Comunes y economía del conocimiento

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Comunes y economía del conocimiento
Emmanuel Rodríguez
Con las presentes notas se pretende establecer, explícitamente, una discusión en torno al modo de regulación más adecuados para la producción y difusión de obra intelectual en términos puramente ecónomicos. No pretendo, por lo tanto, una discusión normativa sobre las virtudes políticas y sociales de los distintos modelos de regulación, sino simplemente responder a la pregunta de ¿cuál es la mejor manera de regulación para que podamos tener una cantidad mayor (y de mejor calidad) de obra intelectual? Las cuestiones, en última instancia, a las que se referirá la argumentación son las de las llamadas industrias culturales, y sólo en un segundo orden las que conciernen al software. El presente texto no va a tratar sobre los ámbitos de conocimiento regulados por la legislación industrial de patentes, como la industria biofarmacéutica.
No engaño a nadie anunciando, también, que el propósito último de una discusión de este tipo es encontrar fórmulas, e incluso propuestas legislativas, que sean capaces de desactivar las clásicas apologías del actual modelo (tan propias de la industria cultural o de las sociedades de gestión de derechos de autor) centradas en la idea de que una regulación basada en la no restricción puede llegar a arruinar la música, el cine o la producción editorial.
Algunas premisas de partida
1. Las economías del conocimiento sólo son concebibles en un horizonte post­escasez. El impacto de las Nuevas Tecnologías de la Información y la Comunicación, y especialmente la digitalización, han conseguido convertir el coste de reproducción de la información en tendencialmente cero. En este sentido, la diferencia con respecto de las economías de los bienes materiales no consiste únicamente en el enunciado ya clásico de que «si comparto una manzana me quedo sin ella, y en cambio si comparto una idea, no pierdo nada y además la otra parte obtiene el conocimiento de esa misma idea», sino también en el hecho de que la digitalización ha hecho posible que el coste de los soportes de almacenamiento (el «resto material» que permite la reproducción y conservación de las obras) tienda a desparecer. Esto señala un punto de inflexión radical en la historia de la cultura, que deja definitivamente en el pretérito el enorme esfuerzo de inversión que suponía la reproducción de los soportes de almacenamiento (linotipias, imprentas, discos, libros, etc...). Sin embargo, la legislación de derechos de autor está todavía concebida de acuerdo al contexto de las viejas tecnologías de reproducción.
2. El modelo actual de regulación de las economías del conocimiento se funda en una negación de las posibilidades abiertas por el desarrollo de la tecnología. La economía de la escasez se reintroduce, de este manera, no por la vía de unos bienes potencialmente replicables de manera casi infinita, sino por la introducción de normas artificiales relativas a la restricciones de uso y difusión. Estas restricciones están fundadas en una asimilación de la propiedad intelectual a las viejas leyes de propiedad sobre bienes materiales. El resultado es que el actual modelo de regulación de la economía del conocimiento está fundado en la contigüidad de una miriada de pequeños monopolios sobre las obras intelectuales, a su vez apoyados de forma exclusiva en la protección que otorgan la mayor parte de las legislaciones estatales de derechos de autor.
3. La principal defensa del actual modelo de regulación se funda en criterios heredados de tradiciones de largo recorrido en el mundo occidental (la inalienabilidad romántica del autor con su obra), pero sobre todo en una premisa económica no demostrada. Se dice: la única manera de garantizar la producción de obra intelectual es a través del premio a la creación (la venta de derechos de reproducción y exhibición pública) que sólo se puede garantizar bajo el actual modelo de derechos de autor. En otras palabras, se sostiene que sólo mediante un modelo monopolístico, del autor sobre su obra, se puede premiar la creación, de tal modo que los autores encuentren una forma de vida que les permita seguir creando.
Desajustes y missmatchings en el actual modelo de regulación de la obra intelectual
El actual modelo de regulación de las obras intelectuales está sin embargo atravesado por una serie de contradicciones y desajustes que cuando menos hacen dudar de su eficacia económica. 1. Este modelo obvia el hecho empírico de que la mayor parte de la producción de obra intelectual no depende de modo fundamental de la remuneración pecuniaria derivada de los micro monopolios sobre las obras intelectuales (y esto a pesar de las excepciones y las limitaciones temporales que establece la ley). Lejos de ello, la mayor parte de la obra intelectual no llega a producir rentas suficientes como para mantener a sus autores a través de la venta de derechos de reproducción y/o exhibición pública. Una parte fundamental es realizada de forma completamente vocacional y gratuita. Otra tiene que ver con situaciones profesionales (docencia, investigación, periodismo) en las que la remuneración depende de otra actividad. De hecho, sólo una parte mínima de las obras intelectuales, aunque fundamental en el abanico de ingresos de las industrias culturales, genera rentas suficientes para sus autores. 2. El actual modelo supone la pérdida temporal, y en muchos casos definitiva, de una gran cantidad de obra intelectual. La extensión temporal de los derechos de autor (hasta 70 años después de la defunción en España y en la UE) genera una constante inseguridad jurídica. Para aquellas obras con derechos fragmentados o que están depositados en herederos desconocidos, los intermediarios culturales que quieran ponerlas a disposición pública, se encontrarán en una situación de riesgo jurídico elevado. Incluso en algunos casos, como en el de buena parte de la obra cinemátográfica no digitalizada, se corre el riesgo de perder las únicas copias disponibles. De hecho, en lo que se refiere a la obra cinematográfica no digitalizada, la degradación de las cintas es normalmente irreversible a partir de pasadas tres o cuatro décadas.
3. La producción de obra intelectual tiende a ser cada vez más compleja y colectiva, haciendo más y más arbitrario el monopolio del autor sobre su obra. Efectivamente, incluso en las obras de una sola firma es normal que se pueda reconocer el trabajo de una enorme cantidad de actores y agentes, que desbordan completamente la figura de la autoría individual. De hecho, el carácter colectivo de la producción de obra intelectual tiene que ver al menos con otros tres factores. En primer lugar, la mayor parte de la producción intelectual está fundada en medios de formación que en buena medida dependen de enormes transferencias de dinero público (escuelas técnicas, universidades, centros de arte o de investigación, etc...). En segundo lugar, toda obra intelectual nace en una compleja relación con otras obras, que se puede resumir en la modificación y recombinación de fragmentos y recursos de otras creaciones, ya sean contemporáneas o heredadas. Esto induce la conclusión de que un acceso lo más universal posible a un corpus cultural y cognitivo, también lo más extenso posible, permitiría disponer de un mayor número de elementos que pueden «informar» nuevas creaciones. En tercer lugar, toda obra intelectual se realiza en entornos sociales específicos (millieus innovateurs) en los que priman relaciones de intercambio y de cooperación (se habla en ocasiones de cuencas de cooperación). Estos entornos forman corrientes culturales y de pensamiento, medios de encuentro y de interacción imprescindibles tanto para la formación como para el despunte de algunos creadores. En conjunto se puede decir que el actual modelo de regulación de obra intelectual, y también el actual modelo de explotación económica de los bienes culturales, se realiza de acuerdo a todo un campo de economías externas positivas (beneficios producidos por terceros por los que nada se paga), que ni la legislación de derechos de autor, ni la industria reconocen y tampoco alimentan. ¿Es posible un modelo de regulación de la obra intelectual no basado en forma alguna de monopolio de autor, o al menos en su limitación radical?
Los desajustes del actual modelo de regulación de las obras intelectuales tienden a señalar una situación de alta ineficacia. Más aún, el actual modelo puede convertirse en un obstáculo para la ampliación exponencial de la creación cultural en la medida en que restringe o limita el acceso a un buen número de obras, reduciendo así su potencial para informar o inspirar la creación de otras nuevas. En este sentido, me gustaría plantear la discusión de acuerdo a las siguientes cuestiones:
1. Hasta que punto es necesaria una legislación que otorgue a los creadores un monopolio (y que grado de monopolio) sobre sus obras. De acuerdo con la Constitución original de Estados Unidos el copyright era concedido al autor (y siempre por un plazo limitado, originalmente 14 años) en razón de una utilidad social, pero no de un derecho natural del autor. Antes al contrario, el copyright era considerado un mal menor, que no obstante podría llegar a tener el beneficioso efecto de estimular las artes y las ciencias. Ahora bien ¿qué sucede cuando existen dudas razonables de que este régimen de monopolios temporales, que son en realidad las legislaciones de derechos de autor, sea realmente favorable a la innovación cultural?
En este sentido y dado que no todos las industrias ni todos los bienes culturales son igualmente exigentes en lo que se refiere a inversión y a los inevitables retornos que hagan posible nuevas producciones, la pregunta que podría iniciar la discusión sería la siguiente: ¿qué tipo de obras dejarían de ser producidas en caso de que la legislación de derechos de autor se limitase a reconocer los derechos morales (de pura autoría) y a considerar toda obra publicada como de dominio público?
En la industria del libro y de la música, en las que la autoría pertenece a una sola persona o a un grupo de inviduos muy pequeño, y en la que la producción tiene unas exigencias de inversión de capital relativamente escasas, las únicas obras que se dejerían de producir serían aquellas que fueron realizadas con una expectativa de beneficio pecuniario derivado de la venta de los derechos de explotación. En ese caso, las pérdidas serían escasas o casi nulas, hasta al punto de que en relación con un criterio de pura maximización de la creación, no hay ninguna justificación para que todas estas obras pasasen al dominio público inmediatamente después de su publicación, o al menos de que fueran reguladas por medio de un monopolio temporal reducido a unos pocos años o incluso meses. En la industria del cine, sin embargo, las cosas pueden ser distintas. La realización de un largo cinematográfico exige la participación de equipos complejos y unos costes de inversión elevados. En razón a esta inversión ¿se podría pensar algún tipo de monopolio exclusivamente limitado a una tasa de retorno suficiente para asegurar nuevas inversiones? Evidentemente, no toda la producción audivisual tendría porque estar regida por este criterio. Video blogs, la proliferación de creadores de cortos y pequeñas piezas, parece demostrar que existe también todo un campo de producción vocacional y/o que es remunerado por vías indirectas no relacionadas con la explotación de los derechos de autor.
2. Un cambio legislativo que modificase radicalmente la legislación de propiedad intelectual y la orientase hacia un modelo de cultura libre (en el sentido de que todo bien cultural una vez publicado fuera reproducible, modificable e intercambiable sin mayor restricción que el respecto a esas mismas libertades) significaría sin duda un largo proceso de reconversión de las industrias culturales. ¿Qué modelos de negocio y renta son posibles en un entorno en el que todo sea cultura libre?
En el ámbito de las tecnologías informáticas se ha sugerido, por parte de algunos defensores del softaware libre, que en un futuro deseable (y quizás inevitable) el software podría llegar a ser un bien público universal. Desarrolladores e informáticos orientarían su actividad empresarial hacia el mantenimiento y el soporte, los desarrollos a medida y los servicio asociados. ¿Es posible e imaginable un desarrollo de las industrias culturales, incluyendo tanto a los creadores como a los intermediarios, que se realice sobre criterios parecidos? En buena medida, ésta es ya la realidad de una parte no desdeñable de la actividad de los intermediarios culturales. La reducción del negocio derivado de los derechos monopolísticos de los autores está dando lugar a otros tipos de negocio en expansión. Así por ejemplo en el ámbito de la música la intermediación cultural tiende a dirigirse (como en cierta medida siempre ha sido) hacia la gestión de eventos o conciertos; en todas las industrias culturales, la reducción del precio de los soportes puede sin embargo ser compensada por la producción de obras­objeto (como ocurre ya en el ámbito discográfico y editorial), la distribución en internet podría dar lugar a formas remuneración indirecta (como la publicidad), etc...
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