Capitulo VII El orden jurídico como elemento del Estado El Estado no puede existir sin la presencia del orden jurídico pues no habría una regulación de su organización y funcionamiento ni de la convivencia social; la ausencia de un orden jurídico normativo se traduce en desorden y caos que caracteriza al Estado de naturaleza mencionado por los contractualistas donde no existe derecho que el del más fuerte. Resulta, por tanto, indispensable regular la convivencia humana mediante un conjunto de normas jurídicas, léase generales, abstractas, impersonales, obligatorias y coercitivas, es decir de un orden jurídico, en cuya cúspide figuran en el caso mexicano la Constitución (para normar tanto la convivencia social como la organización y funcionamiento de los órganos depositarios de las funciones del poder del Estado, las relaciones de éstos entre sí y de ellos con los gobernados) y los Tratados Internacionales en materia de derechos humanos tal y como lo establece el artículo 133 Constitucional. 7.1 Estado y derecho El Estado moderno, tras largos siglos de evolución y de luchas se nos presenta en íntima relación con el Derecho: es, en sí mismo, un Estado de Derecho. La línea constante del desarrollo del Estado en los pueblos civilizados, va de la organización arbitraria y despótica que pasa por encima de los derechos de los individuos y grupos, a la institución jurídicamente regulada y limitada, que respeta los derechos de los demás y trata de armonizar con los suyos. Estado y Derecho forman un binomio indisoluble en la vida social. El derecho como tal, es una norma constante que regula la conducta del hombre en sociedad. En sí mismo se origina en la naturaleza propia del hombre –ser racional y social- Por tal razón, no hay sociedad alguna de hombres que no haya tenido Derecho ni se concibe ninguna en el futuro que pueda carecer de él. Ese derecho supone la cooperación social y la promueve, no puede durar, a la larga, si no cuenta con el asentimiento espontáneo de los hombres a los que se dirige. Pero dada la naturaleza del hombre, el orden jurídico tiene también como característica la coercitividad. Puede y debe imponerse muchas veces por la fuerza frente a oposiciones no razonables. El derecho es de naturaleza moral, hay una vinculación inmediata con los valores más elevados de la persona humana: la justicia, la verdad, el bien. El derecho positivo no es, en sí, más que la traducción y la concretización para circunstancias históricas determinadas de la ley natural. El derecho constituye el mínimo de moralidad en una sociedad. De aquí se desprende que el derecho es: “aquel conjunto de normas que rige la convivencia humana, con poder coactivo, para la realización de los fines existenciales de los hombres.” Y, por esta razón, no puede existir verdadero derecho que no esté en contradicción con la ley moral natural. Si llegara a estarlo no podría obligar en conciencia y la resistencia en su contra estaría moralmente justificada. Los antiguos griegos denominaron con el nombre genérico de DIKE todo aquello que es recto, y con el de DIKAIOS al hombre que cumple la justicia, que se ajusta a lo que debe ser. Lo importante, en todo caso, es que el derecho no es un fin en sí mismo, sino que está siempre al servicio de fines superiores, es un instrumento para alcanzar el bienestar humano y permitir a todo hombre, por el sólo hecho de serlo, cumplir su destino en el mundo. En nuestros días hay una interrelación continua entre el derecho y el Estado de tal manera que puede decirse con razón, que todo Estado que trate de justificarse ante la conciencia jurídica y moral de los hombres, tiene que ser un Estado de derecho. Esto significa que, superadas las etapas de violencia, arbitrariedad y despotismo, el Estado debe vivir normalmente en el ambiente de un orden jurídico claro, definido y eficaz, en el cual sus funciones y atribuciones estén especificadas con exactitud y los abusos de las mismas puedan ser sancionados. El derecho aparece así, en el horizonte político–estatal, como la concretización o institucionalización del orden. El derecho positivo debe, naturalmente, ajustarse a las exigencias éticas de todo derecho. Debe ser un derecho justo, pero tiene que cumplir también, fundamentalmente, la misión de establecer la seguridad en la vida social. El derecho es connatural al Estado. Es la atmósfera misma en que el Estado vive y se desarrolla. Y es también el principio fundamental de su legitimidad y justificación. Por esa razón todo Estado de nuestros días debe ser un Estado de derecho. Estado (E) y Derecho (D): ¿cómo ligarlos? ¿qué relación existe entre ellos? Tomándolos en forma aislada, no existe uno sin el otro: el derecho sin el Estado no es nada; el Estado sin el derecho tampoco en nada. (E) sin (D): Un simple fenómeno de fuerza. (D) sin (E): Una mera idealidad normativa, norma sin efectividad. (E) = (D): La teoría de Kelsen, Estado igual a Derecho da como resultante la confusión de una parte substancial (el Derecho) con el de todo (el Estado). (E) con (D): Estado con Derecho, lo que equivale al “Estado de Derecho” moderno. No basta, pues, decir que todo Estado, por su conaturalidad con el Derecho es automáticamente Estado de derecho. Esta fórmula implica más bien un compromiso fundamental, el de que el poder político para mantenerse, en condiciones normales, el equilibrio entre la libertad y el orden normativo, se someta a éste y no traspase sus mandatos. Y el de que el propio orden jurídico encarne satisfactoriamente en cada época, los valores de justicia y seguridad en que reposa la comunidad humana a la que pretende servir. De otra manera, se legitimarían por su pura formalidad jurídica exterior, Estados tan monstruosos como los totalitarios de cualquier género. El Estado de Derecho requiere pues de dos condiciones esenciales: 1) Valores éticos del Derecho. 2) Técnicas que permitan lograr ese Estado de Derecho: La existencia de una Constitución o ley fundamental que establezca los órganos del Estado (atribuciones, competencias, etcétera). Garantías para la persona humana. Reconocimiento del principio de legalidad, garantía de audiencia, y del debido proceso legal. División y equilibrio de los poderes públicos. Posibilidad de que los ciudadanos participen en los asuntos públicos mediante un gobierno representativo. El libre juego de los medios de información social–prensa, radiodifusión, televisión, cine, publicidad que forman y canalizan la opinión pública. Contar con una serie de recursos administrativos y jurisdiccionales por medio de los cuales se pueden modificar o anular los actos de los poderes públicos lesivos de los derechos fundamentales (juicio de amparo).