44 La Interpretación Constitucional Que la regla que acabamos de enunciar y que rige la ponderación no plantea problemas se pone de mani¿esto en que es constantemente recordada por los tribunales constitucionales, y desde luego también por el espaxol. Vid. por todas, STC 210/1991, de 11 de noviembre, FJ 5o: “La selección de normas aplicables a un supuesto controvertido y su interpretación es competencia exclusiva de los jueces y Tribunales ordinarios, sin que sea competencia del Tribunal constitucional (...) la revisión de los criterios interpretativos. (...) E igualmente este Tribunal ha insistido en que el derecho a la tutela judicial efectiva no incluye el derecho al acierto judicial, no quedando, por tanto, comprendidos en aquél la reparación o recti¿cación de errores, equivocaciones o incorrecciones jurídicas o, en de¿nitiva, injusticias producidas por la interpretación o aplicación judicial de las normas´. Y sin embargo el propio Tribunal que recuerda la regla la violenta profusamente entrando a ponderar; estableciendo, en de¿nitiva, cuál es la óptima interpretación de la ley en el caso concreto e invadiendo así competencias del juez ordinario. La verdad es que esta invasión de competencias parece comprensible (o al menos difícil de evitar) si se consideran las características del amparo. El amparo consiste en revisar la constitucionalidad de una decisión judicial. Aunque en línea teórica esa revisión ha de hacerse con total independencia de los hechos que dieron lugar a la misma, en la práctica esa abstracción de hechos parece imposible, pues resulta ciertamente difícil evaluar la constitucionalidad de una decisión prescindiendo del conocimiento de los hechos o conductas que dieron lugar a ella. Pero -repárese- al conocer de los hechos que con¿guran el caso concreto, el juez constitucional, inevitablemente, tiende a ponderar él mismo; es decir, tiende a establecer la óptima interpretación de la ley para el caso concreto. Y es que parece en verdad difícil que quien está llamado a custodiar la interpretación constitucional de las leyes no traspase esa frontera y termine custodiando la “mejor´ interpretación de entre varias posibles, todas constitucionales. Por lo demás, que el respeto de esas fronteras entre juicio de constitucionalidad y juicio de legalidad resulta comprometido lo ponen de relieve los numerosos votos particulares que reprochan a la mayoría haber sobrepasado el límite del juicio de constitucionalidad, revisando la aplicación del derecho ordinario o incluso la misma valoración de la prueba. Por ejemplo, en STC 85/1992, de 8 de junio, el TC rompe la frágil barrera que separa la justicia constitucional de la ordinaria al considerar que la conducta de un periodista que reiteradamente cali¿có de “liliputiense´ y “nixo de primera comunión´ a un concejal constituía solamente una “vejación injusta de carácter leve´, en contra de lo que había determinado la sentencia recurrida, para la que dicha conducta constituía un delito de injurias. El TC no enjuició los hechos, pero sí ponderó, es decir, revisó “la cali¿cación jurídico-penal de los mismos y, consiguientemente, la aplicación de la pena correspondiente tal y como había sido realizada por los WULEXQDOHVRUGLQDULRV´FRQORFXDOVHDEDQGRQDHOself- restrint que debe presidir la justicia de amparo (Voto particular del magistrado A.Rodríguez Bereijo). En suma, el amparo contra resoluciones judiciales, por más que se con¿gure como un especialísimo recurso ante una jurisdicción constitucional separada y distinta de la ordinaria,