VUELO ACCIDENTADO Harry Combs He aquí una tradicional historia americana sobre el éxito. La fascinación infantil por un helicóptero de juguete impulsado por bandas elásticas indujo a Wilbur (1867-1912) y Orville (1871-1948) Wright a realizar lo que sólo puede describirse como uno de los logros más espectaculares de la humanidad. En 1900, los hermanos Wright comenzaron a llevar sus planeadores a Kitty Hawk, Carolina del Norte, porque las brisas marinas y las elevadas dunas lo convertían en ámbito ideal para probar sus exóticos ingenios volantes. El 17 de diciembre de 1903, después de muchos experimentos y "fracasos", Orville realizó el primer vuelo con motor, de 120 pies. Wilbur, en el cuarto y más largo vuelo del día, que se describe a continuación, voló unos 852 pies (260 metros) en cincuenta y nueve segundos. Si alguna vez necesitamos inspiración cuando luchamos en pos de una meta distante y elusiva, sin duda la encontraremos aquí. He aquí una gran obra iniciada con genio, pero concluida con esfuerzo. La gente de Kitty Hawk siempre había sido generosa y servicial con Wilbur y Orville, compartiendo cálida y afablemente sus alimentos y sus pertenencias, sin escatimar esfuerzos para ayudarles a disponer de comodidades físicas, y franca en su respeto por los hermanos. La mayoría, sin embargo, no estaba muy convencida de que los Wright pudieran volar. Kitty Hawk era un lugar donde la reacción ante el vuelo a menudo se expresaba en máximas populares tales como: "Si Dios hubiera querido que el hombre volara, le habría dado alas". Bill Tate, que desde el principio había sido íntimo amigo de los Wright, no estaba presente en el campamento el 17 de diciembre de 1903. Esto no era indicio de falta de fe; daba por sentado que "sólo un demente intentaría volar con semejante viento". Los hermanos pensaban de otra manera. Poco antes de las doce, para el cuarto intento del día, Wilbur se acomodó en la máquina volante mientras el motor rezongaba y pistoneaba. Llevaba su puntiaguda gorra calada sobre la cabeza, y el viento que azotaba la planicie lo rozaba con una caricia áspera. Al igual que antes, la máquina tembló en medio de las ráfagas, meciéndose de un lado a otro en la pista de lanzamiento, que tenía sesenta pies. Se acomodó en su puesto, los pies atrás, las manos en los controles, estudiando los tres medidores. Miró a ambos lados para comprobar que no hubiera nadie cerca de las alas. No había asistentes para sostener las alas como hacían con los planeadores, pues Wilbur creía que si un hombre no estaba capacitado para esa tarea no debía tocar nada, y había insistido en un lanzamiento libre, pues sabía que con ese viento la aeronave necesitaría sólo 40 pies (12 metros) para elevarse en el aire. Wilbur movió la cabeza para estudiar la zona de la playa. Hoy era diferente. El vendaval había reducido la cantidad de aves. Así estaba desde que habían despertado. Muy pocas gaviotas revoloteaban en el cielo plomizo. Wilbur miró de nuevo a los costados, miró a su hermano, cabeceó. Todo estaba preparado, y Wilbur tomó el control y liberó el alambre. Al instante la máquina se puso en marcha y, como él esperaba, a los cuarenta pies se había elevado. Se había preparado para todas las triquiñuelas del viento, pero las ráfagas eran demasiado fuertes, y debió efectuar constantes correcciones. La marca de cien pies quedó atrás mientras la aeronave acometía como un toro alado. Pronto estuvo a doscientos pies del comienzo de su trayecto, y las sacudidas eran aún más violentas. La aeronave comenzó a temblar al dar con una repentina corriente descendente y se precipitó hacia la arena. A un mero pie del suelo recobró el control y logró ascender. Trescientos pies... y los corcoveos se estaban aplacando. Y luego los cinco testigos y Orville se pusieron a -gritar y gesticular con entusiasmo, pues era evidente que Wilbur había atravesado una muralla invisible en el cielo y había recobrado el control. A los cuatrocientos pies, todavía mantenía la segura altitud de quince pies sobre el suelo, y el aeroplano andaba con más serenidad, en vez de sacudirse bruscamente, sobrevolando la hierba entre ocho y quince pies. Los segundos pasaban, y había transcurrido un cuarto de minuto desde el arranque, y ahora era indudable: la máquina estaba bajo control y se sostenía con su propia potencia. Estaba volando. El momento había llegado. Era aquí y ahora. Quinientos pies. Seiscientos. Setecientos. ¡Por Dios, intentaba llegar a Kitty Hawk, a seis kilómetros de distancia! En efecto, eso intentaba Wilbur, pues enfilaba hacia las casas, y los árboles que aún estaban a un buen trecho. Ochocientos pies... Todavía en marcha, todavía en vuelo. Adelante, una protuberancia, una elevación, una loma de arena. Wilbur movió la palanca para alzar la nariz, ganar altitud y evitar la loma, pues más allá de ese punto podría volar sin obstáculos, y la máquina se elevó lentamente. Pero las lomas hacen cosas extrañas con los vientos que soplan a tanta velocidad. Un viento rodó desde la arena, asestando un manotazo a la máquina volante. La nariz se inclinó bruscamente. Wilbur la elevó, y al instante comenzaron de nuevo las oscilaciones, una rápida vibración en el morro. Los vientos eran tremendos, una violenta correntada se elevaba desde el suelo, y el Flyer " de pronto se precipitó a tierra", como más tarde lo describió Orville. Todos corrieron sabiendo que el impacto era mayor que el de un aterrizaje deliberado. Los patines se enterraron, el pesado aeroplano cayó con duro impacto, y por encima del viento oyeron el crujido de la madera. El avión rebotó una vez, llevado por el viento y por su propio impulso, y se posó en la arena, los alerones delanteros torcidos, rotos de tal modo que las superficies colgaban en ángulo. Ileso, sabiendo que había volado un tiempo maravillosamente largo, un poco defraudado por no haber podido continuar el vuelo, clavado en la arena con el viento en la cara y oyendo el familiar pistoneo de la máquina, Wilbur tendió la mano para apagar el motor. Las hélices silbaron y gimieron mientras se detenían, los ruidos de las cadenas le llegaron con mayor claridad y luego sólo oyó el viento. El viento, el siseo de la arena contra la tela, su propia ropa y el suelo, tal vez un par de gaviotas, y sin duda los latidos de su corazón. Había sucedido. Había volado cincuenta y nueve segundos. La distancia de superficie desde el comienzo hasta el final era de 852 pies (260 metros). La distancia aérea, computando la velocidad del aire y del viento y todos los demás factores, era de casi un kilómetro. Lo habían logrado. Había llegado la era del vuelo. Sólo cincuenta y seis días antes, Simon Newcomb, el único científico norteamericano desde Benjamin Franklin que estaba asociado al Instituto de Francia, había demostrado con "lógica irrefutable", en un artículo de The Independent, que el vuelo humano era imposible. Corrieron hacia la máquina, donde Wilbur los esperaba. Nadie consignó las palabras que dijo Wilbur en ese momento, y la investigación no ha podido averiguarlas. Es una lástima, pero se han perdido para siempre. Orville y Wilbur, ateridos de frío, fueron a sus aposentos, donde prepararon y comieron el almuerzo. Descansaron unos minutos, lavaron los platos y, preparados para comunicar su hazaña, a las dos de la tarde iniciaron la marcha hacia la estación meteorológica de Kitty Hawk, a seis kilómetros de distancia. Desde la estación, todavía a cargo de Joseph J. Doshel-, pudieron despachar un cable a Norfolk, donde el mensaje se retransmitiría por teléfono hasta una oficina telegráfica comercial de las cercanías de Dayton. El mensaje que se recibió en Dayton ese 17 de diciembre, dirigido al padre de ambos, el clérigo M. Wright, decía: éxito cuatro vuelos jueves mañana todos contra viento veintiún millas despegamos sólo con potencia de motor velocidad promedio en el aire treinta y un millas máximo 57 segundos informar prensa local feliz Navidad. Mientras se transmitía este confuso mensaje, incluido el error de tiempo de vuelo (57 segundos en vez de 59), los hermanos fueron a la estación de rescate cercana para hablar con la dotación. El capitán S. J. Payne, que estaba al mando, dijo a los Wright que había mirado con binoculares mientras ellos se remontaban en el aire. Orville y Wilbur fueron a la oficina de correos, donde visitaron al capitán y a la señora Hobbs, que había llevado materiales y realizado otras tareas para ellos, pasaron un tiempo - con un tal doctor Cogswell y luego emprendieron el regreso al campamento. Tardarían varios días en desmantelar y empacar el Flyer en un tonel y dos cajas, junto con sus efectos personales, y se pusieron a trabajar con su puntillosidad habitual. Fue un desenlace extraño y apacible, y varias veces regresaron afuera para mirar el terreno que habían sobrevolado.