LA TRAGEDIA DE LA INMIGRACIÓN CLANDESTINA EN EUROPA Ramón Lavín. Periodista. Corresponsal en Bruselas Los mas de 200-300 inmigrantes clandestinos recientemente fallecidos en las costas de Lampedusa (Italia) han vuelto a poner sobre la conciencia de los europeos la tragedia de los clandestinos, que regularmente, mucho más a menudo de lo que se querría, intentan desesperadamente llegar a las fronteras de la Unión Europea (UE) y de rebote llena espacio en los medios de comunicación de sus Estados miembros. A pesar de la crisis que sufren los países europeos, el exhibicionismo de su riqueza es una llamada poderosa a todos los desesperados de los alrededores y sobre todo del continente africano. Ahora el drama está en Lampedusa. Según las autoridades italianas, en lo que va de año han llegado ya más de 20.000 inmigrantes clandestinos, tres veces más que en 2012, “lo que exige una solución a nivel europeo”, decía el primer ministro italiano, Enrico Letta, que se encuentra como abandonado por sus socios europeos. Pero no hay que olvidar que no hace muchos años, esta tragedia llegaba por las costas occidentales de África. Los cayucos inundaban las playas de las Islas Canarias, para desesperación entonces de las autoridades españolas. Y años antes eran decenas de miles de refugiados procedentes de los países de los Balcanes, los que trataban de huir de la tragedia de la guerra y llegaban a Alemania y países nórdicos sobre todo. Siempre en esas ocasiones, los países no afectados parecían no interesarse por nada. España se sentía indefensa ante esas oleadas de inmigrantes que nadie quería ver, ni deseaba acoger, lo mismo que antes había sufrido Alemania y ahora, aunque no es una novedad, le ocurre a Italia. España se lamentaba, como Alemania, Italia, Grecia también en algún momento, argumentando que las fronteras no son suyas, son de la UE y por lo tanto de todos. La entrada en vigor del Tratado de Schengen, que suprimía las fronteras interiores de la UE, transformó las fronteras exteriores en la frontera de la UE, pero dejó a los países más débiles, lo socios del flanco sur, España, Italia, Malta, Grecia y Chipre, con la responsabilidad del control de esas fronteras. Por ahí llegan masas humanas de pobres desesperados de la zona subsahariana, de la costa occidental de África, del cuerno de África, Somalia, Eritrea, del norte del continente, huyendo de las revoluciones de la primavera árabe, así como del subcontinente asiático que pasan a través de los países musulmanes de los Balcanes, cuyas cifras de inmigrantes no se conocen pero que pueden ser muy superiores a las de África. El acuerdo europeo de Dublín de 2003, encomienda a los países fronterizos el control del paso de los clandestinos, a cambio de una ayuda europea, que estos países consideran insuficiente, por lo que los países del sur de la UE reclaman una revisión de esos acuerdos. Los países del norte lo han rechazado inmediatamente. “Dublín no va a modificarse”, respondió el ministro del Interior alemán, Hans-Peter Friedrich, arropado por sus colegas danés y sueco. “La UE tiene todos los instrumentos necesarios para enfrentarse a esta llegada de inmigrantes” decía el danés, Morten Bodskov. “Los demás países deben hacer como Alemania y Suecia” decía el ministro sueco, Tobias Billström. Quizás tengan razón. Según datos de Eurostat, la Oficina de Estadística de la UE, son sobre todo los países del norte los que acogen la gran mayoría de demandas de asilo. En 2012, presentaron sus demandas, unos 330.000 clandestinos, de los que 77.500 se dirigieron a Alemania, 60.000 a Francia, 44.000 a Suecia, 28.000 entre Reino Unido y Bélgica, lo que significa alrededor del 65% del total. Pero estos países tienen mejores y más recursos para enfrentarse a este problema. La UE acusa una falta de coordinación flagrante en su política de inmigración, pues aunque existen algunos acuerdos generales, a la hora de la verdad, cada uno trata de hacer frente a sus propios problemas interiores, sin preocuparse nada de sus vecinos. Para tratar de mejorar la cooperación entre los Estados de la UE en la gestión de las fronteras exteriores, se creó en 2004, la Agencia europea para la gestión de la cooperación operativa en las fronteras exteriores, FRONTEX, que coordina la formación de los guardias de fronteras y ayuda a esos países en caso de situaciones de emergencia, que la realidad ha demostrado ineficaz. Más tarde, en 2008, los Estados de la UE adoptan un Pacto europeo para la inmigración y el asilo, que prevé la armonización de las políticas de inmigración y asilo en la UE, sin tampoco mejores resultados. España ha logrado frenar la corriente migratoria del África occidental, gracias a una doble política con esos países. En primer lugar apoyando a las autoridades nacionales en la misión de control de la salida de los clandestinos, con ayudas en efectivo y con medios humanos. Al mismo tiempo ha tratado de desarrollar la economía de esas zonas costeras, con gran satisfacción para las autoridades africanas, que de esta manera mejoran su situación frenando el flujo de inmigrantes. De todas maneras la situación del continente africano a pesar de algunas mejoras, es de un tal dramatismo que la presión migratoria no puede más que crecer en un futuro inmediato. A la situación propia del continente, donde la corrupción se extiende por todos los lados, junto a la depravación de sus dirigentes, la desidia y el abandono, a lo que se ha añadido en los últimos años el fracaso de la revolución de la primavera árabe, en búsqueda de la democracia de los países musulmanes, y que no ha hecho más que añadir más confusión a la situación reinante. Todo esto no prefigura ningún futuro halagüeño para los años venideros. Mientras la miseria y el hambre reinen en los países de los alrededores es evidente que sus moradores soñarán con un mundo mejor, que al fin y al cabo está delante de sus ojos, aunque su aventura pueda concluir en tragedia.