De Pollux a Van Gogh. Adriana Ramírez Fernández Desde siempre “La Noche estrellada” de Vincent Van Gogh ha sido una de mis pinturas favoritas, no sólo por la serenidad y frialdad que transmite, porque así lo siento personalmente, sino todo lo que para el mismo Van Gogh significó. Cuando éste se recluyó a sí mismo en un psiquiátrico de la ciudad de Saint-Remy, se dedicó a plasmar una serie de paisajes nocturnos hechos en aquel mismo lugar. Y aunque nos parezca extraordinario, las estrellas allí posicionadas no son puntos de luz al azar, realmente son astros verdaderos (Castor, Pollux, Dubhe, Merak, Pechda y Megrez de la Osa Mayor, entre otros), posicionados en la manera en la que estaban el 19 de septiembre de 1889 a las 5:00 de la mañana. Y muestra como ya lo creo, que él no solamente tenía un talento sublime, sino ser una persona de grata inteligencia, por lo menos en este aspecto. Ahora bien, los colores que representan la noche, el frío de la madrugada te envuelven si lo ves con detenimiento ¿A qué me refiero? Las estrellas y la luna brillan de una intensidad sagrada al contrastar con ese azul marino, porque aunque las luces no sean más que un color mostaza, oscuro y espeso, con la simulación del viento envolviendo el cielo nocturno le dan un brillo completamente especial. Me gusta esta pintura no solo porque es una muy buena, ni una muy conocida, me gusta no solo porque la conozco desde niña, ni por que el mundo diga que su autor fue un genio; me gusta por lo que me hace sentir, me hace sentir en calma, en silencio, en el frío de una madrugada de 1889, me hace viajar a aquel psiquiátrico con todo y maletas, para poder quedarme todo el tiempo que quiera. Agosto 2014