REPUBLICA DOMINICANA PROCURADURIA GENERAL DE LA REPUBLICA Año Nacional del Libro y la Lectura PALABRAS DEL HONORABLE PROCURADOR GENERAL DE LA REPÚBLICA, DR. RADHAMES JIMÉNEZ PEÑA, EN EL ACTO INAUGURAL DEL SEMINARIO MUJER Y JUSTICIA, NACIONAL SOBRE LA SOSTENIBILIDAD DE LA REFORMA PENITENCIARIA, REALIZADO EL DIA 16 DE ABRIL DE 2007. Señoras y Señores: Me siento altamente complacido, como Procurador General de la República y Presidente del Consejo Directivo de la Escuela Nacional del Ministerio Público, de dar formal apertura al Seminario Mujer y Justicia, que hemos organizado conjuntamente con el Centro de Estudios Jurídicos del Ministerio de Justicia del Reino de España. Sabemos que la lucha contra la violencia hacia las mujeres, es en la actualidad uno de los principales debates públicos y una prioridad en la agenda política de los gobiernos democráticos. La centralidad del debate siempre trae a colación la pregunta de por qué priorizar las políticas públicas dirigidas en especifico a la prevención e intervención en materia de violencia contra las mujeres en un mundo en donde la violencia generalizada y la violación rutinaria de los derechos humanos se encuentran a la orden del día. Las mujeres son víctimas de un tipo de violencia ejercida contra ellas por el hecho mismo de su condición de mujer, es su situación de desiguales la causa generadora de la violencia y por tanto, sólo el reconocimiento social de esta situación de desigualdad que genera vulnerabilidad puede permitir que entendamos la necesidad de leyes, políticas y programas específicos para las mujeres. Por tanto, dos consideraciones preliminares tienen que ser tomadas en cuenta: En primer lugar, la violencia contra las mujeres es un problema de derechos humanos. Toda la gama de derechos individuales, económicos y sociales no es suficiente si tales derechos sólo están recogidos en el ordenamiento jurídico nacional sin garantías efectivas para su ejercicio cotidiano. La situación de violencia a la que muchas mujeres se encuentran sometidas dentro del hogar cambia nuestra perspectiva de los derechos humanos, mueve a los agresores de la esfera tradicional de lo público a la esfera de lo privado. Son los miembros de la familia los que violentan los derechos fundamentales de que son sujeto las mujeres. Es pues allí, al interior de la familia donde el Estado es llamado a cumplir su obligación de debida diligencia. Las democracias se construyen sobre la idea de que todos sus ciudadanos y todas sus ciudadanas son iguales y se encuentran sujetos a los mismos derechos y obligaciones. Existen muchos niveles y capas de desigualdad social, vivimos en sociedades desiguales pero la desigualdad que separa a los hombres de las mujeres en el acceso a las oportunidades es la más básica y primaria de todas, es, por así decirlo, la primera desigualdad, empezamos por ser clasificados según nuestro sexo en categorías de persona y a partir de allí no nos detenemos jamás. En segundo lugar, la violencia contra las mujeres es consecuencia de su situación de desigualdad, es la manifestación de una relación de poder que coloca a las mujeres en posición de subordinación y pertenencia al otro. Afirmar esto nunca debe ser entendido como un alegato que promueva la guerra entre sexos, como una confrontación hombre-mujer. Todo lo contrario, es sólo la constatación de un hecho, tan evidente que pocas pruebas requiere y que nos coloca en un punto de partida que permitirá empezar a construir una sociedad sobre bases diferentes en donde hombres y mujeres se miren de frente, como contrapartes de una relación de iguales. Las mujeres dominicanas, como muchas mujeres en otras partes del mundo, han conseguido poco a poco el reconocimiento en múltiples esferas de su condición de personas adultas con dignidad y derechos. Recordemos el derecho al voto, al que las mujeres dominicanas no tuvieron acceso hasta la casi mitad del siglo XX, es decir, ayer, vías de acceso garantizadas a los puestos públicos como la Ley de cuota, cómo las mujeres han ido ocupando las universidades y puestos de trabajo que también hasta ayer les fueron vedados. Es útil recordar estos logros porque ponen de manifiesto que las mujeres no son iguales, nunca lo han sido, han tenido que pelearse la consideración de seres humanos autónomas y en esta lucha su derecho a no ser violentadas y agredidas es un paso más hacia la construcción de sus ciudadanías. Espero que en estas jornadas sobre Mujer y Justicia, la violencia hacia las mujeres sea entendida de forma global, en sentido amplio, es decir, que es violencia el hecho de que las mujeres son más vulnerables que los hombres a las agresiones sexuales, que las mujeres enfrentan dificultades reales y mucho más graves en el acceso al trabajo pues existe una división sexual del trabajo que las perpetúa en ciertos puestos, en ciertas posiciones y con peores condiciones salariales, que las mujeres y las niños/as son las principales víctimas de la violencia al interior de la familia, que las mujeres son convertidas en objetos en la publicidad y los medios de comunicación, que son violentadas en el uso del lenguaje y así un largo etcétera. La violencia doméstica, que es la violencia hacia las mujeres que más víctimas genera y es la más evidente debe ser una prioridad. Su combate requiere varios niveles de acción que espero aparezcan durante el desarrollo de las jornadas. Requiere de legislación adecuada, eso es evidente, pero también requiere de profesionales capacitados en la materia, que comprendan la delicadeza del fenómeno, su especificidad: jueces y juezas, fiscales, policías y médicos capacitados, protocolos de actuación que tomen en consideración que una mujer maltratada nos cuenta su vida privada, la de su marido, sus hijos/as, que nos habla de personas a las que quiere y son su familia. Necesitamos tener en cuenta que ayudarla es más que meter a su marido/maltratador en la cárcel o dar una orden de alejamiento, que esa mujer necesita reconstruir su vida, que probablemente dependa económicamente de su marido y eso la vuelve más vulnerable, que estamos hablando del padre de sus hijos y eso la hará reconsiderar mil veces poner una denuncia. Que siempre, siempre, es una mujer en peligro y si no le damos opciones válidas y concretas de garantía de su seguridad y la de sus hijos/as nunca podremos ayudarla, que probablemente tendrá que escapar de su marido y muchas veces cuando ya lleva años viviendo en el terror y acostumbrada al terror. Esto es una labor ardua, compleja, con muchas aristas, no es un trabajo fácil, ni agradable, ni con respuestas sencillas, pero es una realidad sangrante, que esta allí mirándonos de frente.Las labores preventivas y de educación resultan imprescindibles en este ámbito. El discurso de tolerancia cero hacia la violencia contra las mujeres es necesario y debe ser repetido hasta que se convierta en un eco escuchado por todos y todas. No toleramos ni como sociedad, ni como gobierno, ni como Estado, que la mitad de nuestros ciudadanos sean sistemáticamente violentados. Si el respeto a los derechos humanos es el valor supremo sobre el que construimos nuestras sociedades actuemos en consecuencia. Esta no es una labor de las mujeres, tampoco es una labor en donde los hombres somos el enemigo o debemos percibirnos o sentirnos como tales, tampoco somos el caballero en blanca armadura al rescate de la dama en apuros, no se trata aquí de la frase caballeresca de que “a una mujer no se le toca ni con el pétalo de una rosa”, se trata de ciudadanas cuyos derechos son y están siendo violados y como ciudadanas y sólo como eso, piden protección y reparación. No es pues una pugna hombre-mujer, es un debate que cuestiona la construcción misma de la sociedad, de nuestras democracias y de nuestros sistemas de justicia. Muchas gracias. Auditorio Procuraduría, lunes 16 de abril de 2007