Naciones Unidas: ¿Una organización sin cabeza? Por Ana Carolina Gómez (*) Mucho se ha comentado en los últimos cuatro años acerca de la decadencia de la organización mundial presente más importante al ser la única capaz de reunir a 192 países en torno a propósitos comunes: Las Naciones Unidas. Desde su creación, la ONU buscó garantizar la no repetición de experiencias como las dos guerras mundiales causadas por la discriminación y la incomprensión entre naciones. Sin embargo, 60 años después el balance no es positivo, debido a la persistencia de conflictos en lugares como Medio Oriente, Sudán, y el Sahara Occidental, entre muchos otros. Si bien es cierto que sin la voluntad de los pueblos es imposible que las reglas se cumplan, también es cierto que los 192 Estados prometieron ante el mundo su disposición de renunciar a acciones en contra de la paz y la seguridad mundial, y esa palabra debe hacerse cumplir. Es allí cuando el papel de un liderazgo activo y comprometido con los propósitos de la Carta de Naciones es de vital importancia, pues ello permitirá reconocer los intereses colectivos y hacerlos valer por encima de los intereses particulares de los Estados. La institucionalidad de la ONU estará entonces garantizada mientras exista a la cabeza un líder que cumpla con objetivos como la creación de consensos frente a temas controvertidos, el cumplimiento de la función de mediador imparcial, la contribución a la justicia social y la promoción de un programa de desarrollo conveniente para todos, propósitos establecidos desde un principio por Naciones Unidas. La pregunta que surge entonces es ¿Ban Ki-Moon, actual Secretario General, es ese gran líder que reclama la Organización? Según los hechos ocurridos desde 2006, momento en el cual comenzó su mandato, parece haber una ausencia en el timón de la ONU, pues la actitud asumida por el Secretario ha sido muy pasiva, al punto de parecer indiferente. Asuntos como la grave situación de violación de derechos en Myanmar y Sri Lanka, la agudización del conflicto en Medio Oriente y la insuficiente respuesta ante desastres naturales como el de Haití y Pakistán, llevan a pensar que las Naciones Unidas se están convirtiendo en una especie de ente anquilosado e impertinente ante las grandes demandas del mundo. Sumado a ello, se ha producido una deslegitimación hacia la organización, debido a declaraciones inoportunas por parte del Secretario. Es así como Ruanda, por ejemplo, ha juzgado a la ONU por realizar informes desfavorables a su gobierno, conociendo esta información por filtraciones en los medios de comunicación y no por documentos presentados de manera oficial. Esa misma permisividad en cuanto a la filtración de información ha permitido conocer las duras críticas realizadas al señor Ban por altos funcionarios como la vice representante danesa ante la ONU, Mona Juul, quien lo considera “sin carácter y sin encanto” o la saliente cabeza de la Oficina de Supervisión Interna de Naciones Unidas, Inga-Britt Ahlenius, quien califica el liderazgo del Secretario como “deplorable”. Toda esta situación ha llevado a una aguda deslegitimación de la única organización a nivel mundial existente hasta ahora, y por lo tanto, de la única con verdadero potencial de generar consenso a gran escala sobre temas como los derechos humanos, el debate de género, y la seguridad mundial, entre otros. Y no se trata de exigir más de la cuenta a un sujeto que no cuenta con la suficiente autonomía ni capacidad como para transformar el mundo, porque es bien sabido que el Secretario General debe someterse a las decisiones del Consejo de Seguridad, compuesto por 5 miembros permanentes (China, Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña y Rusia), cada uno con fuertes intereses propios. Se trata más bien de exigirle el uso de las herramientas disponibles que le permiten acercar posturas y generar acuerdo en los temas vitales. Se trata de no olvidar que no es sólo un Secretario (como justifican quienes lo eligieron en 2006) sino un general con el inmenso compromiso de convertirse en “defensor de los más indefensos”, como lo ha prometido la ONU. Ban debe liderar una organización que refleje, no corrupción, o indiferencia, sino una visión comprensiva, compleja e incluyente. Debe ser una voz de alerta contra los abusos de los poderosos injustos, y no un apoyo a programas supuestamente democráticos que niegan de frente el respeto por valores culturales diferentes. Debe tener una propuesta en la cual se reconozca la validez de cada sociedad, la importancia del diálogo y el respeto entre naciones, partiendo de la base de que todas cuentan con los mismos derechos y las mismas oportunidades, y sabiendo que ésta es la verdadera democracia a la que hay que aspirar, y no aquella que impone renunciar a lo que cada uno es. Lo anterior sonaría a utopía si hombres como Koffi Anan no hicieran parte de la historia de la ONU. Anan fue un visionario que conocía sus limitaciones, pero también sus fortalezas y reconocía en la diplomacia, y no en la guerra, la mejor herramienta para lograr sus objetivos. Denunció sin temor la invasión estadounidense, sabiendo de antemano que había ganado enemigos, pero también que había logrado ser la voz de un pueblo oprimido. Se trazó objetivos claros como la lucha contra el SIDA y la promoción de los derechos humanos, y a pesar de haberse visto envuelto en problemas de corrupción por su hijo, logró superar la crisis demostrando que reconocía su influencia en el mundo y la utilizaba a favor del mismo. Lo anterior demuestra que, a pesar de que las prácticas institucionalizadas tienen un gran peso dentro de la ONU, el liderazgo del Secretario General es definitivo en la consolidación de la organización como entidad supranacional pertinente para el mundo. Ban Ki-Moon no parece ser ese líder, pero es, sin duda, el candidato favorito del Consejo de Seguridad para continuar con el cargo en 2011. La pregunta final es entonces ¿En qué terminará la ONU al insistir en un esquema sin transparencia y de espaldas a las verdaderas necesidades mundiales? El tiempo lo dirá. (*) Joven Investigadora del Centro de Estudios Políticos e Internacionales de las Facultades de Ciencia Política y Gobierno y de Relaciones Internacionales de la Universidad del Rosario.