Ramón J. Sender (1902-1982) Crónica del alba 1942 A los nómadas, antes de rasgar vuestras sábanas de lino y comerse vuestras terneras crudas en la plaza, les gusta recoger sus recuerdos para ponerlos a salvo de las represalias. Aunque no lo parezca, Crónica del alba está escrita en el campo de concentración de Argelés. Su autor era un oficial español del Estado Mayor del 42 Cuerpo del Ejército. Necesito yo haberlo visto para aceptar que un estilo tan sereno y frío, tan “objetivo”, fuese posible en aquellas duras condiciones. El verdadero autor, José Garcés, era muy amigo mío. [...] Pepe Garcés entró con los restos del ejército republicano en Francia. De su situación regular de hombre de 35 años, sano, inteligente y honesto a la manera española, es decir haciendo de la dignidad una especie de religión, se vio convertido en un refugiado sospechoso a quien los negros senegaleses de Pétain trataban a culatazos. (9) Yo también hablaba. Me dejaba influir por las palabras de Pepe sin abandonarme. Estaba con la idea fija en salir del campo. Cuando quería unir la suerte de mi amigo a la mía en mis proyectos de liberación me miraba extrañado y repetía: -¿Salir de aquí? ¿Para qué? Y se iba a la entrada del campo a ver los muertos del día. “Esos –me dijo una vez–, ésos se van por la única puerta digna de nosotros”. (11) [Kindheitserinnerungen: Die erste Liebe, Valentina:] –Cuando venga Maruja no le hables. –Ella viene siempre –dijo Valentina– y me levanta el vestido a ver qué llevo por debajo y después me dice lo que a ella le van a poner el domingo. Yo palidecía de rabia. Levantarle el vestido no se podía hacer o podía hacerse solamente con un riesgo definitivo: ir al infierno por ejemplo. A veces, jugando con Valentina yo veía una parte de sus muslos, pero sabía muy bien que a una niña no se le levanta la falda. En los muslos de Valentina que yo había visto siempre sin querer tropezaba mi mirada con una prenda íntima blanca que tenía pequeñitos encajes y recibía la impresión de que las partes de su cuerpo que no se veían no eran de carne sino de una materia preciosa e inanimada. Desde que tenía el reloj me gustaba pensar que eran de ámbar. (29) [1. Ausflug in die Stadt, Zaragoza:] Me fui con todo aquello al hotel, las dejé en la pila del baño y me puse a escribir la primera postal para Valentina. ”Aquí es distinto. Todas las calles tienen el suelo como en nuestros pueblos las habitaciones y los pasillos. Y, además, todo es amor por todas partes. En el vestíbulo del hotel hay muchos periódicos amarrados en un palo, como banderas y en letras grandes se lee a veces: El amor de mi vida, Amor de amores, Herida por el amor. Parece que todo eso sucede en los teatros. Un abrazo muy fuerte de tu inolvidable Pepe. Posdata: Ahora he visto frente al hotel un tranvía con un cartel que dice ‘Madird’. Voy a ir a Madrid y desde allí te escribiré otra vez.” [...] Pero yo tenía que ir a Madrid, entre otras cosas porque se lo había dicho a Valentina. Salí a la plaza de la Independencia y subí al tranvía que decía “Madrid”. El cobrador me dio mi billete y estuvimos marchando por avenidas, calles, rondas y por fin, terrenos baldíos durante media hora. Cuando se detuvo fue bajando la gente. Todos llevaban maletines menos yo. Miré por las ventanillas y vi los techos metálicos de una estación de ferrocarril, muchos edificios cubiertos con pizarra y dos o tres chimeneas. El cobrador me advirtió: –Hemos llegado. –¿El tranvía vuelve? – pregunté yo. El cobrador dijo que sí y bajó a dar vuelta al trole. Después dio vuelta también a los asientos. Yo miraba a mi alrededor y decía para mí mismo: “Esto es Madrid”. Tuve que volver a pagar otro billete y al final del trayecto me encontré de nuevo frente al Arco de Cinegio y tuve la impresión de haber realizado una aventura nada peligrosa pero muy “de hombre”. Y me puse a escribir otra carta para Valentina. ”Acabo de volver de Madrid. Tanto allí como en Zaragoza los chicos no parecen chicos.” (94f.) Benutzte Literatur: Sender, Ramón J. (19827): Crónica del alba, 1. Madrid: Alianza. (GR-86/SEN/15a)