“¡Es bello para nosotros estar aquí!” “...La pastoral vocacional y la formación deben saber transmitir la belleza del seguimiento, porque el joven debe estar formado para percibir y gustar que es bello, no solamente santo o justo, donarse a Dios y ser todo suyo, alabarlo y celebrarlo, vivir juntos en nombre suyo y anunciar su nombre; es hermoso más que caritativo o heroico, servirlo y descubrir su rostro en los más desposeídos, amar con el corazón del Hijo. Ustedes jóvenes, deben poder testimoniar: “Que el Señor paga bien, que en su servicio se pueden anudar nuevos vínculos de fraternidad, que el donarse al Señor lleva a niveles de gratificación espiritual y humana impensables, que la dolorosa decisión de dejar todo es compensada con la paz, que en otras palabras ser religioso es bello porque Dios es bello, que confiarse en él es confiarse en la plenitud” (Cabra). La belleza es componente fundamental de la vocación consagrada, en consecuencia, la experiencia estética no es opcional en el camino formativo. (…)Por eso, todo en la casa de formación debe expresar la belleza de Dios: la liturgia, la capilla, las celebraciones, el canto, la vida comunitaria en sus varios momentos, de la recreación al trabajo manual; especialmente, si se hace en unión, compartir las fatigas y experiencias apostólicas, hablar de Dios y estudiarlo. Dios es bello y dulce es amarlo. ¡Se debe poder respirar belleza en nuestras comunidades!”. (Amedeo Cencini. I Congreso internacional de jóvenes consagrados, Roma 1997). El lenguaje de la belleza es el más indicado para hablar al hombre y a la mujer de hoy. Bella es una realidad capaz de despertar atracción, de suscitar admiración. También se habla hoy de la “belleza de la vida consagrada”. El Papa señala: “Esta es la belleza de la consagración: es la alegría.” La alegría de llevar a todos la consolación de Dios. ¿Qué tiene hoy de bella y atractiva nuestra vida? ¿Cómo hacer más bella nuestra vida consagrada dominicana como lenguaje intelegible que hable de Dios, que refleje a Jesús? Texto: Flp. 4, 2-9 Oración: Credo de la vida religiosa. (web/form) FRAY ANGÉLICO La vida de Guido di Pietro -Fray Angélico-, nacido en torno al año 1400 cerca de Vicchio (Toscana italiana), se desenvuelve en dos ambientes distintos y complementarios: el conventual y el artístico. Carecemos de documentación sobre sus primeros años y su entorno familiar, y son escasas las noticias que pueden ofrecerse de su primera formación humana, religiosa y artística. En torno a 1417 se adiestra en talleres de Florencia como miniaturista y pintor, y se incorpora como un miembro más a la «Compañía de San Nicolás» en la Iglesia del Carmen. Atraído por la predicación del beato Juan Dominici, ingresa en 1420 —junto con su hermano Benedetto— en la Orden dominicana, en el nuevo convento de S. Domingo, Fiésole, en la periferia de Florencia. Se somete a la vida de observancia regular en ese convento que enarbola el humanismo cristiano frente a la cultura paganizante del renacimiento florentino. Al ser recibido a la profesión religiosa, Guido cambia su nombre por el de Fray Giovanni di san Domenico, e inicia su carrera sacerdotal. Alterna la vida de observancia regular y de estudio con su innata vocación artística, y crea el taller y estudio de arte. Durante este período fiesolano (1425-1438) pinta las tablas de la «Anunciación» (Museo del Prado) y la «Coronación» (Museo de Louvre) para los altares laterales de la iglesia del convento. Recibe ofertas para pintar tablas destinadas a organismos e iglesias florentinas y a la iglesia de S. Domingo de Cortona.333 Se incorpora a la nueva comunidad dominicana de San Marcos de Florencia. Su prior y maestro es San Antonino de Florencia, insigne moralista y profesor, cuya Suma de Moral le brinda el marco doctrinal (junto a la Suma de Santo Tomás) de su magisterio teológico-artístico. Este segundo período florentino es el más fecundo. Lleva a cabo la ejecución de los célebres frescos del «Claustro», «Sala Capitular», «Pasillos» y «Celdas» de San Marcos. Llevó a cabo el famoso Crucifijo del Capítulo, y la Anunciación a la entrada del dormitorio. En la inscripción que figuraba al pie se invitaba a los frailes a no pasar de largo sin recitar el Avemaría. Continuó su obra infatigable decorando las humildes celdas –cuarenta y tres en total-, en que, al lado de diferentes misterios de la vida del Señor, situó a Santo Domingo en actitud contemplativa. Todo un reto para los moradores de aquella casa de observancia. En la mayoría de los frescos que pintó en las celdas conventuales están las tres figuras que las Constituciones de la Orden ordenaban que tuviera a la vista cada dominico: Jesucristo, la Sma. Virgen y Sto. Domingo. Comienza su período artístico en Roma en 1445. El Papa Eugenio IV lo llama para que se haga cargo de la decoración muralista de la Capilla, hoy desaparecida, del Smo. Sacramento en la basílica de S. Pedro. Es la fecha en que, vacante la sede de Florencia, le proponen nombrarle arzobispo, cargo que declina a favor de S. Antonino. Pinta los frescos de la «Capilla de San Brizio» en la catedral de Orvieto. De vuelta a Roma, en 1447, comenzó la decoración de la capilla de S. Esteban y S. Lorenzo en los palacios Vaticanos. Decoró también el estudio del papa, que será destruido. Regresa a Fiésole y lo eligen prior del convento en 1450. Tres años después vuelve a Roma, al convento de Minerva, llamado por el cardenal Torquemada para decorar el claustro. En ese convento fallece el 18 de febrero de 1455. Juan Pablo II le concede en 1982 el culto litúrgico con el título de Beato, patrono de las Artes y los pintores. Su perfil espiritual Fray Angélico, como buen hijo de Santo Domingo, cultivó la vida contemplativa y ayudó a sus hermanos a que la cultivaran. La experiencia de oración de fray Juan era intensa. Antes de comenzar a pintar oraba ante el Señor, pero iba más allá y su mismo trabajo constituía para él una fuente de contemplación. Alcanzó un alto grado de intimidad con Dios, hasta tal punto que sus contemporáneos le vieron en más de una ocasión emocionarse y derramar lágrimas ante un Cristo crucificado. Quiso compartir esa misma experiencia con sus hermanos de comunidad y por eso decoró las celdas de su convento de San Marcos de Florencia con escenas del evangelio para que en el silencio de la habitación pudieran contemplar y meditar los misterios de la salvación. Fray Angélico fue, ante todo, un predicador y un teólogo en la Iglesia, no desde el púlpito o la cátedra, sino desde o con las imágenes visivas, espléndidas formas inspiradas por la fascinante belleza de las Imágenes de Dios, es decir, el misterio de Cristo y sus discípulos. Su pintura fue ciertamente cristocéntrica; sabía muy bien que el protagonista principal de todos los misterios es Cristo. Lo contempla presente en la Anunciación, es Él quien corona a María, tiene su trono en el regazo de la Madre; bien se puede afirmar que Cristo es el alma de los cuadros de Fr. Angélico, hasta el punto de hallarse en ellos un verdadero tratado de teología. Contemplaba a Cristo a través de la narración evangélica, hecha vida en su persona, y lo veía también muy presente en sus hermanos los hombres, particularmente en los santos y en los pobres. La entrega de los “tesoros de la Iglesia” a los necesitados: madres con sus niños en brazos, lisiados, ciegos, niños, jóvenes y ancianos, es toda una manifestación de sensibilidad humana enaltecida por el amor cristiano. Después de Cristo y de María, su gran maestro en el itinerario espiritual fue, sin duda, Sto. Domingo. Lo trae con mucha frecuencia a sus cuadros, con los atributos tradicionales de la iconografía: la estrella en la frente, el libro, el lirio. Reproduce prácticamente los clásicos “modos de orar”, coloca a su santo fundador al lado del trono de María, junto a los apóstoles –de cuya misión se sintió partícipe-, en sus retablos, en segundo plano, contemplando los misterios: Anunciación, Resurrección, Ascensión; abrazado a la Cruz, de rodillas en el Calvario. “Lo plasma sereno, apacible, tranquilo, de alma transparente, delicado, atrayente y espiritual” (D. Iturgaiz, OP). La Palabra de Dios puede ser proclamada a viva voz desde los púlpitos, desde las cátedras de las universidades o por medio de libros, y en casos particulares, con el lenguaje del arte. La predicación del Beato Angélico no se percibe con el oído, sino con la vista. La sugestión de sus imágenes, es decir, de su lenguaje es tal que, hasta quien no conoce la historia sagrada o no reconoce el tema representado o no tiene fe, cuando observa atentamente sus obras descubre algo que conmueve profundamente el espíritu. Nos ha dejado numerosas «homilías» que siguen conmoviendo almas y corazones aún hoy. Ante el Papa, en la Capilla Nicolina, plasmó todo un tratado de Eclesiología recordando al Pontífice cuál es su misión: el servicio, la caridad, el anuncio del Evangelio y la entrega incluso hasta el martirio. Ante los fieles predicó la grandeza de la Encarnación; el amor de Dios por la humanidad; el gozo de la resurrección. El Bto. Angélico fue declarado patrono de los artistas porque nadie mejor que él supo utilizar el lenguaje de la belleza para hablar de la belleza de la obra de Dios. Un lenguaje que en nuestros días puede ser más eficaz que nunca: «Este mundo en que vivimos tiene necesidad de la belleza para no caer en la desesperanza. La belleza, como la verdad, pone alegría en el corazón de los hombres; es el fruto precioso que resiste la usura del tiempo, que une las generaciones y las hace comunicarse en la admiración. Y todo ello está en vuestras manos». (Mensaje a los artistas, Pablo VI). (Fuentes: web dominicos.org; P. Vito Gómez/ Nuevo Año cristiano 2; Homilías del B. Angélico, Venturino Alce, OP) Leemos en Laudato Si: “Prestar atención a la belleza y amarla nos ayuda a salir del pragmatismo utilitarista. Cuando alguien no aprende a detenerse para percibir y valorar lo bello, no es extraño que todo se convierta para él en objeto de uso y abuso inescrupuloso” (n. 215) . Podemos contemplar algunas conocidas pinturas de Fr. Angélico, en el power disponible en la web de la Congregación/Formación/Est. Congregacional. Compartimos lo que estas imágenes suscitan en nosotras. También podemos compartir nuestra experiencia personal de: la belleza como mediación para el encuentro con Dios.