Matices del periodismo político Gloria Tovar Los procesos electorales son escenarios que revelan y delatan la naturaleza de los actores involucrados. Los conflictos e intereses cruzados se despliegan, así como los criterios con los que interactúan. Las máscaras muchas veces se intercambian y el juego de roles se pone en movimiento. Este escenario es un espacio articulado a partir de la confluencia e interacción de diversos discursos. Puntos de vista que se construyen y construyen los referentes sobre los que los ciudadanos/electores nos movemos. Los artificios y estrategias para elaborar estos discursos signan también el espacio político propuesto: el espacio del debate público. ¿Qué rasgos nos definen en este sentido? ¿Qué calidades diversas encontramos en este espacio político/público? Me interesa tratar ahora la naturaleza y perfiles que propone como válidos el discurso periodístico actual al abordar como objeto de trabajo lo político. El periodismo, como componente de los medios, juega a definir lo que Eric Landowski denomina un Simulacro: el de la realidad, percibida e inventada desde su enunciación. Pone sobre el tablero los elementos que presupone engancharán con el escenario público. La noción de espacio público nos vincula con interacciones y disputas, pero también con referentes que se instalan en un contexto y un tiempo particular como válidos, que se suponen válidos, o se proponen como tales. Así, los debates explícitos se dan en el discurso público, fundamentalmente en el que se construye desde los medios de comunicación y particularmente desde el Periodismo. Por cierto, lo público, lo compartido y expuesto, está hoy atravesado por la multiplicidad de los medios: los caminos, las rutas de la información, parecen abrirse indefinidamente y las versiones, puntos de vista, propuestas, críticas, denuncias, se desplazan e instalan en un espacio cada vez más ancho, extenso, y también complejo y difícil de transitar. La idea del espacio público como término parece en esta línea de mayor pertinencia en que la clásica noción de opinión pública, que nos remite a la definición de una percepción o punto de vista dominante más que al intercambio o existencia de versiones paralelas y vigentes en una sociedad. Hablemos más bien de los espacios públicos que se configuran en simultáneo, y se entrelazan y bifurcan a partir de los diversos medios, enunciadores y destinatarios del discurso público. El discurso político se configura en este paisaje. Detrás pueden descubrirse los criterios y procesos que lo soportan: las ideas que da por hecho, los estereotipos que consolida, las discusiones que incentiva y las que deja de lado u olvida permanentemente. Mas es a partir de la propuesta de los medios, de la visión de realidad que desde el Periodismo se articula, que lo político actúa como noción vigente y compartida. Los personajes y sus voces, los tonos y temas, los puntos de vista cobran existencia en un espacio de interacción discursiva, en el que se actualizan y aterrizan. Los relatos encarnan conceptos y referentes, vacíos y contradicciones, limitaciones e incoherencias que corresponden a las competencias e intereses de los actores políticos y sociales. El discurso político, en el Perú, se ha teñido en estos tiempos de algunos matices particulares: luego del proceso electoral y a partir de este, los temas que emergen hacia el espacio público y se instalan como pertinentes se definen alrededor de la actuación y decisiones del poder: promesas electorales aisladas, designación de los miembros del equipo político y técnico, gestos y reacciones ante las demandas sociales. En un primer momento, la sensación de polarización parecía imponerse. La noción de oposición al gobierno que se iniciaba se encarnaba en la segunda fuerza política, electoralmente hablando, en la bancada de Unión por el Perú (UPP), y dejaba como figura consolidada al ex candidato Ollanta Humala. Sin embargo, pronto se diluyó este panorama para dejar paso a contradicciones y fugas. La evidente dificultad y fragilidad del emergente grupo de oposición (en el que se vincularon los miembros el Partido Nacionalista de Humala con algunos “invitados” y la gente propuesta por el pre existente Unión por el Perú) se reveló y dejó al descubierto también un discurso trabado e incoherente, en el que primaban tensiones y acusaciones. Por cierto, también es interesante observar el papel que jugó en este proceso la relación de conflicto que se estableció entre la figura del presidente venezolano Hugo Chávez y la del electo Alan García. Curiosamente la noción de lo nacional jugó, en esta ocasión, a favor de García y, por asociación, dañó a Humala, a quien en el escenario público se le había conectado con el presidente venezolano. Los temas de debate iniciales se desplazaban con soltura: La firma del Tratado de Libre Comercio con EEUU generó algunos enfrentamientos en el escenario político y en el espacio público, pero fue disipándose en su intensidad y quedó como telón de fondo. El Ejecutivo, bajo la voz del presidente García, colocó sobre el tablero el tema de la pena de muerte: uno de esos asuntos que se recicla de vez en cuando y que deja al descubierto nuestra incapacidad para buscar el origen de nuestros problemas. En este caso en particular, el discurso político se vistió de lugares comunes y evitó el argumento racional. Se presenta, se articula y se pretende como portavoz de opinión pública (de acuerdo al concepto de opinión pública que trabaja Landowski en La sociedad Figurada), de un supuesto consenso que mezcla la dimensión de lo individual y las reacciones instintivas con el plano de la decisión política y jurídica. El poder busca salidas rápidas y efectistas que lo ubiquen como portador de la mayoría. El tema dejó ver también las grietas que atraviesan a los actores de lo político (partidos, alianzas, medios de comunicación) y lo difícil que resulta construir un espacio público matizado y equilibrado, que se sostenga en el argumento y la razón. Llama la atención, en este contexto, la baja intensidad que se percibe frente al proceso electoral municipal y regional: el escenario ha resultado bastante pobre. Poca presencia de voces propositivas, temas que aparecen de modo aislado y desarticulado del contexto, algunas denuncias y acusaciones, que generan desprestigio momentáneo. A propósito de esto, el descrédito ha sido también un signo en el discurso político. Las imágenes y figuras descascaradas tomaron su lugar. Ollanta Humala ilustra bien esta idea. Luego de una terca insistencia para configurarse como un sujeto político elegible, distanciado del extremismo que lo perseguía, Humala era potencialmente la contraparte del nuevo gobierno. Mas, al parecer, se quebró en esta ruta. Las disidencias iniciales, al lado de declaraciones altisonantes de algunos partidarios, y, por cierto, en simultáneo con las denuncias puestas en escena, llevaron al ex candidato a un aparente destierro temporal del espacio público, por lo menos como actor y portador de corrientes de opinión. Así, también emergieron en el escenario los desprestigios y fragilidades de otras instancias: Poder Judicial y Congreso, por ejemplo. El término “reforma” toma lugar en el debate. Lo que se descubre es un paisaje de idas y vueltas, un terreno en el que encontrar reglas de juego coherentes es tarea complicada. Y es esta la materia de trabajo del periodismo. Es a partir de su propuesta que cobra vigencia y se actualizan los componentes de lo político. Los actores, voces y matices del hacer político son articulados en el relato periodístico. Cabe entonces acercarnos a éste para observar los referentes que nos marcan. A partir de la difundida propuesta de la construcción del temario público (la teoría de la agenda setting propuesta por Maxwell McCombs) y su vínculo con la agenda periodística podemos entender la relación permanente entre temario político y mediático. Mas vale la pena una aclaración. No se trata solo de la definición de los temas que quedan configurados como vigentes y pertinentes en el espacio público a partir del discurso periodístico, sino del tratamiento que se aplica sobre estos. El estudio de la agenda se desplaza entonces hacia otros caminos, los que requieren un examen de los criterios de abordaje de los temas: los enfoques, alusiones, conexiones, competencias, conceptos aplicados sobre la materia de trabajo periodístico. ¿De qué se trata entonces? De definir la competencia interpretativa del discurso periodístico, su capacidad, no solo para identificar los asuntos que merecen la etiqueta de públicos, sino para conferirle a éstos un sentido en relación a los contextos. Puestos en este campo, el matiz que se observa en el periodismo en estos tiempos nos lleva a identificar una evidente dificultad por establecer panoramas articulados, versiones ligadas, componentes relacionados en la propuesta periodística de lo político. En líneas generales, el relato periodístico de lo político sigue el flujo de lo inmediato, lo fragmentado, lo aislado. Pocos espacios proponen una mirada integradora de los hechos. Algunas excepciones frente a la actualidad política nos revelan que la posibilidad de alternativas está intacta; en ocasiones ciertas columnas de opinión o espacios periodísticos de otra índole toman un enfoque más ligado a los hechos como procesos o, en otras se arriesgan por actitudes narrativas creativas, como el caso de la caricatura política peruana, que en este tiempo ha abierto una vía muy interesante que utiliza la intensidad de lo gráfico y el sentido del humor al lado de la capacidad para condensar en una escena rasgos vitales de nuestra política. A pesar de esto son, repito, excepciones y el territorio está marcado fundamentalmente por la mirada aislada y fragmentada, un tanto oscura en ocasiones, y siempre desarticulada sobre los temas abordados. Probablemente la diversidad y multiplicidad de las vías de información es un factor a tener en cuenta en esta dificultad, pero es precisamente a partir de esta aparente abundancia informativa que se pone en evidencia la necesidad de construir una lógica periodística que tenga como eje el análisis. En el campo de la política, en el caso del periodismo peruano, ha resultado común la propuesta de espacios de opinión, que implican la defensa de una postura, que relacionan al enunciador con una actitud valorativa y de juicio, de reacción a partir de un deber ser/ deber hacer. Sin embargo, es poco frecuente el texto que se postula como un diagnóstico competente sobre los hechos. Sin duda, el ejercicio y proceso del diagnóstico implica una actitud y criterios distintos al de la opinión. Estamos ante la función interpretativa y su consecuencia: el análisis. Interpretar es leer, decodificar. Y esa parece ser la tarea natural del periodista. Sin embargo ello no resulta revelarse en la práctica. Si se trata de descubrir el sentido de los hechos, pues estamos ante la necesidad de relacionar componentes, de vincular planos, de descubrir códigos para poner en evidencia significados. En lo político pocas veces, en estos tiempos, se ha trabajado con continuidad en esta tarea. El punto de partida es la aplicación de lo que Edgar Morin denomina el pensamiento complejo. El término debe aclararse: Lo complejo no se entiende aquí como lo complicado, trabado o hermético, sino como lo integrado, conectado, contextualizado. La materia que abordamos, en este caso lo político, implica la identificación de elementos de naturaleza diversa, de procedencia distinta. Requiere asumir una mirada que abarque espacios y tiempos paralelos. El análisis resulta de la intención del enunciador de descubrir los síntomas y observar los hechos como procesos en evolución, como conjuntos vinculados unos a otros. Así, el diagnóstico se desprende. Resulta pertinente en este punto una cita de Morin de un ensayo titulado Introducción al pensamiento complejo: “Nunca pude, a lo largo de toda mi vida, resignarme al saber parcelarizado, nunca pude aislar un objeto del estudio de su contexto, de sus antecedentes, de su devenir. He aspirado siempre a un pensamiento multidimensional. Nunca he podido eliminar la contradicción interior. Siempre he sentido que las verdades profundas, antagonistas las unas de las otras, eran para mí complementarias, sin dejar de ser antagonistas. Nunca he querido reducir a la fuerza la incertidumbre y la ambigüedad.” Pero, de nuevo, lo que prima en nuestro medio es la mirada desarticulada, las notas aisladas, las denuncias repentinas, la discusión desconectada, el pensamiento limitado por la dificultad de relacionar y definir. Por el contrario, las puertas que abre el análisis son las de la comprensión. Los temas y materias adquieren sentido al conectarse unos con otros, al leerse en contexto y perspectiva. Estamos frente a lo que Abraham Moles denominó “cultura mosaico” y que retoma Mar de Fontcuberta en Periódicos: sistemas complejos, narradores en interacción, cuando establece la diferencia entre el periodismo mosaico y el periodismo sistema. La noción de mosaico nos lleva a la propuesta de una visión atomizada, expuesta sin estructura ni articulación y sostenida por la inmediatez y lo efímero. Fontcuberta afirma que frente a esta noción está la de sistema: “El sistema es una totalidad compleja compuesta por partes diferentes que están interrelacionadas y que interactúan en una organización. Esa interacción hace que el sistema sea mucho más que una suma, una yuxtaposición de las partes.” En relación al hacer periodístico afirma que “Apostar por un periodismo sistema es desarrollar un periodismo que no aísle o disgregue los acontecimientos; que los contemple y articule en un contexto determinado y que establezca una gama de interacciones con los receptores que pueda contribuir a la construcción del sentido y la compresión de la realidad.” Por lo expuesto, juega también un papel fundamental en este camino el concepto que se tenga sobre el destinatario, pues si se sostiene que nuestro lector no resulta competente como tal se impondrá la receta fácil de lo inmediato. La propuesta de Fontcuberta se sostiene en los mismos principios que he denominado, aquí, periodismo de interpretación. La interpretación, entonces, supone la aplicación de una perspectiva de sistema, o compleja, que integre componentes y construya significados y perspectivas de conjunto. Desde el discurso periodístico se puede proponer y sostener una mirada multidimensional de lo político, pero se necesita sacudir ciertos esquemas. La riqueza informativa de hoy no puede desperdiciarse y fragmentarse, el valor agregado lo pone el enunciador cuando compone de modo sinfónico el relato. Interpretar es relacionar hechos a modo de sonidos variados, componer una versión compleja, en el sentido definido aquí, de la realidad con la finalidad de instalar en el espacio de lo político y lo público referentes sólidos, ricos, sensatos, suficientes, que generen una interacción política fluida, abierta y un debate que se apoye en argumentos y contrastes. La actitud del periodista en esta línea es la del sujeto competente en la materia que aborda y de quien observa los hechos como proceso y contexto. Aunque desde otra orilla, la de la investigación científica, cabe recordar a Carl Sagan en El mundo y sus demonios cuando sostiene que “Tanto el escepticismo como el asombro son habilidades que requieren atención y práctica. Su armonioso matrimonio dentro de la mente de todo escolar debería ser objetivo principal de la educación pública. Me encantaría ver una felicidad tal retratada en los medios de comunicación, especialmente la televisión: una comunidad de gente que aplicara realmente la mezcla de ambos casos –llenos de asombro, generosamente abiertos a toda idea sin rechazar nada si no es por una buena razón pero, al mismo tiempo, y como algo innato, exigiendo niveles estrictos de prueba– y aplicara los estándares al menos con tanto rigor hacia lo que les gusta como a lo que se sienten tentados a rechazar.” La comunicación política, la periodística y el espacio público se verían notablemente enriquecidos si el rigor del análisis se ejerciera plenamente, en combinación con la apertura mental propia de la investigación.