Domingo | 17.06.2001 Clarín.com » Edición Domingo 17.06.2001 » Revista Ñ » Experiencia perdida REFLEXIONES DE AGAMBEM Experiencia perdida De Giorgio Agamben Giorgio Agamben (Roma, 1942), profesor de filosofía en la Universidad de Verona, traductor al italiano de las obras de Walter Benjamin, autor, entre otros libros, de los penetrantes Homo sacer (1995) y Lo que queda de Auschwitz (1999), es un pensador agudo, que persigue penetrar en el sentido de nuestra historia para socavar esta inmensa fábrica de miseria en que vivimos. Experimenta la miseria que lo abraza todo y todo lo vacía; nos representa atrapados, condenados al empobrecimiento de la experiencia, con la tarea de sobrevivir, soportándolo y, a la vez, encontrándolo a todo intolerable. Leer a Agamben perturba. Intimamente avergonzados de los hombres: alcanzamos esta convicción luego de sentirnos quebrados, impotentes, caídos y arrasados, refugiados en campos de concentración que van ocupando todo el espacio (ESMA, Auschwitz, campos vacíos por dentro que se van extendiendo por los suburbios). Seguimos sin aprender el sentido y, sin voluntad ni reflexión, quedamos pasivamente detenidos en el partido de fútbol que siguen jugando torturados y torturadores, en el mismo partido que comenzó en un campo de concentración nazi, tal como lo testimonió Primo Levi. Y en esta miseria, miseria que alcanza a la teoría y al pensamiento, un libro (o dos) de Agamben causa taquicardia; parece una película de terror, pero es la mera pesadilla de nuestra sociedad la que va saltando de renglón en renglón. Infancia e historia, un conjunto de ensayos reunidos en 1978, desnuda algunos de los presupuestos sobre los cuales edifica Agamben su demoledora saga teórica. El pilar es frágil y delicado, sutil e inagotable; es Walter Benjamin, es su obra y su estilo de indagación. Sobre él, capa tras capa, se irán, en libros posteriores, montando materiales disímiles, frutos de los testimonios de Primo Levi, la inquietud de Hannah Arendt, la agudeza de Michel Foucault y la lucidez de Guy Debord. Ese pilar originario se conserva y le da coherencia al camino que tomó al pensar la historia. Fue Benjamin, en 1933, quien diagnosticó la pobreza de experiencia de la época moderna. Y Agamben describe los intentos pesados y frustrados por describir una experiencia nítidamente; recuerda el volver a "casa extenuado por un fárrago de acontecimientos —divertidos o tediosos, insólitos o comunes, atroces o placenteros— sin que ninguno de ellos se haya convertido en experiencia." Esto vuelve insoportable la existencia cotidiana; esto hace que la experiencia carezca de correlato en la palabra y en el relato; esto deshace a la experiencia como medio de legitimación de cualquier autoridad. Una cierta filosofía de la pobreza que rechaza a la experiencia es común hallarla entre los jóvenes —y Agamben percibe a la actual toxicomanía de masas desde la perspectiva de esa destrucción de la experiencia; comprende que acaso en el siglo XIX se tuviera la ilusión de efectuar una nueva experiencia; hoy ya sólo se trata de desembarazarse de toda experiencia—, pero "nunca, señala Agamben, se vio sin embargo un espectáculo más repugnante de una generación de adultos que tras haber destruido hasta la última posibilidad de una experiencia auténtica, le reprocha su miseria a una juventud que ya no es capaz de experiencia." Allí va, tras el fondo de esta pobreza. Bucea por las aguas donde nace la ciencia moderna a partir de la desconfianza a la experiencia, la pérdida de su valor, el relegamiento del sujeto de la experiencia y de las impresiones cualitativas. Rastrea en Esquilo el fuerte lazo que unía experiencia y conocimiento (en el coro de la Orestíada, se dice que el aprender se logra a través y después de un padecer). Recorre el proyecto kantiano de unificar al sujeto trascendental con su conciencia empírica y, agotado, llega a los paraísos artificiales: dirá que de Baudelaire en adelante la poesía moderna se funda en una carencia de experiencia. Experimentar, entonces, sería como neutralizar, quitar novedad, restar potencialidad, mientras que el extrañamiento le quitaría experimentabilidad al lugar más común. El trabajo "El príncipe y la rana. El problema del método en Adorno y en Benjamin", cita largamente las críticas de Adorno a Benjamin: "Su método micrológico y fragmentario nunca asimiló del todo la idea de la mediación universal que tanto en Hegel como en Marx fundamenta la totalidad." Acusado de materialismo vulgar, Benjamin tendrá un defensor en Agamben, "pues ha llegado el momento de dejar de identificar la historia con una concepción del tiempo como proceso lineal continuo y por eso mismo comprender que la dialéctica bien puede ser una categoría histórica sin que deba por ello caer en el tiempo lineal." Desde aquí, Benjamin y Agamben serán perseguidores de la unidad entre contenido fáctico y contenido de verdad; entre la experiencia del tiempo y la concepción de la historia. Agamben impulsará un punto de vista radical y originariamente histórico. Una prueba de hasta dónde ha llegado en este proyecto se puede obtener en otro de sus libros, Medios sin fin. Notas sobre la política, donde se unen artículos que analizan la biopolítica (ya que, como advirtió Foucault, "lo que hoy está en juego es la vida"), la suspensión "temporal" del orden jurídico: la excepcionalidad (Benjamin dignosticó: "La tradición de los oprimidos nos enseña que el 'estado de excepción' en que vivimos es la regla."); la materialización de la excepción en el campo de concentración (el campo, zona de indiferencia entre lo público y lo privado, matriz oculta del espacio público en que vivimos, y evidencia cada vez más palpable en las periferias de las grandes ciudades postindustriales, cada vez más parecidas a campos). Como lo percibimos en las fotos de Exodos de Sebastiao Salgado, como ya lo analizara Hannah Arendt en El ocaso del Estado-nación y el fin de los derechos del hombre, Agamben expresa que los refugiados no representan ya casos individuales sino un fenómeno de masas, que rompen el vínculo entre hombre y ciudadano. En este mundo embrutecido hasta el gesto se ha perdido y, analiza Agamben, cómo en el cine registramos esta perdida y tratamos de reapropiarnos de lo perdido.