Sobre responder y reaccionar Lic. Vivian Saade Esta semana recibí un correo electrónico firmado por una persona desconocida, de nombre Pedro Pablo Martínez, que empezaba así: Hace no muchos años me encontraba en una situación de mucha presión y, para colmo de males, tenía que entregar un trabajo urgente, de esos que te encargan para antier. Menos mal que tuve tiempo de comentarle a una amiga que vive instalada en la frontera entre el país de las maravillas y “hakunah matatah”, que el tema era interesante y me daban ganas de disfrutarlo, de saborearlo palabra por palabra. Su respuesta, como siempre, parecía extraída de los libros de la Alicia de Lewis Carrol: “¿Y por qué no lo haces? No importa que no esté listo para mañana. Lo entregas pasado mañana. Lo importante siempre es otra cosa”. Así que colgué el teléfono y, tranquilamente, gocé cada una de las letras, una por una. Lo sorprendente fue que el trabajo estuvo a tiempo y lo disfruté tanto como mis primeros escritos de adolescente tirado en el pasto del Parque Hundido. Entonces percibí que lo que en ocasiones hacía pesado mi trabajo no era la cantidad o la dificultad, sino la actitud que me atrapaba… A pesar de no conocer su historia, trabajo o aficiones; esta anécdota me movió y me hizo reflexionar sobre cómo la actitud que tomamos en diferentes momentos de nuestra vida determina no sólo la manera en que podemos gozarlos, sino también el provecho que podemos sacar de cada uno. Pedro comenta que en su adolescencia disfrutaba realizar sus escritos. ¿Qué es lo que nos pasa en el camino?, ¿en qué momento nuestras actividades dejan de ser satisfactorias? Tanto en el ámbito de mi labor educativa como en el de mi vida personal he conocido una infinidad de padres abrumados por la relación que mantienen con sus hijos; padres que prefieren no hablar con ellos para evitar caer en provocaciones, peleas y enojos, o que incluso deciden mandarlos fuera de la ciudad para que “maduren” un poco. Sin embargo, cuando me platican sobre los mismos hijos en su infancia, los ojos se iluminan y las sonrisas afloran. Mientras los hijos son pequeños, los padres generalmente son su centro de atención: les hacen caso, los admiran y obedecen, sin embargo, conforme van creciendo y encontrando su individualidad, los choques entre ambos se agudizan. Es así, tal vez, que los padres sin darse cuenta van cambiando su actitud y ven problemas en donde realmente hay nuevas circunstancias. 1 En ocasiones se confunde el sentimiento (emociones) con la acción (respuesta): sentir presión, enojo, tristeza o incertidumbre, así como ánimo, euforia o expectativa es algo natural; es la respuesta de nuestro cuerpo-mente hacia determinadas situaciones. Existe una gran diferencia entre responder y reaccionar ante un problema, situación incómoda o agresión externa. Podemos “reaccionar” dejando que las circunstancias determinen nuestro comportamiento, que generalmente resulta impulsivo o irreflexivo; o podemos “responder” prestando atención, haciéndonos responsables de nuestras decisiones y consecuencias. Cuando alguien o algo toca un punto débil, explotamos. Cuando esto pasa no somos capaces de evaluar la situación y decidir la mejor manera de reaccionar. Algunas emociones son tan fuertes que determinan nuestras acciones antes de tranquilizarnos lo suficiente para pensar en lo que sería adecuado. Cuando actuamos por el impulso de nuestras emociones, cometemos errores que a veces son difíciles de remediar. Herimos a los demás y a nosotros mismos. Por eso es importante darnos tiempo para reflexionar antes de responder: responder a la vida, a los contratiempos, a las presiones y especialmente al día a día familiar en el que, sin darnos cuenta, podemos perder momentos mágicos por sobrevalorar conflictos o agobios. 2