La ética protestante y el espíritu capitalista; Max Weber

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1−. Introducción.
Dentro de la sociología científica en la era preindustrial, Max Weber, junto con Emile Durkheim han sido
considerados como máximos exponentes del pensamiento sociológico clásico, y más concretamente de los
estudios que se han realizado en relación con la centralidad del trabajo.
La ética protestante y el espíritu del capitalismo fue publicado en 1901 en Alemania, en la revista Archiv für
Sozialwisses chaft und Sozialpolitik. Max Weber, economista, sociólogo, filósofo y autor de esta obra, nació
en Erfurt, Alemania, en 1864, comenzó a enseñar en la Universidad de Frisburg de Bringau en 1894 e incluso
llegó a participar en la redacción de la Constitución de Weimar.
El tratamiento que éste infiere a sus obras, tiene un marcado carácter analítico, aunque siempre aborda los
temas con una peculiar perspectiva. En su obra encontramos el tema de la multidimensionalidad de las clases
sociales. Weber modificó la teoría marxista de la determinación de la clase por la posición de los individuos
en relación con los medios de producción, e introdujo tres dimensiones a lo largo los cuales se estratifica
socialmente a los individuos. Dentro del orden económico, éstos pertenecen a clases que se estratifican de
acuerdo con el consumo de bienes.
La concepción weberiana de las clases económicas es, pues, más amplia que la marxista. Aunque no negó que
el orden económico no determinase el orden social y político. La clase económica era percibida por Weber
como algo importante, sobre todo porque era una causa de estatus, considerando que existía una fuerte
correlación entre las posiciones de clase. Sin embargo, una vez un grupo ha obtenido un estatus elevado a
través de cierto logro, sus miembros tienden a limitar las oportunidades de que otros individuos las sustituyan.
Al analizar el crecimiento del capitalismo industrial, (punto central de referencia de este trabajo), Weber
sostenía que el mayor énfasis que se pone en el logro y el universalismo dentro del sistema de estratificación,
debilita en vez de acrecentar la conciencia de clase entre grupos afines, oponiéndose así a la interpretación a la
interpretación marxista. Y aunque Weber no centrase sus estudios en las clases sociales, al reconocer la
multidimensionalidad de la estratificación social estableció las líneas maestras que guiaron los estudios no
marxistas de la sociología moderna.
La obra de referencia en torno a la cual van a estar situados los estudios de este trabajo, es precisamente la
obra de Max Weber La ética protestante y el espíritu del capitalismo; esta obra pretende determinar la
influencia de ciertos ideales religiosos en la formación de una mentalidad económica [...] fijándonos en el
caso concreto de las conexiones de la ética económica moderna con la ética racional del protestantismo
ascético; aunque todos los preceptos y teorías que en este trabajo se promulgan han sido superados por la
sociología moderna y posmoderna, sin duda, esta es una obra que ayuda a comprender muchas de las
derivaciones de la ideología occidental contemporánea.
2−. La ética protestante y el espíritu del capitalismo. El problema
Weber comienza su exposición con una introducción que tiene como objetivo encontrar las raíces del
capitalismo occidental, su desarrollo y busca las causas de la aparición de un espíritu del capitalismo como él
lo llama, que no significa la avidez y el lucro a toda costa, sino el compromiso disciplinado con el trabajo, este
espíritu se basa en combinar la ganancia de dinero mediante la realización de actividades económicas
legítimas con un uso moderado de estos ingresos en cuanto al consumo personal.
Para tratar de situar el capitalismo, Weber busca las diferencias entre las culturas europea − occidentales y las
orientales. Diferencia los rasgos de estas culturas en lo referente al pensamiento, arte, costumbres, órdenes
políticos y sociales, etc.
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Todos estos supuestos básicos de cada cultura, han sufrido en occidente y sólo en occidente un cambio
importantísimo. A pesar de no ser la cultura más antigua (civilización), la China y la babilónica lo son; por
ejemplo, es la única que ha utilizado estos rasgos culturales para crear un sistema político, económico y
técnico único, sólo el occidente ha creado parlamentos con representantes del pueblo periódicamente elegidos,
con demagogos y gobierno de los líderes como ministros responsables ante el parlamento; fuera de occidente,
todo esto se ha conocido de modo rudimentario [...] y lo mismo ocurre con el poder más importante de
nuestra vida moderna: el capitalismo (Pág. 8).
Una vez adoptado el punto de partida propuesto por la investigación de Max Weber, nos encontramos ante el
hecho de intentar acercar esa actividad económica, a saber, capitalismo, a otras esferas de la estructura social,
y más concretamente en relación con la religión.
Antes de continuar con la exposición, han de quedar soslayados dos aspectos importantes de la obra de
Weber. El primero es, que para entender su síntesis final y para no interpretar mal muchas de sus
afirmaciones, es necesario que se haga un esfuerzo para poder situarnos en los orígenes del capitalismo
moderno, ya que, desde el nuestro actual, tan salvajemente desarrollado y extendido, no podríamos relacionar
adecuadamente estos estudios con la realidad social alemana de principios de siglo. Y en segundo lugar, y
quizá más importante aún, hemos de considerar esta obra a la luz de sus restantes trabajos, como aquellos
sobre China, India e Israel cuyos análisis funcionalistas revelan sus resorte íntimos y muestran la
interdependencia de cultura y sociedad Agraverhältnisse in Altertum 1901. Para una valoración de su
trayectoria: An Intellectual Portrait. R. Bendix 1960. La sociología de Marx Weber de J. Freund 1968.
Hecho este inciso, podemos continuar diciendo que Weber no afirmó en parte alguna que la única causa del
surgimiento del capitalismo fuera la ética protestante. Incluso si en algunos Weber sobrestimó la eficacia de
las creencias religiosas en la conducta determinante en materias económicas, consideró ambas direcciones de
influencias. Explica la anulación y desmoronamiento del capitalismo en el mundo antiguo en función de las
estructuras de poder sin presentar la ética económica como un factor independiente.
Max Weber divide su obra en cinco partes donde desarrolla tres aspectos relacionados entre sí pero a la vez
independientes. Estos apartados han sido dividido a su vez en otros dos, que ha llamado El Problema (1ª
parte) y La ética profesional del protestantismo ascético (2ªparte).
El libro comienza haciendo una reflexión sobre un fenómeno observado por la prensa y la literatura católica
alemana de finales del siglo XIX y principios del XX; y es, en sus palabras, el carácter eminentemente
protestante tanto de la propiedad y empresas capitalistas, como de las esferas superiores de las clases
trabajadoras; sugiriendo que este fenómeno se encuentra en los lugares donde el capitalismo ha sufrido un
avance considerable y la sociedad se ha organizado en capas sociales y profesionales.
A continuación hace una reseña, desde mi punto de vista, muy inteligente y observadora, y se refiere al hecho
de los motivos históricos que lo impulsaron: la adscripción a una determinada confusión religiosa no aparece
como causa de fenómenos económicos, sino más bien como consecuencia de los mismos.
Tras la Reforma, se vislumbra en Alemania una ruptura con el tradicionalismo (concepto, éste, que se
analizará más adelante), aunque esto no significó, en absoluto, la eliminación del poder eclesiástico sobre la
vida; así se entiende la perdurabilidad de pueblos con una fisonomía económica moderna que soportan el
dominio de la Iglesia católica la cual castiga al hereje, pero es indulgente con el pecador. El hecho de que,
precisamente, los países económicamente más progresistas y aparentemente más reformadores, se viesen
sometidos de forma tan clara a una tiranía puritana, hasta ese momento desconocida, centra el análisis de
Weber y pone las bases para entender al mayor participación de los protestantes en la posesión del capital y la
dirección de la economía. Se vislumbra así, el verdadero espíritu del capitalismo, el cual se ve presionado y
encuentra en el protestantismo un lugar de desarrollo ideal.
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A la hora de trazar las diferencias que pueden existir entre el catolicismo clásico y el protestantismo, Weber se
refiere a los aspectos que delimitan su actividad social y son fiel reflejo tanto de la estructura social alemana,
como de la forma de vida allí desarrollada. En un principio señala las diferencias que encuentra entre el tipo
de enseñanza que dan a sus hijos los padres católicos con relación a los protestantes. Se desglosa en este
aspecto que la formación católica es de tipo humanística, mientras que los estudios técnicos y para profesiones
de tipo industrial y mercantil son cursados en número notablemente mayor por los protestantes. Este aspecto
será de gran trascendencia para el estudio que sobre la profesión, haga Weber en posteriores capítulos.
Otra diferencia o elemento diferenciador, es que los católicos participan también en menor proporción en las
capas ilustradas del elemento trabajador de la moderna gran industria, es decir, los católicos se inclinan más a
seguir en el oficio, mientras que los protestantes se lanzan en número mucho mayor a la fábrica en la que
escalan los puestos superiores del proletariado ilustrado y de la burocracia industrial.
Todos estos elementos nos llevan a postular que han sido siempre los protestantes (singularmente en alguna de
sus confesiones, a saber, pietistas, mennonitas, calvinistas, etc., las cuales son descritas en la segunda parte de
la obra con detalle), los que como oprimidos u opresores, mayoría o minoría han mostrado una tendencia más
marcada hacia el racionalismo económico. La razón a estas conductas tan diferentes hay que buscarla, según
Weber, en alguna característica personal determinada y permanente, y no sólo en un cierta situación histórico
− político de cada confesión.
El protestante opta por comer bien, mientras que el católico prefiere dormir tranquilamente, este símil
metafórico puede darnos una idea aproximada del impulso motivado que llevó al protestantismo a adelantarse
en la moderna actividad económica capitalista. Pero si lo que se pretende es profundizar más, habrá que
eliminar estas generalidades y habría que pensar que si toda esa supuesta oposición entre alejamiento del
mundo, áscesis y piedad de una parte, y participación en la actividad capitalista de otra, no debería quedar más
bien convertida en un íntimo parentesco.
Todos estos supuestos fallan cuando se da al mismo tiempo en una persona o colectividad, la virtud capitalista
del sentido de los negocios y una forma de piedad intensa que impregna y regula todos los actos de la vida, y
esto no se da aisladamente, sino que precisamente constituye un signo característico de grupos enteros de las
sectas e iglesias más importantes del protestantismo, especialmente en el calvinismo, cuando éste se
desarrollaba en un territorio con posibilidades reales de evolución capitalista.
Tiene razón Gothein cuando califica a la diáspora calvinista como el vivero de a economía capitalista.
A la hora de desarrollar el concepto de espíritu del capitalismo, Weber utiliza los principios, en forma de mofa
de Benjamín Franklin y también incluye algún pasaje del filósofo Ferdinand Kürnberger al trazar el cuadro de
la cultura americana en su libro Der Amerikanüde (Francfort 1855) como por ejemplo: de las vacas se hace
manteca y de los hombres dinero; lo característico de esta filosofía de la avaricia es el ideal del hombre
honrado digno de crédito y, ante todo, la idea de una obligación por parte del individuo frente al interés de
aumentar su capital.
Se expresa así un verdadero ethos económico y justamente en esta cualidad es como se analiza. Con esta
exposición llegamos a un punto determinante de la exposición, es que la ganancia pierde su sentido original
como medio para la satisfacción de necesidades vitales, materiales del hombre, sino que más bien , éste debe
adquirir, porque tal es el fin de su vida.
La ganancia de dinero toma aquí su acepción de representar, dentro del orden económico moderno, el
resultado y la expresión de la virtud. El orden económico capitalista actual es como un cosmos extraordinario
en el que el individuo nace y al que, al menos en cuanto individuo, le es dado como un edificio prácticamente
irreformable, en el que ha de vivir, y al que impone las normas de su comportamiento económico, en cuanto
que se halla implicado en la trama de la economía. (pág. 49).
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El espíritu del capitalismo tuvo que luchar, en primer término, con una especie de mentalidad y de conducta
que se puede designar como tradicionalismo. El tradicionalismo fue un hecho que no se dio en la clase
trabajadora alemana; se prefería trabajar menos a cambio de ganar menos dinero; no se preguntó cuanto
podría ganar al día rindiendo el máximo posible de trabajo, sino cuánto tendría que trabaja para seguir
ganando lo justo para cubrir sus necesidades tradicionales, esto derivó, a que numerosos empresarios
rebajaron los tipos de salarios para forzar a los trabajadores a trabajar más. El capitalismo siguió, y sigue en
algunos sitios, esta ruta, y ha sido y es un artículo de fe que los salarios inferiores son productivos y que
aumentan el rendimiento del trabajador.
Continuando con las causas que permitieron el surgimiento del capitalismo, Weber realiza otra observación
acerca de la formación de las muchachas pietistas, las cuales poseen una específica formación religiosa.
Comprobó que esta formación ofrecía la más favorable coyuntura para una educación económica. De aquí se
deriva que es posible la consideración del trabajo como fin en sí, como profesión, que es lo que el capitalismo
exige, entonces es cuando se vislumbran las posibilidades prácticas para superar el tradicionalismo que, el
nuevo tipo de educación religiosa hace imposible. La persecución de la que algunas sectas protestantes, como
los metodistas fueron objeto, no se debían a sus excentricidades religiosas sino por su específica docilidad
para el trabajo.
Podemos inferir entonces que, el espíritu del capitalismo, tal y como se ha intentado describir no sólo formaba
parte de los empresarios capitalistas del patriarcado comercial, sino más bien de las capas más audaces de la
clase media industrial. Pero este nuevo espíritu no se introdujo de modo pacífico. Una ola de desconfianza, de
odio más bien y de indignación moral envolvió de ordinario a los primeros innovadores. (pág. 69).
A pesar de todo el nuevo espíritu encarnaba cualidades éticas específicas, de distinta naturaleza que los que se
adaptaban al tradicionalismo de los tiempos pasados; es curioso un dato que se obtiene y que ha sido
corroborado por el paso de los años y de la implantación de todo tipo de variantes capitalistas, y es que, hoy,
no sólo acostumbra a faltar una relación entre la conducta práctica y los principios religiosos, sino que,
cuando la relación existe, es de carácter negativo.
El racionalismo económico fue un concepto ampliamente utilizado por Max Weber. Éste denomina
racionalización, al sometimiento de la vida social a regulación precisa, a la extensión del cálculo exacto a la
economía, y a la aplicación de los métodos científicos a la producción. La considera la tendencia más
importante de la sociedad occidental, aunque afirma, al mismo tiempo que estos rasgos, que denomina
formalmente racionales, entra con frecuencia en conflicto con la racionalidad material o satisfacción de la
necesidad humana.
Este proceso de racionalización en la esfera e la técnica y la economía influye también sobre el ideal de vida
de la sociedad burguesa: la idea de que el trabajo es un medio al servicio de una racionalización del abasto de
bienes materiales a la humanidad, ha estado siempre en la mente de los representantes del espíritu capitalista
como uno de los fines que han marcado directrices a su actividad. El racionalismo es, pues, un concepto
histórico, que encierra un mundo de contradicciones, y es menester investigar de qué espíritu es hijo aquella
forma concreta del pensamiento y la vida racionales que dio origen a la idea profesión y a la dedicación
abnegada al trabajo profesional que era y sigue siendo uno de los elementos característicos de nuestra
civilización capitalista. Max Weber centrará su estudio, una vez asentadas las bases que definen el
movimiento económico, en este elemento irracional que se esconde detrás del concepto de profesión; para ello
intenta definirlo desde su concepción luterana. Este es el punto álgido y tema central de su investigación y,
por consiguiente, de este análisis de su obra.
Incluso en la misma palabra profesión (beruf en alemán y calling en inglés), existe alguna reminiscencia
religiosa, que no es otra que la de la idea de ser una misión impuesta por Dios. La palabra nace precisamente
de traducciones de la Biblia, y no del espíritu del texto original, sino precisamente del espíritu del traductor.
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Lo verdaderamente innovador era considerar que el más noble contenido de la propia conducta moral
consistía justamente en sentir como un deber el cumplimiento de la tarea profesional en el mundo. Este
concepto sagrado de profesión se traduce a todas las confesiones protestantes. Su significación total se impuso
a medida que fue creciendo su oposición a los consejos evangélicos del monaquismo católico dictados por el
diablo. Aquellos círculos eclesiásticos que más entusiastamente ensalzan el hecho de la Reforma, no son en
modo alguno amigos del capitalismo, en ningún sentido. (pág. 93).
En definitiva, lo importante aquí, es que el sentido religioso de la profesión era bueno para obtener con
garantías la bienaventuranza, esto es, la vida eterna. Sucede entonces un hecho que Max Weber supo
vislumbrar astútamente: Resulta así que el tradicionalismo económico, que al principio es resultado de la
indiferencia paulina, es fruto más tarde de la creencia, cada vez más fuerte en la predestinación que
identifican la obediencia incondicional a los preceptos divinos.
De este modo, el concepto de profesión, mantuvo en Lutero un carácter tradicionalista. Así, la profesión se
convierte en aquello que el hombre ha de aceptar porque la providencia se lo envía, a pesar que en Lutero y en
la iglesia que representaba, fueron muy inseguras las bases psicológicas para una ética racional de la
profesión. La investigación que nos ocupa sufre ahora una transformación que comienza por investigar
aquellas de las formas del luteranismo en las que, de modo más claro que en éste, se percibe la conexión de la
conducta práctica en la vida con un punto de partida religioso; entre ellos están el calvinismo y las sectas
puritanas. Puede entenderse de esta manera que el catolicismo haya visto su mayor enemigo en el calvinismo:
su significación es evidentemente política, pero más curioso es el hecho de que sean también aborrecidos por
los luteranos; ello se debe al singular matiz ético del calvinismo.
Llegados a este punto cabe preguntarnos hasta que punto han participado influencias religiosas en los matices
y la expansión cuantitativa de aquel espíritu sobre el mundo, y que aspectos concretos de la civilización
capitalista se deben a ellos. La investigación se centra ahora en establecer si ha existido, y en qué puntos,
afinidades electivas entre ciertas modalidades de la religión y la ética profesional [...] y, por tanto, en qué
medida los contenidos de la civilización moderna son imputables a dichos motivos religioso, y en qué grado
lo son a factores de distinta índole. (pág. 107).
3−. La ética profesional del protestantismo ascético.
Para poder hacer un estudio profundo de las conductas de las sectas representantes del protestantismo
ascético, primero han de estudiarse las características de éstas. Son fundamentalmente cuatro las sectas
puritanas que más afectan en la investigación: El calvinismo, sobre todo en los principales países del
occidente europeo en el siglo XVII; el pietismo que vio la luz por vez primera en el seno del calvinismo inglés
y singularmente del holandés, a fines del siglo XVII, y debido a la acción eficaz de Spencer, se incorporó al
luteranismo; el metodismo que surge en la mitad del siglo XVIII dentro de la Iglesia oficial anglicana de la
cual se separa al pasar a América y cuya intención era la renovación del espíritu ascético; y las sectas nacidas
del movimiento bautizante, ya sea el arminianismo en Holanda y Estados Unidos de carácter erasmítica o
partidaria de la soberanía del Estado aún en los asuntos eclesiásticos; o el zuinglinismo que perdió casi toda su
importancia y a la cual no nos referiremos en lo sucesivo.
El calvinismo es un sistema teológico que deriva su nombre de Juan Calvino. El calvinismo coincide con el
luteranismo en la afirmación de la justificación por la fe de la Escritura como única regla de fe y de la
ausencia de libre albedrío tras la Caída. Insiste de manera extraordinaria en la soberanía de Dios, el
calvinismo desarrolló desde el inicio una serie de principios encaminados a evitar el poder absoluto y a
controlar el ejercicio del poder político. De esta manera se convirtió en una de las líneas de pensamiento
especialmente influyentes en la configuración de la democracia moderna.
El pietismo surge como movimiento espiritual en el siglo XVII en el seno del luteranismo alemán. Pretendía
renovar la vida eclesial a partir de la oración y el estudio de la Biblia, sin separarse de la Iglesia donde había
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nacido. La influencia del pietismo pronto superó los límites del luteranismo y así puede apreciarse en los
metodistas.
Los metodistas son miembros de las Iglesias más establecidas a partir de 1784 por John Wesley en ruptura con
la Iglesia de Inglaterra. Si bien se consideran miembros de la Iglesia universal, no pretenden que su
organización eclesial sea de origen divino. Practican el bautismo aunque insisten en la necesidad de la
conversión para ser salvos. Históricamente, es decir, en el aspecto que más nos interesa, han enfatizado la
necesidad de la evangelización, la obra social y la santidad personal. Actualmente, sus seguidores son muy
numerosos, superando los cincuenta millones de personas, sobre todo en Estados Unidos.
El arminianismo fue un sistema que negaba la doble predestinación defendida por Calvino, sostenía que Cristo
había muerto por todos y no sólo por los elegidos y defendía que la soberanía de Dios podía ser compatible
con el libre albedrío del hombre. Fue condenado en el sínodo calvinista de Dort.
Los bautistas o baptistas conforman una de las confesiones protestantes más numerosas (actualmente unos 40
millones de miembros en todo el mundo). Su origen histórico hay que remontarlo a John Smyth, un inglés
exiliado en Amsterdam que, en 1609 comenzó a utilizar el bautismo de los conversos como requisito para
pertenecer a una Iglesia local. Smyth estuvo muy influido por los mennonistas, lo que relaciona a los baptistas
con la Reforma radical del siglo XVI. En 1612 se fundó en Londres la primera Iglesia baptista inglesa.
Durante el siglo XVII defendieron insistentemente la libertad de conciencia y junto con los presbiterianos e
independientes llegaron a ser una de las Tres Denominaciones de Disidentes protestantes reconocidos
legalmente en Inglaterra. Su teología es de clara orientación evangélica pero con algún énfasis específico
como el bautismo de adultos.
Los mennonitas son anabaptistas a los que se ha relacionado con Menno Simons. Junto con los cuáqueros y
Hermanos constituyen una de las tres Iglesias históricas de paz. Su teología es protestante pero se niegan a
pronunciar juramentos y a participar en la guerra o servir en el ejército. Su número se acerca en todo el mundo
al millón de personas.
Los cuáqueros han aportado consistencia humanitaria en la práctica totalidad de conflictos armados que se han
producido a lo largo del siglo XX, habiendo recibido organizaciones cuáqueras el Premio Nobel de la paz en
dos ocasiones. Surgen en la primera mitad del siglo XVII, defienden la necesidad de una relación personal con
Dios. Imbuidos de un biblicismo radical, se negaron a participar en el ejército, pagar diezmos o jurar. Durante
el siglo XIX, los cuáqueros se vieron muy influidos por el avivamiento evangélico inglés. En el siglo XX, un
sector cada vez mayor de cuáqueros ha ido adquiriendo una identidad muy similar a la de las Iglesias
evangélicas. Actualmente son una denominación protestante reducida (tres cuartos de millón) pero su
influencia histórica ha resultado extraordinaria. A ellos se debe la fundación del primer Estado con tolerancia
universal, la reforma de las prisiones, los inicios de la educación elemental, la lucha contra la esclavitud de
manera pacífica y notables contribuciones a la literatura de espiritualidad que han trascendido los límites
confesionales.
En un primer momento parece obvio prescindir en nuestra consideración tanto de los fundamentos dogmáticos
como de las doctrinas éticas para atenernos exclusivamente a la práctica moral, pero esto no es posible pues
van en íntima conexión. La primera y más importante idea religiosa que Weber toma en cuenta en su estudio
es el calvinismo, por haber sido la determinante de cuantas luchas se llevaron a cabo en torno a la religión y la
cultura en los países civilizados más progresivos, desde el punto de vista del capitalismo (Países Bajos,
Inglaterra y Francia), durante los siglos XVI y XVII. Su dogma característico es el de la predestinación;
Weber se centra en la situación histórica del dogma. Para los seguidores de religiones tan activas, el fenómeno
del rendimiento religioso de la redención va unido con la seguridad de tener que agradecerlo todo a la acción
exclusiva de un poder objetivo y nada al propio valer.
Para Lutero, los designios inescrutables de Dios eran la fuente exclusiva e irracional de la conservación de la
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gracia, y a medida que se vio impulsada a orientar en sentido realista su política eclesiástica lo fue relegando a
un plano cada vez más secundario. Otra creencia consistía en que el mismo Cristo sólo murió por los elegidos,
a los que Dios había decidido en la eternidad ofrecer el sacrificio de su vida. Este radical abandono (no
llevado a sus últimas consecuencias por el luteranismo) de la posibilidad de una salvación eclesiástico −
sacramental, era el factor decisivo frente al catolicismo. A diferencia del luteranismo, la confesión privada
desapareció, contra la que el mismo Calvino sólo experimentaba algunos recelos por la posible falsa
interpretación sacramental, no fue más que la eliminación del miedo de que la conciencia afectiva de la culpa
pudiese reaccionar periódicamente. A primera vista, parece un enigma cómo sea posible enlazar la tendencia
a emancipar al individuo de los lazos que le unen al mundo, propia del calvinismo, con la indudable
superioridad del calvinismo en la organización social. Ello es una consecuencia del matiz que adquirió el
cristiano amor al prójimo. Bajo la presión del aislamiento interior del individuo realizado por la fe
calvinista. (pág. 129).
Así pues, el trabajo social del calvinista, en su acepción más simple desprovista de connotaciones
contemporáneas, en el mundo, se hace para la gloria de Dios; y lo mismo ocurre con la ética profesional. Por
tanto, su primera manifestación es el cumplimiento de las tareas profesionales impuestas por la ley natural,
con un carácter objetivo e impersonal. El segundo rasgo del calvinismo es el desconocimiento del dualismo
entre el individuo y la ética, a pesar de que éste pone al individuo a solas consigo mismo en lo que a
cuestiones religiosas se refiere; ahí radica la fuente del carácter utilitarista de la ética calvinista y de los más
característicos aspectos de la concepción profesional del calvinismo. Esta religiosidad, de marcada tendencia
mística, no solo es perfectamente compatible con un sentido marcadamente realista, sino que incluso puede
constituir su más firme apoyo por su incompatibilidad con las doctrinas dialécticas.
El calvinista no acepta una efectiva penetración de lo divino en el alma por la absoluta trascendencia de Dios
sobre lo creado. El hombre puede asegurarse de su estado de gracia sintiéndose o como recipiente o como
instrumento del poder divino; en el primer caso, su vida tenderá a cultivar el sentimiento místico; en el
segundo, propenderá al obrar ascético. Lutero se aproxima al primer tipo y el calvinismo pertenece al
segundo. Para apreciar el espíritu religioso del calvinismo, Weber hace una relación, algo ingenua, con ese
mismo espíritu en la Edad Media al día; cumplía, por de pronto, sus deberes tradicionales y realizaba además
ciertas buenas obras que solían realizarse, con el fin, por ejemplo de repara ciertos pecados, o por influencia
del clero, o sobre todo, en las proximidades de la muerte, como una especie de prima de seguro.
Naturalmente, la ética católica era ética de la intención.
Sin embargo, el Dios del calvinista no exigía de sus fieles la realización de tales o cuales buenas obras, sino
una santidad en el obrar elevada a sistema; así, el penitente posee una regla segura con la que sabe a qué
atenerse exactamente, y por la cual orienta y dirige toda su vida. Prudente, alerta y precavido, vive con
arreglo a la ley. (pág. 149).
No es extraño que se diese el nombre de metodistas a los adeptos del último gran renacimiento de las ideas
puritanas en el siglo XVIII, así como el siglo XVII se había aplicado a sus antecesores espirituales la
calificación análoga de precisistas, pues los afectos de la ascensión del hombre, sólo podían lograrse mediante
una transformación del sentido de la vida en cada hora y en cada acción. El ascetismo puritano racional,
trabaja ahora por capacitar alos hombres en la afirmación de sus motivos constantes frente a los afectos. La
finalidad era poder llevar una vida alerta, clara y consciente. Esta metodización explica la mayor capacidad
del calvinismo frente al luteranismo de asegurar la consistencia de la Iglesia reformada. Se ponen barreras a la
huida ascética del mundo. Pero el calvinismo añadió algo positivo en el curso de su evolución: la idea de la
necesidad de comprobar la fe en la vida profesional.
Las semejanzas externas entre la sistematización de la conducta ética del calvinismo y la racionalización
católica de la vida, está en la manera como el cristiano puritano preciso controlaba de continuo su estado de
gracia. El cristiano reformado se tomaba el pulso sin más ayuda que la suya propia. En consecuencia la
metodización de la conducta ética, impuesta por el calvinismo era una penetrante cristianización de toda la
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existencia y en esto radica la característica más decisiva de la reforma calvinista. El metodismo fue la que, en
la época decisiva del siglo XVII, sostuvo en los activos representados de la vida santa, la idea de que
constituían instrumentos de Dios, y ejecutores de sus providenciales designios. La idea de la comprobación de
la fe, es estudiada desde la predestinación y su práctico alcance para la vida como elemento constituyente de
ésta.
Desde el punto de vista histórico, la idea de la predestinación constituye el punto de partida de aquella
dirección ascética que se suele designar corrientemente como pietismo y mientras este movimiento se
mantuvo en el seno de la Iglesia reformada, es casi imposible trazar un límite preciso entre los calvinistas
pietistas y no pietistas. Incluso el pietismo continental reformado constituía una exacerbación del ascetismo
reformado.
Dentro del pietismo, el elemento ascético − racional mantuvo la primacía sobre el factor sentimental, estando
en vigencia las ideas de que el signo del estado de gracia consiste en el desenvolvimiento de la propia
santificación en el sentido de una consolidación y perfección creciente, controlables por la ley.
En definitiva podemos decir que el valor específico de la confraternidad, a diferencia de las otras Iglesias,
radica, precisamente, en la actividad de la vida cristiana en la misión y, consiguientemente, en el trabajo
profesional; pero en palabras de Weber, no debe verse en este factor sentimental lo específico del pietismo
frente al luteranismo, pero, en comparación con el calvinismo, el grado de racionalización de la vida era
mucho menor. En conjunto, la evolución del pietismo se orientó en el sentido de una creciente acentuación del
factor sentimental. Las virtudes que cultivaban el pietismo eran distintas de las que podía provocar el probo
funcionario, empleado, trabajador o artesano o el patrono de sentido patriarcal con sencillez grata a Dios; el
calvinismo parece mucho más cercano al frío espíritu jurídico y activo del empresario burgués capitalista.
Los efectos que, en la vida económica, tuvo la idea puritana de la profesión han sido analizados con los varios
elementos que, en conjunto, existieron y actuaron en todas las confesiones religiosas ascéticas, en eso consiste
la razón de la penetrante acción económica de las minorías protestantes ascéticas, no de las católicas. El
ascetismo cristiano se lanza al mercado de la vida, cierra los claustros y se dedica a impregnar con su
método esa vida, a la que transforma en vida racional en el mundo...
4−. Relación entre la áscesis y el espíritu capitalista.
Que la ascética protestante se divulga y produce cambios en el funcionamiento económico y en las actitudes
hacia el trabajo, ha sido demostrado durante esta exposición; y que puede ser contemplada como un intento de
establecer vínculos entre la actividad económica y otras esferas de la vida social, también.
El puritanismo inglés dio a la idea de profesión su fundamentación más consecuente. El ascetismo se endereza
ahora a anular toda aspiración al enriquecimiento con bienes materiales. Lo que realmente es reprobable para
la moral es el descanso en la riqueza, el gozar de los bienes, con la inevitable consecuencia de ociosidad y las
consiguientes desviaciones de las aspiraciones hacia una vida santa.
Además de esto, el trabajo es fundamentalmente un fin absoluto de la vida, prescrito por Dios. En definitiva,
la vida profesional del hombre debe ser un ejercicio ascético y consecuente de la virtud, una comprobación del
estado de gracia en la honradez, cuidado y método que se pone en el cumplimiento de la propia tarea
profesional. La riqueza es reprochable en cuanto incita a la pobreza corrompida y al goce sensual de la vida,
y el deseo de enriquecerse sólo es malo cuando tiene por fin asegurarse una vida despreocupada y cómoda...
En definitiva podemos concluir diciendo que desde el momento en que el ascetismo abandonó las celdas
monásticas para instalarse en la vida profesional y dominar la moralidad mundana, contribuyó en lo que
pudo a construir el grandioso cosmos de orden económico moderno que, vinculado a las condiciones técnicas
y económicas de la producción mecánico − maquinista, determina hoy con fuerza irresistible el estilo vital de
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cuantos individuos nacen en él. (pág. 258).
5−. Conclusiones.
Creo que por medio de este trabajo se han encontrado los medios para reflexionar a cerca de la evolución
materialista y espiritual de las sociedades modernas, y en que sentido una y otra concepción a pesar de ser
opuestas están en íntima relación. Por tanto la reflexión considera el hecho de hasta que punto es posible una
evolución económica paulatina y universal a partir de unos supuestos ético − religiosos, o por el contrario si el
capitalismo ya no necesita ninguna consideración ética para desarrollarse aunque para ello no tenga en cuenta
ciertos aspectos humanos como la convivencia o la solidaridad.
6−. Bibliografía.
• La ética protestante y el espíritu del capitalismo. Max Weber. Ed. Península 15ª edición. Barcelona.
1997.
• Enciclopedia de las religiones. César Vidal. Ed. Planeta. 1997.
• Pensar nuestra sociedad, Fundamentos de Sociología. Manuel García Ferrando (coord). Ed Tirant lo
blanch. Valencia 1995.
• Diccionario de sociología. G duncan Mitchell. Ed. grijalbo/referencia. Barcelona 1983.
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