¿Es necesaria la Comunidad Sudamericana? Por Héctor Casanueva Director ejecutivo del Centro Latinoamericano para las Relaciones con Europa, CELARE Artículo publicado en diario LA TERCERA (Chile) el 24 de noviembre de 2006 Creemos necesario mirar con mucha atención la real necesidad y conveniencia del proyecto de la Comunidad Sudamericana de Naciones, sobre la que debatirán en pocos días más los presidentes en Cochabamba. Surgida en el Cuzco en la cumbre presidencial de 2004, cabe recordar que en aquella ocasión algunos de los presidentes y sus cancillerías no estaban demasiado convencidos de la idea de crear un nuevo referente, al punto que en lugar de firmarse esa vez un documento constitutivo fundacional como estaba previsto, se suscribió solamente una declaración, con muchos matices. La preocupación de varios países, Chile incluido, se centró, entre otras cosas, en la ya excesiva y cara proliferación de organismos y proyectos de integración. Obviamente, no estamos en contra de la integración -muy por el contrario, somos integracionistas de siempre- pero lo que queremos es que avance el proceso y no se complejice aún más, por lo que conviene hacer algunas consideraciones para aportar al debate. Años atrás, un ex canciller argentino escribió respecto de la CSN que “la semántica es muy importante”, porque estamos hablando de una comunidad “sudamericana”, que por definición deja fuera a México, la primera economía de la región, y Centroamérica, zona emergente, estabilizada, que avanza en su integración, y estratégica entre otras cosas por el Canal de Panamá. Ante esto, la pregunta que cabe hacerse, especialmente en Chile, es si tiene sentido la creación de un esquema de integración que se propone jugar en las ligas mayores de la política y el comercio mundial, sin el concurso de un actor como México, que ha dado varias muestras de su voluntad de asociarse a nosotros pidiendo su ingreso al MERCOSUR, a la CAN, que tiene un Acuerdo de Asociación con la UE y Japón, un tratado de asociación estratégica con Chile, y ha puesto en marcha el Plan Puebla-Panamá de integración física al que ya ha adherido, con buen ojo, Colombia. ¿Por qué no orientar este esfuerzo y voluntad política hacia una Comunidad Latinoamericana? El argumento es que México ya pertenece a otro esquema, optó por el NAFTA, con lo que se alejó de América latina. Pero, aparte de las reiteradas manifestaciones mexicanas sobre su “latinoamericanidad”, de la que nadie podría dudar, quizás la mejor respuesta que se ha escuchado, sea la de que no vemos motivo para empujar a México a los brazos de Estados Unidos, en lugar de abrir los nuestros para que siga con nosotros. Otro elemento a tener en cuenta es la indiscutible diversidad de la región y de la arquitectura de la integración. La existencia de la CAN y del MERCOSUR es la expresión más clara de que los esquemas uniformadores no funcionan entre nosotros. La ALALC y el ALCA fracasaron por las iguales razones: trataron de homologar irreductibles realidades distintas, creando institucionalidades y agendas forzadas, que eran respondidas con la retórica integracionista porque siempre es incorrecto no adherir a los llamados bolivarianos, pero con clara conciencia de la imposibilidad real de llegar a concreciones. El riesgo de este proyecto está en que nuevamente sustituyamos las “solidaridades concretas” por la retórica, no nos atrevamos a contradecir la tendencia y 2 terminemos creando más instituciones, reuniones y cumbres, cuando ya tenemos un sistema constituido por la ALADI en el marco del Tratado de Montevideo de 1980, con la CAN, el MERCOSUR, Chile y México, al que pueden adherir el SICA y el CARICOM, y así estaríamos todos incluidos desde nuestras especificidades, pero convergentes en una comunidad de comunidades latinoamericana.