BERTRAND RUSSELL Título del ensayo, que anuncia el tono de indagación personal Planteamiento de los objetivos y alcances de lo que se va a desarrollar COMO ESCRIBO* No puedo pretender saber cómo se debe escribir ni lo que un crítico experto me recomendaría hacer con el propósito de mejorar mi propia escritura. Lo único que puedo hacer es dar cuenta de algunos detalles referentes a mis propios intentos en este campo. Breve recuento de los modelos e influencias en la búsqueda del modo de escribir del autor Hasta los veintiún años anhelaba escribir, más o menos, al estilo de John Stuart Mill. Me gustaban la estructura de sus proposiciones y su manera de desarrollar el tema. Sin embargo, tenía también otro ideal que se derivaba, supongo, de las matemáticas. Quería decirlo todo en el menor número de palabras en que se pudiese decir claramente. Pensaba que quizá se debería imitar a Baedeker, en lugar de otro modelo más literario. Gastaba horas tratando de encontrar la manera más corta de decir algo sin ambigüedad, y con este propósito estaba dispuesto a sacrificar todos los intentos de excelencia estética. Influencia sobre el estilo Sin embargo, a los veintidós años experimenté una nueva influencia: la de mi futuro cuñado, Logan Pearsall Smith. En aquella época él estaba exclusivamente interesado en el estilo, en vez del contenido. Sus dioses eran Flaubert y Walter Pater, y yo estaba muy dispuesto a creer que la manera de aprender a escribir consistía en copiar la técnica de estos autores. Él me dio varias reglas sencillas, de las que sólo recuerdo dos: “Ponga una coma cada cuatro palabras” y “nunca use ‘y’ excepto al principio de una oración”. Su consejo más enfático era que uno siempre debía re–escribir. Lo intenté minuciosamente, pero me di cuenta de que mi primer borrador era casi siempre Límites de tal influencia y distanciamiento del autor respecto de la mejor que el segundo. Este hallazgo me ha hecho ahorrar una buena cantidad de tiempo. Por supuesto, con esto no me refiero al contenido, sino sólo a la forma. * El presente texto es una traducción de “How I Write” de Bertrand Russell, realizada por el profesor Carlos Eduardo Sanabria B., de la Facultad de Humanidades de la Universidad Jorge Tadeo Lozano. El traductor agradece a Tony Simpson, de la Bertrand Russell Peace Foundation, el permiso de publicar esta traducción en el presente catálogo. 1 misma Cuando descubro un error muy relevante, re–escribo todo de nuevo. Lo que no veo es que pueda mejorar una oración cuando estoy satisfecho del contenido que expresa. Descripción del proceso de hallazgo de una manera propia de escribir Muy gradualmente he ido descubriendo maneras de escribir con un mínimo de preocupación y de ansiedad. Cuando era joven, cada nuevo fragmento de una obra seria me solía parecer durante algún tiempo —quizá durante mucho tiempo—, que estaba lejos de mis capacidades. Me consumía en un estado de nervios, por temor a que nunca fuera a resultar nada correcto. Emprendía un intento insatisfactorio tras otro, y finalmente tenía que Planteamiento de la necesidad de permitir un tiempo a los contenidos de la escritura y al modo de exponerlos, para que obtengan su propia manera de expresión desecharlos todos. Por fin, advertí que semejantes intentos titubeantes eran un desperdicio de tiempo. Comprendí que, una vez que había proyectado un libro sobre cualquier tema, y luego de concederle una seria atención preliminar, necesitaba un período de incubación subconsciente, que no podía apresurar y que se dificultaba a causa del pensamiento deliberado. Algunas veces encontraba, después de algún tiempo, que había cometido un error y que no podía escribir el libro que había tenido en mente. Pero frecuentemente fui más afortunado. Al haber sembrado, gracias a un tiempo de intensa concentración, el problema en mi subconsciente, éste germinaría en el subsuelo hasta que, de repente, la solución brotaba con claridad cegadora, de manera que sólo restaba ponerse a escribir lo que había aparecido como en una revelación. El ejemplo más curioso de este proceso —y el que posteriormente me Ejemplo personal del proceso de decantamiento de las ideas y de la manera de expresarlas llevó a confiar en él— ocurrió a comienzos de 1914. Me había comprometido a dar las Lowell Lectures en Boston, y había elegido como tema “Nuestro conocimiento del mundo exterior”. Durante todo el año de 1913 pensé en este tema. Durante el semestre en mis habitaciones de Cambridge, durante las vacaciones en una tranquila posada en las riberas altas del Támesis, me concentraba con tal intensidad que a veces me olvidaba de respirar y volvía en mí jadeando como si saliera de un trance. Pero todo en vano. En todas las teorías que se me ocurrían, podía percibir objeciones fatales. Finalmente, desesperado, fui a Roma a pasar las Navidades, con la esperanza de que unas vacaciones harían renacer mis energías extinguidas. Regresé a Cambridge en 2 los últimos días de 1913 y, aunque mis dificultades aún estaban sin resolver en absoluto, me dispuse a dictar, lo mejor que podía (porque quedaba ya poco tiempo), a una taquígrafa. A la mañana siguiente, cuando la taquígrafa se presentó a la puerta, vi repentinamente, de manera exacta, lo que tenía que decir, y me puse a dictarle el libro entero sin titubear ni un momento. Autocrítica sobre los alcances de un modo de escribir No quiero transmitir una impresión exagerada. El libro era bastante imperfecto y ahora creo que contiene serios errores. Pero era lo mejor que podría haber escrito en aquel tiempo, y un método más reposado (dado el tiempo de que disponía) habría producido casi seguramente algo peor. Sin importar lo que pueda ser cierto para otra gente, para mí éste es el método correcto. Me he dado cuenta de que, por lo que a mi respecta, es mejor olvidar a Flaubert y Pater. Aunque lo que ahora pienso acerca de cómo escribir no es muy diferente de lo que pensaba a los dieciocho años, mi desarrollo no ha sido, de ninguna manera, rectilíneo. Hubo una época, en los primeros años de este siglo, en la que tuve ambiciones más floridas y retóricas. Fue la época en la que escribí El culto del hombre libre, una obra que ya no me parece buena. En aquel tiempo me encontraba sumergido en la prosa de Milton, y sus períodos resonantes reverberaban a través de las cavernas de mi alma. No puedo decir que ya no los admire, pero imitarlos implica para mí una cierta insinceridad. En realidad, toda imitación es peligrosa. Por lo que se refiere al estilo, no hay nada mejor que el Prayer Book y la Versión Autorizada de la Biblia; sin embargo, expresan una forma de pensar y de sentir diferente de la de nuestro tiempo. Un estilo no es bueno, a menos que sea una expresión íntima y casi involuntaria de la personalidad del escritor, y aun entonces sólo es bueno si la personalidad del escritor vale la pena de ser expresada. Pero aunque la imitación directa deba ser siempre desaprobada, puede ganarse mucho familiarizándose con la buena prosa, especialmente cultivando un sentido para el ritmo de la prosa. Formulación de algunos principios para la escritura Hay algunas máximas sencillas —quizá no tan sencillas como las que me ofrecía mi cuñado, Logan Pearsall Smith— que creo podrían recomendarse a los autores de prosa expositiva. Primero: nunca use una expresión larga si 3 basta con una corta. Segundo: si quiere hacer una afirmación con muchos calificativos, ponga algunos de éstos en oraciones separadas. Tercero: no permita que el principio de su oración lleve al lector a tener una expectativa que Ejemplo de aplicación de los principios esbozados se contradiga al final de la misma oración. Como ejemplo, tomemos la siguiente oración, que podría encontrarse en una obra de sociología: “Los seres humanos están completamente exentos de modelos de conducta indeseables sólo cuando determinados requisitos, que no se dan excepto en un pequeño porcentaje de casos reales, tienen la suerte de combinarse, a través de alguna fortuita concurrencia de circunstancias favorables, sean congénitas o ambientales, para producir un individuo a quien muchos factores desvían de la norma de una manera socialmente ventajosa”. Veamos si podemos traducir esta oración a nuestro idioma. Sugiero lo siguiente: “Todos los hombres son truhanes o, al menos, casi todos. Los hombres que no lo son, han tenido una suerte extraordinaria, tanto en su nacimiento como en su crianza”. Esto es más breve y más inteligible, y dice exactamente lo mismo. Pero me temo que cualquier profesor que usara la segunda oración, en vez de la primera, sería despedido. Consejo, a manera de conclusión irónica, sobre la manera de escribir en un mundo dominado por formas eruditas de escritura Lo anterior sugiere un consejo a mis lectores que por casualidad sean profesores. A mí se me permite un lenguaje sencillo, porque todo el mundo sabe que, si yo lo quisiera, podría usar la lógica matemática. Tomemos esta afirmación: “Algunas personas se casan con las hermanas de sus mujeres muertas”. Puedo expresar esto en un lenguaje que únicamente llegará a ser inteligible después de muchos años de estudio, lo cual me da cierta libertad. Le sugiero a los profesores jóvenes que escriban su primera obra en una jerga comprensible sólo por los pocos eruditos. Con esto a sus espaldas, en adelante podrán decir lo que tengan que decir en un idioma “comprensible para el pueblo”. Hoy en día, cuando nuestras vidas están a merced de los profesores, no puedo sino pensar que éstos merecerían nuestra gratitud si acatasen mi consejo. 4