ÉTICA Y SOCIEDAD DE LA INFORMACIÓN Victoria Camps 31 de octubre de 2002 No cabe ninguna duda que la llamada sociedad industrial ha dado el paso a la sociedad de la información. A grandes rasgos, esto significa que la producción y la propiedad de los bienes materiales han perdido relevancia a favor de eso que se llama el acceso a los servicios. Alguien ha escrito que vivimos en una sociedad donde el acceso de las personas a las cosas y a los servicios es lo más importante y es el indicador de bienestar; para decirlo con palabras de Manuel Castells: “el instrumento fundamental hoy no es el mercado, sino la Red”. Es una transformación que afecta a muchos ámbitos; afecta a la enseñanza, afecta al mercado laboral, afecta nuestras formas de vida, afecta al aspecto que van teniendo las ciudades, y afecta, sobre todo, a las relaciones entre las personas. Hoy, por ejemplo, el ordenador es una herramienta tan esencial como el teléfono o el automóvil, hoy podemos buscar empleo en Internet, y podemos trabajar desde Internet sin movernos de casa. Hoy, ciudades que fueron un exponente de la industrialización, como por ejemplo en España, Barcelona o Bilbao han cambiado de aspecto. En lugar de las grandes fabricas, lo que hoy hay son zonas de negocios o zonas de servicios; en lugar de los parques o de las plazas, lo que hay son parques temáticos; en lugar de los pequeños comercios, lo que hay son grandes superficies. Es una época, la nuestra, de servicios, donde domina eso llamado el tercer sector. Como todo cambio, el paso a la sociedad de la información viene acompañado siempre de una serie de problemas, de paradojas que nos inquietan. Estos problemas no tienen tanto que ver con la relación entre las personas, como con la forma de entender la realidad y el modo de organizarnos política y socialmente. Y es una simplificación pensar que estos cambios son sólo cambios instrumentales, como por ejemplo, pues que el cambio consiste en que nos podemos comunicar más o quizás mejor, o que es posible hacer la compra sin salir de casa, o que ya no ocurre nada mininamente importante que no podamos conocer inmediatamente en tiempo real, o que empieza a ser posible interactuar con los representantes políticos de manera más directa a través de la Red a como se hacía hace pocos años. Todo esto es cierto, pero estos son cambios básicamente cuantitativos, y a mí lo que me interesa es preguntarme y preguntarnos, si estos cambios cuantitativos implican necesariamente un cambio cualitativo. Dicho de otra forma, si la modernización significa realmente progreso. Muchas veces confundimos estos dos términos; pensamos que estar modernizados significa que hemos progresado humanamente, no siempre significa lo mismo. Es decir, las preguntas que me voy hacer son, por ejemplo, si poder acceder a más información nos ayuda a vivir mejor, si es cierto que estamos mejor comunicados y no sólo más comunicados, si la acumulación de información nos hace más sabios o por lo menos amplía nuestro conocimiento, qué valores éticos trae consigo la sociedad de la información, o más bien, qué valores éticos nos obliga a sacrificar la sociedad de la información. Soy consciente de que ante todas estas cuestiones es relativamente fácil adoptar una actitud catastrofista, y derribar todo. Todas las grandes innovaciones desde la imprenta, del ferrocarril a la aeronáutica, han provocado esa reacción catastrofista, y creo que es una actitud simplista y una actitud bastante frívola quedarse en lo negativo, quedarse en la destrucción de lo nuevo. Es verdad que la sociedad de la información produce grandes ventajas –como lo he dicho antes– en el ámbito del trabajo donde se están dando nuevas formas de ocupación, donde hay también más autonomía y también más flexibilidad laboral, ventajas en el comercio, donde la distribución a través de la Red permite prescindir de intermediarios, ventajas en la posibilidad de comunicación a todos los niveles, ventajas de disponer también de más tiempo libre y de una cierta oferta de bienes más rica para administrar mejor el tiempo libre, pero estas ventajas nunca aparecen solas; siempre van rodeadas de peligros o por lo menos de inconvenientes. Es verdad que se han creado formas de trabajo nuevas pero, también es verdad que actualmente tenemos un paro como nunca antes lo habíamos tenido; también, por otras razones, como que la mujer ha accedido al mundo laboral. Es verdad que el trabajo se puede hacer de una manera más autónoma y más flexible, pero también esa misma autonomía produce una mayor soledad, mayor ensimismamiento, mayor autismo por parte de las personas, incluso mayor angustia. Es verdad que tenemos más tiempo libre, pero es verdad que no sabemos cómo entretenernos y cómo utilizarlo, es verdad que hay una simplificación de las transacciones económica, pero eso no está libre de mayores fraudes. Por lo tanto, creo que hay que ver la realidad con las dos caras que ofrece: una cara positiva y una cara negativa. Para no dispersarme demasiado me fijare en dos preguntas: ¿hasta qué punto la sociedad de la información puede hacernos más libres y más autónomos? – primera pregunta-. Segunda pregunta ¿hasta qué punto nos ayuda vivir mejor en común, es decir, hasta qué punto nos ayuda ser más demócratas, cómo puede contribuir esa sociedad emergente hacernos individualmente más humanos? Porque no cabe duda que la libertad es el rasgo más especifico del ser humano, éste no tiene más remedio que elegir qué forma de vida quiere, a diferencia de otros animales no humanos el ser humano puede elegir la forma vida que quiera vivir. Por una parte, la libertad nos humaniza, y por otra parte, si entendemos que la democracia consiste en tres rasgos fundamentales, que son: sufragio universal, gobierno de las mayorías y respeto de las minorías. La pregunta que me haré ¿es hasta qué punto la sociedad de la información nos permite y nos ayuda a perfeccionar el sufragio universal, a hacer que el gobierno sea en realidad para las mayorías y que de verdad se respete a las minorías? Para empezar voy a fijarme en los aspectos más negativos, que es lo que yo llamo las tiranías de la información. Es antrópico referirse a la información de hoy como una información que desinforma, es una contradicción; es información que nunca vamos a estar seguros de que realmente nos informe, sino que pensamos que la información más bien nos confunde. Es una información que desinforma por una serie de cuestiones: es excesiva, es fragmentaria, es demasiada rápida, es demasiada dependiente de las exigencias del mercado, es decir, es una información que parece que no cumple el objetivo fundamental que es darnos cuenta de lo que pasa, de lo que ocurre, y eso es lo que yo pretendo analizar, fijándome en cuatro tiranías de la información. La primera tiranía es la de la velocidad, la cual yo creo que está muy bien reflejada en una expresión que hoy utilizamos sobre todo para referirnos a la Red, a la Internet que es la de “autopistas de la información”. Esta expresión es muy sintomática, tanto de la velocidad con que se transmite la información como del ruido que produce la información, como en una autopista donde pasan muchos coches muy deprisa y éstos hacen mucho ruido, con la información pasa lo mismo. lo que se construye muy deprisa sólo se percibe como ruido, como señales de algo sobre de lo que nunca se puede llegar a profundizar. Las noticias aparecen y desaparecen tan rápidamente que nunca nos da tiempo de ponernos a pensar en ninguno de los problemas que plantean. Incluso sucesos de grandes dimensiones, como los atentados del once de septiembre, al cabo de un año han suspicado la duda generalizada que hayamos pensado realmente en esos sucesos; es decir, que hayamos pensado cuáles son las causas que los produjeron, cuáles son los significados de los sucesos y cuáles son las consecuencias de las que deberíamos extraer de ellos, esa es una crítica generalizada al año de los atentados del once de septiembre. Todo se simplifica porque nuestra forma de ver la realidad es la que tiene impuesta por el zapping de la televisión. Lo que importa no es saber mucho de pocas cosas, sino de saber poco de muchas cosas. Paradójicamente es también lo contrario a lo que se le pide hoy al experto en la especialización del conocimiento, experto cada vez más es el que sabe más de un ámbito más pequeño, en cambio, la información que recibimos es la que nos permite saber muy poco de casi todo. Esta proliferación de medios y la rapidez con que profesan la información es lo que lleva a la saturación informativa, con lo cual no se tiene en cuenta una de las características del ser humano que es como decían los griegos: un ser que tiene logos, es decir, capaz de razonar y de pensar. El filosofo Nietzche se refería muy bien a esta capacidad de pensar, diciendo que pensar es rumiar ―lo que hacen las vacas―, rumiar es no dar por digerida ninguna información, sino volver a la información para triturarla y analizarla un poco más. El rumiar está reñido con lo que podemos llamar el “fax eating” que es lo que impone el mundo donde estamos, es un mundo donde no sólo hay que tragarse todo y apenas triturarlo; sino que la oferta que se nos da es tan extensa se impone es algo así como un menú de degustación; consiste en probar un poco de todo sin saborear nada. Esa sobre abundancia de productos que además va creando necesidades constantes y necesidades muy superfluas a mí siempre me recuerda a lo que decía Sócrates cuando con la distancia del sabio se paseaba por el ágora de Atenas y decía “vengo porque siempre me asombra ver qué cantidad de cosas hay que no necesito”. Esta velocidad impuesta por la comunicación tecnológica nos afecta como individuos en nuestra forma de estar en el mundo, en nuestra vida privada, pero también afecta al discurso público, el tiempo mediático y el tiempo político se encuentran en una contradicción permanente. El tiempo político, para no llevar a una expresión política visceral, que es la más frecuente, como descalificar al adversario, de intentar dejarse llevar por el espectáculo o por la provocación, para no caer en esas manifestaciones viscerales debería separarse del tiempo mediático pero no lo ha de hacer, no lo sabe hacer, no puede hacerlo y seguramente no le conviene hacerlo para permanecerse como política, el tiempo mediático es el tiempo de la vida instantánea, del flash, de lo que aparece y se va. No es bueno para la credibilidad de la democracia y de la política que esos tiempos se confundan. La primera tiranía es pues la de la velocidad. La segunda tiranía es a lo que yo llamo la “tiranía de la audiencia” tomando como metáfora la de la televisión. Es verdad que la información no puede ser inmune al contexto en que se produce la información y el contexto donde se produce es de la sociedad de mercado; es decir, la sociedad de la oferta y la demanda, que es lo que subordina la noticia a lo que una presunta audiencia pide o quiere oír y, quiere existir en lo de presunta audiencia. Las noticas duran lo que la audiencia, se supone, aguanta la noticia; en cuanto la audiencia se desconecta o el lector se desinteresa la notica se acaba y hay que dar paso a otra. Creo que esta importancia que es a la vez una justificación por parte de los medios de comunicación, de la rapidez de la noticia o de la mala calidad de la notica, o de la mala calidad de algunos programas como los de la televisión; este recurrir a la audiencia nos muestra nada más que estamos atrapados en la dinámica de la oferta y la demanda, y pensamos que realmente existe una audiencia que pide cosas, lo cual no es cierto, la audiencia no pide nada, la gente no pide nada. La gente escoge entre aquello lo que se le ofrece, es como cuando vamos al supermercado y compramos lo que podemos comprar, que es lo que está en las estanterías, y no podemos ir más allá; es decir; hablar de lo que pide la audiencia es un engaño ―como luego hablare de ello y de los sondeos―. Insisto, la audiencia no pide nada y además es más inteligente y más exigente de lo que muchas veces se supone. En este respecto me gustaría recordar unos versos de Lope de Vega quien era un escritor realmente de masas en su época y que tiene un verso que dice “al público puesto que es necio hay que hablarle necio” tiene también otros versos que contrarrestan esto y que me gustan más que dicen lo siguiente “sepa quien para el público trabaja, que tal vez a la plebe juzga en vano, pues si le da paja come paja, siempre que le da grano come grano”: Por lo tanto, eso de que la audiencia es la que determina lo que los medios dan o quieren dar es algo falso, tan falso como el confiar en otra de las características de esta sociedad de la información, los sondeos y que afectan más a la vida pública y a la política. Los sondeos tienen hoy un magnetismo especial que es el de las cifras y los datos, parece que si nos dan cifras y datos pensamos que ahí está la verdad y que aquello es definitivo; como por ejemplo, en la actualidad una consulta telefónica de mil personas decide más cosas que el debate parlamentario, y un anuncio en televisión tiene más fuerza y más poder de convicción que una campaña electoral. Pero, los sondeos como las audiencias tampoco son indicadores de lo que piensa o quiere la gente. No son indicadores porque todas las preguntas de los sondeos son forzadas y además no se puede saber qué hay detrás del sondeo; cuando a una persona le preguntan, por ejemplo, “¿qué opina usted de la reciente reforma educativa?” jamás le preguntan a esa persona “¿sabe usted algo de la reforma educativa?”, porque da lo mismo que sepa o no sepa, lo que conviene es que diga “me gusta” o “no me gusta”, “blanco” o “negro” porque el gris tampoco está permitido. Esto me recuerda también una cosa que contaba con gracia un periodista italiano –Indro Montanelli- a propósito de una pregunta que se había hecho en Italia para los ciudadanos que decía “¿qué opina del Parlamente o de la asamblea bicameral?” Montanelli decía que seguramente que la mayoría de los ciudadanos al escuchar bicameral de seguro pensarán en una habitación con dos camas. Frente a eso de qué verdad nos están hablando los sondeos. Los sondeos y la audiencia son la segunda tiranía. La tercera tiranía es la del medio sobre el mensaje. No sé si ustedes recordaran que hace algunos años Mc Luhan se volvió celebre con un famoso titulo que era “el medio es el mensaje” en realidad el decía “el medio es el masaje” porque ni siquiera es el mensaje, sino que éste sólo nos da un masaje. Y es verdad, que el medio o que el contexto mediático condicionan el contenido de la información. Todos sabemos que una noticia dada por la radio, la televisión, por Internet o por la prensa son noticias dadas de una forma distinta. La prensa escrita puede permitirse ponderar, argumentar y profundizar un poco más sobre la noticia, la radio puede permitírselo menos, la televisión mucho menos; la televisión depende de la imagen, sin imagen no hay noticia, en cuanto a Internet, ésta da una información mucho apocada, mucho más fragmentaria, mucho peor escrita. El mundo audiovisual, es un mundo de sonidos e imágenes con pocas palabras; aun que tenga palabras éstas no son importantes en su contenido, es un mundo que pretende creer el dicho de “una imagen vale más que mil palabras” lo cual no siempre no es cierto. Esto lo ha dicho muy bien Giovanni Sartori en un libro que se titula Homo videns, el hombre de hoy no es el homo sapiens sino el que necesita imágenes para acceder a un supuesto conocimiento que no sabemos si realmente adquiere. Sartori dice que no es lo mismo enseñarnos una paloma que hablarnos de la paz, no es lo mismo ensañarnos la imagen de un pobre que hablarnos de la pobreza; la imagen tiene unas funciones en nuestro mundo pero no puede sustituir al razonamiento, a la comunicación y al discurso, ésta es una de las reducciones a las que tiende el mundo de la información a través de lo audiovisual que es el que llega más a todo el mundo. En este sentido Sartori dice que el mundo de la televisión no es la aldea global de la que hablaba Mc Luhan sino que la televisión nos aldealiza. Puesto que la imagen es fundamental a quien se busca para que aparezca en las pantallas de televisión para cualquier debate, opinión o discusión no al experto, es al hombre público, el que tiene una proyección pública clara; no se busca al experto porque no vende en televisión, nadie lo conoce, esta necesidad de espectáculo lo domina todo: domina la economía, la política, la religión, pero el problema de la imagen no es sólo que inutiliza la facultad de razonar sino que hace más difícil llegar a la realidad de las cosas. Esto lo explica muy bien uno de los más grandes teóricos de los medios que es Ignacio Ramonet quien se refiere en casi todos sus escritos a las mentiras, aberraciones y a los ultrajes que acompañan a la información, por qué hay que adaptar esa información al medio que tiene que transmitirla. Uno de los ejemplos que utiliza Ramonet es el del pato que apareció en la Guerra del Golfo, un pato lleno de baro y moribundo, y Ramonet dice que aquel pato no tenía nada que ver con esta guerra, era una imagen que se transmitió para mostrar lo que aquello parecía que era. Esas mentiras son constantes porque el medio determina en qué forma hay que dar el mensaje. En el mismo sentido es muy conocida la consigna que el magnate de la prensa norteamericana William Randolph Hearst quien sirvió de modelo a la película de Orsen Wells El ciudadano Kane, la consigna que daba Hearst a los periodistas “no dejar nunca que la verdad nos prive de una buena notica” entonces esta consigna sea convertido en una premisa básica del periodismo. La carrera por el dinero, por la prioridad del reportaje, la búsqueda de sensacionalismo provocan patinajes considerables; lo malo, desde mi punto de vista, lo malo no son los patinazos, lo malo es que los patinazos no sorprenden y si nos sorprenden nadie se ocupe en corregirlos. La última tiranía a la que quiero referirme es a la que yo llamo la tiranía del pensamiento único, ésta es inevitable en un mundo globalizado donde la tendencia al oligopolio a crear corporaciones mundiales es imparable, y las corporaciones mundiales hoy por hoy siguen las directrices de un solo señor que es el imperio estadunidense, el cual, no sólo detecta el poder político, sino el económico, tecnológico y el cultural. Esta última tiranía produce una paradoja notable: las telecomunicaciones deberían de ir acompañadas de un sentido libertario; las telecomunicaciones deberían de propiciar el desarrollo de la libertad de expresión, pero esa libertad se ve anulada por los monopolios y por la homogeneidad de la cultura. La libertad de las personas, como lo he dicho antes, sin duda es el valor más preciado y más universalizado desde la modernidad; no hemos avanzado tanto en la igualdad como en la libertad, en las libertades individuales y muy especialmente en la libertad de exclusión como el exponente máximo de las libertadas individuales. Pero lo que está ocurriendo como consecuencia de la concentración en los oligopolios de los medios de comunicación es que cada vez un número menor de personas deciden más cosas y deciden por nosotros; la libertad de expresión acaba siendo una libertad bastante ficticia, la ficción derivada de la existencia de eso que llamamos pensamiento único o lo políticamente correcto. Hace unas semanas estuvo en Barcelona un periodista irlandés que se llama Robert Flics que es conocido especialmente por sus crónicas en el Peinde peinder y dio una conferencia en Barcelona que no me resisto en citar por la importancia que tiene las cosas que él dijo. El titulo de la conferencia era El 11 de septiembre: pregunta quién lo hizo pero no preguntes porqué y decía lo siguiente: “los periodistas se han transformado en portavoces de sus gobiernos; llegan a Afganistán y se visten en ropas militares que les brinda el mismo ejército norteamericano cuando no exhiben un arma y dicen que ha llegado para matar a Bin Laden. Nadie se cuestiona las informaciones que transmiten las autoridades, nadie se pregunta nada como que si preguntar fuera una actividad subversiva y anti norteamericana. Yo soy de los periodistas que siguen haciendo su trabajo: informar y no traicionar a mis lectores”. Y contaba que “cuando se comete un crimen, al menos en un Estado democrático, se llama a la policía para que investigue y si se captura al presunto culpable se escuchan sus motivos en un juicio y se le juzga convenientemente, nada de eso ocurrió tras el once de septiembre en Nueva York donde se cometió en espantoso crimen en contra de la humanidad; nadie buscó motivos, nadie investigó las causas, simplemente se declaró una guerra contra el mal que se encarnó en forma de ataque sangriento contra un país lejano y se encarceló en una isla del Caribe a los prisioneros de guerra. Por cierto, ¿en qué momento ustedes se dieron cuenta que el enemigo de Estados Unidos ya no era un señor con barba que vive en cuevas afganas sino un señor con bigote que vive en Bagdad y que fabrica armas químicas?, ¿les han informado ampliamente sus periódicos de este desplazamiento de enemigo o se lo han encontrado impreso como una evidencia incontestable?” después de esto Flics concluía haciendo la pregunta de “¿por qué los periodistas hacemos tantos esfuerzos por no decir la verdad?”. A mi juicio el problema no es tanto eludir la verdad como estar sometidos a un pensamiento global o a lo políticamente correcto que castiga irreversiblemente al que se aleja de él o al que lo pone en cuestión; Porque la diversidad de medios de canales de televisión, de dominios de Internet no han redundado en una pluralidad real de contenidos sino que llevan a la uniformización. Esto lo vimos en España claramente cuando pasamos de tener una televisión pública a tener además muchas televisiones privadas; pedíamos televisiones privadas porque decíamos que en cuantas más televisiones hayan más pluralidad y más calidad habrá: es mentira, ni más pluralidad ni más calidad Porque en la información o en cualquier producto cultural, mi tesis es que nunca se cumple aquella que es la máxima fundamental del liberalismo: que es que los intereses privados producen beneficios públicos; esto produce lo que dijo Adam Smith, que los vicios privados producen virtudes públicas. Smith se refería al carnicero y al panadero, éstos al buscar su beneficio terminan vendiendo la mejor carne o el mejor pan porque sino pierden al cliente, pero esto sucede con la carne y con el pan que son alimentos cuya nocividad se acaba verificando; porque nos hacen daño si son malos. Pero, con el producto cultural esto no ocurre nunca; si el producto cultural es dañino nunca nos damos cuenta, o es muy difícil que nos demos cuenta: por tanto, los intereses privados, los intereses de los operadores, del dinero y del Mercado no producen beneficios públicos. Intereses privados que ni siquiera son los intereses de los profesionales de la comunicación, son los intereses de las empresas y de las industrias que están detrás, y que los obligan a conformar su mensaje y su libertad en torno aquello de lo que les interesa vender. La ley de la competencia sirve para algunas cosas y para mejorar el producto y en otros casos no sirve. El criterio de la competencia en el producto de la información o en el producto cultural no debería ser el criterio fundamental, recuerdo en este propósito la anécdota de un presentador importante de la televisión de mi país que estaba haciendo una tesis sobre la ética de la información, estábamos hablando del contenido de la tesis, y me comentó que hace unos días se produjo un accidente de fin de semana donde murieron varios jóvenes y nos preguntábamos, en el consejo de redacción, si era conveniente abrir el informativo con la imagen de los jóvenes accidentados y al final decidimos que sí deberíamos de hacerlo; descubrimos que hicimos lo correcto, porque vimos que todos los noticieros habían abierto con la misma imagen. Ese de “todos lo hacen” no es el criterio adecuado para definir qué es lo qué hay que hacer culturalmente hablando, no siempre lo que todos hacen es lo que debemos hacer. Paso a la segunda parte y en ésta vuelvo a preguntarme: vistas las amenazas de las tiranías de la información que de alguna forma encadenan el desarrollo autónomo y libre de las telecomunicaciones, la pregunta es ¿en qué medida la libertad, la autonomía individual y la vida en común –o la democracia- encuentran en las tecnologías de la comunicación o en esta sociedad de la información un aliado para progresar? Creo que puedo unir ambas preguntas en una sola si me concreto en analizar una última cuestión, que considero fundamental tanto para el perfeccionamiento de la democracia como para el desarrollo de las libertades individuales, que es el de la formación de la opinión pública, cómo se construye la opinión pública. En la idea de opinión pública, creo que convergen los tres principios a los que me he referido con anterioridad como básicos para toda democracia: sufragio universal, gobierno de las mayorías y respeto de las minorías. Tanto mayorías como minorías se forman en torno a opiniones públicamente construidas. En cuanto al sufragio, si no queremos que sea un mero ritual casi automático, y cada vez con mayor abstención como pasa en todas las democracias, y si queremos que sea la consecuencia de un discernimiento de parte de los ciudadanos sobre programas y proyectos políticos distintos, esto supone que la expresión pública de distintas opiniones contribuye a que los ciudadanos vayan formando su opinión particular; es decir, no puede haber democracia sin opinión pública. El espacio de construcción de la opinión pública tiene como precedente más remoto el ágora ateniense donde se reunían los ciudadanos (que podían hacerlo) para discutir sobre los asuntos que concernían a todo el país. Actualmente los parlamentos de las democracias modernas ya son otra cosa, están más extendidos pero es verdad que han perdido espontaneidad, han institucionalizado la deliberación y el diálogo, y por la tanto tienen toda la delimitación de la democracia representativa, una democracia que ya en sus inicios ―siglos XVII y XVIII― ya fue vista con ciertos reparos por los filósofos más críticos como Rousseau quien hablaba de la necesidad que en la democracia se formara lo que él llamaba la “voluntad general”; que quien gobernara fuera la voluntad general, él decía “la voluntad general no es la suma de las voluntades individuales porque las voluntades individuales no se pueden sumar, son como peras y manzanas, las preferencia individuales no se pueden sumar cada cual quiere lo que quiere y eso no se suma, la voluntad general debería de ser la expresión de aquello que debería querer todo el mundo para favorecer realmente en interés común, el interés general”. Eso es lo que debería construir la opinión pública. La pregunta es ¿a quién le corresponde hoy crear esa opinión pública? ¿Le corresponde al parlamento, a los partidos políticos, a la sociedad civil organizada o a todos a la vez? ¿Quién debe de hacerse cargo de la construcción de la opinión pública?, y ¿qué papel tienen las libertades individuales en la construcción de la opinión pública?, Dicho de otra forma ¿existen condiciones de hecho para constituir hoy una auténtica comunidad deliberativa? Es decir, hay éticas de nuestro tiempo, como la de Habermas, que se llaman “éticas del discurso” y que confían sobre todo en el lenguaje, en la capacidad de comunicación como el espacio donde la ética se puede desarrollar; existen condiciones, de hecho, en la sociedad para que se desarrolle esa comunicación que a la vez es un diálogo de deliberación. Voy llevando el tema a nuestro terreno: en la sociedad de la información ¿los medios de comunicación facilitan o entorpecen la formación de una opinión pública? Comienza hacer la distinción que la opinión pública no es la opinión pública de hoy, es otra cosa, entonces, cómo pueden los medios y la sociedad de la información favorecer la construcción de una opinión pública. Es verdad que la información ha de tener un papel constitutivo en la formación de la opinión pública, eso nadie lo puede poner en duda. Lo hay que ver es que si esa información consiste en una serie de mensajes o que si es nada más un masaje; la diferencia entre las dos cosas es que nos hace creer que estamos bien informados; pero sin estarlo. Nos hace creer que la información que tenemos es buena tanto para tomar decisiones sobre nuestra vida en común, como para desarrollar nuestra autonomía individual; es decir, hasta qué punto la sociedad de la información no nos está engañando sobre la consciencia, la idea sobre que estamos informados. Hemos visto que la información mediática está sometida a una serie de tiranías, todas esas tiranías no son menos graves que de lo que dos de los más grandes teóricos de la democracia, como fueron Tocqueville o John Stuar, llamaron la tiranía de la mayoría, para lo que ellos fue la amenaza de las libertades individuales. Es cierto que dentro de las múltiples facetas que tiene la crisis de la democracia y de la política se escuchan varias voces que quieren ver en las nuevas tecnologías un posible remedio para todas esas crisis. Hay teóricos de la democracia, como Robert Rahl, que dicen que las nuevas tecnologías de la comunicación pueden ayudar a superar las deficiencias de la democracia creando una democracia más directa a través de la red, creando conexiones entre los ciudadanos y sus representantes y conexiones más directas. Yo, por mi parte no soy tan optimista; no creo que las imperfecciones de la democracia tengan una solución tecnológica. Pienso, por el contrario, que la crisis de la democracia la deberíamos enfrentar por la vía de la cultura, y por la vía de la ilustración, y por la vía de la formación de las personas; es decir, a través de la educación, que es el primer paso para la madurez del pensamiento. Cultura o formación que tienen una base inhóspita en la información pero que deben de ser algo más que la mera información. Y para explicar ese “algo más” de la mera información me voy a referir a un poeta, a Eliot, que hace un siglo cuando todavía las tecnologías de la comunicación no llegaban a ser lo que hoy son, auguraba la tragedia de la degradación progresiva de la sabiduría al conocimiento y del conocimiento en información. Eliot lo decía “a dónde se fue la sabiduría que hemos perdido en el conocimiento, a dónde el conocimiento que hemos perdido en la información”, por lo tanto deberíamos de invertir los términos. Tenemos información, pero qué hacer para transformar esa información en conocimiento y ese conocimiento en sabiduría. Es lo que decía un poco antes de los sondeos, una cosa es estar informados de lo que superficialmente piensa la gente y otra cosa es saber lo que la gente realmente sabe. Para cultivar la sabiduría y hacer que la información se transforme en conocimiento suponen, sobre todo, tiempo y reflexión, cosas que parecerían están reñidas con el zapping, por el marketing, por la contaminación informativa; que están reñidas con las constantes de la sociedad de la información. Me he referido al principio que todos los cambios hoy nos convencen que realmente ha habido cambios cuantitativos en muchas cosas, pero la duda es ¿qué si esos cambios cuantitativos producen cambios cualitativos?, ¿si la cantidad no está produciendo más basura más que cualquier otra cosa?; es decir, el tiempo de los medios de comunicación no equivale al tiempo del conocimiento, menos al de la sabiduría. Son tiempos distintos y se hace muy difícil lo que para los griegos era el objetivo del ser humano lo que ellos llamaban La vida contemplativa que significaba contemplar las cosas para comprenderlas. El esfuerzo por lograr una información más aprovechable y más transformable en conocimiento creo que debe de empezar plantear una serie de exigencias que contribuyan a mejorar la información que tenemos. Esas exigencias las voy resumir en tres puntos. Tres puntos que son dirigidos no sólo para los que emiten la información sino también para él que los recibe, creo que todos debemos hacer un esfuerzo. En parte, por contexto, de la información tiene las limitaciones que tiene, los medios son lo que son, a la televisión no se le pueda pedir más de lo que puede dar, también él que recibe la información tiene que hace un esfuerzo para suplir lo que los medios no le puedan dar. ¿Cuáles serían las tres exigencias de una información que podría llegar hacer conocimiento para después sea sabiduría? Yo diría información que sea comprensible, asimilable y transparente. Una información comprensible es que hoy por la predominancia que tiene la televisión la información es una información que quiere llegar a todo el mundo, es una información excesivamente simple o es una información que no puede simplificarse mucho porque es una información con mucho contenido, que no puede llegar al nivel de la gente como la información científica; es una información que no acaba de llegar a la gente porque no somos capaces de ponerla al nivel de la gente. Entonces, por una parte tenemos una información que no acaba de ser comprensible, porque es de un nivel demasiado bajo y por otro lado la información que es más alta de contenido no somos capaces de ponerla al nivel de la gente. Las televisiones que hoy son todavía las más vistas son las llamadas generalistas que pretenden llegar a todo el mundo y para llegar a todo el mundo es necesario rebajar mucho el nivel de lo que dan y de lo que transmiten, incluso también en los debates. En una ocasión, recuerdo, en un debate televisivo la presentadora nos dijo, sobre todo, que el lenguaje que utilizáramos fuera un lenguaje sencillo y convencible. Me preguntó “¿cuántos hijos tienes?” y le dije “tres”, y me preguntó “¿de qué edades?” y le dije “de quince, de diez y de nueve”, y me dijo “pues hablas como con tu hijo de nueve años”. No recuerdo el tema del debate, pero un tema bastante elevado. La norma de la televisión es hablar a un nivel de nueve años o menos para que lo entienda todo el mundo; y por otra parte se da el hecho, como lo explicaba anteriormente, de la contracción de la información que consiste en saber muy poco de muchas cosas y la especialidad del conocimiento que consiste en saber mucho de un ámbito muy pequeño. El que sabe mucho de un ámbito muy pequeño es incapaz de explicar eso que sabe al público en general, entonces, todo eso hace que la información sea poco comprensible. La segunda exigencia es que sea asimilable, que significa buscar manera de compensar la velocidad y las limitaciones que las estructuras mediáticas pongan a los contenidos. Las noticias que duran pocas horas y que se desvanecen ante la aparición la siguiente noticia impiden hacerse cargo de la gravedad y de las características de las distintas situaciones, todo eso hace que nos llegue una información que no podemos interiorizar y, que el mundo que se nos presenta sea más virtual que real. No llegamos a captar lo que Edgar Morin ha llamado la complejidad del mundo real, así, que asimilar la información no es simplemente quedarnos con lo que hemos oído y no sabemos bien lo qué es, sino que asimilar es hacerse cargo de las cosas; llegar hacerse cargo de la complejidad del mundo. Y, finamente la transparencia, me he referido antes a los oligopolios, a la concentración de los medios, a la ilusión de que tenemos un pluralismo político, ideológico y cultural que realmente no tenemos. La única manera de contrarrestar esa concentración es exigiendo más transparencia: saber quiénes están de tras de la información que nos llega, saber cuáles son los poderes económicos que están detrás de los medios que transmiten las informaciones. He dicho que la única forma de combatir la falta de libertad y de potencial de la liberación que contribuya a la construcción de una opinión pública es la cultura; la cultura y la educación, es decir, la formación. El diccionario define informar como dar forma a una cosa, pero nada garantiza que la información sea a su vez formación; que la información forme. Formar en el diccionario es adiestrar, educar, crear un sentimiento; es esa formación la que puede salvarnos de la mala o de la insuficiente información. Una información sin formación es la que nos condena a una libertad irreal que consiste en hacer a lo que nos mandan y comprar lo que nos ofrecen no advirtiendo siquiera de que nuestro actuar está dominado por otros intereses. La libertad, nos enseñó John Stuart Mill (quien, yo creo, es el mejor filosofo que hablado de la libertad), consiste en el desarrollo de la individualidad, la cual debe combatir la costumbre, lo establecido, lo que se da por supuesto porque lo dice la tele o porque se lee en Internet. John Stuart Mill decía “quien hace algo porque sigue la costumbre no hace ninguna elección, no se ejercita ni el discernimiento o ni el deseo de lo que es mejor. Los poderes mentales y morales, al igual que los musculares, sólo se mejoran mediante el ejercicio”. Stuart también decía “quien deja que el mundo o el país donde vive escoja por él su plan de vida, no necesita otra facultad que no sea la de la indicación simiesca; en cambio, quienes eligen su propio plan, ponen en juego todas sus facultades”. No encontré palabras mejores que las de Stuart Mill para terminar con esta conferencia diciendo que si faltan las individualidades, es decir, si falta la libertad, la opinión pública lejos de ser la contribución al bien común ―que es lo debería ser― es el mero reflejo a lo que podemos llamar una mediocridad colectiva. Muchas gracias,