Los nuevos niños. Saben lo que quieren y lo piden. Miguel González-Durán se refiere a ellos como “niños Colón”, porque “desde su posición privilegiada en el carro de la compra extienden la manita hacia lo que les llama la atención y quieren obtener y seleccionan su marca o su producto preferido”. Desde los dos años, los pequeños empiezan a recordar productos y a pedirlos, y a partir de los diez retienen más de 300 marcas, identifican las que les gustan y las que no, y pueden dar sus motivos para ello. El autor hace alusión a Pippi Mediaslargas, aquel personaje infantil que vivía con su caballo y un mono pero sin sus papás y disponía de monedas de oro para gastar en lo que ella quisiera (casi siempre golosinas), y asegura que los niños del siglo XXI demandan independencia a más temprana edad y añoran el estilo de vida de esta niña que decide todo y no tiene que rendir cuentas a nadie. “Un día David le dijo a sus padres: ‘Y vosotros, cuando yo tenga novia, ¿dónde vais a vivir?”. Con esta cita empieza su libro, “El rey de la casa”, y el problema cobra otras dimensiones cuando nos enteramos de que David tiene solo tres años. Aunque el caso de este niño es un tanto extremo —por no decir aterrador—, sí se observa una tendencia a acortar etapas y comprimir la infancia: “Los niños quieren ser antes adolescentes y los adolescentes quieren hacerse adultos más rápido”, escribe este experto en marketing infantil, que puntualiza además que esto lleva a los anunciantes a “adelantar las edades de sus públicos objetivos”: los avisos que antes se dirigían a niños de nueve a 12 años, hoy apuntan al segmento de siete a nueve. La explicación radicaría en que los niños cada día acceden a más información, por lo que entran antes al mundo adulto y terminan mimetizándose y exigiendo su autonomía a edades irrisorias. El autor alude además a un estudio realizado en la Facultad de Educación de la Universidad Complutense de Madrid del que se desprendió que los niños “ya no reclaman tantos cuidados y protección como capacidad de autonomía. No quieren ser solo mimados. Quieren aventurarse en el mundo por ellos mismos, que su voz se reconozca”. Esto se acentúa entre los ocho y los 14 años, una franja etaria que se denomina Tween (de between) justamente por estar entre la niñez y la adolescencia. A los tweens les urge crecer, y toman como ejemplo a chicos entre dos y tres años mayores, no a los de su edad. Tampoco quieren seguir las profesiones de sus padres, una tradición que antes se replicaba orgullosamente de generación en generación dando pie a todas esas empresas familiares bautizadas con el apellido del padre seguido del “e hijos”. Ellos no solo no reciben ningún tipo de presión para perpetuar la profesión paterna, sino que demues- tran su independencia manifestando interés por ocupaciones que nada tienen que ver con las de sus padres (apenas 8,3% de los niños y 5,6% de las niñas seguirían los pasos de sus padres en este campo en España). Claro que este fenómeno no es gratuito, tiene su origen y su porqué, y los especialistas han intentado explicarlo basándose en los nuevos modelos de familia. “El rey de la casa” se refiere al caso español, pero en Uruguay la realidad es bastante similar en lo que refiere a la constitución familiar, que parece darse cada vez más tardíamente, con madres primerizas cuya edad va en aumento, acortando la ventana temporal para que las parejas tengan hijos. “Los padres actuales están dispuestos a comprar más cosas a sus niños porque la tendencia a las familias pequeñas, ingresos dobles y posponer la paternidad significa que las familias tienen más ingresos destinados a gastarse”, reafirma el “YTV Kids and Tweens Report”, una encuesta anual estadounidense sobre hábitos y estilo de vida de estos chicos. “En occidente, el control de la natalidad es cultural”, explicó el psicólogo y analista de tendencias de comportamiento Alejandro Weinstein, uno de los autores del estudio sobre el consumo de los tweens. “Primero querés recibirte y tu marido también, y después decidís tener un hijo al que darle todo lo que no tuviste; menos hijos para darles más. Eso es así acá y en el mundo”, afirmó. Esta reducción en el número de hijos provoca “que el valor que se le da a un hijo sea muchísimo más importante que en el pasado. Tenemos menos hijos y eso hace que los valoremos más, sobre todo si tenemos en cuenta el coste que supone su educación”, dice González-Durán refiriéndose a los pequeños que ahora gobiernan la casa. No sorprende entonces que los adultos hagan todo por agradar a estas personitas cada vez más únicas y preciadas, y que ese nuevo relacionamiento con los chicos haya virado el sentido de su relacionamiento de vertical a horizontal. El autor, incluso, va un poco más allá al hablar de “narcisismo”: “Todas las personas queremos sentirnos queridas y este fenómeno se incrementa cuando se es padre. En muchas ocasiones pensamos que si no les damos lo que quieren no nos van a querer y ellos lo saben, así que consentimos todos sus caprichos. Especialmente cuando pasamos la mayor parte del tiempo trabajando y, al llegar a casa y disponer de tiempo para nuestros hijos, solo pensamos en recompensarlos”. Según el estudio que llevó a cabo Weinstein y su equipo en Uruguay, la recompensa incluso aumenta si los padres están separados. Clientes precoces. Se suele considerar consumidores a los pequeños a partir de los cuatro años, edad en la que dejan de consumir productos que tenían como público objetivo a sus padres. Sin Los niños saben lo que quieren y lo piden. El experto español en Marketing infantil Miguel González-Durán se refiere a ellos como “niños Colón”, porque “desde su posición privilegiada en el carro de la compra extienden la manita hacia lo que les llama la atención y quieren obtener y seleccionan su marca o su producto preferido”. embargo, es a partir de los ocho años cuando ya cuentan con todas las características de un consumidor por definición y se convierten en el público objetivo de las campañas publicitarias. En sus diferentes edades, los niños son un mercado redituable (basta con recordar esos 30 millones de dólares que gastan al año), y está estudiado que más allá de su consumo personal, inciden en el del hogar. En Uruguay, 70% de los chicos que integran el segmento Tween tienen celular, y 58% influye en la compañía de celular a la que se suscriben sus padres. En lo personal, deciden directamente sobre categorías de consumo comprendidas dentro de entretenimiento y golosinas, y en el ámbito del hogar sus opiniones tienen un peso considerable en lo vinculado a la tecnología y la informática. “Consumer Kids: How Big Business Is Grooming Our Children for Profit” (“Los consumidores niños: ¿cómo el gran negocio está preparando a nuestros hijos para la ganancia”), el libro de Ed Mayo y Agnes Nairn, cuenta cómo Lorna, una niña del Reino Unido de ocho años, empezó a recibir por correo ofertas de tarjetas de crédito. Cuando sus padres se quejaron, la niña recibió todavía más propuestas. Los autores del libro reflexionan sobre la “punta ambiental” que tiene todo este fenómeno del consumo infantil: “En el contexto del cambio climático, nos piden que terminemos con los patrones derrochadores de consumo, y al mismo tiempo estamos criando una nueva generación de niños ávidos de consumir”. Pero estos niños no solo están ansiosos por consumir (al igual sus padres): se han vuelto también “consumidores sofisticados”. El estudio nacional del segmento Tween demostró que cuatro 23 022-026 Niños y consumo g672.indd 23 04/11/13 18:22