La reflexión de un sabio del Antiguo Testamento sobre la muerte concluye en que Dios hizo la vida y creó todo para el bien de los humanos (Sb 1,14). Ante esta constatación, nuestra respuesta, según Pablo, se mide en generosidad, en el trabajo por igualar a quienes padecen las desigualdades del mundo (2 Co 8,13). Y las dos curaciones del evangelio reintegran a dos mujeres a la comunidad y a la vida, porque Dios no quiere la muerte de ninguna de sus criaturas. (Mc 5,21-43) Hace tiempo, Señor, que mis piernas se resisten a progresar por las sendas de la fe, buscan caminos más transitables, menos complicados y hasta menos exigentes. Hace tiempo, Señor, que mis manos se contentan con lo fácil, se han instalado en la comodidad y no soportan lo que exige esfuerzo, tensión, sacrificio. Hace no sé cuánto, Señor, que, como la mujer del evangelio, mi espíritu se desangra de apatía y desencanto, de inseguridad, de pesimismo y desorientación. Estoy enfermo de años, de cansancio y de ilusión. No sé muy bien si me duele el alma o la vida. Necesito que aumentes mi fe. Que aumentes la fe de mi comunidad, de mi Parroquia. Siento, a veces, que nos estamos desangrando. Como la hija de Jairo necesito vida; como la mujer del evangelio necesito oír tu voz preguntando por mí. Me duele el mundo de los niños que crecen sin saber de ti. Me duele el mundo de los jóvenes que tratan de ignorarte, que no son capaces de intuir que tú eres la única salvación. Me asusta el mundo de los padres que favorecen que sus hijos crezcan sin saber nada de ti y de tu amor. Me duele no haber sido capaz de transmitir mi fe, lo que Tú eres para mí. Sí, Señor, tengo fe, pero ayuda mi incredulidad. A pesar de mi situación, Padre del cielo, Padre de todos nosotros, Padre de los humildes y pequeños, quiero seguir tus caminos y tu modo de caminar para hacer posible una tierra nueva y un cielo nuevo para todos. Señor, dime a mí que estoy enfermo y cansado de la vida: “¡VETE EN PAZ Y CON SALUD!” Amén.