virtud y felicidad

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El universo ético de Aristóteles:
virtud y felicidad
Aristotle’s ethical universe:
Profesional en Filosofía. Universidad Nacional de Colombia
Candidata a la Maestría en Filosofía Pontificia Universidad Javeriana
Docente del Centro Cultural Paideia
pita.paola@gmail.com
Recepción: 3 de Junio de 2008
Aprobación: 16 de Septiembre de 2008
virtue and happiness
ABSTRACT
The Greek universe has provided us with numberless
goods; among them we find the deep ethical and political
considerations of some of the most acknowledged thinkers
who, even today, are still the focus of exhaustive analysis
and reconsiderations. In this context, it is important to point
out that the notions that Old Greece dealt with in relation
to citizenship, common good, happiness, ethics, were just
a matter of fundamental nature not only in terms of “good
living” principles, but as essential elements of the role any
man developed in the polis, Greek the City-State. Taking into
account these facts, I will try to approach the aforementioned
notions which, specifically seen from Aristotle’s ethical
considerations in his text Nicomachean Ethics, shows us the
importance of the ethical matter in the political context and,
from there, make a correlation with elements that are fading in
our current ethical-political context.
Key words
Aristotle, common good, citizenship, nicomachean
ethics, happiness, politics.
Resumen
El universo griego nos ha legado infinidad de bienes,
entre ellos se encuentran las profundas consideraciones que
sobre la ética y la política ocuparon a sus pensadores más
célebres, y que hoy son fruto todavía de exhaustivos análisis
y reconsideraciones. Es importante señalar en este contexto
que las nociones que en Grecia antigua se manejaban sobre
ciudadanía, bien común, felicidad, ética, eran una cuestión
de naturaleza fundamental como principios no sólo del ‘buen
vivir’, sino como elementos esenciales en el papel que todo
hombre desarrollaba en la polis, la ciudad - Estado griega.
Dados estos hechos, trataré de acercarme a las nociones
mencionadas anteriormente, que, vistas específicamente
desde la consideración ética de Aristóteles en su texto
Ética a Nicómaco, nos da luces sobre la importancia de la
problemática ética en el contexto político, y desde ahí, lograr
hacer una correlación con elementos que muchas veces se
ven desdibujados en nuestro actual contexto ético-político.
Palabras Clave
Aristóteles, bien común, ciudadanía, ética a Nicómaco,
felicidad, política.
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Una de las primeras consideraciones que Aristóteles
menciona en su Ética a Nicómaco, dentro del gran trabajo que
hace sobre este tema en otros dos textos, la Ética Eudemia
y la Gran Ética; es la referente al fin –télos- al que todas las
cosas se inclinan, y que él enuncia como ‘el bien es aquello
hacia lo que todas las cosas tienden’ (EN, 1094a2-3). Estas
palabras nos sugieren una directriz clara del pensamiento del
filósofo de Estagira, y es el hecho de considerar que todas
las cosas tienen una finalidad, y que esta finalidad implica
una postura ética la cual está ligada al bienestar común,
a la consecución de un bien, y en el caso de la ciudad, la
ciencia política propenderá a constituir, dentro de otras
ciencias auxiliares, el bien del hombre. Pero determinemos
qué entiende nuestro filósofo por bien, política y ética.
1
Según el análisis de Emilio
Lledó Iñigo en su introducción
a la Ética a Nicómaco, p. 50. Ed.
Gredos, Madrid, 1993. La última
parte es una cita de Política, I, 2,
1253ª-10.
En el mundo griego está presente la idea de la
‘construcción del hombre’; un proceso largo pero
fructífero gracias a la combinación de una buena
disposición natural y una adecuada paideia o
educación. Al hacer uso de la ética, se explica por
qué Aristóteles va a desglosar varios elementos
fundamentales en un esfuerzo por buscar una ‘filosofía
práctica’ que permita el desarrollo de una praxis moral
en el hombre, la cual desarrolla e interroga la esencia
del lógos – razón – parte constitutiva de aquél.1
Esta ‘filosofía práctica’ sólo es posible en la vida en
comunidad, que aunque se formó “en un principio por las
necesidades de la vida, (…) existe para vivir bien” (Pol. I, 2,
1252b 28-30). El hecho de que Aristóteles nos mencione este
‘vivir bien’ refleja el alto ideal que la convivencia social tiene para
él, y que es un fundamento de la vida social propia del género
humano, fundamentada en el lógos – razón –. Para nuestro
filósofo va a ser fundamental establecer la meta de la política,
en la medida en que rige la ciudad, hará bien a los ciudadanos
que ésta tenga determinado su fin, pero también, será crucial
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establecer el bien supremo de entre los muchos posibles (EN,
I, 1095ª- 15-16); pues la correlación bien – felicidad, va a ser
determinante en su planteamiento en esta Ética.
Para Aristóteles la práctica va a ser un rasgo
fundamental para la consolidación del mejor bien, la felicidad,
y aunque para muchos hombres el bien que buscan se
asimila a la riqueza, el poder u otro ‘bien externo’ similar,
en la propuesta aristotélica va a corresponder el ‘vivir bien
’con lo que denomina ‘bienes internos’. El mismo término
‘bien’ no es de fácil aclaración, pues hay que recordar que
para el Estagirita la precisión lingüística es fundamental para
determinar con claridad a qué se refiere un término – es por
ello que se le atribuye a Aristóteles ser precursor de la lógica.
Así, nos dice, la palabra ‘bien’ se emplea en diversos sentidos
(Pol. I, 6, 1095b24). Esto determina que un bien se puede
atribuir tanto a una adquisición propia de una disciplina, por
ejemplo, de la medicina, la salud; como de una actividad, en
el caso del fin en sí mismo, el más valioso frente a todos, será
por tanto perfecto, y así en esa medida será el más preferible
para elegir en la vida humana: la felicidad. Cuando es posible
lograr la felicidad, no hay mayor bien que éste, pues hace
‘deseable la vida’ (EN. I, 1097b 14). La felicidad que enuncia
Aristóteles es aquella perfección que caracteriza el bien más
completo, y que incluso es más plena cuando va acompañada
de otros bienes.
Aristóteles nos presenta la configuración primordial del
hombre, según su opinión: éste tiene como bien una
actividad -enérgeia- propia de su alma y que está de
acuerdo con la virtud, y entre más continuo sea el ejercicio
de la virtud, mejor será el género de vida del hombre.
Pero llevada esta práctica al ámbito de la ciudad,
si los legisladores de ésta garantizan que los ciudadanos
adquieran ciertos hábitos, los hacen buenos, y la ciudad
tiende así a ser la mejor, en la práctica y observancia de
estos comportamientos loables. La felicidad entonces, está
enlazada con aquél vivir bien que implica una buena praxis, un
obrar recto, y aquéllos que obran de acuerdo a esto, ‘alcanzan
las cosas buenas y hermosas’ (EN 1099ª 8). Hay que recordar
que dentro de la concepción ética que vislumbramos aquí
no es ajeno nuestro filósofo a elementos de la teoría de su
maestro Platón, pero también estos conceptos de lo bueno
y lo bello están profundamente enraizados en la concepción
griega que caracteriza la existencia como bella – sin negar
que es posible la desgracia, el dolor, la deshonra – y que en el
ámbito cultural griego hace aparición en la literatura trágica,
en el arte escultórico, en la capacidad de poder disfrutar de la
abundancia de la existencia, como diría Friedrich Nietzsche.
Así, volviendo al tema del actuar virtuoso, nos dice el
Estagirita que ‘las cosas agradables por naturaleza agradan
a los que aman las cosas nobles’ (1099ª 15), de forma que
la buena disposición que logra aquél hombre que elige vivir
bien de acuerdo con la virtud y disfrutando de la felicidad, le
permitirá que le agrade lo bueno, lo noble, lo digno; pues se
ha formado su alma en el hábito de estar en contacto con este
tipo de bienes, y este género de vida ya de por sí es placentero,
por lo que no necesita nada más aquél que obre de esta
manera pues encuentra plenitud en su existencia. Imaginemos
un momento qué efecto tendrían este tipo de consideraciones
éticas dentro del contexto de nuestra sociedad, la cual,
supongamos, teniendo la idea de implantar como política de
Estado el ‘vivir bien’, ‘actuar bien’, no por miedo al castigo
de hacer lo contrario, sino como oportunidad para lograr la
estabilidad de su gente. Este cambio implicaría un total giro en
la perspectiva adoptada comúnmente, donde el hecho de ir
tras la felicidad, de actuar de acuerdo a lo bueno, de ejercitar
la virtud lo más posible, permitiría salvar al Estado del egoísmo,
los vicios que trae la excesiva posesión de dinero, etc.; además
le daría a cada ciudadano la oportunidad de disfrutar realmente
de sí mismo al encontrar en su actuar virtuoso, que tiene a la
felicidad como guía, equilibrio en su diario vivir.
De aquí deducimos que Aristóteles enfatiza en la
conducta humana la posibilidad de poder determinarse
en torno a un fin supremo, y que en la medida en que
se garantice su continuidad y permanencia gracias al
hábito, permitirá que el hombre obtenga ‘el más divino
de los bienes’ (EN 1099b 19).
Aristóteles determina que la política es aquella ciencia
que forma a los ciudadanos, y por tanto, ha de conducirlos
hacia cierta cualidad específica, que los hará ‘buenos y
capaces de acciones nobles (EN 1099 b32), lo cual los
conducirá a ‘vivir bien’, condición inherente a la felicidad
-eudaimonía- ; y por tanto, es propio del ser social del hombre,
de su capacidad de formar una comunidad política. Por eso el
calificativo de ‘feliz’ no puede aplicarse a otra especie distinta
a la humana. La felicidad tiene como requisito, nos dice, una
virtud perfecta y una vida entera (1100ª 4), sin demasiados
sobresaltos, aunque el obrar rectamente y con virtud hace que
la felicidad no dependa de sucesos externos, para Aristóteles
sí es preferible una vida que no tenga demasiado sufrimiento
y pesar. Pero aún cuando haya muchos altibajos en la vida
de un hombre, si obra de acuerdo a la virtud, su accionar
será firme; por lo que habrá de soportar “… las vicisitudes
de la vida lo más noblemente y con moderación en toda
circunstancia…” (EN 1100b 21-23). Entonces, el soportar con
‘nobleza y magnanimidad’ los sinsabores de una vida turbada
no sólo es algo loable, sino digno de alguien que se ejercita
en torno a la consecución de la felicidad.
En cuanto al alma, Aristóteles menciona que es ella
la que ‘se activa’, se moviliza en torno al mejor bien,
por lo que la felicidad es plenamente una actividad
del alma. Entonces el político, para poder guiar a
sus ciudadanos en torno a la felicidad, ha de tener
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conocimiento del alma, así como el médico conoce el
cuerpo y así ha de procurar su cura y bienestar. Así, el
alma humana está caracterizada por una parte racional,
y otra irracional. La parte racional guía al hombre
hacia lo mejor, así como la parte no racional lucha y se
resiste al gobierno de la razón (EN 1102b17-18).
De manera similar, la virtud se divide en dos: en
virtudes éticas y en dianoéticas. En el primer conjunto se
reúnen la liberalidad –poder de decisión- y la moderación, y
en el segundo están presentes la sabiduría, la inteligencia y la
prudencia. Todas estas virtudes son para Aristóteles ‘modos
de ser elogiables’, lo cual hace eco del encomio, o alabanza,
práctica propia de la ética guerrera, presente en Homero, y
propia de los hombres más excelentes, sobresalientes por su
– areté- (excelencia, virtud).
¿Pero cómo surgen las virtudes? Aristóteles aclara
que las virtudes dianoéticas ‘se originan y crecen…por
la enseñanza’ específicamente (1103ª17); y las éticas,
entrañan el hábito, la costumbre. Pero si bien están dadas
disposiciones naturales en cada individuo, para nuestro
filósofo siempre es posible que el hombre, acostumbrándose
a actuar de acuerdo con la virtud, pueda ser el mejor posible.
De ahí sugiere que el mejor régimen, y el mejor legislador,
será aquél capaz de modificar los hábitos de sus ciudadanos
en torno a la excelencia.
Es entonces cuando la educación hace su aparición
como el medio por el cual se ejercitan estas virtudes
desde la juventud, y sólo mediante ella se puede
entonces guiar al hombre en la modificación de su
accionar. De ahí que nos mencione que la investigación
en torno a la virtud se pone en marcha para ser bueno,
es decir, para tener claridad y saber cómo actuar mejor,
de lo contrario el saber sin acción en el ámbito ético no
tiene para Aristóteles razón de ser (EN 1103b- 28).
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Y en el caso de las acciones, el Estagirita nos enfatiza
el hecho de que ante las acciones extremas que puede
el hombre elegir, como disfrutar de todos los placeres,
o al contrario, abstenerse de todo; es la moderación la
que puede conservarse en la acción gracias a que busca
el término medio. El dolor y el placer son entonces,
correlatos necesarios de la virtud moral, por su relación
con el bien y el mal. Pero en la medida en que sabemos
manejarnos en torno a ellos, logrando la moderación,
sopesando nuestras acciones y apetitos en una justa
medida; el equilibrio del término medio, gracias también
a una buena educación, nos conducirá por la senda de la
virtud admitiendo también la necesidad de seguir bajo la
guía de una razón ecuánime.
Hasta aquí se han presentado rasgos básicos del
planteamiento aristotélico sobre la virtud, sobre la ética, y
su importancia en la vida humana en pos de lo excelente, la
actividad en torno a la virtud, la felicidad- o eudaimonía-. Pero
dados estos esbozos estructurales de la teoría aristotélica vale
la pena preguntarse ¿qué constituye más valioso para nuestro
contexto ético político en el planteamiento aristotélico?,
¿acaso la consideración sobre la inclinación hacia un fin, y
el bien mejor que plantea?, ¿o acaso el hecho de establecer
como el mejor modo de vida el que siempre ha de regirse
por una recta razón, que encontrará el equilibrio en el justo
medio y que permitirá al alma buscar para sí lo más excelente,
en cuanto esto es lo perfecto? ¿qué le hace falta a la ética
que maneja la sociedad colombiana para que encuentre en
algún momento el equilibrio, y en esa búsqueda, la felicidad?
¿qué fines nos mueven a actuar como colombianos? ¿qué
tipo de bienes aspiramos a obtener en la vida? ¿cómo hacer
uso real de la propuesta de Aristóteles sobre la moderación?
Todas estas preguntas caben dentro de la reflexión que un
‘gigante del conocimiento’ como es nuestro filósofo puede
generar en el contexto de estas charlas donde ética y política
se entrelazan y nos llevan a pensar en qué modo de ser
queremos elegir para ‘vivir bien’, y qué aspectos de la teoría
ética aristotélica son todavía susceptibles de examen para
tratar de remediar tantos ‘males’ en nuestra sociedad.
Aristóteles tiene una visión positiva del ser humano
en la medida en que su indagación permite determinar
cómo obrar perfectamente en torno a la virtud, pues
sabe que la naturaleza humana es capaz de guíar; y
en el dinamismo de su obrar, puede procurarse para
sí lo mejor, aunque una parte de su naturaleza sea en
muchas ocasiones un impedimento para lograr ese fin.
La cuestión es también hasta qué punto decidimos
para nosotros lo mejor, ¿qué tanto nos esforzamos
por obtenerlo? Pues cuando un hombre -siguiendo la
postura aristotélica - desea el bien, y obra de acuerdo a
la virtud, no sólo sosiega su espíritu, sino que permite
que su entorno sea justo y respetuoso, y en esa medida,
hace posible con su accionar individual, consciente y
comprometido, reflejar lo mejor que ha logrado para sí
en bien de su comunidad.
Para Aristóteles, y para cualquier griego, no podía
separarse tajantemente al individuo- ciudadano de su
comunidad, pues el hecho no sólo de responder por su labor
como ‘sujeto político’ a partir de la reflexión por su actuar, sino
también la cohesión profunda del ciudadano con su entorno no
permitía que el sujeto funcionara como independiente de éste.
En la medida en que volvamos a pensar sobre la repercusión
de nuestra acción en la sociedad, y cómo construimos país a
partir de cada acto, cada decisión tomada, nos acercamos a
mantener esa unión que en Grecia era muy manifiesta, y que
le permitió a Aristóteles disertar sobre ética y política de forma
exhaustiva y a la vez con orientación práctica. En la medida
en que se reconozcan los sutiles hilos que pueden moverse
en cada uno en torno a un obrar virtuoso, en profundidad, en
concordancia con el cultivo de una disposición en el individuo
con miras a obtener serenidad, gozo, alegría, respetando al
otro; es posible cambiar nuestra sociedad, y esa tarea, como
lo indica Aristóteles y también Platón, ha de fundamentarse en
la educación, en la correcta dirección de políticas de Estado
que vayan guiando efectivamente a tales fines, contando, eso
sí, con ciudadanos dispuestos a preservar tales fines, y que
sean actores en el cuidado y fiscalización de esas políticas.
Esta parte final se conduce también a la invitación a
tomar real parte en nuestra vida política, que debe ser reflejo,
y de hecho lo es, de la ética que manejamos. Así pues, si
nos vemos asediados por la deshonestidad, la corrupción, el
engaño, la violencia- entre muchos otros males-, es decisivo
determinar hasta qué punto hemos contribuido con nuestro
poco o mucho control de estos excesos o defectos en nuestra
sociedad a partir de nuestro comportamiento, y cómo es que
nos hacemos partícipes o no de estos vicios cuando no los
condenamos y los dejamos pasar por alto. Recordemos que
la noción de ciudadanía, desde la Grecia antigua, implicaba
un ejercicio deliberativo y participativo continuo, y es en la
medida en que se reconozca la validez y la vital importancia
de todos esos ejercicios base del accionar político, es que
podremos formar una sociedad democrática más justa, y
encaminada realmente a los altos objetivos que reflejan tanto la
Constitución como las leyes, las cuales hemos asumido al ser
partícipes de un orden democrático como el nuestro al votar y
obedecerlas. Sólo así podremos recuperar la confianza en la
legitimidad institucional, y que conceptos como la rectitud, la
moderación, el equilibrio, presentes en la consideración ética
de Aristóteles tomen forma real en el contexto político actual,
que es el ideal para el cual este y otros grandes pensadores
discurrieron sobre lo moral con el fin de dar pautas para un
desarrollo óptimo de la comunidad humana, y una convivencia
equilibrada y justa entre los individuos que la conforman.
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REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
ARISTÓTELES. Ética a Nicómaco. Editorial Gredos.
Traducción de Emilio Lledó Íñigo. Madrid, 1993.
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