su palma comenzaba a humedecerse. Sangre. La sustancia rojiza comenzó a empapar su pantalón, pero no le importó. El sol quemaba como si fuese el último día de brillo de tal majestuosa estrella y los sonidos de los disparos impactaban contra sus oídos, pero eso tampoco detuvo su actuar. Manteniendo el equilibro, arrastró ambas piernas para posicionarse detrás de un promontorio de arena. Sabía que eventualmente sería descubierto pero intentó alejar cualquier pensamiento pesimista de su cabeza. Portando un rifle de 71 calibre elevado, lo colocó sobre su hombro y entrecerró uno de sus ojos para apuntar con precisión. ¿Su víctima? Él mismo. Tragó saliva en un inútil intento de disolver aquel nudo recién formado en lo más profundo de su garganta y sus dedos se movieron tambaleantes sobre el gatillo. Pero no disparó de inmediato. Se quedó un par de minutos observando a aquel muchacho que se paseaba entre las víctimas fatales como quién se pasea entre infantes en un parque de diversiones. La única diferencia era que el aquel centro recreativo carecía de todas las atracciones que uno imaginaría encontrar. La rueda de la fortuna había sido reemplazada por tanques de guerra, y los objetivos que uno debe apuntar para ganar un oso de felpa en alguno que otro juego, ahora se trataba de civiles que habían sido llamados para defender su nación. Muchas veces sin quererlo, sin desearlo. De todas formas, allí estaban. Sabían que una negativa no era una respuesta aceptada por terceros y que de rehusarse, hubiesen perdido su cabeza al cabo de tres segundos, que eran los segundos otorgados para jurar lealtad o negarla. No había un intermedio, eras un héroe o un cobarde. ¿Y qué era él? Posiblemente la segunda opción. Sus dedos comenzaron a temblar sobre el arma de fuego de cañón largo que se acomodaba entre su cuello y su hombro, como si hubiese pertenecido toda su vida allí. Ciertamente, el hombre no tenía muchos conocimientos acerca del campo de batalla. Diablos, lo habían entrenado un par de meses con aquella idea onírica de que estaba preparado para salir a asesinar a quienes habían atentado con la seguridad de una nación completa. Lo habían bañado con discursos que derrochaban un patriotismo camuflado con tiranía y un deseo de libertad que era opacado por sentimientos y principios anarquistas. Pero el deber había llamado y él era lo suficientemente egoísta para no ofrecer su vida en bandeja de plata. No. Si iba a morir, prefería que fuera sobre el campo de batalla. El miedo que lo ahogaba, ahora le estaba dando una segunda oportunidad para dar la pelea, para vivir. Con el corazón palpitando a mil kilómetros por hora y 72 una gota de sudor cayendo por su sien, tomó una bocanada de aire llena de arena suspendida y dolor ajeno. Y apretó el gatillo mientras sus ojos ardían de impotencia. Bastó sólo un disparo para que la figura masculina se desplomara sobre la montonera de hombres que ya habían caído defendiendo algo que creían correcto. Una ola de dolor comenzó a invadir su cuerpo como si cien navajas hubiesen sido lanzadas en su dirección para posteriormente atarlo a un árbol y prenderle fuego. Una rabia incontrolable creció desde el fondo de sus entrañas, y gritó. Gritó con la esperanza de que el dolor se desvaneciera, pero en cambio, el que comenzó a desvanecerse fue él. Félix despertó al instante bañado en sudor y con los ojos hinchados, como si hubiese estado a punto de largarse a llorar como si se tratara de un crío de seis años que sueña con el monstruo que duerme plácido bajo su cama. Los demonios habían vuelto a atormentarlo con memorias del pasado que quería enterrar tres metros bajo tierra. Los gritos, disparos y sollozos de sus compañeros caídos habían vuelto a invadir una pequeña habitación de madera que compartía en soledad. No había nadie más, sólo él y sus pesadillas. Y bueno, está de más decir que no volvió a cerrar sus párpados durante esa noche. Y tampoco lo hizo en la siguiente. 73 Carmesí Donoso Méndez, Valeria Aporreaba el teclado como Beethoven alguna vez lo hizo con las divinas teclas de marfil. Esperaba que su obra fuese al menos un décimo de espléndida. Ya llevaba once borradores y ninguno le convencía. Sabía que la historia indicada le llegaría con la fuerza de diez tormentas y solo así sabría que era la correcta. Hasta ahora, solamente había sentido ligeras brisas. Con la mente agobiada, salió a caminar tan valiente como solitaria en busca de distracción. Se acurrucó dentro de su abrigo y anduvo hasta llegar a los pies de la iglesia, que se alzaba hacia el cielo con su prominente campanario. A esas horas de la noche no quedaban pecadores ni santos dando vueltas. Sin embargo, sentado sobre los escalones del hogar de Dios, un hombre de rostro sucio y ropa raída, desde el gorro de lana hasta los insípidos calcetines, le tendió la mano y, con voz ronca, le pidió “una ayuda, por favor”. Ofelia, sin inmutarse, bajó la mirada y prosiguió su rumbo. A sus espaldas el mendigo rogaba “por favor, tengo frío”, pero la muchacha caminó sin mirar atrás, dio la vuelta a la manzana y volvió a su punto de partida. Subió los pisos hasta su departamento y, una vez adentro, preparó una taza de té caliente y pan con mermelada. Con ambos en sus manos, salió nuevamente a la calle y se reencontró con el mendigo, se sentó a su lado y le tendió la pequeña merienda. Ninguno dijo una palabra, el hombre solo la miró y, entre tanta suciedad, Ofelia vio unos cristalinos ojos azules que le daban las gracias. Algunos conocidos la habrían acusado de egocéntrica y con justa razón, la verdad era que no solía ser de aquellas que se interesaban por los demás, pero algo que siempre obtenía la atención de Ofelia era el aroma de una buena historia. Amaba tanto oírlas como escribirlas y adoraba mucho más vivirlas. Aquella noche, después de semanas tratando de idear el relato 74 perfecto, no había sido el altruismo lo que la había motivado a aproximarse al limosnero, sino las profundas ganas de oír algo fascinante en vez de intentar crearlo. Sin rodeos, le preguntó su nombre. El hombre, con la boca llena de migas, le respondió Domenico. No le preguntó por el suyo y ella, en ese instante, lo agradeció. Para estos momentos ya sabía que él no intentaría asaltarla y, aunque lo fuera, no tenía nada que perder, sin embargo, mantener su identidad en secreto le daba una reconfortante tranquilidad. Empezó por indagar sobre su vida actual, si estaba enfermo o si tenía algún refugio donde ir. Él respondió a ambas que no. Ella esperó por alguna explicación que nunca llegó, así que siguió intentando. Preguntó si conocía gente del lugar y si es que tenía mucho frío, también le inquirió sobre por qué vivía en la calle y por qué justo en esas escaleras. Lo interrogó con cada pregunta que se le ocurrió, pero Domenico no respondió ninguna, solo acabó su comida en silencio y poco a poco sorbió el resto de té que le quedaba. Ofelia no se rindió, hasta que le preguntó si era feliz. El mendigo alzó los ojos diáfanos y la perforó con ellos. Llamas azules danzaban en sus pupilas y sus cenicientas mejillas comenzaron a tomar el color rojo de la furia. — ¡¿Por qué no te vas, mocosa, y te dejas de molestar?! La joven, sorprendida, se levantó de un salto justo antes de que Domenico estrellara su taza contra el suelo frente a sus pies, rompiéndola en montones de filosos pedazos. — ¿Por qué te pones violento? —dijo cautelosamente Ofelia, dominando sus miedos desde adentro. Sabía lo agresiva que podía ser este tipo de gente, y no se refería a aquellos que vivían en la calle, sino a quienes los ha aporreado implacablemente la vida. — ¿Por qué haces tantas preguntas? —contraatacó el hombre. — ¿Por qué no respondes ninguna? –suspiró la joven. Domenico le dedicó una sonrisa sardónica y se rió sin ganas. —Ya te respondí mi nombre, para la próxima al menos trae más comida —dijo con el sarcasmo desbordando a borbotones 75 de sus palabras. Desconcertada por su repentino cambio de humor, la mujer hizo lo posible por parecer impertérrita. — ¿Si mañana traigo más comida, responderás? —prosiguió. La sonrisa del hombre fue reemplazada por una mueca de confusión en lo que sopesaba la propuesta. Él, muy serio, respondió: —Tal vez —y sin decir más, volvió a su lugar, acomodándose en posición fetal hacia la pared. Ofelia volvió a casa aterrorizada, pero decidida a regresar. Como era de esperarse, la noche siguiente se presentó de nuevo a los pies de la iglesia, esta vez con té, pan y un abundante plato de sopa. Ahora aguardó que se atragantara con cada pedazo de comida antes de hacer cualquier comentario. Su primera pregunta la había pensado muy bien desde la noche anterior: — ¿Tienes familia? —Estaba consciente de que podía ser un tema delicado, no obstante la duda la atormentaba y no encontró una forma más sutil de manifestarla. —Tuve —le respondió el indigente con la mirada ausente—, pero todos han muerto. — ¿También vivían aquí, en la calle? —indagó Ofelia en apenas un murmuro. Domenico rió, esta vez con auténtica gracia. —No, en aquellos tiempos ni siquiera habríamos tocado una calle tan mugrienta y de mala muerte como esta. —El desprecio en su voz le respondió a la joven otra pregunta que la desvelaba; si es que la vida de mendicidad había sido una elección o una obligación para él. — ¿Por qué terminaste aquí, entonces? El mendigo la observó con severidad. —Para saber eso tendrás que volver otro día. Aliviada de no haber sacado a relucir el mal humor de Domenico esta vez, se levantó de las escaleras y fue a su departamento a esperar pacientemente por otro día más. Ofelia visitó a Domenico por más de un mes 76 ininterrumpidamente, se sentaba sobre los fríos peldaños que acogían todas las secretas confesiones que el hombre tenía para decir. Este comenzó por contarle de su vida anterior a la miseria, una vida llena de ostentación, amor y amistades que, por culpa de un mal negocio, cayeron como un castillo de naipes tras un soplido. De vez en cuando se sacaba el gorro de lana y dejaba a la vista un cabello rubio oculto por la suciedad. Tomaba la tela entre sus manos y la estrujaba con ansiedad cuando mencionaba a su antigua esposa. Domenico creía en el amor tan fervientemente como Ofelia. Había amado con el corazón y el alma a su mujer y había sufrido desastrosamente cuando la perdió junto con su riqueza. La joven lo miraba sin perderse ningún detalle de sus relatos y expresiones; nunca había conocido a alguien que contase una historia semejante con tal pasión. Una noche le preguntó si extrañaba todo eso. —Solo lo extraño cuando me quedo a solas—respondió Domenico, con la mirada cargada de significado. Él estaba consciente de que aquella vida era una mentira, que cuando estás cegado por el dinero cualquier atisbo que se asemeje al amor es aceptado—.Estaba tan rodeado de lo material que solo ansiaba un toque que pareciera humano —le confesaba. Ofelia de a poco se acercaba más a él, algunas noches le llevaba ropa además de comida y, aquella vez que Domenico se presentó totalmente limpio y con las prendas que ella le había otorgado, incluso se abrazaron. —He juntado algo de dinero y he podido conseguir donde darme una ducha caliente —le contó con la alegría de un niño. Fue la única ocasión en que ella lo vio en su completo esplendor: pulcro y sonriente. Ofelia estaba tan contagiada de su alegría que lo llevó a comer a un restaurante para celebrar. Brindaron con vino tinto y, al despedirse, ambos se miraron a los ojos por eternos segundos antes de envolverse en un abrazo aún más eterno. La joven volvió a su departamento con una sonrisa tan grande pegada al rostro que sentía que jamás se le desvanecería. Sin 77 embargo, aquel nunca fue más efímero de lo esperado. Al abrir su correo electrónico recibió una notificación de parte de su editor. El terrorífico mensaje amenazaba con despido y el fin de su corta carrera como escritora si no acababa su historia antes de la fecha límite. Con el corazón desbocado y la mente llena de reproches, tomó sus lentes ópticos y junto a una taza de té caliente comenzó un nuevo borrador. Retomó sus intentos, pero nada resultaba. La presión era la peor enemiga de la inspiración. ¿Cómo crearía ella una historia cautivante en un par de semanas y con su editor respirándole en la nuca? Pensó en escribir desde historias épicas hasta ciencia-ficción. Repasó pinturas de Boticelli y escuchó a Mozart por horas, en busca de iluminación divina, pero los entes que controlaban su destino no estaban a su favor. Después de siete días sumergida en el fracaso, Ofelia se encontraba con la cabeza enterrada entre las manos y al borde de las lágrimas. Estaba por cruzar la frágil línea de la histeria cuando, de pronto, sus dedos cobraron vida propia y empezaron a danzar sobre el teclado. Ella no los controlaba, estaba precariamente consciente de lo que escribía. Requiem resonaba de fondo y a medida que la música se apresuraba también lo hacían sus palabras. Al cabo de nueve horas de escribir, se detuvo. Sus manos cayeron inertes y soltó un profundo suspiro. Observó su obra sin terminar y la releyó unas cuantas veces. Había tomado las confidencias del vagabundo y las transformó en su propia historia, cambió varias partes y le añadió algunas otras que jamás sucedieron. Había mejorado la vida de Domenico sin que él se diera cuenta. Estaba a punto de sonreír con satisfacción, cuando se percató de que aún le faltaba algo muy importante: un grand finale. Rodó los hombros e intentó continuar lo que ya tenía escrito, pero no le parecía lo suficientemente fascinante, así que procedió a reescribirlo. Paulatinamente se estaba llenando de borradores de Domenico. Reescribió la historia tantas veces en busca del final perfecto que la versión original era apenas distinguible. El mendigo cambió a formas inimaginables, hizo 78 de él todo lo que se le ocurrió; lo convirtió en demonio, ángel y viajero en el tiempo. Quería que su relato fuese misterioso e impactante, que la gente se preguntara cuál sería el final a lo largo de toda la lectura para eventualmente descubrir el secreto del pobre hombre. Sin embargo, Ofelia no encontraba la fórmula correcta y la frustración se estaba apoderando de ella. Jugó con los narradores y las metáforas, distorsionó los escenarios y la descripción de los personajes, pero era imposible, ningún camino desembocaba en el desenlace que ella deseaba. Se quedaba dormida sobre su escritorio y soñaba con los ojos azules y la voz ronca que le susurraba tengo frío. Despertaba sobresaltada solo para descubrir que ya no eran solamente sueños, sino que la voz del hombre se estaba apoderando de su cabeza. Las manos le temblaban cuando escribía y escuchaba aquellos susurros que le reprochaban: ¡No cambies mi historia, mocosa! Ofelia le respondía en voz alta, le gritaba ¡Cállate! cada vez, pero no podía detenerlo. Se cubría los oídos con ambas manos y se mesaba en su silla llorando. A ratos se enfurecía y lo echaba a gritos, luego le murmuraba bajo el aliento que por favor se fuera. Era su historia, no de él. Podía hacer lo que quisiera a cambio de un grand finale. ¡Eres una ladrona, una puta ladrona!, la rodeaban las voces, aumentando de nivel. Ofelia cerraba con fuerza los ojos, temía que si los abría se encontraría a Domenico allí, sentado en su sillón o bajo el marco de la puerta, con el rostro encendido de furia y lanzándole cientos de tazas como la primera vez. La joven ya no podía más con ello. Se quitó las manos de su agobiada cabeza y soportó los gritos ensordecedores de Domenico, se levantó temblorosamente y, con la vista fija en sus pies, caminó hasta la cocina. Cuando encontró lo que buscaba, lo tomó con fuerza entre sus dedos y salió con paso firme y decidido hacia la noche. La lluvia la empapó apenas colocó un pie en la acera, pero ella difícilmente notaba las gotas en su piel, estaba demasiado concentrada en evadir la locura que la consumía. Caminó a pasos agigantados, 79 acelerando cada vez más y, al doblar la esquina, se echó a correr. Corrió y corrió hasta llegar a la iglesia, entonces se detuvo en seco y lo vio, allí sentado bajo el umbral esquivando la furiosa lluvia. Se le acercó a paso lento, controlando su guerra interna. Al estar frente a él, Domenico por fin la notó. Tras una larga semana sin verla, sus ojos se iluminaron con aquel amor cauto y reprimido. Sin embargo, al encontrarse con la gélida mirada de ella se percató de que algo no andaba bien. Ofelia detectó el momento exacto en que los ojos azules del mendigo se detenían en su mano y su rostro se contorsionaba en un gesto de desgarradora tristeza. La observó resignado y abrió la boca para decir algo, pero antes de que cualquier sonido escapara, Ofelia clavó el cuchillo en su pecho. Domenico emitió un sonido compungido y la joven ahogó un sollozo. Sacó el filo ensangrentado y lo volvió a clavar, cerrando los ojos para no tener que ver cómo se escapaba la vida de la mirada zafiro del hombre. Él no luchó, solo se dejó morir bajo la mano de quien alguna vez lo hiciera sonreír. Ella lo apuñaló tantas veces como creyó necesarias para que las voces se callasen de una sola vez. La sangre cubría todo a su paso, se mezclaba con la lluvia y Ofelia solo veía rojo en todas partes. Lloraba y gritaba cada vez que enterraba su cuchillo. Cuando se cansó, lo lanzó lejos y se dejó caer sobre el pecho carmesí del cuerpo sin vida del mendigo. Llantos desgarradores escapaban de su garganta mientras empuñaba el suéter del hombre entre sus dedos, tirando de él hacia ella, rogándole que la perdonara. Pero ya no había vuelta atrás. Entre lágrimas, lluvia y sangre, Ofelia se quedó completamente sola. Sin Domenico. Sin grand finale. Sólo Ofelia y las voces. 80 Nura en Kellollampu Emparán Fernández, Antonieta -No me gusta ir al colegio, el próximo año no quiero volver –Le dijo Nura a su madre mientras caminaban a su escuela al acto de graduación de Kinder. Iba vestida de La Pincoya para actuar junto a sus compañeros de curso. Al entregarle el diploma a Nura, su profesora la felicitó mientras su madre y abuelos la miraban con un aire de orgullo y satisfacción. Pero ella se sentía ridícula, era como una amazona en un cuerpo diminuto y débil. De regreso en su casa, Nura lloraba de impotencia y frustración frente al espejo. Decidida a no lamentarse más, incrustó en su abdomen un gran clavo que encontró entre las herramientas de su abuelo. En la maniobra, su fuerza se desbordó y producto de la herida que provocó, como de la emoción liberada, se desmayó. En ese momento se vio en un lugar extraño, sabía que lo conocía pero no lo recordaba. Parecía un taller, aunque no sabía de qué, solo había una mesa con un mortero y algunos frascos de vidrio. Al centro había un brasero, se encontraba apagado en ese momento y no supo cómo encenderlo. Del otro lado, había un montón de lana, telares, palillos y un huso. Como entraba luz suficiente desde cientos de agujeros en el techo, la niña escogió un ovillo y unos palillos y se puso a montar puntos. Su abuela le había enseñado la técnica para su cumpleaños, pues Nura insistentemente se lo había pedido. La niña no sabía que iba a tejer, pero sentía que debía hacerlo. La madre de la pequeña la encontró sangrando en su dormitorio inconsciente. Pasó tres días hospitalizada; a pesar de haber perforado su estómago, la pérdida de sangre no fue mayor y su recuperación fue muy rápida. La mayor preocupación venía de parte de los psicólogos, pero Nura le explicó a su mamá que fue un accidente al perder el equilibrio, pero que si la llevaba al terapeuta lo haría intencionalmente. Su madre sabía que a 81 pesar de su corta edad, sus amenazas no eran meras palabras y confió. Mientras iban pasando los años, Nura iba visitando aquella casa en sus sueños. No era algo constante, sin embargo aprendía a conocerla. Descubrió cómo encender el fuego en el brasero y un subterráneo lleno de vasijas, colmadas con algún líquido, que no se atrevía a abrir. Pero la hermosura y detalle de estos siempre llamó mucho su atención. Talló en el suelo una estrella de ocho puntas y cada vez que visitaba en sueños la casa, continuaba con su labor de tejido. Terminó varios proyectos, pero había un enorme tapiz que solo contaba con algunos elementos y no descubría aun el diseño. Un día, sin embargo, dejó de visitar este lugar; sus nuevas preocupaciones absorbían ahora sus sueños también. Cuando se graduó de la universidad, se fue a vivir al norte, en un pueblo cercano a la zona arqueológica del Pucará de Punta Brava, donde trabajaba estudiando y catalogando la cerámica del lugar. Un día, mientras practicaba la lectura del tarot en su tiempo libre, una mariposa entró en su oficina y se posó sobre su mano que sacaba “La Estrella” del mazo. Naturalmente quedó sorprendida y se dio cuenta de que hacía varias semanas que la primavera ya había llegado. Aceptó la invitación de la visitante y se dirigió por el camino de kellollampu al desierto donde estaban las flores. Al llegar al campo, decidió que sería bueno recolectar algunos de los ejemplares para ver si es que servirían para realizar remedios florales con ellas. Tomó un Suspiro índigo, una Garra de León burdeos, y una Pata de Guanaco violeta. En ese momento se dio cuenta de que había una casita a unos pocos pasos desde donde estaba. Una anciana salió de ésta diciéndole que se estaba tardando mucho en recolectar las flores. Con un gesto de manos le pidió a Nura que entrara rápido a la casa. La vieja le pidió que le acercara una vasija dorada señalando una repisa llena de frascos. Ésta trabajaba en una gran mesa triturando plantas y mezclando algunos líquidos que ella 82 consideró como tinturas de hierbas. Nura pensó que se trataba de una curandera de la zona y que seguramente, por su avanzada edad, la habría confundido con alguna clienta. La señora tomó las flores que Nura había recolectado y las tiró a una cazuela que se encontraba en medio del fuego. Tras un momento de espera, la vieja vertió el líquido caliente a un vaso que ya tenía preparado con otras mezclas. –Bebe –le dijo a la joven. –Bebe y recuerda que es lo que has guardado en el sótano de esta casa. Cuando lo sepas regresa y ahora vete. –Y con un gesto la anciana la envió hacia la puerta de la casa que permanecía aún abierta. Nura, antes de tomar el camino de regreso a su casa, volvió a cortar las flores que la anciana le arrebató. Esa noche soñó con la casa en el desierto, no estaba la vieja, pero estaban sus textiles y el talar que nunca pudo completar. Cuando despertó, supo que la casita de la anciana era el taller que ella visitaba en sus sueños antes de entrar la universidad. Cogió su teléfono y llamó a su madre, le preguntó por el accidente que había tenido cuando niña con el clavo. Nura le preguntó si es que antes o después de ese accidente la habían llevado de viaje al norte, al desierto. La madre aseguraba que nunca habían viajado tan al norte y que nunca antes habían ido al desierto hasta que ella fue por primera vez a hacer su práctica profesional. –Pero ¿me llevaste con una curandera después del accidente? – Trataba de saber en dónde había visto antes a la anciana y cómo es que ya conocía el lugar que había visitado el día anterior. Al no encontrar mucho sentido a lo que pasó en el desierto, Nura continuó con su rutina de trabajo diaria. Terminó la primavera, llegó el verano y, antes de que éste finalizara, decidió tomarse unas vacaciones. Visitó a su familia, hizo algunos trámites y practicó submarinismo; el contacto con el agua siempre la fortalecía y le daba un sentido trascendental a su existencia. La joven creía que del agua provenía toda su fortaleza e inteligencia, en cambio, el desierto la perturbaba un poco, pero sentía que era parte de su esencia también; creía que 83 era su hogar, pero tenía un extraño temor de quedarse atrapada ahí y perder el contacto con el agua. Regresó al desierto junto con el otoño y se le ocurrió experimentar con una de las tres flores que había recogido la primavera recién pasada. Tomó la burdeos, Garra de León, y la maceró en alcohol. Por su color pensó que podría proveerla de la fuerza y energía creativa necesarias para comenzar con una nueva temporada de trabajo. Cuatro gotas cuatro veces al día fue su dosis con la que un poder contenido en ella pudo salir a la superficie. Se sintió en poder y dominio de sí misma y aumentó su coraje durante el día. Por las noches, sus visitas a la vieja casa en el desierto se hacían más seguidas y más vívidas. Gracias a esto, Nura fue catalogando día a día cada vasija que se encontraba en el subterráneo; era una gran lista que contemplaba variadas formas y materiales, así como épocas y geografías: una zona del subterráneo estaba llena de grandes lutróforos, cráteras, dinoi, phitos, botijos, hidrias, sítulas, urpu y grandes vasos. Había estantes llenos de recipientes de tamaño mediano con formas escultóricas de pez como vasijas tlatlico, chimú, mochica, nazca y otras como queros, acetre, peliké, aríbalos, lécitos, etc. Y también encontró varias cajas con pequeñas botellas de vidrio en su gran mayoría. Antes de terminar el otoño ya tenía todo catalogado y retomó el trabajo con su tapiz. Éste avanzaba en su diseño. Llegó el invierno, y gracias al fenómeno del niño, a pesar de estar en el desierto, las lluvias se estaban instalando para quedarse por un buen tiempo. La humedad climática le aportaba nuevas energías y vitalidad; tal vez inspirada por la misma, preparó una tintura con la flor índigo. Pensó que con un Suspiro podría conectarse con su esencia misma, pues, a pesar de que su trabajo le encantaba, no se sentía realizada. Gracias a la flor cada día se enfrentaba al espejo y podía descubrir algo nuevo y algo extraño en ella. Las visitas a la casa en sus sueños se fueron alejando en el tiempo, sin embargo, sus descubrimientos acerca del contenido de las vasijas progresaban rápidamente, al 84 igual que el tejido de su tapiz, el cual dejó de ser una actividad onírica. Todas las tardes después del trabajo, tejía el tapiz en un bastidor que un maestro carpintero de la zona le construyó y utilizaba lanas de alpaca, guanaco, llama y vicuña que las lugareñas hilaban y teñían con hierbas del sector. El diseño se iba completando y aparecían imágenes cada vez más claras. El catálogo de vasijas se fue perfeccionando con el contenido de cada una de ellas. Nura descubrió que las botellitas de las cajas tenían tinturas de hierbas y flores. Luego de esto se dedicó a las vasijas de tamaño intermedio y descubrió que varias contenían aceites de diversos vegetales. Finalmente, las vasijas más grandes estaban llenas de agua, todas tenían solo agua. No eran iguales, había una porción que era salada, otra mayor era dulce, pero todas distintas; algunas más mineralizadas que otras y algunas más densas. Fue fácil reconocer que las vasijas de agua salada correspondían a agua de mar y la tipología de la vasija delataba la geografía de la que provenía. En cuanto a las vasijas de agua dulce fue fácil encontrar en un mapa el río o lago al cual pertenecían. Con su logro podría ir nuevamente donde la anciana a decirle que cumplió con su tarea y así lo hizo al llegar la primavera. -Claro, era fácil para ti saber a qué cultura pertenece cada vasija y cuál es su contenido, estás preparada para eso. Dime niña… ¿para qué juntaste todas esas cosas? Nura sintió vergüenza y no comprendió las palabras de la señora: creer que ella había almacenado las vasijas era realmente una locura. La anciana le recordó que aún le quedaba una flor y ésta la ayudaría a entrar en un estado violeta de conexión con los animales de la zona que tanto la necesitaban. Los dichos de la anciana quedaron dando vueltas en la cabeza de Nura ya que entendía la analogía del color violeta propio de la flor con un estado de desarrollo espiritual y místico, pero no entendía para qué. Era evidente que el nombre de la flor pertenecía a uno de los camélidos de la zona y le hacía mucha gracia que justamente con su lana ella trabajara en el tapiz, pero era ella 85 las que los necesitaba, no al revés. De todas maneras comenzó a tomar la flor cuatro gotas cuatro veces al día. La primavera estaba más hermosa que nunca, las lluvias del invierno permitieron que muchas más flores prosperaran en el desierto ese año. En su trabajo estaban llegando a conclusiones sorprendentes. En una de sus reuniones un equipo multidisciplinario señaló que hace seis mil quinientos años cruzaba un río por la zona, aunque los motivos de su sequía aun no estaban claros. Esa noche soñó, por primera vez, que salía de la casita. Era de día y se veían las flores del desierto. De un momento a otro todas se elevaron a la vez; eran cientos de mariposas que danzaban a su alrededor exhortándola a ser parte de ellas. Al amanecer corrió a ver a la anciana en el desierto quien la esperaba en la puerta –Veo que ya sabes qué es lo que hacías… En ese momento Nura supo que durante muchas vidas estuvo buscando un rastro agua de los dioses. Siempre creyó que podría encontrar una gota estrujando las diversas fuentes de líquido en algún estado de pureza. Sin embargo, en su frenética búsqueda olvidó su principal misión; aunque estaba aburrida de siempre desembocar en el Pacífico y no llegar nunca al Océano Primordial, ese era su lugar. Recordó el olor de la tierra, el beso de los camélidos y los cantos de los lugareños, las caricias y agradecimiento de las flores y la tierra amarilla que marcaba el camino que la llevaba desde la montaña hasta el océano. En ese momento un hilo de agua de deshielos de la cordillera comenzó a descender convirtiéndose en un abundante caudal de agua dorada como la manzanilla que integraba a la anciana, aceites, agua de ríos, mares y lagos, esencias florales y proyectos textiles, porque el tapiz estaba listo, el diseño estaba terminado; era el nuevo río Nura, antes desaparecido, que volvía a fluir por su camino, que regresaba a cumplir con su designio dejando fluir ahora una eterna gota de Amrita. 86 Sin título Escudero Castelleto, Fabián Creyó que no lograría escribir un cuento en un minuto, así que escribió sus pensamientos. Almas necias corazones sordos Fernández Santacruz, Constanza Recuerdo que era Noviembre. Sí. Fue un miércoles en que el sol resplandecía por toda la ciudad. Él caminaba apurado para poder llegar a su primera entrevista de trabajo, pero se detuvo a mirarla. Era la mujer más hermosa que jamás haya visto y estaba justo al frente suyo. Se miraron y se amaron profundamente desde ese instante. Él dormía a su lado y la miraba al despertar. Caminaba con ella todos los días y tomaba su mano de la manera más sutil y delicada para hacerla estremecer –eso la volvía loca de amor-. Siempre reían y conversaban sin parar hasta que llegaban a su destino, pero incluso antes de despedirse las horas pasaban lentamente, ya que el Universo mismo se detenía para admirarlos. Eran dos amantes llenos de energía con una vida por delante. Julieta, por su parte, era más tímida, por lo que generalmente lo miraba mientras él contemplaba el horizonte, pero Sebastián sabía que Julieta estaba enamorada de él; podía sentir su mirada a kilómetros, y él no podía sentirse más feliz. Cada noche se juntaban sus miradas a la luz de la luna, ya que les encantaba 87 disfrutar de la oscuridad para así recorrer lentamente sus cuerpos y percibirse con todos sus sentidos. Ellos se entendían con solo una sonrisa, y cuando golpeteaban la mesa dos veces mientras estaban sentados en cualquier lugar, tendían a correr y jugar a que eran espías. Definitivamente eran el uno para el otro, eso es innegable. Todas las tardes de Noviembre lucían opacas en comparación a la luz que ellos irradiaban al mirarse, besarse y decirse palabras de amor. Para ellos, un “te amo” no era suficiente, así que crearon su propio lenguaje para comunicar sus sentimientos. Incluso aunque no se entendiera, la multitud se estremecía al escucharlos; llegaban a sentir la intensidad de su amor con solo unas palabras. Noviembre, ¡qué bello mes! Sebastián y Julieta eran dignos de ser considerados el rey y la reina de la ciudad. Si tan solo pudieses ver cuán felices eran con solo imaginar que se verían al siguiente día caminando por esa calle... Julieta siempre se pintaba los labios carmesí y Sebastián se enamoraba una y otra vez de la manera en que su pelo se movía con el viento. Sebastián, cuando se enojaba, pensaba en Julieta y en cómo se vería a la mañana siguiente, si estaría pendiente de su encuentro y qué vestido usaría para combinar esos labios. Julieta era la única que podía calmar su rabia; ella era la única en su vida. Recuerdo que era Noviembre. Sí, Noviembre fue el mes en que el amor proliferó por todas las calles al verlos pasar. ¡Qué digo pasar! Verlos acercarse el uno al otro era más que suficiente para encandilar a toda la ciudad. Juntos, lograban cambiar el ánimo de cada vecino que los sintiera cerca. Se respiraba felicidad en Noviembre. Noviembre, sí... Noviembre. Julieta y Sebastián eran uno en esos días. -¿En esos días? -Sí. -¿Y qué pasó después? 88 -¿Después? Nada. Julieta y Sebastián no se atrevieron a conocerse. Se veían pasar, se sentía el amor, pero Julieta era sorda y Sebastián era mudo; no de nacimiento, sino de espíritu. 89 Escisión Flano Gutiérrez, Catalina Al cerrar los ojos, podía oír los susurros del viento corriendo por los árboles. La noche era tan fría que los dedos de mis manos permanecían inmóviles ante cualquier intención de ejercer voluntad sobre ellos. La luz acababa de irse y el cielo estrellado era mi única compañía. Parecía un buen lugar para dormir. Los árboles deshojados que correteaban la brisa hacían una dulce danza que adormecía mis pensamientos hacia las profundidades de la montaña. De pronto, en un descuidado parpadeo, me vi a mí misma envuelta en un niqāb cuya ranura facial solo dejaba al descubierto mis ojos. Ahora rodeada de colinas de arena, su color gris azulado y centro amarillo se mezclaban con la luz del sol para crear un destello verde de vida en aquel infinito desierto. Incluso el cabello que escapaba del niqab parecía haberse aclarado producto de la exposición constante al sol de medio oriente. El silencio era tan extenso que por un momento creí que mis oídos estaban obstruidos. A lo lejos logré reconocer al viento de la montaña; se acercaba empujando las colinas de arena que creaban pequeñas avalanchas sobre sí mismas. Cuando se aproximó lo suficiente para oírlo, lanzó una risita en mi rostro mientras rozaba mi mejilla. Antes de darme cuenta, había llegado al bosque. Era difícil reconocer el lugar en que se situaba, no tenía mayor conocimiento de botánica, por lo que analizar las especies presentes no era una opción viable; sin embargo todo esto perdió relevancia cuando lo vi a lo lejos y me acerqué a coger su mano. Estaba tibia, no era que aquel bosque estuviese helado, pero su mano estaba tan tibia que irradiaba calidez por todo mi cuerpo. Caminaba observándolo a él mientras el bosque se fundía en el fondo de mi campo perceptual. El tinte amarillento que comenzó a tomar su rostro me reveló que nos dirigíamos a un claro que se asomaba entre las hojas de los árboles. Corrimos para besarnos 90 bajo aquella lluvia de luz. Mientras apretaba sus labios contra los míos, el aire se hizo más liviano a mi alrededor y mis pies se elevaron del suelo. Sumida en el trance de aquel beso, no me percaté de esto hasta que solo alcanzaba sus manos aferradas a la gravedad de la tierra. Fue una partida calma, algo dentro de mí me hacía creer que volvería ahí. Él se esfumó bajo los frondosos árboles y yo sobre ellos. Una vez suspendida a suficiente altura, ensayé algunos movimientos de natación que me permitieron deslizar mi cuerpo por el aire como si estuviese sumergida bajo el agua. Tras varios impulsos, logré tomar suficiente velocidad para sobrevolar el bosque completo hasta llegar al mar. Descendí hasta tocar la superficie con mis dedos. La frescura del agua que salpicaba mi cara me dio enormes deseos de zambullirme, pero temía que si mojaba mi ropa mi peso aumentaría al punto de no poder volver a volar. El viento, que no andaba muy lejos, me dio una pista al mirar el cielo. Me ofreció un empujón y, dirigiéndome hacia arriba, pude sobrepasar la atmósfera y circular por el espacio universal. Dado que nunca había presenciado algo similar, me sorprendió ver que el planeta anillado tenía un tinte violeta más que anaranjado aparecía en los libros de mi infancia; y que el planeta de fuego emanaba un calor que no deshacía mi corporeidad. Para convencerme de ello, me acerqué hasta tocar su superficie y hundirme en ella. Me resulta difícil explicar lo que allí ocurrió puesto que las sensaciones térmicas que experimenté opacaron todo el resto de mi campo experiencial. Apenas podría declarar que sentí que el tiempo y mi condición de ser se fundían con la de aquel planeta en una sola existencia atemporal. Habría pensado que el tiempo era en realidad una ilusión si no hubiese logrado ejercer mi voluntad para desprenderme de esta unión. Mientras me alejaba de su núcleo, observé que mis brazos parecían arder al calor de las brasas y desprendían unas siluetas similares a las llamas de una fogata. Como era de esperar, la fuerza que me sostenía en aquel lugar, decidió 91 soltarme y la gravedad del globo terráqueo reclamó mi adherencia. La velocidad con que me arrastró una vez que pasé la atmósfera me hizo caer al agua en picada hasta llegar muy profundo en el océano. El agua se sentía tremendamente densa y resultaba difícil desplazarme. Estaba tan profundo que la oscuridad no me permitía distinguir alguna forma a contraluz para guiarme al sol de la superficie; sin embargo logré apreciar la presencia de una tenue iluminación que se asomaba en la boca de lo que parecía un túnel submarino. Supuse que aquello me llevaría a una cueva donde podría obtener algo de aire para respirar. Con algún esfuerzo, pude finalmente entrar en el túnel, donde me valía de sus muros para avanzar con mayor rapidez. La luz se hizo un poco más intensa cuando divisé la superficie dentro de la cueva. Me arrastré fuera del agua y estrujé mi cabello. Entre las rocas de la pared, yacía incrustada una piedra cuyo brillo era el origen del destello que me guió hasta allí. Dada la situación, imaginé que el destino me llamó ahí para llevarme aquella joya, pero tras algunos intentos por mover las piedras que la cubrían, comprendí que necesitaría de fuertes herramientas para quitarla. Cuando estaba ya resignada a fracasar, me recosté a descansar en la orilla, y como si respondiese mi incertidumbre, mi vientre comenzó a contraerse causándome la sensación de estar siendo desgarrada por dentro. Mientras mi vientre se estremecía, mi cuerpo se retorció de dolor por varios minutos hasta caer al agua. Al hundirme en el túnel, pude sentir cómo mi cavidad se vaciaba, partiéndome en dos mitades al dejar salir mi placenta. Pude ver su silueta que se hundía más cerca de la superficie mientras la densidad del agua me arrastraba al fondo sin poder siquiera tocarle. Estaba condenada a presenciar aquella escena que se sintió eterna, al igual que mi dolor. De mis ojos brotó una lágrima que se dispersó con el resto del agua. No estoy segura si nació sin vida o si se ahogó en el agua al salir; pero podía sentir su muerte en mis órganos vaciados. Sabía que aunque me fuese de ahí, la imagen y el dolor permanecerían conmigo. 92 Cuando la corriente que jugó conmigo me forzó fuera de la cueva marina como si me atrapase un remolino, la imagen continuó plasmada en mi cabeza y la lágrima a mi párpado. Comprendí que nunca podría liberarme de ella. Como preví, la corriente me arrastró fuera del agua y de vuelta al bosque. Él seguía ahí esperándome y me abrazó a mi llegada, pero yo no era la misma. Me cogió de la mano y siguiendo a la brisa que revoloteaba las hojas, me haló fuera del bosque hasta el desierto; y del desierto hasta la cima de la montaña. No solo yo no era igual, nada se sentía igual. Esta vez me cobijó durante la noche y yo a él al amanecer. Ni siquiera el dulce olor de su cuello con el despertar del sol pudo volver a iluminarme. Una parte de mi yace aún fallecida en nuestra tumba sepultada bajo el mar. 93 El Perro Perdido Gajardo Romo, Esteban Todo comenzó un día de invierno en la Capital, de un país subdesarrollado ubicado en el fin del mundo, cuando como todos los días Julián Fabregas despertaba a las 5 de la tarde para ir al turno de guardia del pequeño condominio, ubicado en un sector de la clase media, era ahí donde decidió vivir luego de abandonar a su familia en un escape desesperado, por seguir una vida sin responsabilidades, luego de ver nacer a su primera hija el miedo al compromiso para toda la vida lo asustó tanto que tomó sus cosas y se marchó sin aviso alguno, ahora se encontraba en su hogar solo y recibiendo mujeres pagadas para satisfacer sus necesidades carnales. Sin ningún interés por los compromisos y el amor, se había vuelto frío y aburrido, todo su pasado le parecía increíble pero sentía que de ese hombre ya no quedaba nada, su esencia se había quedado en su antigua ciudad, junto a todo lo demás. Así que todo le resultaba monótono y rutinario, despertar, comer algo camino al trabajo y sentarse a esperar que un suceso increíble cambiará su vida, pero al final todo quedaba en él, sentado viendo televisión mientras las personas pasaban y saludaban por cortesía. Estaba riendo por su programa favorito de las tardes donde veía como bailaban y competían entre ellos, muchas veces con conflictos amorosos y de amistad entre los participantes, cuando una joven se le acercó, era del condominio y estaba muy preocupada, la veía pasar a diario por la entrada pero no se conocían, ni habían tenido alguna conversación más que de presentación, fue en ese momento cuando ella muy triste le contó, que estaba en busca de su perro Tambo, el cual no volvía a casa hace ya unas semanas, había publicado en todas las redes sociales, donde por lo general daba con este incontrolable animal que se escapaba a diario, él lo veía pasar 94 de vez en cuando pero no hacía nada por detenerlo, siempre estaba afuera y era muy hábil cruzando por la reja. No lo había visto hace un tiempo y no era normal que desapareciera por eventos muy prolongados , al comentarle que no sabía nada de él, vio como caían las lágrimas por los pómulos de Francisca, en ese momento se quedó helado, hace mucho tiempo no veía a alguien llorar, no sabía qué hacer, pero ella seguía ahí parada en frente sin parar de llorar, fue cuando él le preguntó cómo se llamaba su mascota por decir algo, ella con una voz gangosa respondió después de unos segundo, que para él fueron una eternidad, diciendo se llamaba Tambo, a lo que él, perplejo le contestó, puede que siga vivo, esa frase despertó de inmediato a la chica que no titubeó ningún segundo para gritar, ya no está, se ha ido, ver a esta niña tan triste le toco el corazón y despertó levemente los sentimientos que llevaba ocultos por el abrupto abandono de su hija y seres queridos, por lo que se ofreció para acompañarla en búsqueda de su mascota, en ese instante se miraron a los ojos por primera vez con una mirada triste y al mismo tiempo tímida, ella aceptó. Por lo que se levantó y dejó su puesto, solo para comenzar la búsqueda, Francisca sabía cuáles eran los lugares más recurridos por su mascota, por lo que comenzaron a caminar por las calles de la ciudad en la inesperada búsqueda, en ese momento ella le fue contando que pasaba con este perro que se escapaba de manera tan seguida, resultaba que llego a casa muy pequeño, como regalo de navidad para ella y sus hermanos, en un principio era regaloneado por todos y se peleaban por sacarlo a caminar, a él le encantaba y quería mucho a todos, pero con el tiempo la motivación por compartir con Tambo fue disminuyendo, y su prioridad llegó al último puesto para todos los integrantes de la familia, pero él estaba acostumbrado a salir, y no aceptaba la idea de quedarse encerrado, luego de una semana sin salir con él, se escapó por primera vez, haciendo un hoyo por debajo de la reja, no lo encontramos hasta el otro día, después empezó a escaparse hasta la plaza que solía llevarlo 95 y se quedaba ahí, resultaba que muchos le tenían cariño y le daban comida y sin darnos cuenta comenzó a obsesionarse por ella, se comenzó a escapar más seguido, todo el tiempo buscaba la forma de salir e ir en búsqueda de comida, dejo de comer lo que nosotros le dábamos y se hizo fanático de la basura en un principio, pero después comenzó a tomar lo ajeno, un día nos llamaron porque tenían a nuestro perro, había mordido a un niño en su mano para quitarle un chocolate que llevaba, se comenzó a volver más violento, no dejaba que lo tocaran, atacó a uno de mis hermanos cuando intento darle un baño, luego de un tiempo comenzó a perderse por períodos más prolongados pasaban dos días y no llegaba, hasta que comenzó a llegar algunas veces herido, era porque se iba a las levas, ya nada lo satisfacía, lo llevamos a caminar nuevamente, pero aun así no logramos contenerlo dentro de la casa por más de tres días. Ya mis padres estaban pensando en regalarlo o simplemente sacrificarlo, no era solo activo también destruía todo con sus dientes, mientras marcaba cada mueble y centímetro de la casa levantando la pata y orinando, en sus cambios de personalidad comenzó a volverse territorial, lo intentamos juntar un día con un perro de mis primas pero él lo atacó al primer momento en el que lo vio entrar a nuestra casa, no sabíamos cómo controlarlo. Él mientras escuchaba todo eso comenzaba a abrir los ojo con cada historia que le contaba, hasta que frenaron de golpe, estaban cerca de un sector de reciclaje, y vieron algo entre la basura que se movía, al acercarse salió entre la basura, un perro enorme que los comenzó a acorralar, él estaba asustado y ella histérica, no sabía cómo actuar en una situación como esta, la bestia los comenzó a rodear mientras ellos se acorralaban con el container, en eso, ella tomó por el brazo al conserje, hasta que el perro se les lanzó de golpe, él con sus pocos reflejos no pudo defenderse y mientras veía como este feroz animal lo tenía, en un intento por liberarse logró darle una patada directo en el hocico, por lo que el perro salió corriendo del dolor, 96 sus pulsaciones estaban a mil y su pierna herida comenzaba a liberar un poco de sangre, cuando de repente, ella salió corriendo y gritando, está muerto, está muerto, corrió tras ella, entre unos arbustos se quedó petrificada tomando algo, Julián solo logró divisar unas patas y la cola que se movían apenas, era el perro, que estaba completamente ensangrentado, tenía un golpe muy fuerte en la cara, ella se dio vuelta y con la mirada más pura de sufrimiento le dijo, se muere, nos está dejando, por un instante él se acercó al perro para ver sus heridas, era el mismo que había visto escaparse a diario, pero que nunca siquiera se le había acercado, cuando lo miro a los ojos, el perro con una mirada débil y llena de esperanza se conectó con él, de un minuto a otro el conserje se llenó de energía por todo su cuerpo, le dijo a Francisca, sigue vivo y vivirá, se lo quitó de las manos con cuidado y corrieron al veterinario más cercano. Al llegar, el perro con suerte respiraba cuando el veterinario trato de revisar que tenía, no se veían muchas esperanzas, Julián con ella lo tomaron fuerte de las patas para darle energía, cuando el experto les pido que esperaran afuera, pasaron unos minutos de terror en la sala de espera, hasta que salió y les comento que había sido atacado brutalmente por otro perro, dejándolo con muchas heridas y muy poca sangre debido al tiempo que llevaba perdiéndola a través de sus heridas, pero eso no acababa ahí, su estómago estaba colapsado de basura, las probabilidades de sobrevivir eran mínimas, solo si reaccionaba favorable al tratamiento podría seguir con ellos, fue cuando llegaron sus padres, y pidieron hablar en privado con el veterinario, luego de unos minutos salieron con una cara muy triste, le pidieron al conserje que se fuera, cuando el comenzó a pararse sin poner presión alguna, Francisca lo tomó de la mano y le dijo fuerte y claro, no te vayas eres lo que me da esperanza en este minuto, el miro a los padres y tomó asiento nuevamente, por dentro sintió una emoción enorme, su cuerpo tiritaba por los incontrolables sentimientos que circulaban por su cuerpo al oír esas palabras, esperanza era lo que él había 97 perdido hace mucho tiempo y de un minuto a otro despertaba en él de manera fulminante. Tambo se estaba recuperando, ya a las 12 de la noche estaba estable y el veterinario les dijo que los cuidados deben ser extremos y que esta noche la pasaría hospitalizado, en ese minuto todos volvieron a sus casa, pero esta vez Julián sentado en la micro dejo los audífonos a un lado y lloro todo el camino, sin duda las emociones de ese día dominaron sus pensamientos, mientras Francisca no podía dormir pensando en cómo se encontraba su abandonado mejor amigo. Al otro día temprano fueron al veterinario Tambo se estaba recuperando y ya se encontraba listo para volver a casa, al volver en la tarde, ella fue a buscar a Julián, pero él ya no estaba, había renunciado, ella no entendía porque, pero no podía hacer nada, se preguntó si había sido un ángel, la verdad es que nunca más lo volvió a ver. PD. A Veces perdemos nuestros mayores sueños o los dejamos escapar por miedos, por no atrevernos a ver que hay más allá del río, y nos alejamos creyendo que fue lo mejor que nos pudo pasar, pero caemos por accidente al otro lado y nos damos cuenta de lo maravilloso que puede ser, no dejes pasar estas oportunidades y vive. 98 Sin título Grández Gil, Gerardo La vida de Edmundo a sus 18 años de edad había sido complicada. Nació diestro y le costó muchos años para hacer que su mano derecha perdiera el poder y capacidad de escribir. Así se convirtió en zurdo. Ejercitó diariamente su brazo izquierda con pesas y movimientos. Esperaba que la fuerza y rigidez del brazo pudiera servir para controlar aquellos movimientos no deseados de su mano derecha o para que su brazo izquierdo tenga la fuerza suficiente para paralizar las acciones inesperadas y no controladas de su mano derecha. Edmundo nació con este problema que sus padres nunca llegaron a percibir completamente. En los primeros años de repente notaron algo extraño pero Edmundo se encargó de disimular los movimientos extraños de su mano derecha, movimientos que no eran los suyos, propios. Parecía que la mano derecha había cobrado vida propia y poder de decisión. Es así como Edmundo pasó toda su vida entre problemas y dolores de cabeza. Un día cuando iba en una micro sentado al lado derecho del conductor, de repente, su mano derecha cobró vida, tomó impulsó, se levantó y viró el timón del vehículo. La micro perdió el control y se fue zigzagueando por veinte metros hasta que pudo recobrar la dirección. Edmundo fue detenido e enviado a la carceleta donde permaneció dos días. Al tercer día, salió libre alegando “impulso neurótico no provocado”. Desde ese día decidió anular todo movimiento o intento de acción de su mano derecha y utilizar únicamente su mano izquierda. Edmundo tenía un momento en el día donde parecía tranquilo y con el poder de gobernar su cuerpo y todos sus miembros. En las noches, le gustaba leer y escribir. Las novelas policiacas le fascinaban. Podía terminar de leer una novela de 300 páginas en tres o cuatro noches. Esas noches eran los únicos momentos 99 donde se sentía completo, feliz, realizado. La mano derecha permanecía quieta, permitiendo a la izquierda, moverse, detenerse, seguir redactando, completar página tras página. Un día mientras escribía su novela – Edmundo llevaba cinco largos meses escribiendo una novela policial donde el personaje principal, un asesino a suelto estaba planificando su próximo crimen – sintió su mano derecha moverse lentamente. La mano se acercó tímidamente a la mano izquierda de una manera casi tímida y tierna – poco común para ella. De alguna manera parecía solicitar querer escribir, extrañaba la sensación de la pluma sobre sus dedos, el olor de la tinta, el sonido deslizante del papel al absorber la tinta. Edmundo, o por no decir, su mano izquierda cedió la pluma a su compañera que la había tenido distanciada por años. La novela terminaba en: “(...) se despertó a las tres de la madrugaba. No podía dormir. Las ansias de planificar el siguiente crimen impedían que sus ojos se cerrasen y sus emociones se calmaran“. La mano derecha tomó la pluma que la mano izquierda le cedió, mientras Edmundo observaba este cambio de pluma recordando aquellos momentos cuando solía reconciliarse con su hermano mayor cuando discutían. Apretó firmemente la pluma. Empezó a acomodarse. El pulgar izquierdo no recordaba donde ubicarse hasta que por fin tomo posición luego de sentir cada milímetro de la pluma y finalmente, la mano izquierda comenzó a escribir. “Por años vengo contemplando como el ser humano es capaz de decidir el rumbo de su vida a pesar de las consecuencias, a veces indeseadas. Puedes optar por la vida o por la muerte, incluso por la de terceros”. Edmundo leía con preocupación lo que mano derecha iba escribiendo, por un momento pensó en detenerla pero no lo hizo. “(...) Estoy cansada y harto de reprimirme, y de ver que otro ocupa mi lugar, ¿qué pasaría si desapareciera aquel que me despojó de la escritura, del contacto con las manos de terceros, del sentir la textura de 100 la piel de quien amas, de un caricia, de dar un golpe con el puño”. Edmundo comenzó a preocuparse, todo parecía indicar que la mano derecha se vengaría de la mano izquierda. “(...) Debo reconocer que tu escritura, mano izquierda, me cautiva. Hace exactamente tres días, tú describiste con extremo detalle y placer cómo torturarías a una persona hasta conducirlo a su muerte. Hace tres días escribiste tu propio destino.” Edmundo intentó quitarle la pluma a su mano derecha. La situación comenzó a alterarse. La mano derecha, sudando y rasgando el papel por la presión que ejercía, escribía rápidamente detallando cada instante y agonía que la mano derecha había vivido. Estuvieron forcejeando por varios minutos hasta que Edmundo logró quitarle la pluma. La mano izquierda recuperó su posición: “En realidad ese destino final lo escribí para ti. Te lo mereces por los momentos y complicaciones en que nos metiste. Las manos de todos los humanos se protegen, se ayudan mutuamente. Tú haces lo contrario. Me privas de dar un abrazo fuerte. No puedo incluso juntar las manos parar rezar.” La mano derecha le quitó la pluma y escribió: “¿Acaso crees que lo hago por diversión? No lo puedo controlar. ¿Qué culpa tengo yo?” La mano izquierda respondió: “¿cómo es posible que digas eso? Si lo haces con placer y sin premeditación. Ya estoy cansada. Yo tengo que hacer el trabajo de las dos. Tengo que arriesgarme para detenerte de cualquier locura que intentas”. “Nunca recibí ningún tratamiento para controlar esto. Yo soy y hago lo que Edmundo ha permitido. Se olvidaron de mí. ¿Ustedes creen que me la paso bien así? Para nada”... la mano derecha aclaró. Edmundo pasmado por el espectáculo solo leía lo que sus manos escribían. La mano derecha seguía escribiendo con rapidez. Su trazo llegaba a perforar la página por la furia e ira que sentía hacia la mano izquierda. Por el contrario, la mano izquierda enumeraba las veces que tuvo que deshacer lo que 101 la derecha hizo. De pronto, al ver que la discusión entre líneas se tornaba más y más fuerte, Edmundo concluyó en que esta situación debía terminar de una manera u otra. Abrió el cajón de su escritorio donde estaba escribiendo su novela policiaca, sacó un corta papel de plata. Medía unos quince centímetros aproximadamente, era pesado y su punta brillaba al contraste de la luz amarilla que iluminaba el escritorio. Cerró con fuerza el cuaderno donde las manos se disputaban la pluma por escribir y quejarse. Puso el corta papel encima del cuaderno y cerró los ojos. En ese preciso momento comprendió que en la vida hay que tomar decisiones aunque éstas sean dolorosas. 102 El padre pródigo Grisolia, Filippo Incluso una vez le había parecido que él sonrió. Fue cuando estaba repitiendo la estructura de la Odisea en voz alta. Al día siguiente tenía el interrogatorio y quería que él supiera que estaba listo, siempre. Y así se preparaba a la perfección, estudiando todo, hasta el más mínimo detalle. 24 libros, doce mil ciento diez hexámetros, cada uno de los cuales consta de 6 pies, alternados entre un dáctilo y un espondeo, excepto lo último, cuidado, que también puede ser un troqueo. Sabía que era una sonrisa de incredulidad. Se había quedado impresionado por Santiago. Y por eso Santiago estaba demasiado orgulloso. Tanto que le daba vergüenza, así que trató de ocultar su alegría, de minimizarla, de suprimirla, para limitar cuanto conseguía cualquier reacción del cuerpo o expresión facial, y lo hizo de todas las maneras, aunque nunca habría podido verlo. Estaba orgulloso, por supuesto, pero no sorprendido, si no fuera por el supuesto excepcional que ese evento llevaba consigo: él siempre se sorprendía por la fortaleza de su hijo, por sus ganas incontrolables, por aquellos escrúpulos que le impedían dejar atrás cualquier desafío, que le imponían dar siempre su mejor, hasta que tuviera. Pero, sin él, empezaba a tener cada vez menos. “Mamá, tengo miedo que papá ...Que tal vez ...” “Mi amor, no te preocupes, papá volverá”, respondió la mamá esa noche mientras aclaraba la mesa. Papá volverá ... ¿papá volverá? Santiago no creía que fuera la palabra correcta. Papá nunca se había ido a ninguna parte, nunca se había escapado, nunca se había retirado de su deber. Él estaba allí, con ellos, a distancia de caricia. 103 Sin embargo, parecía que los había dejado solos. Pero Santiago nunca quería estar solo. Todos los días, después de la escuela, telefoneaba a mamá para asegurarse de que estaba bien, de que estuviese tejiendo el sudario, y se apresuraba al hospital. Antes de entrar, iba al pequeño bar al lado, soportaba la larga fila habitual de las horas y pico y finalmente compraba un bocadillo y una CocaCola para él, y lo mismo para su padre, en caso de que hubiera tenido hambre o sed. Luego se sentaba en la silla junto a su cama y, entre bocado y bocado, comenzaba a contarle de su día. De vez en cuando hacía una pausa para darle tiempo para responder. Esperando una respuesta que nunca llegaba. Algunos días a Santiago le parecía que papá no abría sus ojos porque se avergonzaba de él. Y como culparle, después de aquel 4 de geografía, de aquella derrota en el fútbol, de esa niña tan graciosa que parecía que tampoco lo veía. Esas derrotas le hacían arder el estómago, porque él sabía que estaba hecho por otra pasta respecto a los otros, que era más fuerte, al menos un poco especial. O por lo menos, cuando su padre estaba, lo era. “Pero papá sigue estando” siempre se corregía, tal vez en busca de consuelo, tal vez por deber, cuando lo pensaba. Y por eso, sólo quería darle satisfacciones, sólo oportunidades para estar orgulloso de él, y para volver a sonreír de nuevo. Después de haber hecho, como de costumbre, todas las tareas para el día siguiente, sentado en la silla junto a la cama de su padre en una posición de un inconveniente que nunca habría reconocido, se acercaba a él y lo miraba a la cara, evitando la vista allí al lado del respirador al cual tenía que permanecer junto, por fuerza de las circunstancias. Trataba de mantener la concentración por lo menos media hora, sin alejar nunca la mirada, y el pensamiento, en busca de cualquier imperceptible movimiento o ruido, de un inesperado toque de vida. Pero era difícil que se mantuviese así, porque luego Santiago se comprometía a pensar y entonces era un desastre. 104 Pensaba en lo que había sucedido. La noche antes de la falta papá le había leído el canto XVI de la Odisea (al día siguiente tenía control), lo en el cual Telémaco reconoce a Odiseo, su padre, finalmente de regreso a Ítaca después de todas las peripecias y desventuras que le había constreñido fuera de casa durante veinte largos años. A la mañana siguiente había recibido una llamada telefónica en la escuela y él, ese control, ni siquiera había tenido que hacerlo. Por una vez en su vida, lo habría preferido. Ahora la Odisea estaba en la mesita al lado de su padre, abierta en el canto XVI. Encima de esa, Santiago dejaba apoyado el móvil de papá, porque impidiera que una ráfaga de viento, proveniente de la ventana siempre abierta, diese vuelta a la página. Después de la media hora de adoración, iba a tomar la Odisea, dejaba el teléfono en el mueble, y leía en voz alta su pasaje favorito, siempre lo mismo. “No soy ningún dios, ¿Por qué me confundes con los inmortales? Soy tu padre, por quien gimes y sufres tantos dolores y aguantas las violencias de los hombres”. Papá había parecido un héroe valiente vuelto de la antigüedad, cuando se la había recitado a él en voz alta, con su habitual elegancia y un pellizco hilarante maestría. Un héroe con “multiforme ingenio”, ya, cruzó por su mente con una ironía de la que se avergonzó ligeramente. Pero papá era lo suficientemente majestuoso tanto con “cerebro activo”, cuanto... Cuanto... Cuanto ahora. Santiago apenas podía creer que papá no tuviera ningún pensamiento, ningún estímulo, que solo estuviese allí tendido inerte. Papá tenía que estar luchando como siempre. Luchando para volver a vivir, a vivir en serio, contra los cantos de las sirena que le atraían, o el hechizo de la bruja Circe que lo había reducido a este estado. Algunas veces mientras lo observaba él imaginaba incluso que detrás de sus párpados hubiera un pequeño Polifemo, que le 105 impedía abrirlos, tal vez envidioso de sus dos magníficos ojos verdes. La lluvia que empezaba a caer afuera le dio vuelta a la realidad. Cruzó la habitación, moviéndose alrededor de la cama de papá, y cerró la ventana. Estaba a punto de volver con los ojos a su héroe, cuando mirando afuera vio a la gente corriendo, huyendo por la calle, aquí y allá. Él sin embargo estaba todo el día allí adentro porque nunca se habría perdonado no asistir en el momento en el que él se hubiera despertado. Algunos días había peleado con mamá para pasar la noche en el hospital, una o dos veces también lo había obtenido, pero más se esforzaba, más no podía mantenerse despierto, atento, para velar por su héroe, incluso en la oscuridad. Pero cuando se dio cuenta, mientras las gotas rayaban la ventana de la habitación, que a pesar de que su padre estuviese encerrado en esa prisión de carne y estuco, que a pesar de que la gente hubiera perdido, por el momento al menos, una persona extraordinaria como él, el mundo seguirá girando lo mismo, y la gente continuara corriendo de aquí para allá a veces en busca de algo indefinible, se preguntó cómo se habría convertido si papá nunca hubiera regresado. Habría seguido estando toda una vida a su lado, como había hecho todos los días durante todo el año y medio anterior, sacrificando las expectativas personales, los sueños, el deseo de tener hijos o de viajar por el mundo? ¿Qué habría sido de él si su padre hubiera tardado como Odiseo veinte años para volver? Se dio vuelta hacia papá, comprobando por un segundo que no se movíese, y luego deslizó la Odisea en sus brazos, como siempre dejó el teléfono en la mesita y llamó a su madre para advertirla de que iba a volver a casa. Casi había llegado cuando sintió el teléfono vibrar en los bolsillos. Que pesados. Habrá sido algún compañero de clase 106 para pedirle las tareas para el día siguiente. Sólo por favor, replicó, sin ni siquiera mirar a la pantalla, con aire ausente, y se llevó el móvil a su oído. “No soy ningún dios, ¿Por qué me confundes con los inmortales? Soy tu padre, por quien gimes y sufres tantos dolores y aguantas las violencias de los hombres”. ¿Santiago?» Sintió que algo se movía en su estómago. «¿Papá?» consiguió silbar solamente, conteniendo con orgullo las lágrimas. «¿Santiago? ¿El último pie es espondeo o troqueo? « 107 Treinta y Nueve Minutos Gutierrez de la Fuente, José Estaba nublado, un aire tibio se sentía al caminar, el suelo seguía húmedo por la lluvia del día anterior, había un poco de viento, era un día normal a fines de invierno. Así comenzaba un nuevo día de trabajo. El tic tac del reloj, el palpitar de su corazón, el hambre de no haber desayunado, el sudor de no saber qué ordenar en la cafetería; era un día más para Ángel. El nerviosismo por tener que hablar con la cajera lo consumía, las ansias por no llegar de nuevo atrasado al trabajo lo carcomía por dentro, la corbata se sentía cada vez más apretada al pensar que el paso inevitable del tiempo, le evitara llegar al tren a la hora. Sí, era nuevamente un día normal. Llegó al frente de la fila sin haber decidido todavía si pedir el nuevo muffin de arándanos con un jugo de naranja, un cheesecake de frambuesa con leche o la torta de chocolate y el cappuccino que pedía todas las mañanas. En ese momento Sara, como decía la pequeña insignia en el lado derecho de su pecho, le preguntó qué deseaba consumir. Ángel, sin saber qué contestar, simplemente dejó salir las palabras que le sonaban más familiares “Una torta de chocolate y un cappuccino por favor”. La rutina parecía más segura y él estaba muy apurado como para detenerse a pensar. Justo después de decir aquellas palabras Sara le sonrió y le dijo – Muy bien señor, son cinco mil seiscientos, ¿cuál es su nombre? – Ángel se sintió bastante sorprendido. Cómo era posible que después de dos años de atenderlo todas las mañanas de lunes a viernes, sin contar el viernes pasado en que se sintió enfermo y se quedó en casa, no supiera todavía su nombre. ¿Era tal vez por ser muy tímido? ¿Habían acaso cambiado a la chica y jamás se dio cuenta por andar concentrado en controlar su extraño mundo interior? ¿Tal vez él nunca existió y todas las veces que fue a esa cálida y ornamentada cafetería fueron sólo un sueño? Nunca lo 108 sabría. Sin embargo, mientras seguía cuestionándose el porqué de aquella “extraña” pregunta, y por mera inercia, respondió simplemente “Ángel”. Ella le dijo que el café tardaría unos cinco minutos, pero él no la escuchó, seguía abstraído en aquél agitado, turbulento y dramático mundo que algunos llamarían conciencia. Tic-tac, tic-tac. Pagó y se quedó parado a un costado de la fila mirando el reloj y esperando su pedido. Desde ahí observaba a las personas del lugar, observaba sus emociones, analizaba su aspecto, sus movimientos, sus vestimentas, todo parecía importante. Pero esto lo hacía con un motivo mucho más profundo que la morbosa curiosidad. Sí, él quería saber cómo se sentiría ser normal, cómo se sentiría no tener que freír su cerebro por cada cosa que pasaba por su mente, por simple que sea. Les tenía envidia, porque sabía que jamás tendría la posibilidad de cambiar, jamás podría sentir el placer de sentarse en una playa y relajarse sin tener por qué preocuparse, porque sabía que él siempre encontraría la manera de pensar en algo que lo atormentara. Y el reloj seguía tic-tac, tic-tac. Observó el extraño reloj en la pared con forma de grano de café. Tic-tac, tic-tac. Marcaba las 7:35. Sintió que caía de espaldas en un abismo infinito, sintió que se ahogaba, sentía todavía más apretada la corbata y sentía su corazón palpitar y eso lo enloquecía. Sabía que no llegaría a la estación a tiempo. Y el reloj seguía tic-tac, tic-tac. En ese momento, innumerables situaciones pasaron por su mente. “Llegaré tarde… otra vez, llegare tarde otra vez, mi jefe me verá, oh dios mío ¿Qué haré? Respira profundo. Me verá y no podré explicarle por qué. Maldición. Respira lento. Me echará del trabajo, ¿cómo viviré? No podré pagar la renta. ¿Quién me contratará a mí? Nadie contrata a los que llegan tarde. Respira nuevamente. Viviré en la calle ¿Qué será de mí? ¿Qué pensará mi familia? Soy una decepción para mi padre, no podré verlo a los ojos de nuevo. Mi corazón se acelera más. Tranquilo…”. Tic-tac, tic-tac. Simplemente no podía escapar de ese infierno que se encontraba 109 en lo profundo de él, un infierno que le recordaba a cada segundo que jamás desaparecería. – ¡¡¡Ángel!!! – Gritó la chica que preparaba los cafés. Tomó su pedido con la esperanza de que tomando un taxi llegaría a tiempo a la estación, y raudamente abandonó el lugar sabiendo que nadie lo recordaría, como si jamás hubiera estado ahí. Tic-tac, tic-tac. Comió su trozo de torta y tomó su café en el camino. Había llegado a la estación. Bajó del taxi y corrió hacia el andén. No había nada. Miró el reloj de bolsillo que le había regalado su madre la última vez que se habían visto. Tic-tac, tic-tac. Eran las 7:51. Vio poca gente en el lugar, se acercó al encargado de los registros si el tren de las 7:50 ya había arribado. Lamentablemente la respuesta era la que él se esperaba. Había llegado tarde a la estación. Comenzó a sudar y a sentir todos los síntomas de una enfermedad que lo destruía por dentro, la ansiedad y el pánico se apoderaban de él y no sería fácil evitarlo. Había olvidado su medicación. Sintió que su mundo se desmoronaba. Tic-tac, tic-tac. Giró la cabeza a la derecha para ver si alguien lo observaba, no había nadie. Giró la cabeza a la izquierda y ahí la vio. La serendipia más grande. Sentada en una banca leyendo un libro de García Lorca, se encontraba la mujer de sus sueños, una mujer con la que había soñado todas las noches durante 2 meses y medio, una mujer que había hecho desaparecer aquellas pesadillas nocturnas que lo atormentaban desde que era niño. Tan bella, tan simple, tan natural. Su tez pálida, sus pecas, sus labios perfectamente rosados, su largo cabello castaño oscuro, sus ojos verdes. Todo era hermoso y a la medida. Todo era etéreo en su ser. Dicen que cuando encuentras a tu alma gemela, el tiempo se detiene, que entras en un estado de limerencia, en que un solo segundo puede ser una eternidad inefable. Exactamente eso sucedió aquél día. El tic-tac en su cabeza había desaparecido, todo pareció detenerse, era como si el tiempo flotara, como si toda la alegría del mundo estuviera contenida en un solo momento y todas las preocupaciones, todo el estrés en su 110 mente hubiera desaparecido, era la definición de lo idílico, estaba viviendo una epifanía. Poco a poco comenzó a escuchar una meliflua melodía, la cual no sabría decir si estaba sonando o solamente estaba en su mente. Pero lo que sí sabía era que jamás olvidaría a esa mujer, que su amor por la imagen de ella sentada en aquella estación sería inmarcesible. Estaba en un estado de shock tan grande que simplemente había olvidado lo efímero de un segundo. Sin embargo, como alguna vez vi en un film, cuando esto ocurre, el tiempo que pasa inmediatamente después, debe pasar más rápido para poder compensar el tiempo perdido. Apenas pudo darse cuenta, ella estaba parada en frente de él preguntándole si sabía a qué hora pasaba el próximo tren a la capital. No pudo disimular su impresión al verla hablándole, y sin mayor elocuencia respondió a su duda. – A las ocho y treinta. – Muchas gracias – Respondió ella con una sonrisa. No hubo más conversación que un forzado y vacilante murmullo de Ángel diciendo “de nada”. Ella se sentó a su lado y nuevamente sacó su libro de García Lorca de su bolso de cuero. Esta vez Ángel pudo notar en el empastado el nombre del libro. “Bodas de sangre” decía en letras doradas. Una de las mejores tragedias en verso y prosa que he leído, si me preguntan, pero esta historia no trata de mí así que sigamos con Ángel. En ese momento él se encontraba frígido, detenido completamente por la emoción de aquél momento, mas en su interior estaba extasiado, alucinando con los hechos y las posibilidades futuras, imaginándose en distintos escenarios y situaciones en las que podría haberla conocido. ¿Cómo era posible que una mujer con la que llevaba soñando casi 3 meses apareciera de la nada en la estación de trenes que él acostumbraba desde hace 5 años, y que además le hablara? El nerviosismo y la ansiedad habían vuelto, empezaba a sentir el pulso en todo su cuerpo, en sus piernas, en sus brazos, en el cuello y detrás de los ojos, había comenzado a sudar de nuevo, desde sus manos hasta sus axilas, comenzaba la tensión 111 en los hombros. Sin embargo esta vez era diferente, ya no le preocupaba el llegar atrasado a su destino, estaba dubitativo. No sabía qué hacer, no sabía cómo reaccionar, quizás por eso se quedó callado en su rígida postura mirando al infinito. Miró hacia el lado, y ahí seguía ella, sentada al lado de él como si fuera lo más normal del mundo. Parecía tan real, podía sentir el frío, podía oírla pasar de una página del libro a otra, podía sentir el olor del pasto húmedo y del perfume de rosas que ella había rociado sobre su cuerpo dicha mañana. Podía sentir el roce del abrigo que ella llevaba puesto con su mano izquierda apoyada en la banqueta. Pero él seguía ahí, ensimismado en su universo pensando que nada de eso podía ser verdad, tratando de convencerse de que todo lo que estaba pasando era tan solo un sueño más. Ahí fue cuando la ansiedad llegó a su punto máximo. Había tocado fondo. Y el fluir de su conciencia había logrado apoderarse de su mente y pensar solamente en esa hermosa mujer sentada a su lado. Así fue como por segunda vez en el día un soliloquio interminable comenzaba. “¿Qué hago? Esto puede ser verdad, pero también puede ser sólo mi imaginación. ¿Me estaré volviendo loco? No puedo estar más loco que ahora. Hay Dios. ¿Por qué no hablé más? ¿Pero cómo pude haber seguido la conversación? Tal vez ella está pensando que soy raro. Pero lo soy. ¿Será malo ser raro? A lo mejor le gustan las personas raras. Dicen que las personas raras son más felices. Respira hondo. Pero yo no soy feliz, así que no puedo ser raro ¿O sí? Como sea. Debería hablarle, no creo que quiera seguir leyendo ese libro. Parece algo aburrido. ¿Y si no quiere hablar conmigo? No pierdo nada con intentarlo. Pero tengo mucho miedo. Respira lento. Debo comprar más remedios. Oh Dios mío me siento pésimo. No sé qué hacer…”. Después de estar un rato así, sacó nuevamente su reloj de bolsillo y debido al nerviosismo no pudo evitar que se le cayera y se rompiera la mica de la cubierta. Lo recogió y vio que el reloj marcaba las 8:15. Fue así que se dispuso a finalmente hablarle. Supuso que 112 desprestigiar el libro que ella estaba leyendo por su portada sería un mal inicio, de hecho opino que fue lo más sensato de su parte, dado que sé que él tenía cierto problema con filtrar sus opiniones, quizás por la enfermedad que poseía. Así que optó por hablarle de literatura inglesa, la cual era su preferida. Pero algo lo detuvo, su miedo a ser rechazado fue más fuerte que su decisión. Comenzó a cuestionarse de nuevo. “¿Qué gano con esto? En verdad no lo necesito ¿por qué lo haría? Yo no hago estas cosas. Tal vez si enfrento esto, pueda hacerlo más adelante. ¿Pero y si me rechaza? No podría soportarlo, mi padre me lo dijo, jamás tendré éxito. Respira nuevamente. Podría no rechazarte, ser bastante amigable y podría incluso ser beneficiosa para ti. A lo mejor estoy siendo egoísta. Dios mío, tal vez nunca lo sabré. Podría conocerla y ella sería empática y amable, tal vez comprendería mi situación. Tal vez no le importa que después de hoy me vayan a despedir. Podría darme su dirección y así yo podría mandarle cartas y ella a mí. Podría después de eso invitarla a salir y quizás tomar un café. No te aceleres. Podríamos salir innumerables veces y ella pensaría que soy genial. Podría llegar a enamorarme de ella y ella de mí y me impulsaría a conseguir un nuevo trabajo. Tal vez eso llevaría a formar una familia. Eso le encantaría a mi padre, tal vez olvide que piensa que soy un mediocre. Podría despertarla por las mañanas con el desayuno, abrazarla y besarla. Relájate, recuerda lo que dijo el doctor. Podríamos tener un hermoso hijo, comprar una casa e incluso tener un perro, quien sabe. Podríamos estar juntos hasta que nuestros cuerpos ya no den más. Tal vez sea yo quien te entierre, pero estaría feliz de haber coincidido toda una vida contigo. Podrías ser el amor de mi vida… Podrías ser el amor de mi vida, pero puede también que nunca lo sepa, porque jamás te hablé. Podrías ser el amor de mi vida…” Apenas Ángel pudo despegarse de su introspección, se dio cuenta de que el andén ya estaba lleno, el cielo había despejado un poco y la hermosa musa a su lado se estaba levantando. El 113 tren había llegado, se paró él también y miró por última vez su reloj, marcaba exactamente las 8:30. Ella se acercó nuevamente a él, se presentó como Bárbara y le pidió por favor la ayudara con una maleta pesada, a lo que él asintió con la cabeza. Hizo un gesto amable con la mano derecha y agarró la maleta con la izquierda, y siguiéndola a ella se subieron al tren dejando aquél pueblo bien atrás. Nunca nadie supo que ocurrió después, ni tal vez nunca nadie lo sepa, el hecho es que ni siquiera yo puedo dar testimonio de eso. Ángel Bonilla fue y siempre será un recuerdo inexistente en las memorias de aquel pueblo olvidado que jamás lo volvió a ver. 114 El Encierro Guzmán Vega, Horacio Como todos los días, Rodrigo despertó a Rodolfo de un eterno sueño que no acabaría sin la ayuda de un hermano. Ni siquiera eran hermanos. En su pequeño mundo, ambos cumplían sus respectivas obligaciones, pero la obligación del mayor había sido siempre la labor de despertar al otro, al alfeñique desdentado de tantos golpes que le habían dado en su vida. Ninguno planeaba escapar a su rutina, se sentían cómodos con ella y no había sido fácil el crearla. Ambos individuos habían perdido todo, Rodolfo ya no tenía familia, le decíamos el de la “nariz roja”, por el famoso reno, mas él nos decía que “no existen renos de nariz roja”, luego se sentaba en su esquina con mucho cuidado, sin poder siquiera usar sus manos, a pedir limosna como lo hacía día tras día, solo de palabra y sin gestos, si bien todas las esquinas eran iguales, él prefería la más lejana. Rodrigo era más sofisticado, gustaba de dormir y tenía una sonrisa cautivadora, blanca como la nieve y sin ningún residuo de alimento en ella, pues desde el día en que le regalé un cepillo, lo atesoró como si fuera alguna especie de divinidad pseudo-religiosa, desde entonces lo llevaba usando hasta hoy en su propia esquina, la que queda justo en frente de la de su hermano, pues así estaban lo más lejos el uno del otro. Así comenzaba su día, a diferencia de los otros “pueblerinos” (como nos gustaba llamarlos), estos dos iniciaban su día más temprano, a las 6:30 de la mañana, exactamente y de forma puntual cada mañana. Rodrigo daba un grito y Rodolfo despertaba desesperado pensando que algo malo le había ocurrido, entonces reparaba en el hecho de ser solo una broma y comenzaba a gritar improperios en contra de las risas de Rodrigo. La comida de desayuno iniciaba a las 8:00 de la mañana, cuando los demás pueblerinos despertaban o, en su defecto, teníamos que despertarlos para verificar que ninguno hubiese 115 tenido alguna crisis durante la noche anterior. En el lapso de dos horas, tenía lugar la misma conversación de cada día. “Estamos perdiendo nuestro tiempo”, repetía Rodolfo, “cuando hayamos juntado lo suficiente, compraremos nuestro carrito y podremos vender empanadas”, le decía Rodrigo, en un intento por consolarlo. A la hora del desayuno, las puertas se abrían y todos llegaban a tomar aquella taza de té, frío aunque fuese invierno, y un par de tostadas con mantequilla impregnada, de esas que Rodrigo recordaba de su infancia. Nunca hubo mayor placer para él que el comer una de esas tostadas con mantequilla, eran su ambrosía de todas las mañanas. Primero, le quitaba el borde, odiaba los bordes quemados del pan de miga, luego lo cerraba, doblándolo por la mitad y, finalmente, procedía a comérselo. Rodolfo solo se comía el pan. No todos los pueblerinos compartían la mesa como ellos, el viejo Ramiro estaba siempre solo al final del comedor, volteado hacia la pared para evitar contacto visual con cualquiera de los otros; Raymundo no comía, guardaba el pan en el bolsillo de su chaqueta (a él le permitíamos conservar su ropa) y creemos que se lo come después, él compartía habitación con Rolando. Rolando, quizás el más desagradable de todos estos, recuerdo cuando un día, por mero capricho, saltó sobre una mesa, aplastando el almuerzo de Raymundo, y comenzó a gritar que “quería escapar”. Un loco más, o uno menos, no hace la diferencia. Yo, mientras tanto, solía comer mi propio pan de miga, distinto a los de ellos, el mío con mermelada de fresas, y lo cortaba por la mitad con delicadeza con un fino cuchillo aserrado que guardaba en mi chaqueta. A las 12:00 era el almuerzo, pues no podíamos dejarlos más de cuatro horas sin comer, o algunos se ponían violentos y eso podía ser perjudicial para nosotros. Rodrigo y Rolando jugaban frente a la estatua en el tiempo entre comidas, pues era el único horario del día en que los pueblerinos podían interactuar los unos con los otros (excepto por Ramiro y otros de su condición, a quienes les habíamos preparado habitaciones especiales para 116 ese horario). Las mismas preguntas cada mediodía, “¿Cuándo vamos a salir? El ejército me necesita, y podrías servirme como un buen soldado, joven Rodrigo”. Rodrigo no respondía, era optimista y sabía que cuando a Rolando le daba por hablar estupideces, era mejor ignorarlo y esperar a que se le pasara. Llegado el mediodía, se abrían las puertas de las habitaciones y todos debían entrar. A los más problemáticos los hacíamos vestir los chalecos, al menos hasta que se calmaran y entraran a sus espacios, entonces les llevábamos la comida. Rodolfo se sentía más cómodo con el chaleco, era curioso, pues nunca habíamos visto a uno que se sintiera así al estar imposibilitado de mover sus brazos, “es parte de su personalidad” me decía Andrea, yo no sabía de cuál personalidad hablaba. En el cuarto de los hermanos, Rodolfo siempre llevaba puesto el chaleco, por lo que las comidas restantes del día eran administradas por Rodrigo, quien se encargaba de alimentar a su hermano. La bandeja era suave y con una leve mancha roja en uno de los extremos, la cuchara que traía era nueva todos los días, un olor a plástico que a Rodrigo no dejaba de desagradarle. La pasta verdosa y semilíquida era realmente asquerosa, ellos la comían sin problema, yo me preguntaba si el asco era algo que solo nosotros podíamos sentir, y si ellos eran de la misma especie que nosotros o un simple error de la naturaleza que los hizo distintos. A las 19:00 llegaba la hora de dormir, muchos se resistían y debíamos llamar a los guardias de seguridad, esos hombres robustos que parecían disfrutar cada vez que debían reprimir a alguien, dejando entrever su sonrisa irónica de “yo soy libre y tú no”, me repugnaban, pero nunca se los dije. El martes 13 de diciembre (antes de que mandáramos a dormir a todos) llegó al hospital un nuevo pueblerino. Me sentí mal por él, se veía joven, tal vez debía tener mi edad, cuando llegó a mi oficina le pedí su ficha, me dijo que aún no habían hecho una ficha para él, por lo que yo, aprovechando que estaba allí, decidí no llamar a Mónica en su día libre y hacerla por mi propia cuenta. Me dijo que sufría de alucinaciones y severos 117 trastornos de personalidad, algo común en este lugar, por lo que sería solo uno más y no influiría con la necesidad de contratar algún nuevo especialista, mejor para mí, odio esa clase de trámites, pues solo los dementes están dispuestos a trabajar con dementes. Revisé la disponibilidad de habitaciones, y me di cuenta de que estábamos llenos, y no podía situarlo en la misma sala que un autista (pues eran los únicos quienes no tenían compañero). Me causaba cierto grado de empatía, su mirada triste y agotada me hizo dar cuenta de que realmente sabía de su problema, quizás, él no era uno más. Lo destiné a la sala de Rodrigo y Rodolfo, la habitación AZ103, en el block número 8. Si bien, esos dos tenían problemas, no le harían daño. Por precaución, no archivé su registro, solo lo guardé en uno de mis bolsillos. Cuando los presenté, les dije que él era “su nuevo hermano”, parecieron tomarlo bien, Rodrigo incluso se presentó ante él, “nunca habíamos tenido la oportunidad de presentarnos formalmente”, le dijo, si bien era curioso, de cierto modo también era cierto. Rodolfo era reacio a la idea de interactuar, ni un grito dio, algo curioso, pues siempre que llegaba un nuevo inquilino, solía gritar al primer momento de verlo, generalmente, en la hora de almuerzo. Luego de su presentación decidí dejarlos solos y comencé a monitorearlos solo a ellos, Andrea me había comunicado de problemas en el suministro eléctrico (¿o fue Mónica? Ya no lo recuerdo), por lo que solo funcionaba esa cámara de seguridad. Rodolfo fue a su esquina, Rodrigo a la suya, ninguno durmió esa noche, pues el nuevo se había sentado en el centro, sacó una moneda de $500 y se la dio a Rodrigo, “toma, para tu carrito”, le dijo, este la guardó y Rodolfo esbozó una maliciosa sonrisa. Me dormí. Era mi día libre, un miércoles, yo amaba los miércoles, pues no tenía el deber de ir al hospital, si pudiera haber vivido lo que me quedaba de vida sin acercarme a ese lugar, hubiera sido feliz, pero no esa felicidad falsa, no esa felicidad que tienen todos esos locos del hospital, yo hubiera sido feliz de verdad, ¿podían ser ellos felices? No eran como yo, no creo que sintieran como 118 yo, eran más como animales inocentes que no sabían sobre lo que había en su entorno, recuerdo que mi profesor de biología solía decirme eso, “lo que nos diferencia de los animales, es que nosotros somos conscientes de nuestro entorno”, pues ellos no lo eran, ¿significa, entonces, que eran animales? Nunca creí eso, los animales son salvajes. Mi felicidad se vio arruinada cuando Mónica me llamó de urgencia, Rodrigo había amanecido golpeado y ensangrentado por puñaladas en el abdomen. Tomé el primer taxi que vi y emprendí rumbo hacia el psiquiátrico. El chofer era simpático, tenía un pintoresco acento caribeño como Andrea, ella era del caribe, aunque nunca supe bien de dónde exactamente, pero me agradaba su acento, tenía un aire despreocupado y colorido que me hacía olvidar el desquiciado hospital. No entendí muy bien lo que me dijo, pero reía mucho, al punto de que olvidé todas mis preocupaciones y comencé a reír con él, durante ese lapso, no existía nada más que dos hombres felices de estar vivos, o simplemente, felices, no me di cuenta que habíamos llegado, el viaje se convirtió en unos breves segundos. Revisé mi bolsillo para hallar el dinero y pagar, pero me di cuenta que no tenía nada, curioso, siempre llevaba dinero en el bolsillo. Le pedí que me disculpara, “no se preocupe”, me dijo, “si no tiene con qué pagarme, asumimos que quedarás en deuda, cuando pueda, te cobraré lo que me debes”. Entonces vi a Mónica y a Andrea, ambas estaban esperándome en la entrada del hospital, pero era miércoles, Andrea tenía libres los miércoles. Me llevaron adentro y, en la sala de urgencias, estaba Rodrigo, inoportuno visitante me sentí, pues su rostro estaba destrozado, como si le hubiesen dado golpes con un mazo, sus ropas blancas estaban entintadas en rojo, me repugnaba. Me comunicaron que había amanecido así, los guardias de seguridad habían caído dormidos y no presenciaron la situación. Rodolfo había sido aislado para evitar que causara conmoción en los demás, debido a que yo dejé mi puesto de trabajo durante la madrugada, él era el único testigo de esa habitación. 119 Me es indiferente, Andrea y Mónica revisaban las cintas de las cámaras de seguridad, pero no había registro, todas las cámaras habían sido apagadas a las 3:10 de la madrugada, hora en que sucedió el ataque. Les propuse no decirle a nadie sobre el incidente. Sería lo más práctico, nadie notaría la ausencia de un loco además de otro loco, en este caso, Rodolfo. Es cierto, Rodolfo, ¡lo había olvidado por completo! No podía dejar a ese testigo allí, o podía contarle a todos de lo que vio, y el perjudicado sería yo. Andrea me observó con intriga, me hizo notar que había empalidecido, “debo hacerle unas preguntas a Rodolfo”, le dije. Corrí camino a la sala en la que tenían encerrado al testigo. “¡Dios!”, pensé, “si alguien se entera que dejé entrar a un tipo sin registro al hospital, ¡y que encima cometió un homicidio! Seré yo el encarcelado por negligencia”, revisé en mi bolsillo para buscar el papel del registro, palpé el documento, pero entonces me hallé frente al umbral que separaba al salón de la habitación. La puerta estaba abierta, allí vi al sujeto con un cuchillo de cocina en su mano, clavándole puñal tras puñal a Rodolfo, el pobre ahora podía hacer honor a su título de “el de la nariz roja”, pues estaba manchado con sangre, él y toda la habitación. Me acerqué bruscamente y traté de detenerlo, sujeté sus manos con las mías para frenarlo, o al menos para quitarle el cuchillo. Rodolfo ya no respiraba, entonces entró Mónica y las puñaladas se detuvieron, observé que todo estaba cubierto de sangre, ella dio un grito y se desmayó, tenía el cuchillo en mis manos, pero ya de nada servía, Rodolfo estaba muerto. Andrea apareció por la puerta y vio la desastrosa escena. “Pablo”, me dijo, “¿Qué has hecho?”. Guardé mi ensangrentado cuchillo para pan en la chaqueta nuevamente, revisé mi bolsillo trasero y encontré finalmente el papel del registro del sujeto que había aparecido el día anterior, “Pablo Montenegro. Síndrome de personalidad múltiple”. 120 Todos somos iguales Herrera Palacio, Cristian Hola me llamo Juan de Dios y soy un niño muy especial porque tengo síndrome de Down. Mis papás me contaron que cuando yo nací se pusieron muy felices y que daban gracias a Dios todos los días por mí. Mi mamá me dijo que yo era muy parecido a ella, porque los dos teníamos un problemita al corazón, aunque ella después me dijo que era a la sangre. En mi familia somos cuatro personas: mi mamá, mi papá, mi hermano mayor y yo. Todas las mañanas me levantaba pensando las aventuras que haría en el día. Mi mamá era la que me despertaba para ir al colegio, siempre lo hacía a las siete en punto y sacudiéndome todo el cuerpo y haciéndome cosquillas. Después iba a tomar desayuno, yogurt de vainilla con Zucaritas era lo que más me gustaba. Cuando terminaba me iba a vestir y me ponía mi uniforme. Cuando ya estaba listo me iba al auto de mi papá, él siempre nos llevaba a mí y a mi hermano al colegio. Yo siempre era el primero en llegar: ¡Te gané! – le decía a mi papá cuando llegaba al auto. ¡Muy bien! – me respondía. Como siempre – me decía mi hermano. Me encanta ir al colegio, aunque a veces me aburro en las clases, en especial en las de Lenguaje. En el recreo lo paso con mis muchos amigos, con ellos juego fútbol, a la pinta y al cachipún. Todos mis compañeros son más chicos que yo. Cuando termina el colegio, voy directo a la liebre que la maneja Pedro. Él siempre sabe dónde vivo, parece que es un mago, pero me da miedo preguntarle. Acá también soy siempre el primero en llegar, pero el último en bajar. Me siento en el último asiento al lado de la ventana, y espero que lleguen todos los demás para saludarlos y esperarlos con una sonrisa Cuando llego a mi casa mi mamá me espera para tomar el té con 121 ella; pan con mantequilla y jamón es mi favorito y obviamente leche de chocolate. Después tengo que ir hacer mi tarea, siempre son distintas, muchas veces son entretenidas pero algunas veces son muy fomes y otras veces son muy difíciles y no las entiendo, pero mi mamá me las explica y al final las puedo hacer. Después de mis tareas me voy a jugar, me paso horas y horas saltando en la cama saltarina y haciendo experimentos con las cosas que hay en el jardín, mis favoritos son la mezcla de hojas con agua de la piscina y tierra. Algunas veces no me sale como quiero y enojo mucho, me pongo a gritar y llorar, no me gusta cuando eso pasa. No paro de jugar hasta que se hace de noche y me dicen que tengo que entrar. Como quedo todo cochino me dicen que tengo que ir a ducharme. Casi todas las veces me ducho pero otras solo me mojo la cabeza y le digo a mi mamá que me duché y lo mejor de todo es ¡que se la cree! Siempre comemos cuando mi papá llega de la oficina y conversamos de cómo estuvo nuestro día. Algunas veces la comida está muy rica y me repito, (…) Antes de irme a dormir me gusta leer (ver) mis libros de superhéroes, mi sueño es poder tener un super poder. Mi mamá me dice que algún día yo voy a ser un superhéroe porque soy una persona muy especial. Cuando veo mis libros me da mucho sueño así que siempre me duermo. Los fin de semana son siempre entretenidos, mi papá hace unos ricos asados, mi mamá nos lleva de pic-nic y todos los domingos vamos a misa, a Los Castaños. Un domingo me hice un amigo, él estaba con su polola. Le pregunté cómo se llamaba, a qué colegio iba – aunque me dijo que iba a una cosa que se llama universidad – también le pregunté si venía a misa siempre aquí, todo lo que se me ocurría se lo preguntaba. Lo más chistoso fue, que después de misa fuimos a la casa de mis primos, y le conté a mi mama cómo se llamaba mi nuevo amigo, lo gracioso fue que ¡mi tía lo conocía! Parece que ella también es bruja, como Pedro, que miedo. Un día estaba en clases de Lenguaje cuando de repente apareció 122 mi hermano en la puerta de la sala y dijo que nos teníamos que ir a la casa, la profesora se acercó a la puerta, y me dejó irme. Fue bacán, yo ya estaba muy aburrido. Cuando salí del colegio estaba mi tío esperándonos, Pedro no estaba. En el camino vi que no nos íbamos a la casa. ¿A dónde vamos? – Le pregunte A ver a tu mamá me dijo mi tío. Llegamos a un edificio grande con muchos vidrios, por adentro era todo blanco con verde claro. Subimos un ascensor y llegamos a una sala, ahí estaban todos. Después de esperar un rato entramos a un pasillo y después en una puerta. Ahí estaba mi mamá, acostada en una cama de color blanco, estaba llena de cables y maquinas alrededor, pero lo más raro fue que tenía muy poco pelo, parecía hombre. Cuando la fui a saludar me dijo que estaba enfermita, que me quería mucho y que desde este momento tenía que ser un hombre grande como mi papá. Mi mamá nunca volvió a la casa, mi papá decía que ella se fue de viaje y que algún día la íbamos a volver a ver. Ya ha pasado mucho tiempo desde que mi mamá se fue de viaje y los días ya no son como antes. Ahora me tenía que levantar con un ruido muy molestoso. En el desayuno ya no había nada, ni yogurt ni menos Zucaritas, lo tenía que sacar todo yo solo. A la vuelta del colegio no tomaba té con nadie. Las tareas cada día me aburrían más hasta las que antes eran las más entretenidas. A veces no entraba en mucho tiempo a la casa y mi papá cuando llegaba me retaba, pero después siempre me daba un abrazo, me pedía perdón y me decía que me quería mucho. En las noches nadie me acompañaba a ver mis libros. No me gusta ser grande, echo de menos a mi mamá. Un día jugando a la pinta en el recreo sentí que me dolía mucho el corazón, como si alguien me estuviese pisando. Me dio mucho frío y empecé a transpirar y después, y después no sé… Desperté en una cama de color blanco, estaba lleno de cables por todos lados y maquinas que hacían ruidos raros. Mi papá estaba sentado al lado mío con las manos en la cara y con 123 un collar de muchas pelotitas. Hola papá – le dije Mi papá sin decir nada se saca sus manos de la cara, me mira, y después pasó algo muy raro, se ríe y llora al mismo tiempo y me da un abrazo. Me estas apretando papá. Perdón, perdón – me dijo secándose la cara Después de un rato entró mi hermano, mis primos, tíos, abuelos, todos. Yo no sabía por qué era, pero a todos les pasaba lo mismo cuando entraban a la pieza. Todos cambiaban su cara, se ponían felices y me sonreían. ¡Parece que ahora tengo super poderes! Yo quería que estuvieran todos felices y se rieran, parece como si me metiera en la mente de las personas y les dijera lo que tenían que hacer. Bacán. – pensé. Ese fue un día largo, entraba y salía una señora que yo no conocía, miraba las máquinas, me preguntaba cómo me sentía, me decía que me tenía que tomar algo y se iba. Pero mi papá y mi hermano siempre estaban ahí, lo que pasa es que con mi nuevo super poder les ordené que se tenían que quedar. Justo antes de dormir les dije a mi papá y a mi hermano que los quería mucho, ellos me dijeron que también y me dieron las buenas noches. Desperté en otro lugar, ya no estaba en la cama ni tampoco estaban las ruidosas máquinas. Había tanta luz que parecía como si el sol estuviera al lado mío. Después de un rato escuché a alguien venir: ¡Mamá llegaste! Si, te estaba esperando Salí corriendo a abrazarla, al fin estaba en casa. FIN. Todas las noches mi mamá me llevaba a ver como mi papá nos contaba todo su día lo bueno y lo malo, nos decía también que nos echaba de menos pero que está feliz y también nos pedía que lo cuidáramos a él y a mi hermano (yo creo que lo decía por mis super poderes). 124 “El Flaco” Relatos del Puerto Hirschkowitz Le Blanc, Jean Paul Despertar a diario con los rayos del sol invadiendo el lugar mientras la brisa marina se hace sentir es promesa de paraíso, incluso a pesar de la rutina del trabajo y las bocinas impacientes entre el agua hirviendo de aquel café cargado de la mañana. Camina rápido entre la gente, serio, cejas gruesas, ojos cuencudos, nariz prominente, por su porte destaca un poco más de lo que quisiera y roba algunas miradas mientras gira la manilla para buscar sus cosas como es de costumbre. A pesar del sol hacia frío, saludaba a todos pero era de pocos amigos, había llegado a la zona hace ya un tiempo, de pocas palabras, se notaba en su actuar que la rudeza fue la forma que tuvo de avanzar en la vida – “Oye flaco, te esperan en administración” – le gritaron desde la puerta de la oficina, era evidente que no iba a ser una buena conversación por el tono del anuncio y porque en el puerto la situación iba de mal en peor. Al final del día Bruno, “el flaco”, figuraba retirando sus pertenencias de la empresa, quedando sin un rumbo aparente, se despidió de quienes alcanzó a ver mientras cabizbajo llegaba a la puerta del fondo. Fue ahí donde apareció Felipe, su compañero de siempre, su mejor amigo de la niñez. Desde la muerte del padre de Bruno habían estado más unidos que nunca, tanto así que Felipe que era un hombre de muchos amigos movió contactos y le consiguió este empleo en el puerto de Valparaíso, no era mucho dinero, pero le alcanzaba para ayudar a su madre en el sur – “Arriba el ánimo compadre, ya encontraremos algo” – exclamó, mientras Bruno respondía con una mirada poco animada, claro si Felipe lo decía porque le iba muy bien, había mejorado su situación económica de manera explosiva desde hace un tiempo. En fin, luego de una pequeña charla por sugerencia de Felipe ambos caminaron entre barrios bohemios con la idea de hacer la noche fiesta, y eso claro, no era una tarea difícil, música brava, las risas, mujeres de taco 125 alto y vestidos cortos, hombres sin consciencia y la oscuridad a penas dispersada entre las luces tenues, un poco borrosas por el alcohol… A diferencia de su amigo, Bruno era un joven sin vicios y luego de un rato aunque el ambiente del cerro porteño y la insistencia inusual de Felipe lo detenían, el cansancio pudo más y quiso regresar a su casa. La luna despejada hacía su sendero más claro y el mar calmo detonaba el recuerdo de su natal sur de Chile. Distraído en ese recuerdo taciturno, siente un golpe de frente, mientras en el suelo yacía un cuerpo escuálido y un rostro un tanto infantil asustado, oculto entre el desorden de una despeinada cabellera rubia. Aún pasmado Bruno reacciona a recoger a la adolescente, quien arisca lo aparta empujándolo – “Ten cuidado imbécil” – dicen que los ojos de una mujer destellan un brillo especial cuando están molestas, y estos ojos azules eléctricos se clavaron en Bruno. Estúpido – exclamó. Perdón no te vi – Bruno no alcanzó a terminar de pedir disculpas y una bala le silbó al oído - ¿Pero qué mierda? – ¡Abajo! – gritó la rubia. Corriendo cerro abajo con el corazón latiendo a más no poder sentían cómo eran acorralados por los disparos hasta lograr esconderse detrás de un viejo auto en un sórdido callejón sin salida. El desconsuelo de la joven muchacha era conmovedor y doloroso. ¿Estás herida? – pregunta Bruno, inocente y lleno de temor no lograba entender lo que estaba pasando. No, no me dieron ¡tienes que salir de aquí o te van a matar también! - histérica solloza con los dientes apretados, mientras cubre su rostro con las manos llenas de tierra. ¿Por qué te persiguen? ¿Qué puede ser tan grave? – mientras buscaba una forma de salir de ahí. Ahora que la veía con mayor detención su cuerpo evidenciaba marcas de golpes y en su pálida mejilla un pequeño corte por el que corría una lágrima que el joven secó como gesto de 126 consuelo, resignada en un llanto desgarrador, ella solo le dio a entender que no era posible que le explicara nada. Bruno intentando recomponerse cae en cuenta que no lleva su bolso, ni su celular, ni dinero, sin posibilidad de defenderse, escapar no parece una opción atrapado entre el cemento helado y las latas del auto. ¿Cómo te llamas? Al menos tengo derecho a saber eso – agitado por la huida y la impotencia que desbordaba su alma. ¿Por qué tenía que tocarle a él? Se revelaba ante su fe desesperado. Rebecca – con voz temblorosa. Bueno Rebecca, debemos escapar rápido – Bruno hace un movimiento para ponerse de pie y Rebecca lo detiene, con un dedo en su boca y los ojos llenos de terror. Ya están aquí – no podía controlar su miedo y sus delgados brazos fríos hacían notar cómo se estremecía completa. ¿Quiénes son? – a esas alturas ya exaltado, sin paciencia necesitaba saber en qué estaba metido. Narcotraficantes, lo siento mucho no debiste detenerte – haciéndose aún más pequeña. El silencio se apoderó del lugar, el viento sopló entre ambos anunciando la atrocidad que estaba por suceder, el asesino estaba frente a ellos “¿Qué haces aquí?” dijo una voz trastornada, que sin embargo Bruno reconoció en el instante pues no era necesario que siguiera hablando tantos años de escucharlo se había vuelto inconfundible. Su verdugo a contraluz no evidenciaba el rostro pero eran conocidos de toda una vida, años de palmadas en la espalda que hoy lo tenían encañonado; vino a su mente el dicho “nunca se termina de conocer a las personas”, usual frase de su padre que hoy cobraba sentido. La noche ya acababa y Bruno detenido en el tiempo, luego de suplicar por horas era cada vez más difícil recobrar el aliento. Nada había sido su culpa, sólo estuvo en el lugar y en el momento incorrecto, sólo víctima de la crueldad de un hombre que cubre sus espaldas a costa de lo que sea y de quién sea, incluso a costa de su mejor amigo; los ojos del joven “flaco” se 127 pierden… Entre los rayos de sol que invaden el lugar, mientras la brisa marina se hace sentir, Bruno se llevó en su último hálito de vida una promesa de paraíso. Una mala pesadilla Kirshbom Masri, Uri Heme aquí, lo último que recuerdo es que muerto me encontraba. A pesar de eso, continuaba en este mundo y no solo eso, si no que podía observar todo lo que me rodeaba, pero los vivos no eran capaces de verme. Podía ver y moverme por todas partes, pero cuando recordaba el termino sentir se me hacía absolutamente desconocido. Ver a mis hermanos llorar como nunca lo habían hecho era algo extremadamente extraño, cuando me encontraba con vida, ellos me trataban con absoluto desconocimiento, como si para ellos fuera una persona común y corriente. Me descolgaron y me abrazaron con tantas fuerzas que si vivo estuviera, moriría de nuevo por asfixia. Fue ahí cuando sentí por primera vez algo que nunca antes había percibido, era como tener un nuevo sentimiento que me rodeaba el alma y forma de pensar, sin embargo lo hecho, hecho esta y no podía volver atrás el tiempo. Mi madre una mujer luchadora y emprendedora, se preocupaba a diario para mantenernos y atendía más bien las necesidades del trabajo que de sus propios hijos. No se ocupaba de mis necesidades, pero a quien le importaba la vida de un chico sin futuro ni vida. 128 Mi familia había cambiado desde mi muerte, ya no eran los mismos, unos hermanos que andaban felices por la vida y sin preocupaciones mientras que una madre llena de energía y esfuerzo, una vida llena de lujos, pero pocos amigos con los que podía compartir ,o era al menos lo que pensaba en ese momento. Algo que todavía no comprendía era la razón por la cual seguía observando a los vivos, no sabía cuál era la función que una vez muerto debía de cumplir. Ya pasado varios días y observando la tristeza que contenía cada integrante de mi familia, decidí seguir a mi madre quien se encontraba sola en la casa, se encerró en su habitación y prendió la ducha, formando así gran cantidad de agua, se desnuda y se recuesta en la bañera, agita sus brazos y piernas, se acaricia y se acomoda. Comencé a temblar, como si algo me avisara que algo venia, sin embargo todavía no lo comprendía, para mi fueron minutos eternos. Mi madre cerro sus ojos y comenzó a recordar todos los momentos en los que compartía junto a mi hermanos y a mí, posteriormente sus ojos comenzaron a lagrimar, seguido de un llanto de desesperación y nostalgia, es ahí cuando junto a ella observo que se hallaban varias medicinas y de inmediato me doy cuenta de lo que iba a hacer. Al igual que a ella me invadió la desesperación, intentaba gritar, moverme y hacer cualquier cosa para impedirlo, pero era inútil. Fue tan solo en un minuto que sus ojos se desvanecieron, al igual que los míos. Ya pasado ese minuto recobré la conciencia, pero ella no despertaba, es ahí cuando me doy cuenta que estaba muerta, minutos de desesperación y tristeza me rodearon e invadieron, se manifestó de lo lejos episodios en los que mis hermanos eran invadidos por la soledad y se encontraban solos en ese mundo, pero aun así, no sentía en ningún minuto esa necesidad en ellos de matarse. Surgió en mí ese temor, saber que era lo que había hecho, querer volver todo atrás y ver como el mundo que me rodeaba 129 se iba destrozando, era imperdonable para mí, todo por una acción torpe en la que no percibía cuando estaba vivo. Aun sabiendo del estado en que ya se encontraba mi madre, no me iba a dar por vencido y continúe gritándole, llorándole y finalmente le rogué a dios que la salvara y que nada de esto hubiera ocurrido. Minutos de incertidumbre pase y fue ahí cuando desperté, sentía nuevamente la temperatura de la cama en la que me hallaba, conocía con perfección el hospital en el que me encontraba y lo mejor de todo era que rodeado a mí se encontraban mis amigos, hermanos y mi madre, quien de la mano me agarraba y lloraba de emoción y felicidad. 130 Un hombre triste Kruger Nario, Mº Antonia Gustavo era un hombre joven y correcto, soñaba –como todas las personas- con hacer grandes cosas. Sin embargo, mientras conducía a su trabajo aquel día, solamente podía pensar que llegaría tarde a la reunión. También pensaba que no le gustaba su trabajo y que estaba realmente cansado. En realidad, reflexionaba acerca de la vida y que tal vez no valía la pena vivirla. Gustavo estaba probando los límites de su cordura. De repente, sintió un golpe ensordecedor y vio en su retrovisor izquierdo cómo un hombre asustado descendía de su auto. Fue ahí cuando comenzó a sentir que sus garras salían, y su mandíbula crecía haciendo espacio para los enormes colmillos que comenzaron a aparecer. Mientras destrozaba la puerta para salir, alcanzó a ver de reojo en el parabrisas su pelaje en el reflejo, pero no tuvo tiempo de pensar en esto pues saltó como un felino sobre el automovilista que instantes atrás le chocara su vehículo, y se lo comió. Mientras corría la sangre por su hocico, recordó la reunión y se alargaron sus piernas para correr. Corrió entre la gente sin importarle nada más, ni siquiera percatarse de cómo lo miraban con pavor, o gritaban horrorizados cuando Gustavo se abría paso a empujones. -¿Por qué has llegado tan tarde? Eres el único que puede cerrar este negocio, sabes que será culpa tuya si no logramos aterrizar a este cliente.- Gustavo no lograba escuchar bien a su jefe, pues miraba atónito sus manos cómo cambiaban de color y luego el resto de su piel mientras se dirigía a la sala de conferencias a explicar que su mujer estaba gravemente enferma, que no tuvo más remedio que llevarla al hospital. Pero su jefe no escuchó nada. Le gritó que estaba despedido, que era un incompetente y un irresponsable. Gustavo sintió que su nariz crecía y se endurecía. Su piel se tornó gris y un enorme cuerno apareció en su cara. Convertido en rinoceronte, ensartó a su 131 jefe por el estómago y corrió hacia los jardines de la empresa, desapareciendo en la espesura. La policía acordonó el lugar y un helicóptero sobrevoló los jardines. Gustavo escuchó los llamados del altoparlante, vio a los policías armados acercarse, pero al pasar junto a él, no pudieron verlo. Su piel se había transformado una vez más. Esta vez había tomado los colores del bosque. Gustavo junto a un árbol pasaba completamente desapercibido, mimetizado con el follaje. Al anochecer suspendieron la búsqueda y Gustavo se dirigió al hospital donde estaba su mujer. Se acercó suavemente hasta la cama, tomó su mano y le declaró su amor. Ella abrió sus ojos y le miró con dulzura. Jamás había conocido a un hombre más correcto y afectuoso que Gustavo. Si algo le pasaba, ella no sabría vivir sin él. El doctor golpeó con sus nudillos la puerta de la habitación y le hizo una seña a Gustavo. Él salió de la habitación y escuchó al doctor. Su mujer está grave Gustavo. Desgraciadamente descubrimos tarde su tumor. Es muy probable que no pase de esta noche. El doctor puso su mano sobre el hombro de Gustavo en señal de condolencia. Gustavo lo miró a los ojos. Gustavo sintió la ira correr por sus venas, sintió como su cuerpo se transformaba. Cualquier cosa que necesite, por favor hágamelo saber. Gustavo entendió que el doctor no había visto su transformación. Fue hasta el baño de la habitación y se miró al espejo para descubrir el animal que pondría las cosas en orden. Pero solo vio un hombre. Un hombre triste. 132 El poder de una sonrisa Lai Sun, Feng Silenciosa pero poderosa, atractiva pero engañosa. Así es el poder de una sonrisa. Cuando menos te lo esperas, o cuando más lo esperas, una sonrisa es la solución. Deseo vengarme, pensaba Maia constantemente. Ella quería vengarse de sus compañeros de la escuela básica por burlarse de ella por ser diferente y tener gustos diferentes. Básicamente, se burlaban porque quería seguir un camino diferente al del resto de sus compañeros. Maia no estaba segura de si esa era siquiera una razón para reírse. Ella quería ser artista. Quería dibujar y pintar. Pero en la escuela más prestigiosa en la que estudiaba, nadie quería ser pintor. ¿Es eso siquiera una carrera? Se preguntaban algunos. Todos aspiraban a ser ingenieros comerciales, abogados, médicos al entrar a la universidad, o simplemente heredar la empresa de sus padres. Pero Maia no quería eso. Sus padres no la obligaron a entrar a ese colegio. A ella le agradaba aprender y conocer cosas nuevas y la educación que ahí ofrecía era de excelente calidad. ¿Acaso no podía una persona que aspiraba a pintar paisajes aprender sobre historia y actualidad? Maia no tenía amigos, naturalmente. Pasaba la mayor parte de su tiempo libre garabateando las hojas de sus cuadernos o dibujando en su croquera. La mayoría de las hojas contenían paisajes utópicos, fuera de este mundo, pero seguían un patrón. En todos aquellos paisajes ella se encontraba sola, no había ningún ser vivo más que ella. Así es cómo se sentía. Sola. Sus compañeros incluso creían que era amargada, por eso no sonreía. No obstante, no era así. Ella no sonreía, porque sonreír significaba ser feliz. Pero ella no era feliz. ¿Acaso sonreír no está sólo reservado para algunas personas? ¿Tenía ella el derecho de sonreír? Claro que ella ha hecho sonreír a muchas personas. 133 ¿Acaso tenía sentido? No tenía ni una pizca de sentido. Nada, en lo absoluto. Pensó Maia. Cómo podía ser posible hacer algo que uno ama y no sonreír. Maia creía que uno sonreía cuando el alma de una persona no podía contener toda la felicidad por sí sola, por lo tanto parte de esa energía positiva se liberaba en forma de sonrisa. ¿No ocurre lo mismo con otros sentimientos? Cuando uno tiene rabia, tanta rabia que llega a temblar el cuerpo, y luego esto se traduce en violencia. Uno desea golpear algo o alguien, o simplemente soltar unas cuantas palabrotas para liberar parte de esa energía, ese sentimiento horrible y desgarrador de rabia que sentía en el fondo de su alma. Maia era consciente de esa rabia que sentía en su interior. A veces quería golpear a alguien, a pesar de que no era violenta. A veces quería romper sus croqueras, cuadernos y lápices, a pesar de que amaba sus instrumentos para dibujar. No obstante, esos objetos eran la razón de las burlas. Sin embargo, supo canalizar esa rabia a través de sus dibujos. Dibujos que cada vez reflejaban más su triste estado anímico. Pero no era suficiente. Incluso dibujar, que era su actividad favorita, no era suficiente para liberar esa pena en su interior. ¿Debería abandonar la escuela? Pensaba constantemente. ¿Por qué abandonarla cuando le gustaba la escuela? ¿Tenía sentido alguno abandonar lo que uno le gusta hacer? Maia se dio cuenta de algo, algo que le cambió la vida. Tengo todo para ser feliz. Pensó. Tenía talento para dibujar, tanto paisajes como retratos, de hecho, podía dibujar casi cualquier cosa. Estudiaba en una de las mejores escuelas, y disfrutaba aprendiendo. En su rato libre disfrutaba estar sola y dibujar. Había, por otro lado, factores negativos, claro. Las burlas de sus compañeros, el rechazo hacia sus gustos. Eso de cierta forma bloqueaba sus sentimientos de felicidad. Su alma no estaba lo suficientemente llena de ese aire cálido y agradable llamado felicidad, por eso no podía sonreír. Así que se dio cuenta que no necesitaba llenar su alma de alegría para sonreír, ella podía sonreír si quisiera, ella le iba a 134 enseñar a su alma que sí podía ser feliz. Debía sonreír, hacer el gesto primero. De esa manera mandaría señales a su alma de que era feliz. Porque al igual que alguien que desea ser millonario, no se convierte en uno de un día para otro, el dinero no llega sólo porque uno lo desea, sino que se esfuerza día a día para serlo. Al igual que alguien que desea ser feliz, no es feliz de un momento a otro. Todo empieza por algo, y ese algo, era sonreír. Esta realización la hizo reír a carcajadas en medio de la clase de matemáticas. La profesora se ofendió, no veía qué era tan gracioso. Sus compañeros la miraron con extrañeza –más de la normal. Pero no le importó. ¿Qué más daba lo que pensaban los demás? Ella podía ser feliz. 135 Un día inusual Letelier Bravo, Mº Fernanda De camino a la universidad, observaba a la gente pasar, a los autos avanzar y los caminos perderse. Conduciendo su Toyota gris en un día entre nublado y con ganas de llover, una vez más se preguntó: «¿Hacia dónde se dirige toda esa gente?». Cada día, y cada vez que conduce por las mismas calles, en ocasiones más congestionadas o menos transitadas, dependiendo del clima, se pregunta una y otra vez: «¿Hacia dónde va cada una de estas personas? ¿Qué es lo que tienen que hacer? ¿Será que llegarán muy lejos, o muy cerca?». En fin, la curiosidad no lo dejaba tranquilo. Una mañana en particular, sin nada diferente de otra, su padre le mencionó que acababa de despedir a un empleado de su fábrica de bodegas. Parecía disgustado; su padre es una persona tranquila y racional, lo bastante profesional como para decidir de manera justa y objetiva el despido de uno de sus trabajadores. Lucas no tenía dudas al respecto, pero estaba claro el hecho de que pese a que fuera una obligación, a su padre le costaba mucho trabajo comunicarle a una persona de que ya no requería de sus servicios. Llegaba a encariñarse en ocasiones, aunque sin llegar a perder la objetividad. Pero aquello solo provocaba que le fuese más difícil el período de la renovación de contratos. «Mi padre en el fondo es muy blando, pese a lo que aparenta», pensó Lucas, mientras recogía el plato en el que se acababa de servir un sándwich con queso derretido. Su padre aún no terminaba de tomar su café, pero Lucas se apresuró a despedirse rápidamente, ya que tardó más de lo normal en terminar de comer, y se dirigió a la puerta, no sin antes oír un —que tengas un buen día— de parte de su padre, y entonces cerró sin llave. Subió a su Toyota gris y encendió el motor. Nuevamente aquellas preguntas lo atormentaron: «¿Qué hará 136 cada persona? ¿Hacia dónde se dirigen?». Entonces se decidió. Iba en la autopista principal, aquella que atraviesa gran parte de la ciudad, rodeada de árboles a cada costado y con doble pista en ambas direcciones. Un semáforo en rojo lo hizo detenerse y observar pensativo hacia el vehículo que tenía enfrente: «¿Y si me encuentro algo interesante al final de su camino?», pensó. Y fue así como Lucas emprendió una aventura que hace tanto tiempo tenía en mente, pero que nunca se atrevió a realizar. Y es que, pese a que llevaba dos cuadras siguiendo al Suzuki rojo, seguía cuestionándose cosas, unas más alarmantes que otras, pero no terminaba de comprender cuál fue el impulso que lo obligó a seguir precisamente a ese Suzuki rojo o por qué no esperó hasta después de las clases para iniciar su seguimiento. Pero esas cosas las dejaba atrás rápidamente, porque estaba cada vez más intrigado. El conductor del auto rojo había estacionado en dos lugares diferentes, trayendo consigo bolsas y más bolsas con quién sabe qué cosas, despertando cada vez más el interés y la intriga en Lucas, quien ahora pensaba «Esta fue una buena idea. Cuando llegue a su destino, y sepa al fin qué hará con todas esas cosas, podría hasta escribir una historia sobre esta aventura». Motivado con estos nuevos pensamientos, Lucas perdió la noción del tiempo y también la noción del peligro. El desconocido aparcaba en calles que hasta entonces, eran totalmente nuevas para Lucas. Ni siquiera sabía que se podía llegar hasta lugares tan poco transitados que quedaran tan cerca de las calles por las que solía andar. Era todo un mundo nuevo para él, como un redescubrimiento de la ciudad que ya creía conocer bastante. Y sin embargo, no terminaba de descifrar qué tipo de tiendas y aún menos, qué tipo de artículos estaba adquiriendo tan desesperada y apresuradamente el conductor al que estaba siguiendo. «¿Será que está organizando algún tipo de fiesta? ¿o será que perdió una apuesta y debe comprar cosas extrañas?», se preguntaba. Pero pese a que estaba lejos de descubrir de 137 quién se trataba realmente, o de qué pretendía hacer, Lucas se concentró en no perderlo de vista, porque su mayor temor, contra todo pronóstico y sin cuestionar más allá, era el hecho de que no consiguiera seguirlo hasta su destino final, fuera el que fuese. Llevaba cerca de una hora, según creía, persiguiendo al auto rojo. Y había contado que el sujeto se había detenido en al menos seis tiendas en diferentes lugares hasta el momento. Pero ninguno de esos lugares parecían remotamente familiares para Lucas. Hasta que al fin llegaron a una gran tienda que pudiera reconocer; era un lugar que él solía frecuentar, ya que se podían adquirir todo tipo de cosas, desde muebles hasta alimentos enlatados. Lo cual le recordó que también había cosas que necesitaba comprar. Entonces siguió al Suzuki rojo hasta los aparcamientos subterráneos, y se aseguró de estacionarse lo suficientemente cerca como para no perderlo de vista, y lo suficientemente lejos como para no levantar sospechas, o que no fuera demasiado evidente el hecho de que estaba siguiendo todos y cada uno de los movimientos de aquel conductor. Una vez el hombre se bajó de su vehículo y se dirigió hacia las escaleras mecánicas, Lucas detuvo por completo el motor de su Toyota y se apresuró a seguirle los pasos. Una vez dentro de la gran tienda, Lucas miró desde una distancia prudente hacia dónde se dirigía su objeto de interés. Fue entonces cuando se percató de que llevaba el uniforme de la empresa en la que trabaja su padre, y pensó: «Vaya coincidencia. Quién pensaría que un trabajador de la misma empresa de papá estaría perdiendo el tiempo comprando quién sabe qué de esta manera». Aquel pensamiento lo tranquilizó; y es que sin darse cuenta, en su interior Lucas temía que pudiera estar siguiendo a un psicópata o a algún delincuente. Pero solo se trataba de un hombre que cumplía con sus labores en el mismo lugar que su papá. Era casi alguien de confianza, Lucas llegó a sentir cierta familiaridad. 138 Perdido en sus pensamientos tras el gran descubrimiento, olvidó el motivo por el que decidió bajar él también a comprar. Entonces se apresuró a buscar los materiales que necesitaba para realizar un trabajo de la universidad, e igual de rápido se dirigió a una caja a pagarlos. Miró a su alrededor, pero llevaba un tiempo desde que perdió de vista al conductor del Suzuki. Lucas se sintió extrañamente angustiado; no podía ser posible que tras tanto tiempo y paciencia, perdiera de vista a su objetivo cuando seguramente estaba por terminar su odisea. No le importó lo que la gente pudiera llegar a pensar de él: dejó a un lado las cosas que venía a comprar e inició una carrera maratónica hasta el subterráneo. Cuando llegó hasta la puerta del conductor, nuevamente observó a su alrededor, pero su peor temor se había materializado; el auto rojo ya no se encontraba allí. Lucas tragó saliva y de un salto ingresó a su vehículo. Encendió el motor, y pisó el acelerador. Cuando se encontró nuevamente en las calles, un súbito pensamiento lo inundó; el sujeto pertenecía a la empresa de su padre, pero debería estar allí trabajando, no perdiendo el tiempo a lo tonto. «¿Qué clase de empleado se atreve a realizar compras cuando debería estar en su labor, usando el uniforme de su empresa?». Entonces una idea aterradora nació de golpe, «¿Y si se trataba del sujeto al que mi papá acababa de despedir?». Lucas aceleró hasta que su pie tocó el límite; ya sabía hacia dónde iría el sujeto. Pasó semáforos en rojo, estuvo a punto de chocar y hasta de atropellar gente, pero nada de eso le importó. De pronto, llegar hasta la empresa de su padre era lo más importante. Lucas se dio cuenta de que era cuestión de vida o muerte. Aún no terminaba de imaginar qué clase de cosas compró el sujeto ni qué haría con ellas, pero sabía, de algún modo, que su última parada era la fábrica de bodegas. Casi estableciendo un récord de velocidad, Lucas llegó al 139 recinto. Detuvo su auto y salió corriendo dejando incluso la puerta abierta. Nada le importaba más que ver a su padre y poder advertirle. Corrió, corrió y corrió, pero antes de cruzar la puerta principal, se oyó un sonido estremecedor. Un sonido que jamás creyó llegaría a oír fuera de una película. Y sin embargo, lo reconoció sin dificultad, porque le causó un temor tan grande, que difícilmente otra cosa podría llegar a causarle otra vez. Y Lucas lo supo. Lo supo, lo descubrió. Pero ya era demasiado tarde. 140 Mariana Madariaga Suárez, Mónica Durante el día, la apatía se apodera de Mariana. Se despierta poco antes del mediodía y lo primero que capta la atención de sus sentidos es el peso de su pierna derecha. Se incorpora a duras penas, con sus dedo índice rasca la superficie de su yeso de un blanco inmaculado, lo lleva a su nariz y aspira un poco del blanco polvo. Sonríe, se lleva lo que queda a la boca, siempre de la misma manera: encaja su uña entre sus incisivos inferiores y luego saborea la pasta de yeso con la lengua. Aquel inicio de su rutina diaria le otorgaba una satisfacción vacía tal, que le era difícil de cuestionar. Poco después, su abuela entra a su pieza con su bandeja de desayuno y prende la tele que sintoniza el horóscopo del matinal. Mariana la saluda y piensa, ya como parte del día a día, en cómo antes apenas hablaba con ella. Luego, ella le pregunta si acaso tiene muchas tareas para el colegio; Mariana sonríe y le contesta que la terminó en la noche. Después de ayudarla a lavarse, su abuela la ayuda a trasladarse al living y comienza a cocinar el almuerzo mientras Mariana se distrae hojeando revistas. Pese a su reciente desayuno, almuerza temprano para acompañar a su abuela. Le gustan las conversaciones que tienen, aunque a veces termine revelándole más de lo que debería. Luego del almuerzo, Mariana sintoniza una serie animada que tiene a su curso revolucionado. Recuerda en lo infantil que le parecía, en lo mucho que se jactaba en voz alta con sus compañeros de que su falta de tiempo le impedía ver todas esas estupideces. Sin embargo, ahora el simple hecho de esperar un nuevo capítulo la hace feliz. Luego, su abuela entra y ven juntas una teleserie que Mariana pretende entender para tener algo sobre lo que conversar con ella. En la tarde, sus padres llegan con algún regalo o algo para 141 comer. A veces, le traen noticias de sus amigos. “Te mandan muchos saludos” dice su madre, y ella sonríe. Por supuesto que sus amigos no la han olvidado, Mariana es indispensable. Mientras cada uno hace lo suyo en el living, Mariana piensa en lo feliz que es al encontrarse en ese estado, como si a partir de su accidente tuviese un mundo secreto e incomprensible al que sus compañeros nunca podrían acceder. En la noche, todo cambia. Las luces del pasillo se apagan y el susurro cargado de infinito cariño que su madre utiliza para desearte buenas noches, sin saber por qué, le arranca un par de lágrimas de culpabilidad. A partir de ese momento, Mariana está sola. A veces, Mariana logra olvidar lo vacía que se siente y el sueño la invade. La asaltan pesadillas en las cuales sus dientes se desprenden. A veces, fragmentándose poco a poco, otras veces, caen simplemente de su boca y otras, no se despegan del todo de sus encías, haciéndola consciente del delicado hilo que los une y, sobre todo, del dolor tan real que es capaz de sentir. Pese a todo esto, es capaz de dormir de manera ininterrumpida, por lo que la noche es apenas perceptible. La mayoría de las veces, sin embargo, las horas se deshacen como el yeso que se lleva a su boca todas las mañanas. La escena es siempre similar. Ahí, estática, anclada a su cama, el miedo, la rabia y el resentimiento se convierten en la cuerda que rodea y aprieta su garganta. Mira el montón de papeles que se han acumulado en su escritorio. Fotocopias de la materia, tareas pendientes y, sobre todo, el cúmulo de facsímiles sin hacer la agobian. Le duele imaginarse en lo que se convertirá al volver al colegio. Mariana sabe que es banal, frívola y hasta algo estúpida, pero jamás ha sido inútil. Su estómago se contrae al ver la cantidad de medallas que cuelgan de su repisa brillando inmóviles gracias al reflejo que posa la luna sobre ellas. No podría jugar en un buen tiempo. Luego, su mirada que queda pegada en el espacio donde debería estar su tabla y maldice su accidente. 142 Lo único que ahora puede captar su atención en esa pieza son esos papeles que ella necesita completar, pero los evita porque se siente incapaz, porque perdió el ritmo, porque le cuesta recordar cómo era capaz de vencer cualquier distracción y estudiar de manera incansable para lograr aquel objetivo que se proponía todos los años: ser la mejor. Ahora, no sabía qué sería de ella. Piensa en las voces que deben estar hablando sobre ella, quizás con lástima. “Pobre” deben decir con una sonrisa en sus labios, alegrándose de saber el estado de solitud e indefensión en el que se encuentra. Quizás, ahora que sus notas serían un desastre, la tildarían de tonta. Se anticipa a ello y resuelve mientras se remueve incómoda en esa enorme cama, ponerse al día a la mañana siguiente. Esa decisión aparentemente firme se desvanece en el transcurso de la noche. Parpadea. Fantasea con la idea de no estar sola en esa habitación. Se imagina a todos amigos repletando su habitación, rodeándola de regalos, palabras afectuosas y buenos deseos mientras ella les cuenta la historia de su accidente que ha ensayado en todas esas horas de enclaustramiento. Abre los ojos. Está sola. Aquella retorcida fantasía infantil que solía tener cuando chica, en la que podía verse en un baúl mientras miles de personas lloraban su muerte de manera desconsolada, parecía burlarse de ella. Sin poder encontrar una posición cómoda para dormir, maldice su yeso. Le dolía esa superficie blanca e impoluta, únicamente firmada por un compañero que viene a verla para entregarle sus tareas mientras espera a que su hermano salga del colegio. Con él bromea el rato, comen algo y hasta se ríen un poco, pero no son tan cercanos. Toma su celular, que ahora carga simplemente por inercia a la espera de alguna llamada, algún saludo, y revisa sus mensajes. El día tiene excusas: el colegio, las actividades extracurriculares, las tareas, el preuniversitario. Sin embargo, cuando los pretextos se acaban, el autoengaño la abandona. Comienza a 143 inspeccionar obsesivamente las fotos de sus amigos, rumiando maldiciones con un veneno que tensa todos sus músculos. Piensa en lo mucho que los resiente por olvidarse de ella y la adrenalina que se apodera de ella la despierta completamente. Sabe que su estado es temporal. En poco tiempo, deberá reincorporarse a la realidad y no sabe cómo va a afrontar todo eso, en qué se convertirá ahora que ya no podía intentar ser algo. Le da vueltas a todo esto durante sus horas de vigilia, pero todo parece desembocar en lo mismo: está sola. Sin embargo, cuando Mariana escucha los pasos de sus padres y ve la luz hacerse paso bajo el hueco que hay en su puerta, todo vuelve a estar en orden. Cierra los ojos, sus extremidades se adormecen y, con el sonido del agua de la ducha corriendo, puede al fin conciliar el sueño. Otro día comienza. Esta rutina transcurre con pocas variaciones, salvo un día en que sus papás la llevan a la clínica para que le remuevan su yeso. Mariana pasa ese día en Santiago, de compras con sus padres. Su último día en su casa se transformó en noche. Ya se había instalado en ella la certeza de que no había hecho nada de la tarea que le habían mandado; era muy tarde para pensar que aún tenía tiempo. Con un nudo en la garganta, trata de evitar sentirse estúpida e inútil y busca distraerse removiendo un baúl olvidado en su pieza. Al día siguiente, mientras su papá la conduce al colegio, intenta secar inútilmente el sudor de sus manos y trata de calmar su ansiedad respirando pausadamente. Sabe que algo horrible e indeterminado va a ocurrir y es incapaz de detener ese auto en marcha. Finalmente, Mariana llega al colegio. Cuando llegas a tu destino y tu padre se estaciona al lado de ese árbol marchito que puedes ver desde tu sala de clases, te das cuenta de la cantidad de tiempo que ha pasado. Tus manos tiemblan al tratar torpemente de soltar el cinturón de seguridad y aquel dolor de tórax se transforma en una respiración entrecortada que parece un llanto seco. Tratas de dilatar lo más 144 posible el momento en el que te tienes que bajar de tu auto, pero un bocinazo te saca de tu ensimismamiento. Finalmente, Mariana, lloras. Lloras porque te han arrancado de ti misma. Lloras porque no sabes cómo ocultar tu nuevo mundo secreto. Lloras porque no era apatía lo que sentías, sino felicidad. Lloras porque nadie está en la entrada del colegio para saludarte con un recibimiento digno de una campeona con el que tanto fantaseaste. Lloras porque no sabes cómo vas a ocultar tu nuevo hábito de hablar y reírte sola. Lloras porque sabes que, al verte llegar, algunas de tus compañeras susurrarán: “está hecha mierda”, y, en el fondo, sabes que es válido que se resuma tu accidente de esa manera, porque es lo único que importa. Lloras porque jamás le admitirás esto a nadie. Pero, por sobre todas las cosas, lloras por la incertidumbre. A partir de este nuevo punto, no sabrás qué pasará contigo, porque no sabes qué demonios pasó contigo. Probablemente, a partir de ese momento, serás capaz de encontrarte a ti misma y dejar de lamentar lo que no hiciste, lo que no disfrutaste, lo que no viviste. Mirarás el mundo que te ignora con otros ojos. El egocentrismo quizás nunca te abandonará, por lo que aún te imaginas a la gente hablando mal de ti, sobre lo distinta que estás. O, por el contrario, todo aquello pasará como una nota al pie de página, siendo aquellos meses de enclaustramiento un simple desperdicio de vida. Sus amigos la verían sorprendidos llegar a su sala, la rodearían en abrazos y palabras afectuosas. Su yeso se llenaría en unos pocos minutos de firmas y dedicatorias que luciría con orgullo. En el fondo, sabes que esa escena que imaginas —salvo la parte del yeso, puesto que este fue removido— es la que más se acerca a lo que vivirás de ahora en adelante. Y no quieres eso. No quieres salir de ese foso y olvidarte de lo que eres ahora, de lo que fuiste, de lo que no serás. Pero estás resignada, ya que aceptas que algunas cosas nunca cambiarán. No hay puntos medios en tu patética historia que sientes que 145 no es digna de contarle a nadie. Lloras, pero aún eres lo suficientemente orgullosa como para dejar que alguien lo note. Sin embargo, cuando tu papá te pasa tus muletas, se despide de ti y te recuerda que en la tarde irán a comer tal y como te prometió, dejas de ser su campeona, la que puede con todo. Tu rostro se deshace frente a los ojos de tu papá y te conviertes en esa mujer débil e histérica que sabes que todo el mundo odia. Tu padre no entiende por qué, con tu rostro compungido le pides en un ruego patético: —Papá, por favor, déjame faltar un día más. 146 La mosca Medina Villar, Alejandro Gendum descubrió en sus aposentos, una helada mañana, una mosca. Le pareció extraño que tal pequeñez de vida lograra vencer las espantosas condiciones climáticas que son vividas en el techo del mundo, los altos y fríos picos del mundo tibetano. Gendum, como cualquier joven de su edad, admiraba las epopeyas y las historias de héroes, los victoriosos de la guerra y los honoríficos derrotados, por lo que la llegada del insecto vino a reforzar su heroico ideal. “Oh, pequeña mosca –dijo el muchacho-, has de haber pasado los más terrible tormentos para haber llegado hasta acá. Debes de haber vivido el infierno gélido de la intemperie, el rocoso ventisquero que nos rodea. Quédate aquí conmigo si quieres, o descansa para luego marcharte.” Y la mosca, agradecida, zumbaba de alegría y gratitud, batiendo sus alas aleatoriamente entre las velas, tapices y muebles de su nuevo hogar. Gendum estaba familiarizado y entregado al arte de la meditación, ese rumiar constante de la propia conciencia hasta desvelar lo más íntimo de su existencia humana. O quizás, tal como llegó la mosca a su vida, la contemplación se había entregado a él. Si bien gustaba de tener compañía en su hogar, ya que su mundo podía ser helado y solitario, la presencia de la mosca comenzó a perturbar. “Oh, pequeña mosca –le hablaba el joven- ¿cómo he de lograr la compasión absoluta con tu estrepitoso aleteo? No quiero echarte porque quién sabe lo tortuoso que ha sido tu viaje hasta acá ¿Cuántas aves y murciélagos deben haber anhelado conseguir tu mísera y recóndita carne? Mas no me dejas opción: en la noche he de abrir las ventanas de par en par para que alejes tu existencia lo más lejos posible, para que regrese la paz con la que habitaba antes de tu llegada ¡Ándate!” La mosca, en cambio, respondía divirtiéndose enormemente dando vueltas de aquí para allá. El sueño de Gendum fue intranquilo y al despertar la mosca 147 seguía en su habitación, mirándolo compasivamente desde su velador. El ánimo del joven, que siempre había sido apacible y grácil, se volvió amargo. Su familia lo notó y a Gendum, al comentarles sobre la infructuosa situación, le ofrecieron fraternal ayuda. “Puedes quedarte en mi pieza –dijo uno de sus hermanos-, mi sueño es pesado y mi atención es fuerte, no tendré problema con esa molesta mosca.” Así lo hicieron los jóvenes. Sin embargo, la presencia del insecto había penetrado en el alma de Gendum y el eterno batir de alas lo sentía siempre. Él, quien siempre había soñado con proezas y hazañas, quien admiraba a los grandes héroes y anhelaba la grandeza, estaba ahora sumido en la derrota más patética: el héroe vencido por el enemigo más humilde. No había espacio ni tiempo, ni dedicación ni disciplina: no había nada. Todos esos años practicando la paciencia y la austeridad, desperdiciados. La angustia total se apoderó de Gendum y afectó sus sueños, que se convertirían en las más hondas pesadillas. En una de estas se encontró cara a cara con la mosca, y le dijo: “Has vencido, mosca. Me has derrotado y humillado. Mira como estoy. Me encuentro desolado, sin consuelo. Te lo ruego, ándate de mi alma, de mi esencia, de mi vida. Derrotado estoy, insecto. Yo, que he anhelado la culminación última de la existencia, no hallo sosiego en ningún lado. ¿A qué has venido, ah oscuro copo de nieve, sino a turbar mi paz y a regocijarte con tu conquista?” A lo que la mosca le respondió: “Que mi batir no te someta ¿Cómo he de derrotarte yo, joven amigo, si me conformo con la más humilde miga de pan, si me contento con la más efímera de las cosas? ¿Cómo he de considerarte mi enemigo, si has velado por mí y me ofreciste calor cuando pudiste haberme dado frío? Tú mismo has creado el infierno en el ventoso y susurrante sacudir de alas ¿Qué culpa he de tener yo? Los verdaderos héroes, a quienes tu admiras, han de primero vencerse a sí mismos.” Así, cuando despertó, la mosca había desaparecido y comprendió Gendum que la sabiduría 148 de la humildad es el arma más diáfana, que en la pequeñez de las cosas hay grandeza y que hasta la montaña más alta puede postrarse ante la nieve. 149 Viciosos Moreno Álvarez, Camila Siempre evita los últimos carros del tren, así que camina hasta el primer carro y sube corriendo mientras las puertas cierran rozándole la espalda. Son las 10 de la mañana, el metro ya va algo despejado y ella más cansada que en las tardes. Por su baja estatura no alcanza las manillas que cuelgan en el tren, se apoya en la puerta que da a la cabina del conductor y mira hacia el final del tren sumida en sus pensamientos. —Hola— la saluda un hombre que subió junto con ella y en su apuro no había visto. —Hola… José María… ¿Cómo estás?— responde sorprendida y deseando salir de ahí. — ¡Oye! Esta vez no saldrás corriendo ¡Te ves bien! ¿Hace cuánto que no nos…? — ¿Cómo están los niños?— pregunta ella de golpe. —Están bien… muy bien. He hecho bien nuestro trabajo. — ¿Y los gatos? — se arrepiente de esa pregunta de inmediato. —Gordos, gordos. La Nela estuvo enferma y… — ¿me extrañan... los niños y los gatos? —Te extrañamos, a tu comida… y los momentos contigo. Ambos se quedan mirando el sucio piso del tren. —Es bueno verte… qué bueno que me encontraste… yo no te podía buscar, o sea… si podía pero… bueno, tú entiendes. ¿Supiste que murió mi mamá? Yo quería tanto saber de ustedes… de los niños y de ti, y decirles… pero no me atrevía. —Lo supe… y lo siento tanto… lamento no haber estado ahí contigo… — Pero… ¿De verdad están bien? ¿Y cómo me encontraste? Creí haberme alejado lo suficiente… —Cristián me contó que eran vecinos, ¿tú lo recuerdas? El que trabajó contigo en la librería del centro… Y bueno… tú siempre 150 vas aquí, en este carro… había venido otras veces. Un día vine y no te encontré, otro día te vi y no me atreví a hablarte… yo no quiero hacerte daño... otra vez Ella mira sus uñas y las esconde para evitar que las vean tan desarregladas. El tren avanza lento, se quedan en silencio en cada estación, como si solo se pudiese hablar cuando hay ruido. —Lo sé… tú eres un buen hombre. Sabes… llegaré atrasada hoy… y tú también. —Pedí el día libre para venir a verte, además me lo debían. Odio ese trabajo. —No debiste hacerlo… no hay nada que hacer ya, pero es bueno saber que están bien… ¿Has visto a la madre de los niños? —Lo mira a los ojos, para ver su respuesta. —No, ella no quiere verme. —Debo bajar en la próxima estación… bésalos por mí y escríbeme al correo cuando quieras hablarme. Perdona que te deje, tú sabes que odio llegar atrasada… gracias por lo que haces… por tratar de ayudarme… hubiese querido continuar esta conversación. Vuelve a mirar sus uñas y a esconderlas. —Está bien…lo entiendo ¿Podemos hablar un día de estos? Con más tiempo, podrías venir a almorzar al depto. —Déjame verlo y te aviso ¿Ya? —Oca… al menos respóndeme los correos, te he escrito tantas veces y… —Lo prometo, la próxima vez responderé. El metro se detuvo, lo mira y le ofrece la mejilla para que la bese; él la abraza. Sus ojos apenas contienen unas lágrimas, suena la chicharra avisando que las puertas se cierran, ella desciende apresurada. Ella camina rápido por el andén y sube las escaleras, alcanza a subir unos escalones y se sienta en uno ellos. Se inclina apoyando su cabeza en las rodillas mientras abraza sus piernas, dejando en libertad unas lágrimas. Abordará el próximo tren, tiene tiempo, hace mucho que su alcoholismo le impide 151 trabajar. José María se sienta en un asiento del metro que continúa, como la vida. Suena su teléfono con una melodía de los Beatles, lo saca de su bolsillo esperanzado. Observa el número y contesta. —Aló… sí, hola hijo! Dime… sí, la vi, pero no pudimos hablar mucho… les mandó besos, tu madre los ama, ¿Tú lo sabes cierto? Lo que pasa es que ella está… enferma… bueno. Ya. Luego hablamos. Cuelga el teléfono y suspira. 152 Conflicto en la Autopista Mujica De Goyeneche, Pilar En enero de este año, fui a Santo Domingo a entregar nuestro departamento en arriendo a unos argentinos. Mi marido, me ofreció su auto diesel relativamente nuevo, para ahorrar en el traslado. Antes de partir veo medio estanque lleno y me confirma que con eso voy y vuelvo sin problemas. No me preocupé del combustible hasta que en plena Autopista del Sol volviendo a Santiago, se encendió la luz naranja avisándome que el estanque estaba casi vacío. Reviso mi Waze y veo que la bomba más cercana está a 10 kilómetros. El corazón se me acelera ante el escenario que estaba por vivir. Para ahorrar combustible, apago el aire acondicionado, abro las ventanas del auto, y bajo la velocidad a 80km/hr.… hacía mucho calor eran como las 3 de la tarde. El cielo estaba completamente azul y el sol me pegaba fuerte en la cara. De repente el auto, al igual que un caballo ¡se pone a galopar! empiezo a desviarme hacia la berma que era relativamente ancha, hasta que luego de unos fuertes tirones, se detiene completamente. Me pregunté qué podía hacer en esta situación; ¿Esperar dos horas a que mi marido me rescate?, ¿Llamar a la asistencia en ruta, que no sabría cuánto demoraría en llegar a salvarme? ¿O hacer dedo para traer algo de diesel de la Copec que estaba ahora a 7 kms. según mi Waze? Dado que quería llegar temprano a Santiago, consideré que la alternativa más rápida era hacer dedo. Me bajo del auto, el calor era sofocante. Los camiones pasaban a gran velocidad haciendo sonar sus bocinas que se perdían a lo lejos. Varios personajes de diferentes autos me lanzaban chiflidos o me pestañaban con sus luces… es que es raro ver a una mujer haciendo dedo en plena carretera. No pasan cinco minutos y para un camión a unos 100 mts de 153 donde estaba yo, con un acoplado enorme. Con gran agilidad, el chofer se acuesta en el asiento y logra abrirme la puerta. Subo una escalera que me lleva al asiento del copiloto, era impresionantemente alto. ¡Primera vez en mi vida que me subía a un camión! Fue una experiencia muy emocionante. Por dentro era enorme. Lamentablemente era un poco antiguo y no tenía aire acondicionado, así que partimos a la bomba con las ventanas abajo. El viento tibio me desordenaba el pelo que tenía amarrado con un colet. Gentilmente el hombre me deja en la bomba, le agradezco el traslado y me despido. Le pido a un bombero que me preste un bidón y le cuento que estoy a 7 kms. en pana y que necesito diesel. Me dice “shshsh con tres litros está demás!!!, también le prestaré una botella de coca cola cortada para que le sirva de embudo”. Me despido y le digo que no tardaré en estar ahí con el auto llenándolo de combustible. Subo por el ascensor de la Copec. Cruzo por dentro del local la carretera completa, me compro una coca light bien helada y bajo por el ascensor. Hago dedo nuevamente para volver al auto abandonado en la autopista. Hacían al menos 35° de calor. No pasaron tres minutos y me para un Tercel verde bien destartalado. Manejaba una mujer gorda encantadora llena de pircing en las orejas, me abre la puerta de atrás y hace un espacio entremedio de todos los bultos que llevaba. Me subo feliz. El auto estaba colapsado de ropa y de diferentes cosas en todos los asientos. Me cuenta que tiene un puesto de artículos de Rock en la feria del Tabo. Vamos a 60 kms./ hora, las cuatro ventanas abiertas, el viento me sopla en la cara y respiro profundo. Estoy transpirando, pero no importa, estoy contenta, porque solo debo echarle el diesel y partir. A lo lejos diviso el auto. Le pido que pare y me despido agradecida. Ahora debo cruzar la carretera, me armo de valor, pasan a gran velocidad autos y camiones, tocan sus bocinas y siento miedo, 154 pienso en mis 4 hijos y en porque le hice caso a mi marido de no necesitar más de medio estanque para realizar mi travesía. Logro cruzar la primera pista, traspaso la barrera, me asomo detrás de un pimiento que se mueve agitadamente con el viento que hacen los camiones al pasar velozmente. Estoy literalmente al medio de la autopista aterrada. Espero estar segura y cruzo la carretera corriendo hasta el auto. Abro la tapa del combustible que para mala suerte, estaba justo al lado por donde pasaban los autos y muy nerviosa le hecho el diesel con mi embudo improvisado, luego guardo el bidón en la maleta y me subo. Prendo el auto y avanza a saltos unos 100 metros. No lo podía creer. Los tres litros no fueron suficientes, tenía ganas de matar al bombero. Esta vez quedo en una subida sin berma. El auto y yo solos en un riesgo total. Ahí decido llamar a la asistencia en ruta, ya había llamado a mi marido desde el camión para contarle en lo que estaba, me ofreció su ayuda tardía y no la acepté, ahora lo estaba odiando un poco…. Me bajo del auto y justo pasa una cuca enrejada. Instintivamente le hice dedo. Era un par de carabineros jóvenes y divertidos de Talagante que muy gentilmente me llevaron nuevamente a la Copec. Me dejan ahí, me despido y voy decidida a encarar al bombero. Me dice que como el auto es diesel, aunque lo llene, no partiría porque hay que abrir el “capó” y bombear el paso con un “chupete” etc…. realmente no lo podía creer. Le dije que el auto era muy moderno y que por favor me llenara el bidón con todo lo que pudiera de diesel. Ahora me voy angustiada y cargada con 10 litros pesadísimos a tomar el ascensor. Cruzo nuevamente por dentro del local pasando por encima de la carretera. Estoy cansada y muy acalorada. Bajo el ascensor y hago dedo una vez más. Esta vez me lleva un emprendedor en una camioneta blanca. Que felicidad!!! Tenía aire acondicionado!!! Volví a respirar. A lo lejos veo el auto en la cima de la carretera y le digo ¡ahí, ahí está mi auto! El emprendedor me dice que no puede parar ahí mismo porque 155 era evidentemente peligroso, así es que a la bajada me dejaría más segura. Lamentablemente bajando de la loma se integraba un nuevo brazo a la carretera, por lo que me dejó a unos 500 mts. de mi destino. Agradecida me bajo con el bidón pesadísimo y tambaleándome, levanto mi mano libre para despedirme educadamente. Me armo de valor para cruzar la carretera nuevamente, traspaso la barrera atemorizada, cansada y transpirada. El calor era insoportable. Una vez más, me asomo detrás de otro árbol que se movía fuertemente con el viento y cruzo rápido la segunda autopista. Uff que cansadora fue esa caminata en subida y tan cargada. La maniobra debía ser rápida, los camiones gigantes pasaban al filo del auto. Esperé a que se despeje la carretera y apenas pude me pare lo más pegada posible al auto y semi ladeada empecé a echarle el combustible con mi embudo improvisado. Vi que venía a lo lejos un camión que al pasar tocó fuertemente su bocina, cerré los ojos, abracé el bidón y me pegue lo más que pude al auto…. pasó el estruendo y volví a mi posición de bombera semi ladeada. Estaba tan apurada y asustada que ahogaba de diesel la botella de coca cola cortada, con la velocidad con que vaciaba el bidón. Me salpique entera. Ahora no solo estaba asustada, nerviosa, acalorada y cansada sino que además impregnada de olor a diesel. Vacío completamente el bidón y cierro la tapa del combustible, rápidamente abro la maleta de atrás, tiro el embudo y el bidón y la cierro con un golpe fuerte y decidido. Me subo al auto. Cierro la puerta. El calor era ahogador. Lentamente cierro y arrugo los ojos elevando una oración. Respiro profundo y apretó el botón de encendido. El auto despierta y comienzo a andar. Por fin estoy salvada. 156 La Desventura de Dante Ortiz Carvajal, Diego Capitulo 1: Los inicios de Dante Mayo de 1136, en la cuidad de Troyes al sur de Francia nace un pequeño joven llamado Dante Mir, de tés morena y unos grandes ojos café oscuro, llenos de misterio y sentimientos, un niño curioso, amable y observador, proveniente de una familia campesina de bajos recursos, la cual trabaja para el Sr. feudal Jaufre Radel. Un señor de tés blanca como el papel, calvo y con un gran bigote naranjo, alto y con una barriga muy peculiar, quien a pesar de recibir servicios por la familia de Dante era muy respetuoso y generoso con ellos. Mientras Dante crecía, su interés por la música y la poesía se intensificaba cada vez más, pasaba horas componiendo y creando hermosas poesías para luego mostrárselas a sus amigos, quienes lo admiraban mucho y siempre lo motivaban a seguir adelante. Poco a poco Dante fue desarrollando un talento sobrenatural para componer y tocar, comenzó a generar dinero interpretando canciones de grandes trovadores en plazas y tabernas, a veces recibía comida en vez de dinero, pero no le importaba, ya que su pasión era entretener y sorprender a los campesinos con sus interpretaciones. El Sr. feudal Jaufre Radel tenía un hijo, Alfonso, un pequeño niño de tés blanca, pelo anaranjado y muy pecoso, inquieto, curioso y risueño, quien desde pequeño fue gran amigo de Dante y siempre lo motivó a seguir con sus interpretaciones, incluso a veces lo acompañaba a las tabernas o plazas, ya que a Alfonso también le interesaba el tema musical y poético, pero no tenía mucho tiempo para desarrollarlo, porque al igual que su padre, debía controlar y supervisar sus tierras. Una característica de Dante es que era muy enamoradizo, y siempre componía versos en elogio a su mujer ideal. Con 157 el tiempo comenzó a pasar mucho tiempo en las tabernas, gastaba la mayor parte de su dinero ahí y gracias a su talento en la composición lograba tener a la mujer que quisiera. A los dueños de las tabernas no les gustaron las actitudes que Dante empezó a desarrollar, generaba escándalos entre los campesinos ebrios y no lograba lo que antiguamente podía lograr, un ambiente grato y sin preocupaciones, por lo que los dueños no lo dejaron entrar en mucho tiempo. El dinero que Dante ganaba sólo en las plazas, no era suficiente para él, ni mucho menos para su familia y fue por esto que le pidió a su amigo Alfonso si lo podía ayudar a generar más dinero y así poder llevar a su familia a vivir a la ciudad, prometió dejar las tabernas, el juego, las mujeres y convertirse en un trovador y quizás algún día llegar a ser un rey. A pesar de que Alfonso ya no confiaba mucho en él porque ya le había prometido varias veces lo mismo, decidió confiar una última vez y juntos emprendieron su viaje. Capitulo 1.1: El Primer viaje de Dante Gracias al padre de Alfonso, pudieron viajar a Fontainebleau, departamento de Sena y Marne , al norte de Francia. Allí no conocían a nadie así que Dante comenzó a interpretar versos en las calles y plazas conocidas de aquel lugar, y Alfonso lo acompañaba cantando las hermosas poesías compuestas por su amigo. Fue así como lograron reunir un poco de dinero para alquilar o dormir en algún lugar. Aun que en un principio les costó mucho ganar dinero, habían días en donde no tenían qué comer o en donde dormir, con el tiempo fueron adaptándose y ganando público en sus interpretaciones. Un día Dante y Alfonso estaban tocando y cantando como cualquier otro día, cuando de repente Dante visualiza una bellísima mujer a lo lejos caminando hacia la panadería más famosa del pueblo. Mujer de tés blanca, ojos color miel y un pelo castaño con unos finos reflejos dorados que brillaban 158 intensamente bajo el sol. Dante le dice a Alfonso que volverá enseguida y partió corriendo a buscarla para poder hablar con ella. Cuando llegó a la panadería se percató que estaba lleno de guardias, no entendía que pasaba, ni tampoco sabía quién era la bellísima mujer. Así que decidió entrar cuando en menos de diez segundos un guardia lo empuja y le dice con voz desafiante –Los siervos entrarán sólo cuando la hija del rey deje éste lugar-. Dante anonadado por lo ocurrido dio media vuelta y corrió de vuelta a su amigo Alfonso para contarle lo que había pasado. Alfonso no lo podía creer, y fue allí cuando se acordó de las historias que le contaba su padre cuando era pequeño, acerca del palacio de Fontainbleau y la hermosa hija del rey, futura reina. Tras lo ocurrido Dante decidió ir todos los días a tocar a la misma plaza, al mismo lugar para ver si volvería a aparecer la hermosa princesa por la cual había quedado completamente enamorado. Pasaron muchos días y aquella mujer no aparecía, poco a poco Dante se fue dando por vencido y pensaba que jamás la volvería a ver. Cuando ya el dúo había generado cierta fama en el pueblo, mujeres querían estar con Dante o Alfonso, y a pesar de que Alfonso cedía, Dante seguía firme esperando a ver de nuevo a su amor ideal. Un día lluvioso y con mucho frío Dante decidió ir a tocar a aquella plaza una vez más a ver si aparecía, pero esta vez iría solo, ya que Alfonso estaría en casa con una mujer. Dante partió esperanzado de verla, llegó, se sentó bajo un pequeño techo que lo cubría de la fuerte lluvia y comenzó a interpretar aquellos poemas que había escrito cuando era más joven, llenos de pasión y esperanza. Pasaron horas y nadie aparecía, ya había generado suficiente dinero como para irse a casa a descansar, pero decidió quedarse un rato más. Cuando a lo lejos aparece una mujer que llevaba una túnica para capear la lluvia, caminaba hacia aquella famosa panadería, pero esta 159 vez sin ningún guardia. Dante no lo pensó dos veces y sabía que era ella, la mujer por la cual había estado horas, incluso días tocando para que apareciera. Dejó su guitarra de lado y corrió lo más rápido que pudo cuando llegó a sus espaldas, la tocó el hombro, la mujer volteó y Dante estaba en lo correcto, era ella, la hija del Rey de Fontainbleau. Capítulo 2: La princesa Aurora Dante no lo podía creer, estaba allí, el momento que había estado esperando por días, había llegado. Saludó tímidamente a la princesa y esta sonrió con entusiasmo –Hola Dante ¿Cómo estás?- La mujer ya había escuchado sobre aquel hombre que recitaba poesías con hermosas melodías en las plazas, y fue por su música que la princesa volvió a aquella panadería. -¿Cómo es que sabe mi nombre y yo aún no se el de usted?- respondió sorprendido al enterarse que ella ya sabía su nombre –Todos hablan de ti en el palacio y que compones hermosas canciones, quería corroborar si estaban en lo correcto, por cierto mi nombre es Aurora- sonrió tímidamente la bella mujer. Dante la invitó a que escuchara algunas de sus composiciones y fue así como estuvieron horas bajo ese pequeño techo que los protegía de la fuerte lluvia, conversaron de muchas cosas, Dante no podía creer lo humilde y sencilla que podía llegar a ser una persona de la realeza. La princesa Aurora no podía creer lo bellas que eran aquellas melodías y poesías compuestas por Dante, mientras él la miraba fijamente a sus hermosos ojos color miel, no podía parar de pensar que ese momento tendría que llegar a un final. -¿Cómo es que una mujer tan bella como usted estuviera sola bajo esta fuerte lluvia?- preguntó Dante para saber si había alguien en la vida de Aurora. –La verdad es que siempre trato de escaparme de aquel palacio, a pesar de tener todo lo que quiero no soy feliz, ya que al parecer tendré que casarme con un tal Fernando II, nuestros padres son muy amigos por lo que quieren que la boda sea lo antes posible y 160 así mi padre tener buena relación con aquel país- Respondió con voz tenue y apenada. –Y esta boda es lo que usted desea?preguntó intrigado el joven Dante. –Pues claro que no, yo lo único que deseo es encontrar a mi hombre ideal, aquel que no me quiera por mis bienes, herencias ni el derecho al trono, aquel que me quiera por lo que soy, aquel que conozca mis deseos, que conozca mis defectos y no le importen, aquel… que me haga feliz- respondió la princesa esperanzada y un poco apenada. Ya era de noche cuando a lo lejos se escuchaban gritos de guardias buscando a la princesa y fue allí cuando ella tuvo que despedirse, Dante le pidió que se quedara un tiempo más, pero ella le respondió que si los descubrían juntos lo matarían y que deseaba que se encontrasen nuevamente. Luego de aquel encuentro, Dante corrió a su casa para contarle a su gran amigo Alfonso lo sucedido, al momento de enterarse Alfonso no lo podía creer y felicitó a Dante por su logro. Esa noche celebraron por supuesto Alfonso con mujeres y alcohol, mientras Dante celebrara con su preciada guitarra. Al día siguiente los dos partieron a ganar dinero, cuando Dante vio un pergamino en la pared el cual decía “Gran baile en el palacio: por Aurora y Fernando II y su pronta boda”. Dante no lo podía creer, era cierto lo que la princesa decía, se casaría en poco tiempo y no con el hombre que amaba. Decepcionado siguió su camino hacia la plaza cuando leyó otro panfleto que decía “Se busca compositor, músico, trovador o poeta para el gran baile. Si le interesa acercarse en los próximos días al palacio” le dijo a Alfonso que esa era su oportunidad para encontrarla de nuevo y expresarle su amor a la princesa, mejor dicho Aurora. Ese día ganaron bastante dinero, pero a Dante ya no le interesaba, lo único que deseaba era ver a su amor nuevamente, mientras que Alfonso cada vez se obsesionaba más con el dieron las mujeres y el alcohol. Ese mismo día tarde en la noche Alfonso llegó bastante borracho a casa, le dijo a Dante con voz desafiante – Lo siento Dante, pero creo que tú 161 y tus tontas composiciones ya no tienen lugar en esta casa, yo ya no quiero seguir acompañándote en tus cantos, ni en tu estúpida búsqueda de amor. Es verdad no te voy a mentir, siento celos de tu éxito, de tu don con la música y de tu oportunidad con aquella bella mujer, es por esto que debo dejarte.” Alfonso estaba bastante enojado por lo que agarró la guitarra de Dante y la rompió. Dante no podía creer aquella traición, su amigo de toda la infancia, de toda su vida, lo estaba dejando. A pesar de aquello Dante intentó hacerlo recapacitar, pero Alfonso no cedió, agarró lo poco que tenía y se fue. Moraleja: No hay que confiar en nadie. 162 Un café en Bellavista Reyes Ahumada, Valentina Ya no miraba a las personas, tampoco a los perros que paseaban por el parque. Los objetos que estaban a mi alrededor habían perdido la importancia que alguna vez tuvieron. Estaba sentada en una banca perdida del Parque Forestal, absorta en mis pensamientos. A mi lado, una pequeña libretita café, algo más grande que el tamaño de la palma de mi mano intentaba equilibrarse para no caer al suelo. Trataba de pensar en cada uno de los lugares que había visitado en mi recorrido y en las personas que había en ellos. Un artesano trabajando frente al museo de bellas artes...Familias, parejas, perros y ciclistas en el Parque Forestal...Turistas, grupos de amigos en el barrio Bellavista...Y más turistas en la Chascona. ¡Ah! Y las personas que trabajan en cada uno de esos lugares: Mozos, cocineros, guardias, barrenderos... Nada lograba llamarme la atención. Me propuse, entonces, pensar en objetos y edificios que había visto: un poste cubierto de entradas a recitales, stickers, envases de dulces, una muñeca, un libro y quizás que otras cosas más, grafittis en las murallas del MAC, el caballo de Botero frente al Bellas Artes.... Palmeras que no pueden rodearse con los brazos, una gárgola y esculturas donadas para el centenario de Chile en el Parque Forestal... Restaurantes y murales en el barrio Bellavista... El sonido de mi celular logró traerme de vuelta al banco del parque. “¿A qué hora llegas a comer? Besos, Mamá.” Guardé el celular en mi bolso y saqué unas hojas blancas dobladas escritas a computador. Releí cada uno de los comentarios y correcciones escritos a mano que habían en esas cuatro páginas. Había dedicado muchas horas a escribir esa historia, planeando cada detalle de ella, procurando que cada palabra y tiempo estuviera correcto e imaginando cada acción que realizaba el personaje principal para que cobrara realidad al leerse. Sin el resultado 163 esperado. Doblé nuevamente los papeles que albergaban mi historia y los puse en el lugar donde ya llevaban alrededor de un mes guardados. Suspiré. Tomé la libretita que había dejado a mi lado y releí las cosas que había anotado mientras caminaba por el sector. Personas que me parecían interesantes, objetos, nombres de calles, esculturas, arquitectura del lugar... Todo lo que pudiese servir para escribir una historia. Pero ya llevaba tres horas mirando las anotaciones y nada se me venía a la mente aún. Todo lo que se me ocurría y empezaba a escribir en mi libreta, al leerlo en voz alta parecía ya haber sido escrito por alguien, y de una mejor manera. Me levanté del banco, agarré mi bolso y, sin siquiera dudarlo, tiré mi libretita café al tacho de basura. Mientras caminaba por los senderos del Parque Forestal, vi una que otra pareja acostada en el pasto, riendo. Perros de departamento revolcándose desaforadamente y niños jugando a la pinta. Ya los había visto antes, incluso los había anotado en mi libretita. Pero como instrumentos para un cuento, no como la historia en sí que cada uno de ellos estaba mostrando. Decidí ir a tomarme un café, antes de volver a casa. Voces de distintos países y murales coloridos me sumergieron en el ambiente del barrio Bellavista, caminé un rato uniéndome al movimiento del lugar y luego me dirigí al Patio Bellavista para estar algo más tranquila. Una vez ahí, caminé hasta La Casa en el Aire y subí al segundo piso donde estaban sentados dos personas mayores, conversando. El resto de las mesas estaban vacías. Hacía algo de frío. La mujer debió haber tenido unos 70 años y estaba vestida con una falda perfectamente planchada junto con una blusa y una pulsera del mismo color. Su espalda estaba recta y su postura perfecta. Él debió haber tenido unos 65 años y estaba echado en la silla cómodamente. Parecía que eran viejos amigos que no se veían de hace muchos años. Me senté un par de mesas separados de ellos, de tal manera de poder verlos y escuchar lo que decían. Pedí un cortado grande. 164 - Antes que se me olvide te traje esto -le dijo ella y le pasó un libro. No alcancé a leer el título desde mi asiento.- Espero que no lo hayas leído. - Si lo leí –respondió él, después de colocarse los lentes. Al ver la expresión de ella, dijo- . Pero igual me lo puedes regalar. - Espera –dijo ella y sacó un pequeño papel del interior del libro-, esto lo escribí cuando murió él. ¿Azúcar o endulzante?, me preguntó la mesera. Le respondí rápidamente sin siquiera mirarla mientras veía como él tomaba el papel y lo leía. Estaba sorprendido, parecía no saber qué decir. - Cuando falleció no sabes lo sola que me sentí, le dijo ella con voz sincera. - Claro, claro. Es lo correcto.- respondió el algo descolocado. Lentamente guardó sus lentes en el bolsillo de su camisa. - Ya no tengo con quien conversar o simplemente estar. En mi casa, el silencio inunda los pasillos. Ya nadie me invita a salir. Me siento completamente sola. Él permanecía en silencio. Su postura había cambiado por completo, estaba rígido y serio. - No se cuándo fue la última vez que me senté a comer. Es que sin nadie que te acompañe, el hambre desaparece. Él asiente con la cabeza y llama a la camarera para que les tome el pedido. - Pensé que te podía servir este libro en estos momentos, a mi me sirvió muchísimo.- seguía ella, como si hubiese estado revelando sus más dolorosos y preciados secretos. - Gracias -dijo él con una sonrisa algo forzada. Ya no quedaba casi nada de mi café, así que pedí otro para poder seguir escuchándolos. Poco a poco la situación se volvía algo menos tensa entre ellos. - De hace años que no se nada de Irma, ¿tú? Te acuerdas cuando... Cuando llegó mi segundo café, un hombre con una guitarra apareció por la escalera. Se apoyó en la baranda, tomó su guitarra y se puso a cantar un rey y un diez, de Manuel García. Intenté seguir escuchando la conversación, pero ya no me era posible. 165 Tan sólo veía como sus labios se movían. Me encantaba esa canción, siempre la escucho cuando me arreglo en las mañanas. Pero en estos momentos deseaba que una de las cuerdas de esa guitarra se rompiera para poder saber qué es lo que ocurría en la mesa de ellos. Parecían tener mucho que conversar. La mesera llegó con la orden de su mesa. Ella había pedido un pedazo de torta de la casa con un café; él una paila de huevos con un té. Sus brazos se movían a tono con las expresiones de su rostro. ¿Qué estarán diciendo?, pensaba. Impaciente, fui al baño para ver si en el camino lograba escuchar algo más de la conversación. Pero en ese momento, ambos se pusieron a comer lo que habían pedido. Cuando volví, habían terminado de comer, él estaba pagando la cuenta. Ella se paró lentamente de la mesa y se dirigió hacia las escaleras, él la siguió al mismo paso sin llevarse el libro ni la nota. Rápidamente fui donde estaba el regalo tan cuidadosamente elegido. Leí atentamente cada palabra escrita en la nota, tomé el libro y volví a mi mesa. Me quedé pensando unos segundos. Las palabras del papel resonaban en mi cabeza. De pronto, vi la historia ante mis ojos. Tomé unas cuantas servilletas de papel, y me puse a escribir. 166 Nana Reyes Correa, Camila Hace mucho tiempo, cuando la tierra era joven, las estrellas brillaban en pleno día y los hombres temían al bosque y a las montañas, existió una anciana. Ella había tenido una vida larga y plena, algo que muchos envidiarían. Vivía en una cabaña en el campo, tenía una cabra a quien alimentaba todos los días y a veces, ayudaba a las mujeres de la ciudad como partera. Sin embargo, el tesoro más preciado para ella era su nieto. Caminaba todos los días desde su pequeña morada a casa de su nieto, sin importar que lloviese o que temblase la tierra. La vieja mujer le llevaba flores que recogía en el bosque cercano a su cabaña y le contaba historias sobre ese misterioso lugar. Pero un día, mientras preparaba un canasto para partir a su habitual destino, un cuervo entró a su casa y se posó en el dintel de la puerta. Posó sus ojillos negros en la mujer y lanzó un graznido que pareció oírse hasta lo más recóndito de la tierra. La anciana se quedó paralizada. La hora de partir estaba cerca. Por siete días, la mujer esperó sentada en una silla al lado de la ventana, a que la muerte se la llevara. Las flores para su nieto se marchitaron en la vieja mesa de madera que estaba frente a la puerta de entrada. Pero aún estaba ahí. Al octavo día, cansada de esperar, decidió salir al bosque. La cabra que vivía en su casa baló y baló mientras ella se adentraba en la oscuridad. Mientras caminaba, el miedo comenzó a apoderarse de ella. Veía a la muerte en todos lados. Detrás de los arbustos, en las copas de los árboles, en los ojos de los pájaros. Deseó tener más tiempo, que la vida le diera otra oportunidad para pasar más tiempo con su nieto, pues para lo único que vivía, era para verlo. Miró hacia el cielo, donde un millón de estrellas brillaban; espíritus muy lejanos. Como era bien sabido, muchos les pedían favores y deseos. Sin embargo, como un niño que grita entre una multitud, era difícil que ellos 167 escucharan estando tan lejos. Por otra parte, como toda en la vida, siempre había una salida más fácil… y peligrosa. Los pozos por lo general podían conceder deseos. La gente arrojaba en ellos cosas no muy valiosas para probar suerte. Pero, si uno dejaba caer algo muy valioso, él podría hacer el sueño e cualquiera en una realidad. Aunque uno nunca debe desear algo, pues esto puede hacerse realidad. Comenzó a acariciar la idea de pedirle un deseo al pozo. Después de todo, ¿qué era lo peor que podía pasar? Era una anciana y la muerte la acechaba, no había mucho que podrían arrebatarle. Claro está, excepto su nieto. Se dirigió al pozo más cercano, pensando cada palabra y condición que impondría. El problema era que esos entes se aburren fácilmente, por lo que un deseo muy largo no sería escuchado. Por fin, llegó al pozo. Estaba flanqueado por dos árboles y parecía a punto de derrumbarse. Se acercó a él y repasó su deseo. Desearía vivir por exactamente un año más, nada más, nada menos. Con los deseos poco ambiciosos, los costos eran pequeños. Unas monedas quizá bastarían. Mas antes de llegar al pozo, el bichito de la codicia a picó. Podría desear ser bella de nuevo, ser joven, ser rica, ser inmortal… o todo junto. Se paró frente al pozo y dijo su deseo. La ambición había ganado. “La cabra…” Ese era el precio del pozo. Sin vacilar, fue a su casa y amarró una soga al cuello del único animal que la había acompañado por tantos años. Ella comenzó a balar asustada, pero la anciana la calmó con dulces y maliciosos arrullos. Atravesaron el bosque juntas y llegaron al lugar indicado. Con acopio de todas sus fuerzas, la mujer levantó a la cabra y, sin derramar una lágrima por la que había sido su única amiga, la dejó caer a la infinita oscuridad. Oyó como el animal gimió y sus últimos sonidos se apagaron. Se hizo completo silencio. Y un escalofrío estremeció a la mujer. El mundo dio vueltas y vueltas. Y de repente, todo se desvaneció. 168 Abrió los ojos lentamente y apareció frente a ella el techo de su cabaña. ¿Había sido todo un sueño? Se levantó y vio sus pies descalzos. Sus tersos pies, sin ni una mancha o arruga. Corrió a buscar un viejo espejo trizado que estaba escondido en un rincón de la habitación, cubierto por una polvorienta manta. Se vio. Y si, había funcionado. Su cabellera parecía oro líquido, sus ojos eran del color de la miel y su piel era lisa y brillante. No solo era hermosa, sino que era todo lo que había deseado. Sin perder más tiempo, tomó el canasto con flores marchitas que estaba en la mesa frente a la puerta de entrada y salió disparada por la salida. Llegó jadeando a la ciudad. Caminó rápido a la casa de su nieto. Los hombres la miraban con deseo y las mujeres, con envidia. Encontró el hogar de su pequeño tesoro y golpeó tres veces, como todos los días. Se abrió la puerta lentamente y ahí estaba, la luz de sus ojos, el niño por el que vivía y por el que había vencido a la muerte. Le dio un enorme abrazo y lo saludó cariñosamente. Pero algo había cambiado: el pequeño la miraba con miedo. Ella le dijo que no temiera, que era su querida abuela. Sin embargo, el niño cerró la puerta y llamó a su madre. Salió al encuentro de la mujer y la miró extrañada. La anciana comenzó a relatar a la carrera su historia, mas ella no le creyó y la echó del lugar. Se quedó mirando la puerta de madera y cayó en la cuenta de que ese era el verdadero precio de su ambición: el no volver a ver a su nieto como antes lo hacía todos los días. Volvió a su cabaña, llorando. Lamentó haber pasado esos siete días en la silla, envés de disfrutar de su pequeño tesorito. Ya nunca le volvería a ver. Sin embargo, eso no era lo peor. Pues ella viviría para siempre, pero él moriría y ella no podría seguirlo. Ya ni el consuelo de la muerte podría mitigar su dolor. Ni siquiera su cabra la acompañaría. Tenía lo que todo ser humano había deseado, mas estaba sola con su deseo podrido. Al anochecer, la puerta principal se abrió lentamente y una figura alta apareció en el umbral, contrastada con la luz de la 169 luna. La mujer, con evidente esfuerzo, subió su cabeza y sus ojos se abrieron de par en par. Era La Muerte quien entraba en su morada. Ella le tendió una mano, en silencio. Sin embargo, la mujer negó con la cabeza. No podría ir con ella aunque quisiera. Se largó a llorar. La voz profunda de La Muerte se hizo eco en la casa: -Mujer, te he dado siete días antes de llevarte, no obstante, te sentaste a esperarme en esa misma silla. Intentaste engañarme, pero te costó muy caro. Pero debo decir que tienes suerte, tu nieto le ha pedido a las estrellas el verte una vez más, pues te extraña. Y su deseo se ha cumplido. Desgraciadamente, La Vida no ha querido darte una última oportunidad, pero yo sí. Haré que puedas cuidar siempre de él si ese es tu deseo. La mujer se levantó lentamente y tomó la mano de la muerte, sin decir ninguno de ellos una palabra. Caminaron a través del dintel de la puerta, donde estaba posado el mismo cuervo que vio hace ya mucho tiempo. Se cerró la puerta detrás de ambos. En el suelo de la cabaña, el cuerpo de la mujer comenzó a marchitarse. Al otro día, el niño decidió ir a visitar a su abuela, deseando con todas sus fuerzas que las estrellas lo hayan escuchado. A hurtadillas de su madre, el pequeño escapó de su casa y corrió tan rápido como pudo a casa de su abuela. Abrió la puerta lentamente. Y ahí estaba ella, en el suelo, bañada por la luz del sol. Cerró la puerta suavemente y se acurrucó a su lado. El susurró: -Nana, me alegro mucho que hayas vuelto –hizo una pausa. Miró hacia el techo-. Gracias. Las estrellas habían cumplido su deseo. Y en los labios de la anciana, se dibujó una sonrisa. 170 Alimento Roca Leiva, Macarena - Sofía, ¡come! - No más, estoy saficheta. - ¿Cómo? - ¡Estoy llena! ¡Mira! No me entra el ombligo. - Chiquitita, si no comes te vas a enfermar. ¿Cómo vas a ir a los juegos si estás enferma? - Mamá mira. Hagamos un trato. Yo me como una más y tú me compras un dulcecito ¿ya?, ¿qué te parece? - No, no me parece. ¡Come! - ¡Ay, pero mamá! ¡Es que no me gusta la zonoria así!, a mí me gusta crudita… - Bueno, bueno. Pero cómete el pollito por lo menos. - ¿Pollito?, ¿Esto es pollito? - No. Es una cosita que se llama pollito, pero no es pollito -¿Es rico? -… En cuanto sintió la puerta de entrada, Isabel detuvo la grabación. Cada noche el silencio de la casa se inundaba de esa voz infantil, fresca y desenfadada que el destino le arrebató hace ya seis años. - ¿Todavía en pie? Le preguntó Manuel. - Sí. Todavía en pie. 171 Aquel hombre Rodriguez Correa, Tomás En una fría madrugada, en que los gallos no resonaron a lo largo de mi modesta y silenciosa morada, estaba yo. Abrí un ojo, todavía no recuerdo cuál fue, creo que fue el izquierdo o el derecho, no lo sé. Poniéndome de pie, escuché el primer sonido de los animales, eran ellos, el reconocible canto de cada mañana. Al fin se dignó a echar voz ese maldito gallo. Me puse mis botas, debería ser otro día como ayer o al anterior de ayer. Tampoco recordé que bota me puse primero, pero tengo esa corazonada de que fue la izquierda, a decir verdad, no recuerdo cual fue. Me preparo el desayuno nuevamente, me vengo de esos gallos calentándome el hocico con esos huevos de campo. No sé por qué, pero saben mejor que ayer, me tardé dos minutos en comerlos todos. Volví a escuchar ese cacareo, esta vez desplazando su eco por todo el lugar, indicaba que era la hora de trabajar. Comenzó igual que siempre, los primeros troncos cayeron fácilmente y yo sentía el ardor en mi cuerpo, luego el proceso se traspasó a una máquina. No recuerdo si cogí el hacha con mi mano izquierda o derecha, ayer yo era zurdo, pero hoy tomé de mi café con la mano derecha. Aunque sigo sin recordarlo. El día continua, el sol pasa sobre mi. Que calor, no recordaba que hacía tanto calor. Ayer parecía estar nublado, al menos el sol no pasó sobre mi. El sudor se desliza por mis mejillas, como una gota se desliza sobre un vidrio. Pensé que caerían al suelo, pero no lo hicieron, se secaron antes de tocar el asfalto. Maldito sol, disecó cada una de mis gotas y poco a poco, a mi también. Aquí almorzamos tarde, cada sesenta segundos que más tarde en alimentarme, significará un minuto más en la vida de ese pobre infeliz animal. No puedo evitar pensar en sus gritos, por las noches salen de mi boca y no puedo callarlos. Siento que me están devorando por dentro. Cada mañana es un milagro 172 despertar, pasar la noche con esos demonios alimentándose de mis entrañas, cogiendo todo lo que encuentran en mi interior. Me están desgarrando el cuerpo. Pero vuelvo a almorzar esa gallina, no me causa remordimiento, desnucarla sigue siendo fácil y su sabor es asombroso. Casi todo sigue igual, cada movimiento que hago siento que ya lo hice, cada palabra que digo siento que no la quise decir, ¡que puta y maldita rutina! Pero el sol hizo la diferencia y esta gallina sufrió más que la de ayer. Vivir en Varazegos es muy solitario, tanto que mi vecino se encuentra a cuarenta kilómetros de mi. Hace tiempo no lo veo, creo que fue en junio cuando arribó a mi hogar en su carreta, maldito bastardo. Eran las cuatro ruedas más brillantes que vi y el traje más envidiable que un hombre deseara vestir. Quería que me llevará con él al centro de la ciudad, pasear por sus cimientos luciendo nuestro paso y acaparar la mirada de una u otra prostituta con la cual me podría acostar. De todos modos, no eran muy caras. Nunca subí a esa carreta, nunca he vestido unos zapatos y nunca supe el nombre de aquel hombre. Lo vi aquella vez, el junio más intenso que me tocó vivir. Hoy se cumplieron dieciocho años de tal encuentro y sigo imaginando el sexo con esas putas de pueblo. Desperté de mi siesta, solía no tomarlas. Pero el cuerpo se me hace cada día más pesado, creo que estoy envejeciendo o tal vez solo estoy subiendo de peso. Necesito de esas siestas. Esta vez si soy capaz de recordarlo, no fue el izquierdo tampoco fue el derecho. Abrí los dos ojos al mismo tiempo. Encontré la sincronización perfecta, ¿habrá sido verdad? La temperatura bajó bruscamente mientras dormía, como un golpe al suelo dejando en silencio mis cuatro paredes. Debo mantener caliente el hogar, las noches son muy crudas y las noches de invierno aún más. El cuerpo se me ha empezado a congelar, ya no siento mis manos ni mis pies, mis genitales se encogen y mi piel se parece a la de aquel polluelo. Hace más frío que ayer, tendré que utilizar todo la leña, espero que no esté húmeda, moriría 173 del frío si no logro encenderla. Sigue corriendo el día, los segundos no se detienen, los animales se preparan para dormir y yo, empiezo a imitarles. Fue un día bastante productivo, el trabajo estuvo bien, semejante al de ayer. Aunque no recuerdo cual fue mejor. Ya estoy listo para mi plan, hoy no será igual que ayer. La vida en silencio jamás oirá ruidos, solo los de aquellos malditos gallos que se dignaron a cacarear. Mi garganta abierta ya no cerrará, cae como la lluvia, y pareciera que un diluvio inunda mi alcoba. Que hermoso desliz de aquel Carménère del año 1968, año en que nací, que hoy me despide. Ya no necesito más calor, no necesito más leña, ni a esas tristes mujerzuelas del centro de la ciudad. Nadie me escuchará, nadie me recordará. Solo aquel hombre que atravesó mi pórtico aquel junio, cuyo nombre jamás podré descifrar. 174 El Mapocho y yo Ruiz Santelices, Mº Jesús “Me llamo Carlos. Vivo en el Mapocho, en el río. Me gusta tirar piedras al agua como cuando era chico. No he dejado ninguna huella en el mundo hasta ahora, tampoco creo que lo haga. Sólo vivo por vivir, no vivo para alcanzar alguna meta, ni para superarme a mí mismo, vivo porque me trajeron a la vida y decidí quedarme. Si me ven en los alrededores de la estación Mapocho, cómprenme chicles. Lo único que conozco en mi vida es a mí mismo, y al río, el río es mi casa”. Nací en el Río, no el río Sena ni el Nilo, mucho menos el Danubio, nací en el Mapocho. Mi nombre es Carlos García, nombre que me puso mi abuelo paterno por su obsesión con Carlos Gardel, y como García y Gardel suenan un poco, él era el más feliz con mi nombre. Mi infancia la viví a orillas del río, luego de que mi papá y mamá se quedaran sin un solo peso cuando murió mi abuelo (el mismo que me puso el nombre). Sólo teníamos un colchón que nos regalaron hace algún tiempo, en ese colchón dormía mi papá, mamá y hermano mayor. Cuando tenía 12 años mi hermano mayor, Felipe, había cumplido recién los 18, como en esta realidad los sueños son realmente sueños y no tienen ni una pizca de ilusión de alcanzarlos, mi hermano prefería soñar por medio de la pasta base. Abajo del puente Condell, mi hermano conoció a la Karen, una prostituta que intercambiaba sexo por pasta base. El Felipe se enamoró perdidamente de la Karen, desde la orilla del río, desde nuestro colchón con una teja para cubrirnos de la lluvia, la miraba. Se veía la silueta de la Karen, con las luces de los semáforos de fondo, Santiago se veía tan sucio pero al menos podíamos ver las estrellas, y mi hermano podía soñar con la Karen. La cabra esta, se hizo bien amiga de mi hermano, y cada vez que algún cliente le daba pasta base, llamaba al Felipe pa que la “apañara”. Esa “apañación” terminó un día en que unos weones 175 mataron al Felipe por estar metido en cosas turbias, cosas turbias que se llamaban Karen. Lo amarraron, le pusieron una cuerda en el cuello, y lo tiraron desde el puente Vicente Huidobro, el mismo que hoy funciona como un teatro. Ni cagando voy a ese teatro. Y ahí murió el Felipe po, el amor lo mató, el amor al amor y el amor a la pasta lo terminaron cagando. Después de eso, mi papá se puso a tomar más que antes, ahora ya no iba a limosnear tres veces a la semana afuera de la piojera, iba todos los días. Mi mamá me mandaba a buscarlo todos los días a las 9 de la noche, y ahí estaba, afuera sentado, con cara de curao, echándoles el ojo a las gringas que desfilaban por los pasillos de tierra. Una vez lo vi dándole un beso a una vieja, me hice el tonto y me escondí, tal vez habría sido peor si me metía. Yo no tomo ni fumo, parece que las malas experiencias me traumaron, soy más bien un cabro medio mamón, trabajo en el día vendiendo calugas con mi mamá, y en eso se me fue toda la infancia. Lo peor es que tengo un cerebro que no tengo como explotar, que mierda hago desde aquí, desde este río de caca, sentado en un colchón que no vale ni un peso. No tengo idea que grupos de música están de moda, no tengo idea que programas dan los Domingos en la noche, ni que películas están en el cine. Ni siquiera lo pienso, pensar en eso sería perder el tiempo, ocupar neuronas en cosas inútiles, para qué pensar en qué película están dando en el cine si no puedo ir a verla? Es por eso que mi imaginación es muy grande. Con mi imaginación he viajado mil veces a Italia, unas dos mil a China, a Estados Unidos unas tres mil. Me imagino en el avión y luego me imagino aterrizando en la ciudad, una ciudad que seguramente es muy distinta a la que yo me imagino. Lo mismo me pasa con la música, no sé nada de música. No sé qué estilo musical me gusta y cual odio. No sé qué cantante me trastorna o cual es mi canción favorita. Al final, ser pobre es lo mismo que ser ciego, sordo y mudo. No puedo ver, ni escuchar, hablar puedo, pero nadie me escucha. 176 Un día llegó una tía a buscarme al río. La tía Cristina, hermana de mi mamá. Vive en una casita en la Chimba. Es una vieja histérica pero si es bien simpática. Quería que me fuera con ella, me dijo que mi vida era miserable y que mi mamá era una estúpida por estar aún con mi papá, me dijo que si seguía viviendo ahí, iba a terminar igual que el Felipe, flotando en la mierda del río, muerto. Me resistí, no quise irme, no por amor a mi terrible vida, sino que no podía dejar a mi mamá, una mujer que se había sacrificado mucho por mí, dejarla sola habría sido como matarla de una vez. Pasaron los años, mi mamá se puso vieja y yo también, mi papá se puso más alcohólico. Ya no teníamos plata para comprar calugas y venderlas, mi papá se la había tomado. Mi mamá comenzó a pedir limosna fuera del mercado central, donde como iban hartos gringos, a veces se apiadaban de esa vieja sucia y roñosa, y le tiraban unas monedas. Una vez un gringo le dio diez lucas, llego muy feliz, la escondió en un hoyo que hizo en la tierra al lado del río para que mi papá no se la robara, pero como mi mamá es tan buena y nunca miente, mi papá cachó que le estaba mintiendo en algo, y le sacó la cresta. Mi mamá le termino pasando las diez lucas, y yo me quede soñando con lo que habríamos podido hacer con ese billete. Eran diez completos del mejor carro de completos de la vida, uno que está en el puente Pio nono. Cuando nos iba bien con las limosnas, íbamos a comer ahí con mi mamá. Lo pasábamos bien, nos reíamos harto. La quería caleta. A mi mamá la atropellaron afuera de la Estación Mapocho, un hombre que estaba curao, venia de Bellavista. La atropellaron y ahí murió no más po. No le hicieron na al asesino, yo tampoco pedí nada, sabía que no me lo iban a dar. Y se murió mi mamá y me quede solo po, más solo que la cresta, en el mismo lugar de siempre, lugar miserable, a la orilla del río más feo del mundo, pero solo (no incluyo a mi papa en mi vida porque es como las luces intermitentes, se prenden y apagan, constantemente). 177 Ha pasado harta agua bajo el puente. Hoy tengo setenta y cinco años, soy oriundo del Río Mapocho, vendo chicles en el invierno, y en el verano vendo helados. Sigo viviendo en esta mierda. Nunca me enamoré. Nunca conocí Italia. Nunca conocí Estados Unidos. Nunca conocí China. Nunca fui al cine. Nunca tuve una canción favorita. Nunca tuve una polera predilecta. Nunca elegí que comer. Nunca hablé. Nunca escuché. Nunca me escucharon. Y estoy solo po, soñando como siempre, viajando con la mente, riéndome por dentro. 178 De a tres Seguel Cabezas, Carol Ya había decidido que quería separarme de mi esposa. Llevaba un tiempo pensándolo. Las cosas ya no iban bien. Nunca había estado con otra persona, nunca había querido estar con otra persona. Nos conocimos en el colegio y no nos habíamos separado desde entonces. Ella era sorprendente. Antes de verdad la amaba. ¿Cómo es que los sentimientos cambian tanto? No me malinterpreten, seguía siendo demasiado importante, me preocupaba y aún la quería mucho. Después de todo, estar más de 17 años con ella hizo que me acostumbrara a una vida constante en pareja. Nunca estuve sin ella. Creo que logró algo que nadie más ha podido, me conoce, sabe totalmente como soy, más que yo incluso. Y yo, aprendí a entenderla, a cuidarla, me hizo amar sus defectos. Logramos aguantarnos bastante bien los últimos años. Porque éramos como dos personas extrañas viviendo en la misma casa. O por lo menos así lo sentía yo. Viajar por trabajo ya no me gustaba, aunque sabía que tenía que hacerlo si quería ascender en la empresa. Antes, cuando tenía menos años encima, era fascinante y un desafío hacerlo. Al final lo único que hicieron los viajes fue distanciarme de mi esposa. Perdí mucho tiempo de matrimonio. El tiempo se hizo nuestro enemigo, lo necesitábamos, pero fue más fuerte. La distancia pesa. A ella le pesaba más. Un día, repentinamente, no aguantó más y me dijo que ya no podía seguir con alguien que se va todos los meses. Fue ahí donde caí. Estaba en lo más alto del amor y que soltara eso sin aviso, cambió toda mi vida. ¿De qué no me di cuenta? Sólo fue una discusión. La convencí para que no me dejara, le dije que todo iba a ser mejor. Pero algo se rompió después de eso. Nada fue igual. Cambié yo. Cambió ella. El amor se comenzó a ir. Fui al aeropuerto de Madrid. Tuve tiempo para distraerme y tomar un café. Me encanta esa ciudad. Podría vivir en 179 ella. Cuando subí al avión un hombre se sentó al lado mío. Comenzamos a hablar. Fue interesante como pudo distraerme de todos los problemas que tenía en la cabeza. Al parecer iba al mismo seminario que yo. Era una persona encantadora. No tengo muchos amigos. Siempre he tenido mala suerte haciéndolos. Al final no me importaba mucho, siempre estaba mi esposa. Era mi mejor amiga. ¿Qué iba a hacer sin ella? Él volvió a romper mis pensamientos. Era extraño congeniar con alguien tan rápido. Tener tantas cosas en común con alguien no pasa tan seguido. Por lo menos a mí nunca me había pasado. Parecía como si lo conociera de toda la vida. Estaba feliz de conocerlo. Ese viaje se tornó más entretenido. Llegamos a Londres. Ya en el hotel solo quería dormir. A la mañana siguiente volví a toparme con él. Me alegré sin sentido por encontrarnos. Cuando lo vi mejor me di cuenta de que era un tipo muy guapo. Él parecía estar contento de encontrarme también. Y sin más nos dirigimos al centro donde se dictó el seminario. Fue muy entretenido a decir verdad. Bueno, si no hubiese estado él probablemente todo habría sido muy fastidioso. Habíamos decidido salir a tomar algo en la noche. Me costó elegir la ropa ¿Estaba sintiendo nerviosismo por salir con él? ¿O era emoción? La noche fue perfecta, tomamos unos tragos, me contó donde trabajaba. Era muy inteligente. Atento. Sus ojos verdes hipnotizaban. No podía despegar la vista de él. Además su voz era dulce y honesta. ¿Qué me pasaba? ¿Qué tenía él que me llamaba tanto la atención? Por cosas del destino él vivía muy cerca de mi hogar, o debería decir casa. Hacía bastante tiempo que ya no se sentía como un hogar. Fue sorprendente como hubo complicidad. Nunca había tenido tanta química tan rápido, sentía una electricidad recorriendo mi cuerpo. ¿Fue el alcohol? ¿Fue por él? No sabía qué mierda me pasaba. Los siguientes cuatro días fueron iguales, estaba con él todo el tiempo posible. Almorzamos, volvimos a salir, conversamos 180 del trabajo. De su empresa. De sus viajes. Me impresionaba lo culto que era. Lo mucho que le gustaba el deporte y los perros. Era extraordinariamente magnifico. Su figura me minimizaba. Era tan poderoso. Ya era la sexta y última noche en Londres. Luego de estar en un bar, me invitó a su hotel y acepté. Llegamos y me ofreció un whisky, también acepté. Ya había bebido demasiado. Estábamos conversando en el balcón. Él jugaba con el humo del cigarro casi orgulloso. Volví a sentir la electricidad. Después de un rato comenzó diciendo que estaba convencido que todas nuestras decisiones nos llevaron ahí. A ese balcón. Yo. Él. Mis decisiones. Sus decisiones. Dijo que nunca se había sentido así con alguien tan rápido. Mi corazón se detuvo. Sonreí, porque en realidad sentía lo mismo. Comenzó a acercarse y dejé que lo hiciera. Cada vez estaba más cerca. Sentía su respiración en mis labios. Ya no podía respirar. Sentí que la distancia entre nosotros era infinita porque nunca llegaba a mí. Fue tan lento. Cerré los ojos. Él me besó. Fue tierno y con miedo. Se lo devolví. ¿Qué estaba haciendo? Tomé su rostro y lo apreté, quería más de ese aliento, quería ahogarme en él. Él entendió mi estado al instante y jaló mi cara más fuerte hacia él. Pude sentirlo. Puede apreciarlo. Pude ver cada parte de su intenso rostro, de su hermoso y gran cuerpo. Cada ángulo y cada plano de él estaban frente a mí. Pude probar su aroma en mi lengua y sentir su piel debajo de mis dedos. Nuestros cuerpos ya estaban enredados. Sin miedo. Sin restricciones. Sin pudor. Sin tiempo. Solo dos cuerpos activos. Para mí fue más que una simple noche. Abordamos el avión. Teníamos que volver a nuestro país. Tenía que volver con mi esposa y enfrentar el divorcio inminente. El viaje en avión se hizo muy corto. Podía verlo sentado en la otra fila. A veces me miraba. A veces yo lo miraba. A veces nos mirábamos. Teníamos un secreto. Tenía vergüenza. No quería que terminara. No quería dejarlo. Cuando bajamos me dijo que quería volver a verme. Esa petición fue tan sorprendente como 181 satisfactoria. Acepté sin pensarlo. Nos veríamos en dos días más. Se despidió con un beso en la frente. Volvió la electricidad. Cuando llegué a mi casa, ella no estaba. Ya en la noche, cuando me acosté la sentí llegar. Me preguntó cómo había estado el viaje. Dije que bien, igual que siempre. Se acostó. Estábamos en la misma cama pero parecía como si no estuviera. La soledad lo inundaba todo. Lo extrañé. Cuando llegó el día en que tenía que juntarme con él, el nerviosismo recorría cada espacio de mi cuerpo, era casi euforia. Le dije a mi esposa que iba a encontrarme con un colega del seminario. Pareció no importarle. Ella iba a salir también, pero no me dijo con quién. Cuando iba de camino, sonó mi celular. Era él. Me dijo que había surgido un problema y que no podía venir. Toda la felicidad se desvaneció. Me dijo que me llamaría para buscar otro día para salir. No quería volver a mi casa, estar allá se tornaba incómodo. Además mi esposa no estaba. Así que decidí caminar un rato. Para pensar. Para observar las calles. Las personas. Las luces. La noche. La luna. Hacía un poco de frío. Eso estaba bien para mí, soy una persona que adora el frío. Era una noche muy linda para desperdiciarla. Decidí entrar a un bar que parecía atractivo. Había mucha gente. Al parecer era un lugar nuevo. Toda la gente estaba pasando un buen rato. La música llenaba el espacio, y el ambiente era muy confortable. Me senté en el bar y pedí un trago. De repente escuché una voz que me parecía familiar, a decir verdad no tanto, era una risa particular. Una risa que no escuchaba hace un buen tiempo. Cuando me di vuelta para mirar, ahí estaba ella… ahí estaba él. Mi hermosa esposa Adriana estaba con Stefan, el hombre de Londres. Estaban tomados de la mano, riendo íntimamente. Había complicidad. Había pasión. Había recuerdos. Las dos personas que estaban en el centro de mi vida ahora… estaban juntos. Como no iban a estarlo, ambos son perfectos. Parecían tan felices, tan completos. ¿Qué iba a hacer ahora? Quería salir corriendo. Quería gritar. Quería morir. 182 Una lágrima cayó por mi mejilla. Solo puede mantenerme en donde estaba. Todo se rompió por dentro. No podía creerlo. Las dos, mi esposa y yo, estábamos enamoradas del mismo hombre. 183 Sueños de mil hojas Serrano del Pozo, Gonzalo Juan Silva era como la mayoría de los niños en la escuela y no le gustaba leer. Decía que era malo para leer, aunque, en realidad, jamás, había abierto la tapa de un libro, salvo aquella vez que encontró uno botado en el tren y curioseó buscando el nombre de su dueño. Lo paradójico era que su padre, quien se había ido cuando Juan tenía apenas cinco años, había sido un gran lector. Abogado frustrado, trabajó como profesor de Historia en el mismo colegio donde Juanito estudiaba. Don Emiliano, había acumulado y leído en su corta vida, cerca de cinco mil libros. Repartidos por toda la casa, éstos permanecían ordenados por año, clasificados por tema de forma minuciosa, con la fecha de adquisición, su precio original y, en la contratapa, una ficha amarilla con el resumen de cada uno de ellos, escrita a mano con tinta azul. A punto de salir del colegio y con el triste record de jamás haber leído para una prueba, Juan no sabía qué hacer con su vida, aunque tampoco parecía ser algo que le preocupara. Le habría gustado ser futbolista, pero no era lo suficientemente talentoso ni esforzado. Su historia cambió una noche que llegó tarde, su madre lo había estado esperando, llorando en el viejo escritorio de su padre. Doña Rosita había caído en cuenta de que si su hijo no estudiaba en la Universidad perdería la posibilidad de un beca y tendría que trabajar. Luego del descarnado análisis de su madre, Juanito se sintió abrumado, quería estudiar para abogado como su padre siempre había soñado, pero se dio cuenta de que en sus cuadernos sólo había dibujos, listas de equipos y estadísticas de los partidos de fútbol. Pese a todo, la prueba de ingreso a la universidad le permitió 184 postular a una de las Facultades de Derecho más importantes de Valparaíso. Su ingreso dependía de la lectura y exposición de un autor clásico. Juan tenía dos semanas para hacerlo. Durante esos catorce días, fue acosado por su madre, que repetía cada veinticinco minutos: “Juanito, no te veo leyendo”. Agobiado, cansado y frustrado le dijo: “Si dejas de molestar y preguntar, te juro por mi padre que voy a leer lo que me pidieron”. La promesa, que parecía fácil de cumplir, no se llevó a cabo hasta las 23:30 del día antes del examen. Después de haber llegado de un partido de fútbol, Juanito cayó en cuenta de que no había abierto el libro y que estaba demasiado cansado para leer. Antes de acostarse y como un paliativo para su conciencia, miró cada una de las hojas de El Príncipe de Maquiavelo, obra que había escogido para su prueba por ser la más corta de las alternativas. Aunque en estricto rigor, no había leído, había mirado cada una de las páginas, lo que para él, era haber cumplido el juramento a su madre. Lo increíble de esta historia sucedió en la noche. Apenas se durmió, su sueño consistió en la revisión del libro, cada una de las páginas que había visto comenzó a aparecer frente a él, como una página escaneada, que pudo leer tranquilamente, como si estuviese sentado en la comodidad de una biblioteca. Al despertar tenía la extraña sensación de no haber descansado lo suficiente, pero más raro aun, no comprendía si había soñado que había leído el libro o si realmente lo había hecho. Sin comentar nada a su madre partió al examen en la Facultad. Antes de irse, doña Rosa le dijo en tono irónico: - Tranquilo Juanito, el que nada sabe, nada teme. Juanito pudo responder todas las preguntas que le hicieron sobre El Príncipe. Fue tal la exactitud de sus palabras que la Comisión pidió una entrevista para confirmar que no había copiado. Ahí les demostró que se sabía el libro de memoria y que era capaz de recitar un capítulo entero para asombro de los asistentes. 185 Por primera vez en su vida, su madre se había sentido orgullosa por algo que no fuese relacionado con fútbol. Juanito había entrado a la Facultad, obtenía la beca y, mejor, podía ser alguien en su vida. Como si se tratara de un acto de magia, para la primera prueba de Derecho, repitió el mismo procedimiento. Justo antes de acostarse y luego de haber jugado un partido de fútbol, Juanito tomó el Código Civil y lo hojeó desde la primera hasta la última página y se acostó con la esperanza de que su subconsciente hiciera el trabajo. Durante la noche sucedió lo mismo de la primera vez, su mente leyó cada una de las páginas y las memorizó todas. Al otro día le faltaba espacio para responder en la prueba todo lo que sabía. Bastó el primer semestre para transformar a Juan Silva en una leyenda viviente. Nunca antes un alumno había obtenido las máximas calificaciones en la Escuela de Derecho en todas sus asignaturas. En un hecho histórico, fue elegido ayudante para lo que restaba del año. En su nueva tarea, la revisión y corrección de pruebas constituyó un nuevo desafío, las hojeó en el día, su mente las leyó en la noche y despertó con la claridad suficiente par ir asignando una nota a cada una de las evaluaciones. Al final de cinco años había leído inconscientemente millones de páginas, el conocimiento acumulado era proporcional al sueño y al cansancio durante todo ese tiempo. Abrumado por la presión del ambiente e inconsciente de los peligros de lo que esto implicaba, no se percató de las consecuencias para su salud. A la irritación constante de quien duerme poco, se sumó la confusión de letras, títulos y autores. Cada vez que hablaba, parecía vomitar información sin capacidad de discriminar lo esencial de lo accidental. Los últimos recuerdos conscientes de Juanito, fueron los de unos paramédicos que lo sacaron de la biblioteca de la Escuela de Derecho. Después, rastros borrosos del lugar donde lo 186 recluyeron y, el último, la figura de un hombre que aparecía como la proyección de sí mismo, un caballero de setenta años que pasaba el tiempo traspasando en fichas amarillas los número de teléfono de unas viejas guías que yacían hace años apiladas en una esquina. 187 Ignistir Soto-Lafoy Meza, Vicente Una noche en donde no había estrella que iluminara la cuidad, solo una pequeña luz proveniente de la luna menguante. Iba una pareja en un tren en busca de aventuras en Nueva York. Sophia, una mujer de veintiún años, de tez blanca, cabello claro y pómulos marcados, le dijo a Robb, su novio, que comenzaba a extrañar a su familia. Seis meses ya habían pasado desde que empezaron su travesía juntos. Habían recorrido Inglaterra, China, Francia y ahora, por último, Estados Unidos. El tren era viejo y tenía ese característico sonido que ellos ya conocían bastante bien. No habían visto a nadie desde que lo habían abordado, sin embargo, una azafata se les acercó a ofrecerles algo para beber y avisarles que llegarían a la estación en quince minutos. Respondieron que no necesitaban nada, pero le agradecieron la visita. Una vez en las calles de la gran ciudad, mientras caminaban no muy lejos del hotel en donde se estaban quedando, un estrecho callejón les llamó la atención. Una luz de neón se encendió en medio de la oscuridad, dándole un tétrico color rojo al ambiente. A Sophia le pareció curioso, por lo que decidieron ir a investigar. -Qué extraño, -dijo Sophia- este callejón no aparece en mi mapa. -Bueno, veamos de que se trata todo esto –respondió su novio-. Mientras se acercaban, notaron un letrero que decía ‘‘abierto’’, mas al limpiar la ventana, repleta de polvo, y mirar hacia adentro, no parecía haber nadie. La tienda era muy antigua, o por lo menos los artefactos que tenía. Ambos abrieron la puerta de madera gastada por los años. Una vez adentro, el sonido inesperado de la campana que se sostenía sobre la puerta les dio un susto de muerte, sin embargo, rápidamente recuperaron la compostura. 188 -¿Aló, hay alguien aquí? –Pregunto Robb-. Pero nadie contestó, solo su eco a través de la tienda. - Debe estar vacía, -dijo Sophiaserá mejor que nos vayamos. Un escalofrío recorrió su espalda. Al darse vuelta, dio un grito que se apagó al instante. Una anciana de baja estatura, de cabellos blancos y ojos claros que mostraban sabiduría, los miro fijamente. Mientras caminaba entre los clientes, les preguntó a que se debía su inoportuna visita. Le respondieron que solo iban a mirar, les había parecido interesante y querían revisar si encontraban algo para llevarse de recuerdo.-Está bien,- dijo la anciana- pero rompan nada. Mientras pasaban por la tienda, vieron todos los raros artefactos que disponía la anciana, extravagantes para algunos, inútiles para otros. Antiguos instrumentos musicales decoraban las paredes de la antigua tienda, despojada de cualquier color, solo el gris del material con el que fue construida. Habían también atrapa sueños, arcos y flechas, lo cual llamó la atención de Sophia, ya que había practicado, tiempo atrás, la arquería. Decidió tocar la flecha que se sostenía en el carcaj, pero solo con el suave tacto de mano, se hizo un pequeño corte. -¡Ay! dijo- me he cortado. Pero Robb se limitó a reírse para sí mismo. Siguieron recorriendo la tienda hasta encontrarse con los distintos tipos de escrituras. Algunos decían ‘Pasadizos ocultos de las grandes ciudades’, ‘Herbolaria básica’, ‘Ritos ancestrales’ y muchos otros. Pero uno fue el cual le llamó la atención a Robb, tenía escrita una sola palabra en el lomo: Ignistir. De pronto, sintió que lo miraba la anciana. Aunque se mantenía al margen de lo que estaba pasando, no podía evitar el peso de su mirada sobre él. Lentamente estiró la mano para sacar ese libro misterioso. Mientras lo hacía, sintió una mano que se posaba en su hombro. Instantáneamente supo que era la anciana. Al voltearlo le dijo –Creo que ya es tiempo de irse- mientras le daba una rápida mirada al libro. Pero Robb, duro como una piedra, le respondió –Por el contrario, encontré su tienda muy interesante y creo que nos quedaremos un momento más-. Sin oponerse, ella solo sonrió y volvió al lugar en donde había 189 estado sentada. Sophia miraba con desaprobación a Robb y le dijo que no podía hablarle así a quien dirigía el lugar, pero él se limitó a levantar los hombros y lanzar un bufido. -¿Algún libro que te haya interesado?- preguntó su novia- -Solo éste- respondió mientras miraba el libro rojo sangre, en el cual lo único que brillaba era una palabra de color dorado. Con curiosidad, Sophia sacó el libro de donde estaba, tenía polvo en la portada y una textura de tela. Sopló el polvo y en la portada no había escrito nada más que “Ignistir”. Con curiosidad abrió la primera página, estaba en blanco pero parecía ser antigua, no obstante, tampoco parecía estar gastada. En la siguiente página había algo escrito, las letras parecían estar escritas a mano, una letra sofisticada, con hermosas curvas que hablaban por el autor. Sophia lo leyó en forma casi inaudible y dijo: “Ignistir, donde el hombre es fuego y el fuego un arma”. De pronto, todo comenzó a moverse y sintieron un fuerte sonido que provenía de todas partes, se taparon los oídos y se miraron fijamente a los ojos. Robb miró a la anciana, pero ella seguía ahí sentada, sabía lo que estaba pasando, pero aun así no se movía. Volvió su cabeza hacia su novia y le tomó la mano fuertemente, pero esta poco a poco fue desapareciendo, ninguno de los sabía lo que estaba pasando. De un momento a otro todo su cuerpo se estaba desvaneciendo, ella gritaba por ayuda pero Robb no podía hacer nada. El movimiento había cesado, pero Sophia ya no estaba. La anciana se acercó a él y le dice. -Tu mujer ya no está en este mundo. No hay nada que puedas hacer por ella- Pero Robb se paró y le preguntó, un poco temeroso ante la presencia de la mujer pero al mismo tiempo con un aire valeroso. -¿Qué ha pasado? ¿Dónde está? ¿Cómo sucedió esto?- preguntó. Ella se pone firme y dice que no hay forma de que ella vuelva por sí misma, el porqué sucedió no importa, sino cuánto tiempo más tendrá que estar atrapada en ese mundo. Tomó el libro y sonrió para sí, abrió la segunda página y dijo que la lea en voz alta. Pero antes le da una advertencia –El camino es difícil, el tiempo aquí es lento en comparación con Ignistir, tal 190 vez haya pasado más de un año-. Robb levantó la mirada del libro y dijo con voz segura – Entonces no hay tiempo que perder-. Mira nuevamente el libro rojo como la sangre y pronuncia las mismas palabras que Sophia. 191 Hasta que la muerte nos separe Vergara Cardenas, Renne _No creo que debas juzgarme a mí cuando la culpable de mi ira es- claramente- mi mujer. Todo lo que hace lo hace evidentemente adrede para hacerme enojar; cada error y cada acción. Todos sabemos que las mujeres son ineptas, pero por favor ¡esta bruta supera todo límite de estupidez!, deberías intentar vivir con ella y te darías cuenta que tengo razón, notarías lo irritante que es; ¡ay, pero si es que me acuerdo de ella y me da rabia! me da rabia lo tonta que es y cómo se comporta... por eso siento la necesidad de golpearla constantemente, porque no contengo la rabia de ver su asquerosa cara de víctima, y su cuerpo, por dios su cuerpo, está lleno de marcas, lleno de cicatrices, si ni eso, simplemente cicatrizar, es capaz de hacerlo bien. No es buena en nada. En la cama no se mueve: me mira constantemente con miedo como si estuviera ante un animal, un monstruo feroz que la viola. ¿Ves? ¡Si es tonta, pero tonta con todas sus letras! Y es aburrida, y es fea y… no me gusta, no la soporto mientras habla, pero… pero a pesar de eso ella sabe que la amo. _Perdona que me ría, pero es que mi comportamiento “agresivo” como le llamas lo considero normal y para nada agresivo, sino más bien una corrección. Ella se lo merece y también lo sabe, es de sentido común. _Este comportamiento “agresivo” es parte de mi vida desde la infancia, crecí o más bien nací en una casa donde las cosas ya eran así, en un mundo que ES ASÍ; mi padre era el sustento de la familia y en la casa se hacia lo que él decía. Mi madre sabía obedecer, era una buena mujer. Ambos me enseñaron a ser un hombre, ambos me educaron. Aprendí de ellos como se vive, como guiar una familia… tu no vas a cambiar eso… ¿o es que no entiendes que el hombre tiene el deber de educar a la mujer para salvarla de su ignorancia y pereza? Tiene el deber de corregirla y si es a golpes mejor, más rápido aprenden estas 192 tontas y así todos más felices. Además…ella es mía, mía y de nadie más y yo hago con ella lo que me da la gana, porque es mía. _ Vamos a ver niñito estúpido, ¿a ti quién te dio derecho de decir que golpeo a mi mujer por inseguridades propias? No tienen nada que ver las metas que no haya logrado cumplir con lo bruta que es esta asquerosa, creo que más bien eres tú el que no está satisfecho con su vida y el que no quiere aceptar cómo es el mundo, probablemente jamás has golpeado a una mujer, no sabes lo que es enseñar, ni mucho menos conoces el sentido real de querer. Todo esto lo hago por el bien de ella, de mi mujer, MI MUJER. Hay que ser lo suficientemente machito para corregirlas y no dejarlas equivocarse, y aparte déjeme decirte, y no te atrevas a discreparme: soy lo suficientemente machito para enfrentar mis asuntos solito. Por lo demás, esta bruta no deja de meterse en asuntos que no le incumben, y eso no lo voy a permitir… yo sé que algún día me lo agradecerá. *** Miró el reloj de pared. Según sus cálculos aún tendría una hora al menos antes de que él llegara y eso la alivio. Corrió hasta el sillón y allí se acurrucó a soñar. Su rostro era armonía y felicidad. Se sentía la mujer más feliz del mundo en aquel sillón, sin nada que hacer ni nadie que le diga que hacer. Allí cada día se echaba a tararear las canciones que le gustaban, a reír. A esas horas el día ya se le venía encima y se sentía derrotada; las tareas de la casa la dejaban exhausta y sentía merecer un descanso. Le habría gustado salir a caminar sin pensar en los quehaceres, pero si el llegaba y ella no estaba allí tendrían una discusión. Le habría gustado leer, de joven, antes de casarse le gustaba leer, pero ya no lo disfrutaba como antes; prefería apoyar la cabeza en el sillón y dejar volar la imaginación. Sus sueños eran cosa simple. Soñaba con ver que él le sonriera como antes, soñaba con caminar de la mano riendo, sueños simples que el trabajo de él y la edad le habían arrebatado lentamente. 193 Dejó que sus manos recorrieran su cuerpo suavemente. Se acarició la mejilla y el pelo mientras sus ojos se cerraban de cansancio; se dejó llevar por la maravillosa sensación de dormitar y un divertido “calorcito” que le recorría el cuerpo. Pensó que tenía el cuello flotando, o quizás entre nubes, eso no importaba, era una sensación grandiosa. El ruido de las llaves la devolvió a la realidad de golpe. Se incorporó en el sillón y apretó su cuerpo para sentirse segura. Lo vio entrar y lo escuchó quejarse de la oficina, pero no le prestó atención; en silencio recitó una y otra vez la oración que su madre le había enseñado con la esperanza de que por fin el psicólogo lo hubiese hecho entrar en razón. Lo escuchó hablar nuevamente y supo que debía responder. Intentó hablar pero un nudo en la garganta la detuvo. Sus ojos, llenos de lágrimas, se clavaron en un punto muerto, el miedo la paralizaba. Suspiró. _ ¿Mi amor? Te estoy hablando. Estoy muriendo de hambre, tuve realmente un día muy agotador en el trabajo, ¿y ahora tu me vas a ignorar? sírveme la comida de una vez.- ella hizo lo que él pedía, mientras le seguían hablando.- Fui al psicólogo, pero realmente no sé cómo le dieron el título a ese pobre niñito; no sabe dónde está parado. Mira tú que según él yo no debería corregirte. Já- ella lo miró aterrada, temía que el notara que estaba de acuerdo-. A ver ¿Por qué me miras así?, ¿estás de acuerdo con él acaso? Eres tan tontita mi amor. Es que no me lo creo, eres realmente estúpida, pero qué vas a saber tú… ¿Qué sabes tú?¿eh? campesina fea, y… y encima de fea, tonta… A ver, date vuelta, déjame mirarte. Qué asco: ¡Fea, tonta y gorda! No sé cómo no te da vergüenza opinar aún. *** Logró apartarse de su ira. Dolida del corazón se escondió en una esquinita de la sala. Lo miró con ganas de romper a llorar, llanto de miedo, llanto de dolor, lo había sentido tantas veces que ya no sabía que sentía. Él solo la miraba. Reunió fuerzas de donde no las tenía y comenzó a hablar. _Cada día cuando te vas siento que puedo respirar- fue lo 194 primero que salió de sus labios. Se detuvo para ver si él la dejaba continuar-. _Siento cada minuto pasar con miedo en mi cuerpo, y no creo que seas capaz de entender lo feliz que me hace cuando llega el momento de verte salir por esa puerta. ¡Una puerta!, es lo único que es capaz de separarme de ti, de tu rabia, y es lo único que he sentido en años que se asemeja a ser feliz… con cada lagrima que lloro en silencio… con cada una mi cuerpo se destruye más y más… me siento fea y tu repitiéndomelo a cada instante no ayudas. ¡Yo te amaba! Yo te amaba y hoy… aún hoy te amo, aún hoy después de ver como con cada golpe has hecho mierda mi cuerpecito, a cada golpe me has arrancado la felicidad, a cada golpe me has marcado a moretones y cicatrices; los escondo, los escondo del resto por que te amo… o porque te temo ya hace un tiempo que no conozco la diferencia… _Dentro de mí no queda nada de la mujer feliz y segura que recuerdo que alguna vez fui, pero ya me cansé mi amor, me cansé de que quemes mis sueños, mi vida y mi cuerpo con tus manos, ¡Duelen!- gritó dejando escuchar su dolor. Acercó dos manos temblorosas a sus mejillas para secarse las lágrimas. Reunió fuerzas para continuar- Dicen que hay muchas cosas que se curan con el tiempo, que luego de la tormenta sale el sol, pero tú con el tiempo te has vuelto más tonto, más bruto… menos hombre- miró hacia él temerosa de su reacción, pero simplemente la observaba desde el comienzo de la sala.- Te sientes muy macho, muy dominante pero solo eres capaz de gobernarme a golpes, como un puto animal, eres un maricón insensato sin sentimientos, sin amor, sin vida y sin valores. Te dedicas a menospreciarme, a insultarme mientras yo tengo que llevar los pantalones de esta casa y tu excusas en que es por mi bien… mientras yo limpio, cocino para ti, y apretó mis labios y mi corazón para no salir arrancando- él seguía impasible a unos cuantos metros de ella-. _Yo te idolatraba, siempre te daba la razón y te defendía, y tú… tú hiciste de mi esto, siempre tuviste la facilidad para 195 convencerme de que era una tonta, una inútil, sentí que no te merecía… lograbas hacerme creer que tenía suerte de tenerte. ¡Qué suerte que me ame!, siempre pensaba eso y que triste es darme cuenta hoy que nunca has sabido amar a nadie más que a ti. Por unos instantes el silencio lleno la sala. _Hoy reuní las fuerzas, por fin las reuní, hay tantas cosas que te he dicho y tantas otras por decir pero dudo que tu pequeño cerebro sea capaz de entenderlas todas de una vez- se levanto del pequeño rincón que le había servido de refugio tantas veces y camino hacia él.- Hace tanto que no veo a mi madre- un tono distinto acompañaba ahora su voz, una mezcla entre alivio e ilusión- no te gustaba que la viera, siempre decías que cuando hablaba con ella volvía tan tonta como ella. Bah, realmente que tonta fui. Nunca le hice caso, tantas veces me dijo que te dejara y yo te defendía. Yo defendía al estúpido que arruino mi vida ¡Tonta!gritó- Pero ahora me iré, saldré por esa puerta y no sabrás nada más de mí- una sonrisa se dibujo es su rostro- ya no quiero más de esto. Su fantasía terminó con un portazo, él entraba realmente por la puerta y ella enmudeció. Al igual que en su fantasía su cuerpo se apretó. Llevaba días planeando el discurso y por fin se sentía con las fuerzas para dejar a aquel monstruo que la atormentaba. Se sentía aterrada, la angustia comía su corazón, la vista daba vueltas alrededor de la sala de su casa, intento ponerse de pie, pero sus piernas flaqueaban. Volteo lentamente su cara hacia él; quería ver si hoy venia de buen humor. Su rostro de disgustado la molestó, sintió recuperar sus fuerzas, sintió que recuperaba el valor, sintió que podría hablar. Se puso delante de él, a unos pasos de distancia, ya dispuesta a hablar y a terminar de una vez con su sufrimiento. _ Me voy. Me iré con mi madre. Ya no aguantó más… Cada día cuando te vas siento que puedo respirar. _ No te irás- dijo él interrumpiéndola y dejando escuchar en su voz con un leve tono a tristeza- no te puedes ir… tú eres mía. 196 Te lo prohíbo. Su cuerpo se estremeció. Con solo escucharlo hablar sintió como sus pocas fuerzas y seguridad se desvanecían. Volvió a temer._ Tú no eres mi dueño. No puedes prohibirme salir de aquí_ dijo suavemente. _ ¡Tú eres mía!- su rostro reflejaba ira- ya escuche suficientes estupideces. ¡Puta!, te crees muy inteligente pero eres tonta. ¿Cómo te vas a ir? ¡Eres mi mujer! ¡Puta!- gritó. Ella lo escuchó inmóvil, su cuerpo temblaba, su rostro se llenaba de lágrimas y sus labios balbuceaban sin sentido y sin hilar una sola palabra, mientras que de boca de él, los insultos salían sin detenerse y cargados de rabia. Los insultos le dieron directo en el corazón. El dolor que aquellas palabras le producían la llevo a buscar refugio en su propio cuerpo. Intentó esconderse en una esquina de la sala, aquella esquina que en su fantasía le servía de refugio. Lo vio acercarse un poco más, del susto creyó sentir que sus heridas volvían a abrir y que sus moretones volvían a doler, al mismo tiempo que las palabras lograban salir por su boca. “No, no por favor- repitió una y otra vez“. A cada paso de él más crecía su miedo, aquello ya lo había vivido, lo había vivido muchas veces y conocía el final. Su corazón se aceleraba al ritmo que los pasos de él se acercaban más y más a ella. Tras el primer golpe lo único que se pudo escuchar fueron los gritos desolados de ella. Al llegar al paradero su recuerdo terminó de golpe, la pena volvía a su corazón cada noche cuando ya era hora de volver a casa. Quizás, solo quizás, él había cometido algún error, quizás él había hecho algo para que ella lo dejara. El camino hasta la casa se le hacía más tortuoso, soñaba con volver a encontrarse con ella algún día, quizás alguna vez ella estuviese allí esperándolo con la comida caliente. Vio a lo lejos su casa y sus pasos se hicieron más lentos, un vacío se apodero de su corazón. Su imagen le producía nostalgia aún cuando ya no recordaba su voz. Abrió la puerta y entró a la sala, la luz estaba apagada y la casa en silencio. 197 Los días que nunca llegarán Widow Pecchenino, Mº Bernardita El accidente ocurrió cerca de las 10 de la mañana. Un automovilista iba en exceso de velocidad y perdió el control del vehículo. Fueron dos los muertos: el loco al volante y una joven. Ella se dirigía hacia la cafetería donde trabajaba. Iba tarde, pues su padre, un hombre ya viejo, estaba enfermo y había amanecido especialmente mal aquel día. No tardó mucho en que llegaran las autoridades, sin embargo ya era tarde: la chica había muerto con el impacto, lo mismo que el conductor, quien se había estrellado un poco más adelante. La gente rodeaba a los heridos, mas ninguno se acercaba tanto como para moverlos. De los que estaban en torno a la chica, el pensamiento general que ocupaba sus mentes era: “¡Pobre chica!, ¡Morir tan joven!, ¡En plena flor de vida!, ¡Pobre su familia!” Otros pocos pensaban que quizás la chica tuviese novio. Un señor se adelanta, de cincuenta y tantos años, quien asegura ser doctor. La ambulancia aún no llega y carabineros está limitando el perímetro. El señor se arrodilla al lado de la chica y le toma el pulso. Nada. El golpe fue demasiado fuerte como para que alguien pudiese haber sobrevivido. La dueña de la cafetería cruza la calle para ver qué está ocurriendo, pues la conmoción era mucha. Al acercarse y ver lo sucedido grita el nombre de la chica y trata de alcanzarla, pero carabineros se lo impide. Ella la conoce, les asegura, la chica trabaja para ella. La dejan pasar, pero no aproximarse al cuerpo. Los paramédicos están llegando y no se puede mover a la víctima. Llevan a la señora a un costado para interrogarla sobre la chica: que cómo se llama y algún número para contactar a la familia. La señora decide llamarlos ella y así se lo comunica a los oficiales. Toma su celular y marca de manera apresurada 198 un número. Suben a la chica a la ambulancia. ¡Tan joven! Era como una hija para ella. Está marcando, pero no es precisamente a la familia a quien ella llama. En la escena lo saben dos personas: ella y el seños que era doctor: estaba prometida. El anillo de compromiso brillaba en su mano derecha cual lágrima resplandeciente. - ¿Aló? – Contesta una voz de hombre - ¿Señora Clara? - Felipe – Cierran las puertas de la ambulancia y esta comienza a moverse. Suenan las sirenas -, ha ocurrido algo terrible… 199 Un conocido joven pastor Zaninetti Higueras, Pía Hola, me llamo Pedro Barmeldo, pero en mi villa solían decirme “Pedrito”, así que si lo prefieren, pueden llamarme así. Quiero contarles mi historia. Yo vivía en un lugar muy lindo que tenía muchas ovejas, y en el que había muchos pastores que trabajaban muy duro para que sus ovejitas crecieran y se alimentaran, para así poder tener lana y leche, queso y carne. Mi papá también era pastor junto a mi madre, y yo a veces le ayudaba a guiar a las ovejas y a llevarlas a pastar. Me gustaba mucho, primero por ayudar a mi padre, y aparte porque crecí en ese ambiente. Pero también tenía su lado peligroso, pues por vivir rodeados de ovejas, éramos constantemente acosados por lobos que querían cazar nuestros rebaños. Aparte de mí, en la villa había muchos otros niños, algunos eran mis amigos, pero otros, los mayores, siempre me molestaban. Un día, mi papá me dejó a cargo del rebaño mientras él iba a hablar con un grupo de pastores. Era la primera vez que me dejaba a cargo. Yo lo había cuidado, pero nunca solo. Todo marchaba bien, mi papá se había ido y el sol brillaba en lo alto del cielo azul. Las ovejas estaban tranquilas, y no había señales de que un lobo estuviese merodeando los alrededores, así que decidí tenderme en una piedra enorme que yacía inclinada en el pasto, bajar mi sombrero de paja a la altura de mis ojos y morder una espiga de trigo que siempre traía conmigo. Me encontraba dormitando y pensando en las ovejas saltando un cerco de una en una cuando de pronto, algo me despertó. Fue la última cosa que hubiese querido que lo hiciera: el sonido de un lobo que se acercaba. Salí abruptamente de mi somnoliento estado, como si me 200 hubiesen aventado una cubeta de agua helada, me subí el sombrero y tomé mi bastón tan rápido que casi y me golpeo la cabeza con él. Cuando centré bien mi mirada, me di cuenta de algo totalmente escalofriante: ¡Un lobo enorme corría directamente hacia mí a toda velocidad! En ese mismo instante mi alma se paralizó de miedo, y cuando volví en mí, atiné a correr y gritar en dirección a la villa diciendo: “¡El lobo! ¡El lobo!”. La distancia era poca, y yo corría rápido, pero me parecía como si no llegase nunca, pues todo el camino sentí al lobo casi respirarme en el cuello. Al llegar donde se encontraba mi padre, el cual ya se había puesto alerta junto a los demás pastores gracias a mis gritos le dije: “¡El lobo papá! ¡El lobo! ¡Apareció en el rebaño! Se lo decía mientras lo tiraba de la manga para que me acompañara a verlo. Todos los pastores tomaron sus escopetas y fuimos corriendo donde se encontraba el rebaño. Al llegar, grande fue mi sorpresa cuando nos dimos cuenta de que el lobo se había ido, y sin llevarse ni una sola oveja. “¿Estás seguro de que lo viste Pedrito?” Me preguntó mi padre. Le respondí que si, y que incluso me había perseguido. Los pastores vigilaron unos minutos y luego, junto con mi padre, se fueron. Me quedé solo de nuevo, y estaba muy asustado, pues aunque la bestia se había ido, podía volver. Decidí no dormirme más y estar bien atento por si el lobo volvía; decidí que iba a ser valiente, y que no iba a correr, que lo iba a espantar, como lo hacía mi papá cuando no andaba armado. Me encontraba muy alerta, pero lo que ocurrió me tomó por sorpresa: de entre las ovejas apareció él, sin previo aviso. Comenzó a correr hacia mí y yo no tuve tiempo de congelarme; salí corriendo en dirección a la villa, olvidándome de todo lo que había preparado para enfrentarlo. 201 Gritaba y gritaba, sin sentir las piernas; me pareció eso sí, escuchar unas risas venir del feroz y enorme animal. Debe haber estado poseído. Al encontrarme con mi padre y el resto de los pastores, que habían venido corriendo en dirección hacia mí en cuando escucharon mis gritos le dije: ¡El lobo papá! ¡El lobo! con lágrimas en los ojos escuché como me respondía “¿Dónde? ¿Dónde hijo?”, pero al voltearme para indicárselo, no pude hacerlo, pues ya no estaba, el lobo se había esfumado de nuevo. Vi la cara de todos los pastores tornarse roja y sus ceños fruncirse, pues creían que yo les estaba jugando una broma. Luego vi la cara de mi padre, la cual reflejaba toda la decepción que sentía hacia mí, y también la vergüenza, pues ya se imaginaba cómo se burlarían los demás pastores diciéndole que había criado a un hijo tan mentiroso. Me devolví llorando solo a donde se encontraba el rebaño; las lágrimas resbalaban por mis mejillas. Al llegar, me senté sobre la roca en la que antes había dormitado. De pronto, sentí risas detrás de mí, y me armé de valor, volteando bruscamente, y me encontré frente a frente con la cara del lobo. Pegué un grito y, de un solo salto llegué al suelo, y me di cuenta de que la cabeza de lobo que tenía su cuerpo colgando, estaba siendo sostenida por un niño, Juan, mayor que yo, que siempre se burlaba de mí junto a sus amigos. Fue ahí cuando entendí todo. Se habían robado el cuerpo de lobo del almacén de don Rubén y habían disfrazado con ella a Miguel, el más grande de todos, y había sido él, no un verdadero lobo el que me había estado asustando. Era por eso que nunca terminaba de seguirme, y siempre desaparecía. Al darse cuenta los demás de que había descubierto su plan, estallaron en risas, y comenzaron a burlarse de mí, recordándome lo tonto y cobarde que había sido. Así estuvieron un rato, hasta que de pronto, se escuchó un fuerte aullido, y todos palidecieron, que buenos actores eran. Comenzaron a impacientarse todos, y de repente, de entre los 202 arbustos que se encontraban a unos veinte metros de nosotros, emergió el cuerpo de un enorme lobo negro, todos quedaron mudos. Yo me paré, y comencé a caminar en dirección a él. A mis ojos, era obvio que era Germán, el único del grupo que no estaba con ellos. Mientras caminaba, gritaba burlonamente: “¡Ah! ¡El lobo! ¡El lobo! ¡Sálvenme! ¡Auxilio! ¡Socorro! Fue entonces cuando el animal comenzó a aproximarse lentamente hacia mí. Comencé a acelerar el paso, y a repetir lo que antes había dicho; los demás no podían pronunciar palabra, estaban estupefactos. Quería correr fuerte y envestir al supuesto lobo, así que comencé una carrera a la máxima velocidad que las piernas me dieron. Cuando estábamos a sólo un metro el uno del otro su boca se abrió, y fue él quién me envistió, la última vez que alguien lo hizo. Les cuento mi historia porque no creo que la hayan oído antes, no así. Los del grupito nunca dijeron nada, pero fueron otros lo que empezaron a contar cosas de mí, sin saber lo que decían, y eso es lo que seguramente ustedes han escuchado, pero a veces, no hay que creer todo lo que se oye, créanme… yo no miento. 203 BIBLIOTECA www.biblioteca.uai.cl 204