SAN AGUSTÍN (354-430 d.C) Filósofo medieval, perteneciente a la Patrística, y el más importante de los Padres de la Iglesia latina. Hijo de padre pagano y madre cristiana (Santa Mónica), llevará en su juventud una vida alejada de las ideas cristianas. Leerá a Cicerón, coqueteará con los escépticos, será maniqueo, pero la lectura de Plotino (neoplatónico por el que aceptará que el mal es solo privación o falta de ser)) y los sermones de San Ambrosio, obispo de Milán, y Padre de la Iglesia igualmente, conseguirán al final que San Agustín encuentre el verdadero marco para su pensamiento, llegando a configurar con el platonismo y el cristianismo, la primera gran síntesis de la filosofía cristiana medieval. En 395 se convertirá en Obispo de Hipona. Muere en 430, mientras los vándalos saquean la ciudad, cuarenta y siete años antes de la caída del Imperio Romano de Occidente (476) y del comienzo de la Edad Media en sentido estricto. Entre sus obras más importantes destacamos Las Confesiones y La Ciudad de Dios. El Doctor de la Gracia (=San Agustín) defendió que sólo hay una verdad, y que esta no es sino la verdad cristiana. Para conocerla la fe (fuente sobrenatural de conocimiento) y la razón (fuente natural) pueden y deben colaborar conjuntamente, según el famoso lema del santo "creo para entender y entiendo para creer" ("credo ut intelligam et intelligo ut credam") En cuanto a la razón como fuente natural de conocimiento, San Agustín trata de la sensación y de lo que llamará razón inferior y superior. La sensación, como ya había dicho Platón, conoce lo particular y mudable, y es una actividad que requiere el cuerpo pero que realiza el alma. Ésta (el alma), además, encuentra en ella unas ideas o modelos perfectos e inmutables (ideas matemáticas, estéticas, éticas, de relaciones...)que no crea, y que no derivan de los particulares sensibles. Puede conocer esos modelos por la iluminación de Dios, pues a diferencia de Platón, esas ideas no son recuerdos de una vida previa. Con esas ideas el alma puede hacer dos cosas: aplicarlas a los particulares sensibles produciendo juicios sobre el mundo (ej: "el objeto X es igual o mayor que el objeto Y"), o conocerlas en sí mismas y en sus relaciones. En el primer caso tendríamos la llamada razón inferior o ciencia, en el segundo la razón superior o filosofía. Esta teoría de la iluminación ha sido considerada por algunas interpretaciones como ontologista, aunque no parece que San Agustín quisiera afirmar que al contemplar las verdades inmutables estuviéramos contemplando ya a Dios. La realidad en San Agustín comprende a su Creador (Dios) y a la creación. Que Dios existe lo argumenta San Agustín de varias maneras: por el llamado consensus gentium (=en todos los pueblos se cree en Dios), por el deseo de una felicidad que sólo un bien pleno como Dios puede proporcionar, y especialmente, por la necesidad de encontrar un fundamento inmutable a las verdades eternas e inmutables que el alma puede conocer. Justamente, dado que el alma no es inmutable, no puede ella ser el fundamento de esas verdades. Los dos últimos argumentos muestran la capacidad que el alma tiene para trascender desde su interioridad y llegar a Dios. En cuanto a la creación, Dios la crea de la nada (ex nihilo sui et subjecti), toda entera en el mismo instante al pensarla, aunque no toda en acto, pues una parte de la creación queda en potencia en las llamadas razones seminales o semillas racionales, que se actualizarán con el transcurso del tiempo. Con la creación, pues, Dios crea también y acompañándola, el tiempo, que propiamente sólo existirá ante el alma que atiende (presente), recuerda (pasado) y espera (futuro). Un tiempo que es lineal y no circular como en los griegos. Dios crea, además, según las ideas ejemplares que hay en su mente (observamos como las ideas de Platón son introducidas en la mente del Dios cristiano). La creación conlleva una falta de ser respecto a la plenitud del mismo que no puede darse sino en Dios (en este sentido, un inevitable mal ontológico o privación) El alma (verdadero hombre interior), se encuentra conviviendo con el cuerpo, en un dualismo antropológico parecido al platónico. No obstante, San Agustín entiende al hombre como un ser creado, no sometido a reencarnaciones, personal , como el mayor de los misterios, y, por fe, aceptará la resurrección de su cuerpo. En cuanto al alma misma, su naturaleza simple, su autoconciencia y su capacidad para conocer lo eterno, serían pruebas de su inmortalidad. Ella es, además, una imagen de la Trinidad (ser, conocimiento y amor). En cuanto a su origen San Agustín evolucionó desde el traducianismo (la generan los padres como generan el cuerpo) hasta una posición que defendía la creación directa de cada alma humana por Dios. La ética de San Agustín es eudaimonista y teleológica, pues nuestro bien es la felicidad, y la felicidad no es sino el fin para el que hemos sido creados: la contemplación y posesión gozosa de Dios en el más allá. Pero es también una ética del amor ("ama y haz lo que quieras" dice el santo) pues si Dios es el supremo bien del hombre se sigue que el vivir bien no es otra cosa que amar a Dios con todo el corazón, toda el alma y toda la mente. Que tengo que amar a Dios sobre todas las cosas es un deber impreso en mi alma que ésta puede conocer gracias a la iluminación, pero que puedo no querer cumplir, pues siendo mi voluntad libre, lo es también de poner su amor a las criaturas por encima de su amor al creador. Además, sin la gracia de Dios (sin su ayuda) no puedo cumplir el deber de amarlo. Como dice San Agustín, "la gracia se dio para poder cumplir la ley, y la ley se dio para buscar la gracia" La gracia se recibe por la fe, y el hombre tiene, en su libre voluntad, la libertad de creer en Dios y recibir así la gracia. Esta defensa de la ayuda de Dios como necesaria para la vida buena y la salvación se oponía al pensamiento de Pelagio, para quien el hombre, con sus solas fuerzas naturales y sin la gracia era capaz de ser moralmente bueno y de merecer la salvación. ¿Qué es entonces el mal moral? Pues nada positivo, nada semejante a una “cosa”, pues en este caso sería algo creado, y Dios sería su causa. El mal moral no es sino el libre alejamiento de Dios que la voluntad elige y consiente, un preferir el amor a sí mismo o a las criaturas en vez del amor a Dios. Más que una causa eficiente, el mal moral tiene una causa deficiente para su realidad, a saber, la privación del recto orden en la voluntad creada. Esta doctrina sirvió a Agustín para separarse del maniqueísmo (herejía que se combate el texto "Sobre el libre arbitrio" elegido para la PAU). Según lo dicho, y con esto nos introducimos en el problema de la Sociedad/Política de nuestro autor, la especie humana puede ser dividida en dos grandes conjuntos, el de los que aman a Dios y lo ponen por encima de sí mismos, y el de los que se prefieren a Dios. La historia de la especie humana no es sino la dialéctica de esos dos conjuntos, el que forma la Ciudad De Jerusalén (descendientes de Abel, ciudad celeste), y el que forma la Ciudad de Babilonia (descendientes de Caín, ciudad terrenal) Estas dos ciudades no se identifican perfectamente con el Estado pagano y la Iglesia, aún cuando haya una tendencia a esta identificación en san Agustín. Se puede ser gobernante pagano y pertenecer a la Ciudad de Dios, y ser eclesiástico y pertenecer a Babilonia. Todo depende del tipo de amor que constituya a uno. Es verdad, sin embargo, que San Agustín defendió que ningún estado puede ser moral y justo si no es cristiano, y de aquí se siguen dos consecuencias: -la Iglesia debe impregnar al Estado con sus principios; - la Iglesia es la única sociedad realmente perfecta y es superior al Estado, y tiene derecho a valerse de los poderes de este mundo (del Estado). ----------------------------------------------------------------------------------------------------------