LA FILOSOFIA EN LAS NACIONES DEL TERCER MUNDO Fernando Leal Si se remonta al tiempo en que la filosofía y la ciencia no se diferenciaban y el método galiliano determinó el destino de la filosoffa natural, entonces cabe hablar de una influencia profunda de la fllosofía en el desarrollo cultural de los incipientes Estados, sin menospreciar por ello la necesaria acción que provino de las infraestructuras económico-sociales. Un poco más tarde, la filosofía política anunció el ocaso de la monarquía en las obras de Locke, tras la participación vivida del autor en los procesos políticos de los cuales se convirtió en magnífico corifeo, como sucedería un siglo después con Rousseau y dos siglos más tarde con Marx. En nuestro tiempo, la Era Atómica trae consigo algunas novedades que exigen un especial conocimiento y una adecuada acción, los propicios para interpretar y transformar el mundo del presente. Para la realización de este trabajo se utilizan hoy la ciencia y la técnica, la primera desnuda de su piel ftlosófica y la segunda erguida desde la humilde artesanía. ¿Qué sucedió con la filosofía? Acaso desapareció en las naciones desarrolladas, descarnadas y secas, cuyas descomunales bibliotecas tal vez guarden el meollo de la sabiduría humana, mientras que sus habitantes tiemblan agobiados por la carga de la civilización y se transforman así en oscuros ejemplos de la teoría freudiana o de la penetrante advertencia de Marcuse. Según parece la vena filosófica no se desprende sin conmover los fundamentos de la cultura, sin romper el sentido de la propia humanidad, sin que se muestre imposible la imagen de un mundo carente del trabajo crítico que animó a la fílosofía en sus mejores tiempos. y en estas subyugadas regiones que justamente llaman el "Tercer Mundo", ¿qué poder tiene la filosofía para sacar las naciones del atascadero, de la gran miseria que se sufre bajo la sombra de las bayonetas? Creer en que la filosofía tiene algún poder en estos países, significa confiar en que la palabra tiene más fuerza que las ametralladoras y más vuelo que los helicópteros, y en que es capaz de doblegar a esas rémoras del progreso: los prepotentes militares y sus aliados -el rico, el cura, el juez, el periodista-, y demostrar así que los sagrados disfraces con que se revisten no bastan para ocultar el carnaval del 132 FERNANDO LEAL opio a que se reduce toda intención de "salvar el orden, la fe, la tradición y las buenas costumbres". En la dura realidad los clérigos, las almas sacerdotales, los "intelectuales" acostados del lado del fascismo, los hitlercitos de estas comarcas, se esfuerzan por tapar el hueco que deja la ausencia del filosofar y ocultamente pregonan en el púlpito, en la cátedra y en las columnas de los diarios la desigualdad de los hombres, el derecho del más fuerte y la eficaz bestialidad de los militares, mientras cantan las adormecedoras palabras de libertad, orden, justicia, democracia, Dios, propiedad, seguridad y paz. Coreando así para el agrado del emperador o de su embajada, cuidadosamente ocultan el subsuelo, la alcantarilla de la historia, y se olvidan del amargo sudor del pueblo que se dobla en sus feudos, de la prostituta y del delincuente, productos necesarios de su régimen, para que no enturbien el magno panorama de la patria augusta. Pero más grave aún que la férrea manifestación del poder que rige es el acatamiento popular a creencias, prejuicios y supersticiones de las cuales el pueblo trabajosamente se despoja y que representan el sojuzgamiento milenario, la eterna esclavitud. Mientras los líderes y las masas no lo quieran y no lo puedan, nadie acatará aquí los principios de una filosofía del Estado que trate de ordenar el caos, de introducir un poco de racionalidad en las relaciones sociales y económicas. Mucho más lejos se está de pensar en una fórmula kantiana, de elevarse al grado de abstracción que permite comprender la universalidad, necesidad y practicidad de la ley moral. Aquí, en cambio, se establecen las normas en vista de su conveniencia para el detentador del poder y de la propiedad. Con mayor razón, la revolución socio-económica que requiere para realizarse determinadas condiciones históricas y el dominio del poder político, se convierte en un asunto complejo y difícil en estos países, dominados por tradiciones que llevan a conservar el estado de cosas. La alianza de los militares, los ricos, los jueces y los curas sujeta con vínculos de acero toda posibilidad de desarrollo y de transformación. En teoría el aumento de los problemas sociales y económicos empujará a las masas a efectuar un movimiento de despliegue revolucionario, iluminado por ideas que conduzcan a un certero conocimiento de la situación y a un convencimiento sólido y universal de la injusticia reinante. Por lo pronto, la propagación de tal género de ideas es perseguida con tenacidad y crueldad, y se corre el riesgo de que los propios proselitistas no tengan plena conciencia de lo que buscan y respondan más bien a un llamado emocional. Pese a todo, la llama filosófica no debe extinguirse, no debe ahogarse el tenue respiro de la razón y del ideal; humildemente, aunque fuere no más que como historia, es necesario preservada y comunicada a las jóvenes generaciones. Así, cuando se entienda por qué Platón soñaba con una casta de guardianes cuya educación y cuya forma de vida les impiden volverse contra su propia patria, entonces se dibujará la aurora de la filosofía en nuestras tierras. Asi mismo, cuando se comprendan y difundan los ideales de igualdad social, de propiedad común y del gobierno del pueblo, comenzará a despuntar la filosofía entre nosotros. Cuando se reconozca en el trabajo la fuente del valor económico y se le acepte como el fundamento de toda creación humana, y cuando regrese a las manos del trabajador el fruto íntegro del empleo de sus energías, entonces comenzará la influencia de la filosofía en el desarrollo de nuestras naciones. Verdaderamente, la filosofía nunca es inocua: aún en las formas que adopta bajo la represión, como filosofía de la ciencia, por ejemplo, lleva lucidez a las jóvenes mentes y con ella la facultad de comprender múltiples procesos. La razón está en que el mundo de la cultura, mucho más amplio que la escuela, arriba desde el ser social con una carga de cuestiones que los hombres se plantean individual y colectivamente. En general, según el grado de racionalidad que implique la vida socio-económica de la nación, asi será directamente la suma de influencia que aporta la filosofía al desarrollo de un pueblo. En los países en que gobierna la oligarquía y el despotismo militar la filosofía toma la forma correspondiente: se convierte en manifiesto, capaz de encender la mente de la oposición y LA FILOSOFIA EN EL TERCER MUNDO 133 de servirle para la clandestina labor de resistencia y de ataque. El gran tratado sistemático correspondería a una situación en que el filósofo no necesariamente debe acudir a la vanguardia de los acontecimientos políticos e internarse en ella, sino que desde su torre otea los horizontes y avizora metafísicamente los contornos. La filosofía combativa, en cambio, acude al frente y como Lenin es al mismo tiempo teórica, estadista y revolucionaria. Verbigracia, lmmanuel Kant no necesitó moverse de Konísberg para revolucionar el mundo de las ideas, mientras que Mao Tse Tung hubo de emprender una larga marcha para que florecieran sus ideales. Conviene, pues, conocer el género de filosofía que un pueblo requiere para cobrar conciencia de sí y de sus derechos, de manera que exija lo que se le debe y que sepa tomarlo, para comenzar de este modo la ascención a niveles de organización más acordes con el movimiento mundial, más cercanos al prototipo y más racionales. Los filósofos deben realizar este diagnóstico cuanto antes, para que la corriente histórica no los encuentre desvanecidos en un sueño dogmático. La elección del camino requiere paso firme y mente despejada, de tal modo que el esfuerzo que se realiza para contribuir al bienestar de los pueblos no sea como arar en la arena. No se buscará en el cielo la solución de los problemas terrestres, ni la mayoría del pueblo en la minoría acomodada, para no engañarse con respecto al papel que corresponde a la filosoffa. Justamente, el papel universal de la filosofía no le permite sino laborar junto al pueblo y para el pueblo, de tal manera que es con el pueblo como se fijará sus propias metas. El siglo XX ha asistido al nacimiento de los primeros regímenes populares de la historia, parto en el cual la filosofía contribuyó admirablemente: la primera vez, acaso, en que pudo palparse prácticamente la fuerza de las ideas en toda su densidad y su universalidad. En efecto, el pueblo se reconoció en la filosofía, fundamentó en ella su acción y al propio tiempo confirió a las ideas la terrenalidad que les insufló la vida, sin la cual no pasarían de ser meros fantasmas. Y por estas razones sucede que hoy, en los países del Tercer Mundo, la filosofía combativa es socialista.