Documento descargado de http://www.elsevier.es el 17/11/2016. Copia para uso personal, se prohíbe la transmisión de este documento por cualquier medio o formato. EDITORIALES La medicina actual: luces y sombras 67.152 Ángel Marañón Cabello Servicio de Medicina Interna. Hospital Clínico. Universidad de Valladolid. Valladolid. España. En los comienzos de mi periplo universitario, hace más de 30 años, se ejercitaba una medicina poco tecnificada pero profundamente generosa, plena de raciocinio clínico y de entrega total al enfermo. La relación médico-paciente era vertical, paternalista, de manera que era inconcebible la queja, y menos aún la disensión con el médico. En este largo período se han producido profundos cambios en todos los ámbitos –sociales, políticos, universitarios y, por supuesto, del área de la salud– que han transformado España en un país nuevo, más próspero y poderoso. En lo que se refiere a la vertiente sanitaria, es grato afirmar que se han conseguido logros muy importantes. Basta recordar a este respecto la ampliación de la cobertura sociosanitaria y la puesta en marcha de una excelente red de medicina primaria y centros de salud con personal cualificado y muy vocacional. Además, la sanidad pública, atenta al continuo e inusitado progreso en los procedimientos de diagnóstico y tratamiento, ha dotado siempre a sus hospitales de las tecnologías más avanzadas y dispone de los mejores especialistas y de un personal sanitario adiestrado para su adecuada y fructífera utilización. El sistema de formación médica de posgrado (MIR) ha dado y está dando magníficos resultados. Ciertamente no hubiera sido posible sin la participación de la red hospitalaria pública, lo que ha permitido la formación de grandes clínicos y cirujanos de todas las especialidades que, esparcidos por todo el país, han elevado notablemente la calidad de la medicina española. Además, en España, el sistema de salud pública posee la sublime grandeza de practicar la equidad social ante la enfermedad. De manera que es factible, por ejemplo, llevar a cabo un trasplante cardíaco a un pobre y solitario marginado social con las mismas garantías que a un hombre poderoso económica, social o políticamente, lo cual engrandece la medicina. Admitiendo todos estos logros y otros que son incuestionables, sería injusto olvidar que gran parte de ellos se han conseguido gracias a la abnegación de los médicos y de muchísimas personas de otros estamentos sanitarios, abnegación que se pierde en las penumbras del pasado porque va implícita de siempre a nuestra profesión. Por contra, en este sistema sanitario en el que nos encontramos inmersos se generan a menudo fenómenos de inquietud y preocupación de alta resonancia: fallecimiento de pacientes supuestamente mal atendidos, saturación de los servicios de urgencias, intolerables retrasos en la atención programada de enfermos o reestructuración de plantillas con disminución de facultativos en beneficio de otros estamentos. De esta forma, los pocos médicos jóvenes que logran introducirse en los hospitales, aun estando espléndidamente formados, lo hacen a menudo en condiciones vejatorias y de absoluta transitoriedad, lo que impide insu- Correspondencia: Dr. A. Marañón Cabello. Hospital Clínico Universitario. Avda. Ramón y Cajal, 3. 47005 Valladolid. España. Correo electrónico: amcabello@tiscali.es Recibido el 22-1-2004; aceptado para su publicación el 5-2-2004. 33 flar el necesario dinamismo a los servicios clínicos y quirúrgicos, vitalidad nueva que debe conjugarse con la mesura, la experiencia y los conocimientos de los miembros más maduros del grupo. A mi modo de ver, estos y otros muchos fallos son de génesis multifactorial. El fallo primario o básico que desencadena la penosa cascada de acontecimientos subsiguientes radica en que el paciente que necesita atención médica a menudo se enfrenta a un sistema sanitario sobrecargado en su organización, científicamente complejo y en el que por lo general no se orienta al paciente como persona. La despersonalización lleva a que la relación médico-paciente se deteriore o, si se prefiere, que se produzca un distanciamiento entre el médico y el enfermo. Además, la saturada sanidad pública condiciona que muchos médicos dispongan de poco tiempo para hablar con el enfermo con la quietud y el sosiego necesarios. Esta medicina «contrarreloj» es la antítesis del acto médico y resulta particularmente perniciosa para el médico y el paciente, ya que la relación entre ambos se apoya en el respeto, la confianza y el afecto mutuos, condiciones que difícilmente se contemplan en tales situaciones y que generan insatisfacción, desconfianza, ausencia de empatía e injusto desprestigio del médico y de la profesión. A mayor abundamiento, la crítica despiadada y la presentación cruel de cualquier supuesto error médico, así como los intereses inconfesables de ciertos profesionales que han descubierto rentables intereses económicos en el mundo de la sanidad, han propiciado, en una sociedad tan litigiosa como la nuestra, un estilo de práctica médica lícitamente a la defensiva. Este tipo de medicina no es beneficiosa para el paciente, al que se le generan múltiples incomodidades, e inunda el sistema con costes innecesarios en una economía de la salud que necesariamente es finita y todos los ciudadanos sustentan como un bien social intocable. Tan sólo el buen sentido clínico y la confianza del enfermo en el médico y en la institución a la que acude evitarán el derroche en exploraciones diagnósticas y aminorarán el temor ante la eventual amenaza de reclamaciones judiciales1. No basta con el simple tratamiento técnico de la enfermedad, es preciso que los pacientes sean tratados de un modo más humano y personal, especialmente ante situaciones de graves procesos, de crisis o desamparo, o ante el desgarro emocional de una muerte próxima, manteniendo siempre un halo de esperanza hasta el final. Y es que para ser un buen clínico no solamente son precisos los conocimientos científicos y la pericia técnica, sino también la comprensión humana y el interés por las vertientes psicosociales del enfermo2. Parece necesario, por tanto, transmitir a las generaciones médicas futuras que la poderosa medicina actual basada en la evidencia debería amasarse con una buena dosis de medicina basada en la afectividad. REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS 1. Ortiz Vázquez J. Encarnizamiento terapéutico, ensañamiento diagnóstico y medicina a la defensiva. Rev Clin Esp 1995;195:792-800. 2. Rozman C. Fundamentos de la práctica médica hoy y mañana. En: Medicina Interna. Madrid: Harcourt 2000; p. 7-9. Med Clin (Barc) 2004;122(16):623 623