¿Estamos en estado de “guerra civil mundial”?

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I dZ
Julio
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A propósito de un opúsculo de Giorgio
Agamben recientemente publicado
¿Estamos en
estado de
“guerra civil
mundial”?
Ilustración: Sergio Cena
Emmanuel Barot
Profesor de filosofía en Toulouse II-Le Mirail.
Le Seuil publicó en abril un opúsculo del filósofo italiano Giorgio Agamben titulado La guerra civil. Para una teoría política de la stasis,
que contiene dos conferencias dadas en octubre
de 2001 en la Universidad de Princeton (Estados Unidos), en el contexto inmediato posterior
al 11 de septiembre, aproximadamente en el
momento del voto de la Patriot Act por el Congreso norteamericano. Sobre la base de una genealogía selectiva de la noción de “guerra civil”
desde la Antigüedad griega hasta hoy, pasando
por Thomas Hobbes, teórico monárquico inglés
del siglo XVII, Agamben extendía su tesis defendida en otras obras según la cual “la forma
que ha tomado hoy la guerra civil en la historia
mundial es el terrorismo”, con la especificidad
de que es la vida misma –precisaba, siguiendo
a Michel Foucault– lo que ahora es “puesto en
juego en la política”.
Para comenzar con el examen del paisaje ideológico actual que habíamos anunciado en una
columna de opinión anterior1, aquí nos interesa mostrar, en tres puntos correlativos, la problemática distancia tomada por Agamben con
respecto a lo que solo podría dar hoy base material a su pensamiento en la perspectiva de una
reconstrucción de una extrema izquierda revolucionaria: las formas de la lucha de clases en el
capitalismo contemporáneo, las que el marxismo permite capturar.
“Guerra civil” y Estado de excepción.
¿Y el imperialismo?
Este opúsculo, primeramente, no fue publicado en cualquier momento. En efecto, catorce años después, los textos siguen en conexión
directa con el contexto político francés abierto por los atentados del 11 de enero, a partir
de ahora poderosamente marcado por un fortalecimiento autoritario y bonapartista del régimen2. La ley sobre la información adoptada
por el Senado inserta a Francia muy oficialmente3 en esas legislaciones de excepción marcadas,
explicaba Agamben en su obra publicada a partir de 2001, El Estado de excepción, por el oscurecimiento profundo de la frontera entre el
derecho y el no derecho, y la legalización generalizada de la arbitrariedad del poder, en este caso autorizándose mientras se alimenta de la
extrema derechización de los centros de gravedad ideológicos y de las prácticas gubernamentales4, según una moda neoconservadora cada
vez más evidente.
La relación con la cuestión de la guerra civil
(“stasis” en griego) es inmediata: en nombre de
la conjuración de la “amenaza terrorista” y de la
protección de la “democracia”, el régimen de la V
República se dota a su vez de este tipo de legislación, y, asumida o no, es la “guerra al terrorismo”
lo que está en juego. Belicista contra una guerra
irregular de un tipo único, incomparable, aunque
exista de larga data, junto con todas las formas
mayores o más clásicas de guerra, el Estado generaliza e instrumentaliza por cuenta propia el régimen de no derecho con el que opera el enemigo
designado. La “guerra civil mundial” es la configuración de conjunto inducida por este campo
de fuerzas ampliado a escala planetaria. Ahora
bien, como la vida en su globalidad resulta ser
la apuesta inmediata, Agamben recuerda en el
primer ensayo del libro titulado “Stasis” que esto confirma la teoría del “biopoder” y de la “biopolítica” de Michel Foucault, para quien el siglo
XVII vio transformar toda la vida, la existencia tanto biológica como afectiva y simbólica
de las poblaciones, en el blanco principal de los
aparatos (“dispositivos”) del poder destinados a
controlarlos por mucho tiempo.
La responsabilidad de esta nueva forma de
guerra civil incumbe evidentemente a los denominados Estados “democráticos”, hegemónicos en el capitalismo mundial, y es ante todo
de manera preventiva que estos últimos se dotaron histórica y sistemáticamente de las armas máximas para cortar de raíz cualquier
subversión. Ahora bien, lo que Agamben deja
en esencia en las sombras es que esta “guerra
civil mundial” se alimenta hoy de la reacción
de los grandes Estados contra las formas más
patológicas de violencia política que la política imperialista y neocolonial de estos últimos
ha engendrado, formas que a la vez les escapan concretamente (ver ISIS) mientras sirven
plenamente a sus intereses ideológicos, económicos y militares. Terreno evidentemente propicio para las contradicciones, interferencias y
para el “ascenso a los extremos” del que hablaba Clausewitz, que no es la causa, sino el efecto del problema, y que no se puede aprehender
correctamente más que sobre esta base.
Una lectura estrechamente política de la “stasis”:
de los griegos al absolutismo de Hobbes
Según el gran historiador de inspiración marxista M. I. Finley en La invención de la política
en 1983, la “stasis” era, en realidad, un término
que servía bastante para todo en la Grecia clásica, englobando todo un espectro de fenómenos, desde la simple discordia hasta la guerra
civil más implacable, pasando por todas las formas de rivalidades entre movimientos, fracciones o clases sociales, de sedición y de agitación
pública. Pero en todo caso, el término estaba
afectado sistemáticamente por una connotación »
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IDEAS & DEBATES
negativa, la de una “amenaza permanente” ejercida en última instancia por presión de las capas
más populares de la sociedad, por la “multitud”,
este “populacho” que justamente rechazaba ser
excluido de los mecanismos del poder, que veía
cómo los regímenes políticos ya eran los instrumentos por los cuales las clases dominantes
mantenían y organizaban su dominación material y simbólica. El propio Aristóteles, quien sin
embargo justificaba la esclavitud en esa época,
decía que la fuente fundamental de la conflictividad social, de la “stasis” y, por extensión, de las
revoluciones, era la desigualdad material.
Ahora bien, Agamben da un gran paso al costado en relación a esta tradición, reafirmando
que los conceptos de la política occidental deben repensarse enteramente con el rasero de
esta cuestión de la “vida”. E insiste de manera
unívoca, apoyándose sobre todo en la historiadora Nicole Loraux, en la dimensión política
de la “stasis”, dejando de lado por completo
esta dimensión socio-económica. Para él, de
lo que se trata es, sobre todo, de la relación
entre la vida social en la “ciudad” (“polis”) y la
vida en la “familia” (“oikos”). Lejos de la oposición simplista público/privado, esta ya era el
lugar de sangrientos conflictos que cuestionaban la relación entre “lo íntimo” y “lo exterior”, prefigurando la relación entre “el amigo”
y “el enemigo”. La stasis es el momento en
que, simultáneamente, los conflictos “domésticos” se politizan, desbordan en la esfera estatal y entablan la cuestión de la ciudadanía, y
se despolitizan los conflictos “políticos” de la
ciudad, cuando éstos exceden el orden jurídico-político y ponen en juego la reproducción
de la “vida” considerada como la exclusividad
de la estructura familiar. De allí esta conclusión en dos tiempos: la stasis imbrica procesos
de politización y despolitización a un grado
de intensidad tales que el conjunto del espacio social se reconfigura, con una suspensión
de las referencias anteriores, exactamente como en la lógica del Estado de excepción, razón por la cual, por supuesto, Agamben liga
los dos problemas. Pero como los Estados “democráticos” centrales hoy se presentan como
tranquilizadoras familias (a semejanza de la
“Casa Europa”), dirigidas por sabios patriarcas, entonces la stasis actual no tiene medida
en común con la ligada a la esfera familiar antigua: es el conjunto del planeta el que se ha
convertido en su campo de fuerzas. De allí la
idea de “guerra civil mundial” adosada al fenómeno terrorista.
Coherencia del filósofo italiano en su relectura
de la historia de las ideas, pero también de sus silencios: en el primer caso, sobre la política imperialista de los Estados democrático-burgueses, en
el segundo, sobre la lucha de clases o protoclases
de donde surge la denegación de toda legitimidad
política del “populacho”, que ve rechazado todo
derecho a ser auténticamente pueblo (“demos”).
Esta paradójica coherencia se continúa en el segundo ensayo del libro consagrado a Hobbes, titulado “Leviatan y Behemoth”, con el nombre de
dos monstruos míticos de la Biblia, que vuelve sobre esta cuestión del pueblo, pero mediando la
misma abstracción del factor material.
Hobbes ha reelaborado la idea según la cual
la población, el conjunto de las familias en cierta manera, mientras satura el espacio político
con su presencia, no puede existir directamente
como pueblo soberano pero exige un representante (el Estado). El riesgo de guerra civil es entonces permanente, porque el soberano, que se
apropia de todo el orden político, siempre puede estar amenazado por una multitud excedida.
Muy lúcidamente Hobbes se dedica entonces a
conjurar esta guerra civil por todos los medios
posibles y hace del Estado-soberano ese “monstruo” para quien la libertad no existe más que
en la sombra del orden.
La relación con el funcionamiento de los Estados actuales es límpida. Pero Agamben, a pesar de tímidas observaciones en este sentido, de
ningún modo hace la conexión con los factores sociales y económicos que permiten entender cómo Hobbes, mercantilista y perfectamente
instruido sobre el desarrollo del capitalismo inglés, no por azar fue promotor de la monarquía
absoluta: literalmente ha encarnado una forma
de reacción todavía feudal ante las consecuencias políticas del desarrollo de las relaciones
burguesas de producción, de comercio y evidentemente, de clases, fuera de las cuales es imposible comprender cómo los Estados pueden
aniquilar a sus pueblos, pero también hacerse
abatir por ellos, es decir, comprender cómo puede surgir algo como una guerra civil.
Pueblo, resistencias y estrategia: de Agamben
al Comité Invisible y recíprocamente
Todos estos rodeos se pagan. Cuando pasamos a las perspectivas políticas, nos enfrentamos entonces a algo particularmente errado.
Y a pesar de la gran separación aparente, con
Agamben estamos convidados inmediatamente
a discutir sobre el Comité Invisible.
Con Juan Chingo hemos defendido la idea en
un artículo anterior sobre A nos amis, último libro del Comité Invisible5, que a las justas preguntas planteadas en el terreno estratégico por
este último (¿cómo pasar de la insurrección a
la revolución, y organizarse en consecuencia?)
y subjetivas (sobre los lugares y formas de radicalidad más prometedores hoy para hacer política realmente frente a la represión del Estado),
éste no aportaba más que respuestas muy débiles
y mágicas. Y recordábamos cómo los miembros
del Comité Invisible habían sacado, sobre todo
de Agamben y otros, como Foucault, las innovaciones en apoyo al antimarxismo mal digerido
que, entre otras cosas, los conducen a este impasse. Ahora bien, lo que importa en el momento actual no es tanto que se hayan inspirado en
Agamben, sino que él, de contragolpe, haya reivindicado al Comité Invisible. No se ha limitado
a apoyar incondicionalmente, como era correcto hacerlo, a Julien Coupat y a los militantes de
Tarnac luego de los primeros episodios del asunto sobre los “sabotajes” en cadena en 20086. En
el momento de la presentación en 2009 del libro Contribuciones a la guerra en curso entonces publicado por Tiqqun (nombre anterior del
mencionado comité), en efecto, ha celebrado la
capacidad del colectivo para continuar políticamente a Foucault, anudando lo que él volvía a
ligar todavía mal: las dos cuestiones, del poder
(desconcentrado y diseminado por todas partes),
y del sujeto político (devenido ficción a huir definitivamente). Resultado irremediable: por las
mismas razones, y con los mismos límites, Agamben y Tiqqun concluyen que toda búsqueda de
un “sujeto revolucionario” sobre bases de clase
sigue siendo desde todo punto de vista un grillete obsoleto para una izquierda radical hoy. Y
por lo tanto dejan el terreno libre a una angustia
cruel o a una confusión estratégica, a la vez política y práctica.
En el momento en que el Estado francés encarna a pleno la dinámica de excepción permanente diagnosticada por Agamben, y acaba de
relanzar “l’affaire Tarnac” mandando a Julien
Coupat y dos camaradas suyos al correccional
por “asociación de malhechores en relación con
una empresa terrorista”, la publicación de este
pequeño libro contribuirá a hacer comprender
lo que ocurre en Francia hoy. Pero con la condición de capturar los profundos límites de su modo operatorio: esconder que el giro bonapartista
actual y la “guerra civil permanente” orquestada
por los Estados están orgánicamente correlacionados a las estrategias de la patronal y a las innumerables agresiones contra los trabajadores,
los jóvenes y todos los que no tienen voz ni papeles en el mundo, es dejar peligrosamente el
campo libre para todo tipo de ilusiones. Ilusiones en el término de las cuales ese paradigma de
la “guerra civil mundial” que, en verdad, no tiene ninguna agudeza geopolítica, terminará sirviendo de cortina de humo desmovilizadora, y
de allí, nutriendo a lo que solo puede ayudar a
combatir con la condición de no creer inocentemente en lo que se ha prometido.
Este artículo fue publicado en el sitio francés Révolution Permanente (www.revolutionpermanente.fr). Traducción para IdZ: Rossana
Cortez.
1. “Quand le patronat se met à parler des ‘intellectuels de gauche’, Révolution Permanente, 05/06/15.
2. “Répression et tournant bonapartiste dans la France de Hollande et Valls”, www.ccr4.org.
3. Jean-Patrick Clech, “Le sénat adopte la loi sur le
renseignement”, Révolution Permanente, 09/06/15.
4. Juan Chingo, “Hollande-Valls. Lepénisation accélérée”, 15/06/15.
5. “Enjeux conceptuels et débats stratégiques sur la
révolution à venir: au sujet du dernier essai du Comité Invisible, A nos amis”, 07/01/15, www.ccr4.org. El
Comité Invisible es un grupo de militantes neoautonomistas, influenciados por pensamientos postmarxistas (Deleuze, Foucault, Agamben), pero también
por Spinoza e incluso Blanqui, que publicaron en
2007 un libro que marcó el espacio ideológico de izquierda radical, La insurrección que viene. Su último libro en 2014, A nuestros amigos, extendió su
reflexión en términos de los movimientos de las plazas en 2011 y las revoluciones árabes, afirmando que
si las “insurrecciones” han llegado, la revolución está
todavía en preparación, por lo que llaman a organizarse. En un contexto europeo y francés de crisis del
reformismo y de descomposición avanzada de la extrema izquierda revolucionaria, la claridad de sus argumentos contra el Estado burgués, su énfasis en el
factor subjetivo y la cuestión de la autoorganización,
tienen influencia real en la juventud radicalizada.
6. Se refiere a los 9 activistas que fueron detenidos en
2008 acusados de sabotaje en Tarnac, Francia [N.de T.].
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