ilagro Eucarístico de SANTA MARÍA EGIPCIA EGIPTO, SIGLO VI Este Milagro Eucarístico está ligado a la figura de Santa María Egipcia, quien vivió en el desierto por 47 años. Las noticias acerca de su vida fueron escritas por el Obispo de Jerusalén, Sofronio, en el siglo VI dC. Santa María Egipcia caminó sobre el río Jordán para poder alcanzar la orilla opuesta donde le esperaba el Monje Zósimo con la Eucaristía. Marcantonio Franceschini, La última Comunión de Santa Maria Egpcia (1690) El río Jordán Emile Nolde, Muerte en el Desierto S abemos que Santa María Egipcia, a la edad de 12 años, abandonó a sus padres para ir a Alejandría. Allí vivió una vida disoluta durante 17 años, hasta que un día vio que una nave zarpaba con un equipaje inusual. Preguntó quiénes eran y a dónde se dirigían. Le respondieron que eran peregrinos que iban a Jerusalén para la fiesta de la Exaltación de la Cruz. Ella también se embarcó. Llegados al destino; siendo el día de la ceremonia, se encontró ante las puertas del templo, pero no podía entrar porque sintió que una fuerza misteriosa se lo impedía. Llena de temor, alzó los ojos hacia una imagen de la Santa Virgen. En ese momento, sintió un gran arrepentimiento por la vida de pecado que había llevado; sólo entonces, pudo entrar en la iglesia para adorar el sagrado leño de la Cruz. Sin embargo, © 2006, Edizioni San Clemente Santa María Egipcia, colección del Museo Diocesano de Milán no permaneció allí por mucho tiempo. “Si tú pasas el Jordán, encontrarás paz”, le había dicho la Virgen. Al día siguiente, luego de la confesión y la comunión, María Egipcia pasó el río, donde se extendía el desierto de Arabia. Desde entonces, vivió por 47 años en el desierto, en total soledad, sin encontrar ni hombres ni animales. Sus carnes se habían secado, los cabellos eran blanquísimos y largos; pero según la promesa de la Virgen, había encontrado en el desierto inhóspito la paz para su alma. Un día encontró al monje Zósimo a quien pidió que regresara luego de un año con los Sacramentos. Cumplido el tiempo, Zósimo llevó la prometida Eucaristía a las orillas del Jordán. Viendo que la mujer se retrasaba, Zósimo elevó con gran dolor los ojos al cielo y rezó: “Señor, mi Dios, rey y creador de todo, no me defraudes en mi desierto, sino mas bien, concédeme que yo pueda ver aún esta santísima sierva tuya”. Luego, dijo entre sí: “¿qué haré si ella viene ahora, ya que no hay ninguna embarcación para atravesar el río? Pobre de mí, viviré la desilusión en este desierto”. Mientras pensaba así, apareció María en la otra parte del río. Zósimo se alegró inmensamente y alabó a Dios. De pronto, vio que la mujer hacía el signo de la cruz sobre el agua del río y luego caminaba sobre él como si fuera tierra firme. Pasaron otros 12 meses y Zósimo partió nuevamente hacia el desierto; pero esta vez encontró sólo el cadáver resecado de la Santa penitente. Un león lo ayudó con sus garras a cavar la fosa para sepultar los restos.