TEMA 6 EL PENSAMIENTO MEDIEVAL: RELIGIÓN Y FILOSOFÍA

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TEMA 6
EL PENSAMIENTO MEDIEVAL: RELIGIÓN Y FILOSOFÍA
Pensamiento medieval: Religión y Filosofía
INDICE
1. FILOSOFIA Y CRISTIANISMO.
1.1. INTRODUCCIÓN.
1.2. DIFERENCIAS ENTRE FILOSOFÍA Y CRISTIANISMO.
1.3. PLATONISMO Y CRISTIANISMO.
1.4. CONCLUSIONES.
2. ETAPAS DE LA FILOSOFÍA MEDIEVAL.
2.1. APOLOGÉTICA.
2.2. PATRÍSTICA.
2.3. ESCOLÁSTICA:
2.3.1. ETAPA DE FORMACIÓN (SIGLOS IX-X).
2.3.2. ETAPA DE APOGEO (AÑOS 1000-1350).
2.3.3. ETAPA DE CRISIS (AÑOS 1350-1460).
3. PRINCIPALES AUTORES DE LA FILOSOFÍA MEDIEVAL.
3.1. SAN AGUSTÍN DE HIPONA.
3.2. SAN ANSELMO DE CANTERBURY.
3.3. SANTO TOMÁS DE AQUINO.
3.4. GUILLERMO DE OCKHAM.
4.
ESQUEMAS Y MAPAS CONCEPTUALES.
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1. FILOSOFÍA Y CRISTIANISMO.
1.1. Introducción:
En el fin del mundo antiguo el desfondamiento del orden social romano lleva a
un progresivo acercamiento de la filosofía a la religión. Ya no se entiende la filosofía
con el ejemplo de la serenidad del sabio, propia de la época helenística, sino que se
busca la salvación, es una época de miedo a la razón.
Con el Edicto de Milán (año 313- siglo IV) y el reconocimiento de la libertad
de culto cristiano, la Iglesia se convertirá en el nuevo poder que monopolizará la
cultura y la administración estatal. Su férreo control ideológico irá persiguiendo todas
aquellas ideas que no concuerden con lo afirmado en la Biblia y, de esta manera, las
escuelas de pensamiento griegas irán desapareciendo o manteniéndose sólo en
algunas elites cultas.
La Edad Media abarca desde la caída de Roma en el año 476 d. C. hasta el
Renacimiento, ya en el siglo XV. Es un milenio que se suele calificar como
geocéntrico porque en él Dios ocupa el centro de la vida intelectual. Se pasa del
predominio de un discurso racional al predominio de un discurso estrictamente
religioso. El pensamiento se ocupa de la relación entre la fe cristiana y la razón, más
concretamente, se estudia la adaptación de la filosofía griega a los dogmas cristianos. La
tutela religiosa de la cultura queda reforzada por el hecho de que la Iglesia es la única
institución estable en medio de los constantes conflictos políticos que debilitan el poder
civil. Por ello, el saber y la creación cultural se refugian en los monasterios, sobre todo,
durante los primeros siglos.
Los primeros pensadores cristianos (los padres apologistas) rechazan
frontalmente todo aquello que no sea cristiano y, en concreto, la filosofía. Esto se
explica, por un lado, por la necesidad de defenderse frente a las persecuciones y
herejías; por otro, la razón griega es asimilada al paganismo y, por tanto, al error y a la
falsedad. La única verdad es la revelada por Dios.
Pasada esta fase, a la razón se le da el papel de instrumento válido al servicio de
la fe. Agustín de Hipona ( 354- 430 ), uno de los principales padres de la iglesia
(dentro de una corriente denominada patrística ), hace la primera gran síntesis entre
cristianismo y pensamiento griego, en concreto, con el platonismo, ya que era la
filosofía que tenía más influencia de ideas religiosas y , por ello mismo, más posibles
puntos de contacto con el cristianismo.
Se produce un desplazamiento de la actividad cultural y científica a Oriente.
En el año 529 el emperador Justiniano clausura las escuelas filosóficas de Atenas y los
filósofos se marchan llevándose las obras clásicas del pensamiento griego a Oriente. En
estos textos la filosofía de Platón y Aristóteles se fusionan, hecho que provocará
equívocos en su posterior interpretación, cuando en el siglo XIII sean recuperados en
Occidente.
Mientras tanto, el pensamiento cristiano ha fijado su credo básico y, para
transmitirlo, funda la Escolástica, formada por las escuelas monacales primero y,
después, por las escuelas catedralicias, que serán el embrión de las primeras
universidades. En ellas se reinicia poco a poco la reflexión y el debate filosófico,
aunque siempre dentro de los límites del credo cristiano.
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En el siglo XIII la recuperación de parte de la obra de Aristóteles por el filósofo
árabe Averroes (1126- 1198) causa un gran impacto en la Universidad de París. Se
genera una gran controversia pues se encuentran con una explicación meramente
racional, que no recurre en ningún momento a la revelación, de todas las cuestiones que
preocupan al ser humano. En un primer momento, las ideas de Aristóteles se persiguen
por heréticas, pero Tomás de Aquino (1225- 1274), un monje y filósofo dominico,
adapta el pensamiento aristotélico al cristiano logrando la segunda gran síntesis entre
éste y el pensamiento griego. Tal éxito tendrá, que su síntesis, denominada aristotélicotomista, se convertirá en el libro de texto oficial durante la segunda mitad de la Edad
Media y en el nuevo dogma de fe cristiano.
Sin embargo, a lo largo del siglo XIV, cada vez surgen más voces reclamando
una separación entre razón y fe, entre filosofía y religión, reivindicando a su vez la
autonomía para cada una de ellas. El ejemplo más relevante es la filosofía nominalista
de Guillermo de Ockham (1295- 1350). Se inicia un proceso de secularización de la
cultura y se abandona todo intento de racionalizar la fe, es decir, se reconoce que la
razón es una vía diferente de conocimiento que la fe. La experiencia como modo de
conocimiento va adquiriendo cada vez más importancia en detrimento del valor
tradicionalmente atribuido a la deducción y a la autoridad, hecho que contribuirá a un
nuevo impulso de la ciencia.
1.2.
Diferencias entre
filosofía y cristianismo.
EN
SUS
MODOS
DE
CONOCIMIENTO: DEBATE EN
TORNO A LA FE Y LA RAZÓN.
Son dos tipos de saber distintos:
1. La filosofía, que utiliza un
discurso sometido a la razón.
2. El cristianismo, que se basa en un mensaje revelado.
Este contraste atraviesa todo el desarrollo del pensamiento medieval en torno a una
cuestión tradicional:
¿Es suficiente la fe o, por el contrario, los contenidos de esa revelación son explicables
por medio de la razón?
EN SUS CONTENIDOS.
Hay una concepción de la realidad, el hombre, la verdad y la historia diferentes en cada
una de ellas. Contrastamos las ideas predominantes en el mundo griego con las que
impondrá el cristianismo.
a) La imagen de la divinidad.
1. El cristianismo defiende el monoteísmo frente al politeísmo de los griegos -o su
monoteísmo vacilante-.
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2. En el cristianismo, Dios crea el mundo partiendo de la nada, idea que desde
Parménides había sido rechazada por el pensamiento griego. La imposibilidad de
que algo surja de la nada absoluta era considerada por ellos como un principio
racional incuestionable.
3. La idea de creación acentuaba el poder ilimitado de Dios, se dice que Dios es
omnipotente. Esto posibilitará, a su vez, la explicación de los milagros.
b) La concepción de la historia.
La afirmación de que Dios creó el mundo es una idea extraña a la filosofía griega y tiene
unas consecuencias manifiestas puesto que supone que:
1. Hay un origen del mundo.
2. Hay un desarrollo lineal del tiempo histórico dirigido por Dios. Éste le da sentido
en el momento en el que se hace hombre. La historia es, primero, la espera del
Mesías, del redentor y, después, la espera del juicio final. Como consecuencia de
esto tenemos que:
3. Hay un final en la historia.
4. Así pues, el fin y el sentido de la historia es la salvación de los hombres y su
juicio.
Esto está en contraposición con la concepción de la historia que tenían los griegos, para los
cuales:
1. Todo existe desde siempre.
2. La historia es un proceso cíclico que se repite.
3. Este proceso está dominado por la necesidad.
c) La imagen del hombre.
Hay tres elementos nuevos importantes:
1. El hombre está hecho a imagen y semejanza de Dios.
2. El alma es inmortal, pero no el cuerpo, que es “una cárcel para el alma”.
3. Al final de los tiempos los cuerpos resucitarán.
d) La moral y el pecado.
La filosofía griega es básicamente intelectualista: el pecado, el obrar mal, no es más que
ignorancia.
Para el cristianismo el pecado es el fruto de dos factores: la maldad humana, que inclina
al pecado, y la libertad del individuo, que cede a tal inclinación. Cobran así sentido pleno
y dramático las ideas de culpa, arrepentimiento, pecado y redención.
e) La concepción de la verdad.
La filosofía griega se había caracterizado por insistir en los límites del conocimiento
humano: nadie había pretendido alcanzar la verdad absoluta y total: relativismo,
escepticismo y eclecticismo. La filosofía griega, en los tiempos del Imperio romano, se
había acostumbrado a la pluralidad de escuelas filosóficas. El diálogo entre las distintas
escuelas sólo es posible cuando se acepta un doble supuesto: que ninguna de ellas posee la
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verdad absoluta y que todas ellas se encuentran en un plano de igualdad por lo que a
fundamentos y criterios de justificación se refiere.
El cristianismo negaba ambos supuestos: al proclamar que poseía la verdad revelada por
Dios mismo, venía a chocar con la actitud moderada de los filósofos respecto del
conocimiento; además, por la misma razón se presentaba como la Verdad a secas y, por
tanto, situaba su fundamento y criterios de justificación en un plano superior al de las
doctrinas filosóficas con las que había de dialogar.
1.3. Platonismo y cristianismo.
De todas las corrientes
filosóficas
griegas,
el
platonismo era la que más
posibilidades ofrecía a los
primeros pensadores cristianos.
No debemos olvidar que el
platonismo tenía una fuerte
inspiración, en muchos de sus
aspectos, en otra religión: el
orfismo. Era la filosofía que
ofrecía más puntos de contacto
con la doctrina cristiana:
existencia de otro mundo,
doctrina de la participación y el
Demiurgo ordenador -que
pasará a ser interpretado como creador-, inmortalidad del alma, juicio post-morten, el
modo de conocimiento -las ideas innatas, la reminiscencia- será reinterpretado como la
iluminación divina, ...
El cristianismo se formulará en un cuerpo doctrinal cuyos conceptos fueron
básicamente platónicos -ésta era la corriente filosófica más afín y con más prestigio. Por
ello, en el siglo XIX, Nietzsche afirmará que el cristianismo no es otra cosa que un
“platonismo vulgarizado para las masas”. Las consecuencias fundamentales de este
encuentro son:
a) El abandono de la observación natural y de la razón como medio para explicarnos el
mundo.
b) el dominio de la autoridad de la fe y la lectura de un libro (la Biblia) como clave
explicativa.
1.4. Conclusiones.
A diferencia de lo que había ocurrido con la filosofía griega, que había centrado su
reflexión en torno a la determinación del objeto, la filosofía medieval centrará su interés en
Dios. La filosofía helenística había dado una orientación práctica al saber, dirigiéndolo
hacia la felicidad del hombre. Es el caso del estoicismo y del epicureísmo, que habían
colocado a la ética en el vértice del saber. A lo largo de los primeros siglos de nuestra era,
la progresiva expansión del cristianismo y otras religiones mistéricas irá provocando la
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aparición de otros modelos de felicidad o "salvación individual", que competirán con los
modelos filosóficos.
En definitiva, frente a la inicial hostilidad hacia la filosofía manifestada por algunos
de los primeros padres apologistas cristianos, sus continuadores encontrarán en la filosofía,
especialmente a partir del desarrollo del neoplatonismo de Plotino, un instrumento útil, no
sólo para combatir otras religiones o sistemas filosóficos, sino también para comprender, o
intentar comprender, los misterios revelados. Surge de ahí una asociación entre filosofía y
cristianismo o, más en general, entre filosofía y religión, que pondrá las bases de la futura
filosofía medieval, entre los cristianos, los musulmanes y los judíos. El tema fundamental
de reflexión pasará a ser la divinidad, quedando subordinada la comprensión e
interpretación del mundo, del hombre, de la sociedad, etc., al conocimiento que se
pueda obtener de lo divino.
2. ETAPAS DE LA FILOSOFÍA MEDIEVAL.
2.1. Apologética.
La llamada filosofía cristiana no es un corpus que aparezca dado, sino el resultado
de un largo proceso de formación. Veamos las etapas en la formación del pensamiento
cristiano. La primera de estas etapas se denomina Apológética (Siglos II al V d. C.,
aproximadamente) porque en ella se intenta defender y justificar el nuevo punto de
vista cristiano.
Desde esta perspectiva, el trabajo de estos primeros filósofos cristianos estará
centrado en la crítica de los elementos paganos de la cultura griega, que no eran
asimilables o compatibles con el credo cristiano. Por ello, son objeto de especial crítica
aspectos como la inmoralidad de los dioses, el politeísmo, la pluralidad de escuelas
filosóficas (a la que contraponen la unidad del cristianismo), la fatalidad (que contraponen
al libre albedrío -esto último les proporciona bastantes seguidores entre los esclavos-).
Se había de reinterpretar y asumir,
dentro de la originalidad del cristianismo, el
pensamiento precedente. Era pasar de una
filosofía animada por un espíritu religioso a
una religión capaz de consideraciones
filosóficas (impuestas en parte por el
prestigio del modo de hacer de la cultura
griega).
TEORÍA DEL CONOCIMIENTO: CONFLICTO ENTRE FE Y RAZÓN.
Los primeros conversos al cristianismo, formados en la cultura griega, estaban
inclinados a racionalizar sus creencias. Había la necesidad de defender y difundir la nueva
fe, frente a la incredulidad y la hostilidad de los paganos y frente a las herejías de algunos
cristianos. Se intenta justificar el valor de la fe frente al de la razón.
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2.2. Patrística.
Se desarrolla de los siglos IV al VIII d. C., aproximadamente. En esta etapa se
constituye la base del corpus doctrinal del cristianismo. Históricamente, ocupa la
denominada "Edad de las tinieblas", en la que hay una clara transición al feudalismo.
Hay una decadencia cultural y científica absoluta. La cultura griega se recorta,
reinterpretándose. Se escriben los textos básicos que servirán de base para las discusiones
del siglo XII y XIII en las Universidades (comentarios y enciclopedias).
Se produce un desplazamiento de la actividad cultural y científica a Oriente. En el
año 529, el emperador Justiniano clausura las escuelas filosóficas de Atenas, y los filósofos
se marchan, llevándose las obras clásicas a Oriente. Allí se traducen al sirio, después del
sirio, al árabe, y, más tarde, por obra de los árabes, se conocen directamente del griego. En
estos textos las filosofías de Platón y Aristóteles se fusionan, cosa que provocará
equívocos en su interpretación y clara distinción, cuando, en el siglo XIII, sean
recuperados en Occidente.
La necesidad de exponer la doctrina cristiana que sigue al reconocimiento del
cristianismo (Edicto de Milán del 313) y la lucha contra las herejías (gnosticismo,
arrianismo, maniqueísmo,...) dará lugar a la producción de una extensa literatura de
escritos doctrinales, que se conoce con el nombre de la Patrística. Sus autores son
llamados los Padres de la Iglesia. Su tarea fundamental será redactar obras exponiendo el
cristianismo.
Se inicia así un pensamiento cristiano a partir del pagano, ya que al cristianismo
llegan espíritus de culturas muy diferentes, cada uno de ellos trae sus ideas personales y las
conserva, una vez convertido. Hay una labor sincrética -sin criterio- y ecléctica -con
criterio- muy grande y no muy coherente.
Su representante más destacado es Agustín de Hipona, que elabora un pensamiento
cristiano de fuerte raíz platónica y neoplatónica, que predominará y marcará la pauta
del pensamiento medieval hasta el siglo XIII, alargándose más allá su pervivencia, pero
ya no de forma unánime.
TEORÍA DEL CONOCIMIENTO: CONFLICTO ENTRE FE Y RAZÓN.
Hay dos posturas:
-
La fe basta: "Creo porque es absurdo", afirma Tertuliano. Esto supone un rechazo
total de la razón. Es lo que se denomina también la “Sancta Simplecitas”.
-
Subordinación de la razón a la fe: "Hay que creer lo que Dios revela para llegar a
comprender", afirma Agustín de Hipona. Desde esta segunda perspectiva, la fe no
está reñida con la razón, pero se le impone, ya que el objeto de la fe es superior al
de la razón.
2.3. Escolástica.
Se desarrolla de los siglos IX al XIV y su rasgo básico es proteger y transmitir
el credo cristiano, para, más adelante, debatirlo. Hay distintas etapas.
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2.3.1. Etapa de formación (siglos IX-X).
La primera etapa de la Escolástica coincide con la extensión del feudalismo por
toda Europa. Con respecto al valor que se le da a la cultura grecolatina, hay que reseñar
que, en el año 910, se realiza la Reforma de Cluny, la orden
religiosa más poderosa de la época, que mutila la cultura
clásica y la censura de forma implacable e inflexible.
Además, para contrarrestar las ideas paganas y heréticas, y
difundir su doctrina, se fundan, por parte de las distintas
órdenes religiosas, las Escuelas monacales y catedralicias.
En líneas generales se establece una subordinación de
la razón a la fe y se plantea el denominado “problema de los
universales”, que consiste en el intento de determinar qué tipo de realidad les
corresponde a los términos y conceptos más abstractos. En esta época se opta por una
solución conocida en la Historia de la Filosofía como “realismo platónico”: las ideas o
esencias son interpretadas al modo platónico, con existencia independiente y separada.
Pero ahora son concebidas como son el modelo que sigue Dios en el momento de la
creación. Por tanto, las Ideas están presentes en la mente divina.
2.3.2. Etapa de apogeo (años 1000-1350).
Se produce la creación de las primeras Universidades. En ellas se adopta como
método de estudio las Disputatio: se da a los alumnos textos seleccionados de distintos
autores sobre un mismo tema para ser debatidos. Se toman como base las compilaciones y
enciclopedias ya citadas. Significa un desarrollo de la retórica y la dialéctica. Por otro
lado, los reyes y Papas se enfrentan en la búsqueda de prestigio, fomentando sus
respectivas Universidades. Los reyes se centran en los estudios más prácticos -artes,
política, derecho...- y los Papas en temas teológicos.
Al final de esta etapa, se produce un cambio en la sociedad, provocado por el auge
de las ciudades y el inicio de la crisis del feudalismo. Aparecen más escuelas, que orientan
sus estudios hacia temas más pragmáticos -formar comerciantes y políticos- y menos
contemplativos -aunque éstos siguen siendo los más importantes-.
Hasta el siglo XIII, el pensamiento en Occidente había estado dominado
absolutamente por la filosofía cristiana de inspiración platónica, debido, básicamente, a
la influencia del agustinismo. Había un casi total desconocimiento de Aristóteles. Pero
no ocurría lo mismo en Oriente o en el mundo árabe. En esas culturas había un
momento de gran esplendor cultural. En ellas se había conservado y recuperado la
cultura antigua. Los árabes habían traducido del sirio a Aristóteles así como los
comentarios que a sus obras habían hecho los comentaristas griegos, en su mayoría
platónicos. Averroes, un filósofo hispano-musulmán, intentará recuperar el Aristóteles
original, depurándolo de las contaminaciones neoplatonizantes que tenía. A través de la
Escuela de traductores de Toledo, toda esta filosofía llegará a las Universidades,
causando un gran impacto.
La Iglesia, más sólida que nunca, permite –y, en parte, se le va de las manos- el
debate en las Universidades, comenzando así una época de florecimiento cultural y de
recuperación del amor por la sabiduría. La Universidad de París, capital intelectual de
Europa en estos momentos, se conmociona por la llegada de los comentarios de
Aristóteles. En un ambiente cultural dominado por las explicaciones teológicas -el hombre
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de la época tiene una cosmovisión esencialmente religiosa- se encuentran con una
explicación racional, completa y coherente, de la realidad, a cuyo atractivo es difícil
escapar.
Hay una progresiva reinterpretación de Aristóteles por parte de los pensadores
cristianos. En un primer momento, hubo una clara hostilidad de la Iglesia con respecto a
la obra de Aristóteles; de hecho, en 1.210 se prohíben sus libros por considerarlos
heréticos. Pero, posteriormente, la asimilación al cristianismo de Aristóteles realizada
por Tomás de Aquino (síntesis aristotélico-tomista) hizo que, en 1.366, fuera de
aprendizaje obligatorio en todas las escuelas y Universidades, y se convertirá en el libro
de texto de los siglos XV al XVII, y en el nuevo dogma cristiano, que se enfrentará al
pensamiento de los filósofos que protagonizan la revolución científica. La intención de
esta “cristianización” de Aristóteles no era otra que la de dotar de un apoyo filosóficoracional al pensamiento cristiano para adaptarlo a las nuevas circunstancias socioculturales (pues empezaba a ser insuficiente el recurso exclusivo a la fe).
Entre las tendencias que aparecen en esta época
destacan, entre otras, el franciscanismo y el averroísmo
latino. La primera está constituida por el grupo más
conservador en estos momentos. Reciben la influencia mística
e idealista de Francisco de Asís; seguidores del agustinismo,
recelan de todo lo que “suene” a intelectual y racional.
Por el contrario, la segunda tendencia está compuesta
por los autores más polémicos y progresistas, y, por ello, los
más perseguidos por los que vigilan la ortodoxia en la Iglesia. Sus tesis serán condenadas y
prohibidas. Se basan en la filosofía de Aristóteles, que obtienen de las traducciones de
Averroes. Se distinguen por tres afirmaciones (dos de las cuales son de inspiración
aristotélica y contrarias al credo cristiano): el mundo es eterno, el alma no es inmortal y la
teoría de la doble verdad. Según ésta última, hay una verdad teológica o de fe, y otra
filosófica o de razón. Por ello, las ideas son consideradas verdaderas o falsas según el tipo
de verdad a la que hagamos referencia. Esta teoría era un intento desesperado por defender
la autonomía de la razón frente a la fe.
Pero, sin lugar a dudas, la figura más importante de esta época es la de Tomás
de Aquino, que defiende una postura intermedia y ecléctica. Su objetivo era elaborar un
sistema teológico-filosófico que conciliara la autoridad del filósofo con la teología
cristiana. Según Tomás de Aquino, las incompatibilidades que habían surgido entre estos
dos pensamientos se debían a errores provocados por las interpretaciones de Aristóteles
realizadas por Averroes y sus seguidores. Los principales problemas de la época a los que
Tomás aportó soluciones originales fueron los siguientes:
a) Conflicto entre fe y razón: búsqueda del equilibrio. Hay una única verdad a la que
se puede acceder por caminos distintos pero convergentes. La teología sirve de
norma negativa a la filosofía. o bien le advierte que el método racional ha sido mal
usado puesto que ha llegado a falsas afirmaciones, o bien, que ha entrado en un
campo -reservado a la teología- en el que no es posible el argumento racional.
b) El problema de los universales y del conocimiento. En ambos defiende posturas
similares a las de Aristóteles:
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- frente al método de conocimiento interior agustianiano, de inspiración
platónica, Tomás de Aquino afirma que el conocimiento se inicia y tiene su
origen en los sentidos. Con los datos que éstos nos proporcionan, el
entendimiento elabora los conceptos (universales) mediante la abstracción.
- los universales, obtenidos en el proceso de abstracción, son un reflejo real de
la esencia de las cosas, pero no se hallan en un mundo aparte, sino en las cosas
mismas. Es lo que se denomina “realismo moderado”.
2.3.3. Etapa de crisis (años 1350-1460).
Se viven situaciones históricas terribles: la peste, la guerra de los cien años,... Se
desmoronan las estructuras político-religiosas del medievo cristiano. El Cisma de
Occidente divide a la Iglesia, acentuándose el conflicto entre el poder político y el
religioso. Se inicia un proceso de secularización de la cultura, se abandona todo intento de
racionalizar la fe, es decir, se reconoce que la razón es una vía diferente de conocimiento
que la fe. Muchos teólogos llegan al convencimiento de que la fe se degrada al quererse
apoyar en la filosofía.
La ruptura entre teología y filosofía dejará libertad a ésta para ocuparse de otros
temas seculares más próximos. La experiencia como modo de conocimiento va obteniendo
cada vez más importancia en detrimento del valor tradicionalmente atribuido a la
deducción y a la autoridad, hecho que contribuirá decisivamente al avance logrado por la
ciencia moderna. En definitiva, el siglo XIV se caracterizará por el misticismo en lo
religioso y el criticismo en lo filosófico.
De entre todas las corrientes filosóficas de este siglo XIV destaca el nominalismo,
que es la más innovadora ya que implica un cambio radical de perspectiva. Se
autodenominan “modernos” para marcar su diferencia y separación con los filósofos de su
tiempo. Sus principales aportaciones fueron éstas:
a) Concepción de los universales. Son el resultado de una
invención humana, son sólo signos, nombres, fórmulas de
economía mental que utilizamos para designar a las cosas:
no tienen otra realidad, ni independiente de las cosas ni en
las cosas mismas. Por lo tanto, no existe ninguna otra
realidad más que lo individual (individualismo) y sólo puede
ser conocido a través de la experiencia (empirismo).
b) Crítica a la metafísica. La Navaja de Ockham: "En vano expliques con muchas
ideas o categorías lo que puedas decir y explicar en pocas". Es un principio de
simplicidad que atacaba el barroquismo conceptual de la síntesis aristotélicotomista.
c) Relación entre fe y razón. Defienden la supremacía de la razón, separando
definitivamente la teología de la filosofía. La idea de que la filosofía y la razón
eran autónomas fue favorecida por la recuperación de Aristóteles. Este había
ofrecido un sistema que nada debía al cristianismo, ni a la Biblia, que no dependía
en absoluto de la revelación judeocristiana, sino que aparecía como el resultado de
la Razón funcionando por sí misma al margen de la fe.
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d) El criticismo. La concepción de la filosofía como disciplina autónoma favoreció la
idea de que la filosofía es esencialmente crítica, pues revisa sus presupuestos y
sus conclusiones.
3. PRINCIPALES AUTORES DE LA FILOSOFÍA MEDIEVAL.
3.1. San Agustín de Hipona.
Cuando San Agustín comienza la
elaboración de su síntesis filosófica parte ya de
una previa adaptación de la filosofía al
cristianismo realizada por los pensadores
cristianos de siglo III, fundamentalmente. En
su obra analizará los distintos sistemas
filosóficos griegos mostrando una especial
admiración por Platón (pese a que, al parecer,
sólo conocía el Fedón y Timeo), recibiendo
una fuerte influencia del neoplatonismo así
como del estoicismo, del que aceptó
numerosas tesis, aclarándonos, de este modo
las influencias recibidas. Por el contrario el
epicureísmo, el escepticismo y el aristotelismo
serán objeto de rechazo. La magnitud, la
profundidad y, no obstante, la novedad de su
obra le convertirán en el pensador más
relevante del cristianismo, ejerciendo una influencia continuada a través de los siglos en
el ámbito del cristianismo.
La filosofía de Agustín: La razón y la fe.
No hay una distinción clara entre razón y fe en la obra de San Agustín, lo que
marcará el discurrir de todo su pensamiento. Existe una sola verdad, la revelada por la
religión, y la razón puede contribuir a conocerla mejor. "Cree para comprender", nos
dice, en una clara expresión de predominio de la fe; sin la creencia en los dogmas de la
fe no podremos llegar a comprender la verdad, Dios y todo lo creado por Dios (la
sabiduría de los antiguos no sería para él más que ignorancia); "comprende para
creer", en clara alusión al papel subsidiario, pero necesario, de la razón como
instrumento de aclaración de la fe: la fe puede y debe apoyarse en el discurso racional
ya que, correctamente utilizado, no puede estar en desacuerdo con la fe, afianzando el
valor de ésta. Esta vinculación profunda entre la razón y la fe será una característica de
la filosofía cristiana posterior hasta la nueva interpretación de la relación entre ambas
aportada por santo Tomás de Aquino, y supone una clara dependencia de la filosofía
respecto a la teología.
El conocimiento
Aunque sin llegar a elaborar una teoría del conocimiento, San Agustín se ocupará del
problema del conocimiento, tratando de establecer las condiciones en las que se puede
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dar el conocimiento de la verdad, según el ideal cristiano de la búsqueda de Cristo y la
sabiduría.
Ante el desarrollo del escepticismo defendido por la Academia nueva, con cuyas tesis
había simpatizado anteriormente, San Agustín considerará fundamental la crítica del
mismo. Niegan los escépticos la posibilidad de alcanzar certeza alguna. Ante ello San
Agustín replica afirmando la necesaria certeza de la propia existencia: ¿puedo
razonablemente dudar de mi existencia, aun suponiendo que todos mis juicios
estuvieran siempre equivocados? No, dice San Agustín, ya que aun en el caso de que me
engañarse no dejaría de existir (al menos el juicio "si fallor, sum" sería siempre
verdadero, asegurando la certeza de mi existencia); pero la certeza es triple, ya que el
hombre existe, vive y entiende.
En ese conocimiento cierto que tiene la mente de sí misma y por sí misma, en la
experiencia interior, asentará San Agustín la validez del conocimiento. Así, no puedo
dudar de la certeza de los principios del entendimiento, como el principio de no
contradicción; ni de la certeza de las verdades matemáticas. Tampoco puedo dudar de la
certeza de la realidad exterior, en la que vivo. No obstante la mente, buscando la verdad
en sí misma, se trascenderá a sí misma al encontrar en ella las ideas, verdades
inmutables que no pueden proceder de la experiencia.
El
conocimiento
racional, en su actividad
superior, es llamado por San
Agustín sabiduría; es el
auténtico
conocimiento
filosófico: el conocimiento de
las verdades universales y
necesarias, las ideas, siguiendo
a Platón. Hay, pues, una
gradación del conocimiento,
desde los niveles más bajos,
sensibles, hasta el nivel más
elevado, lo inteligible, la idea.
Las ideas se encuentran, pues,
en la mente de Dios. ¿Cómo se
alcanza el conocimiento de las ideas? Dado su alejamiento de lo sensible, realidad en la
que se encuentra el hombre, las ideas sólo se pueden conocer mediante una especial
iluminación que Dios concede al alma, a la actividad superior de la razón. El verdadero
conocimiento depende, pues, de la iluminación divina. ¿Cómo interpretar esta
iluminación? Parece ser que S. Agustín concibe tal iluminación como un poder que
Dios concede a la razón, una virtud especial por la que el alma queda capacitada para
alcanzar por sí misma las verdades eternas, pero que el alma no posee por naturaleza.
Para otros, la explicación nos la daría el símil que establece Platón entre el sol y el Bien:
la idea de Bien ilumina todas las demás realidades permitiendo que sean captadas
(presentándose así como la fuente del ser y del conocimiento).
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Dios
El tema que más ocupa a San Agustín es el tema de Dios. Su filosofía es
predominantemente una teología, siendo Dios no sólo la verdad a la que aspira el
conocimiento sino el fin al que tiende la vida del hombre, que encuentra su razón de ser
en la beatitud, en la visión beatífica de Dios que alcanzarán los bienaventurados en la
otra vida, para cuya obtención será necesario el concurso de la gracia divina.
San Agustín no se preocupa, sin embargo, de elaborar pruebas sistemáticas de la
existencia de Dios, aunque propone diversos argumentos que ponen de manifiesto su
existencia, haciéndolo con esa estricta intención. Entre ellos se encuentran los que, a
partir del orden observable en el mundo, concluyen la existencia de un ser supremo
ordenador, o los basados en el consenso, que recalcan la universalidad de la creencia en
dioses por parte de todos los pueblos conocidos.
También encuentra a Dios en el interior del hombre, a donde San Agustín
acostumbra a dirigirnos para encontrar en nosotros la verdad. Es precisamente por ese
camino por el que vamos a encontrar la que suele considerar con propiedad la
demostración de la existencia de Dios a partir de las ideas o verdades eternas: el
fundamento de tales verdades inmutables no puede estar en las cosas creadas, que son
cambiantes, sino que ha de estar en un ser inmutable y eterno, a su vez; es decir, en
Dios.
Ética y política
La ética agustiniana, aunque inspirada
directamente por los ideales morales del
cristianismo, aceptará elementos procedentes del
platonismo y del estoicismo, que encontramos
también en otros aspectos de su pensamiento. Así,
compartirá con ellos la conquista de la felicidad
como el objetivo o fin último de la conducta
humana; este fin será inalcanzable en esta vida,
dado el carácter trascendente de la naturaleza
humana, dotada de un alma inmortal, por lo que sólo
podrá ser alcanzado en la otra vida.
Hay aquí una clara similitud con el
platonismo, mediante la asociación de la idea de
Bien con la de Dios, pero prevalece la inspiración
cristiana al considerar que la felicidad consistiría en
la visión beatífica de Dios, de la gozarían los
bienaventurados en el cielo, tras la práctica de la
virtud. Además, hay que tener en cuenta que es
necesaria la gracia de Dios para poder alcanzar tal objetivo, lo que hace imposible
considerar la salvación como el simple efecto de la práctica de la virtud, (entre otras
cosas por la imperfección de la naturaleza humana que supone el pecado original), y
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planteará no pocos problemas teológicos, recurrentes a lo largo de la historia del
cristianismo.
En cuanto a la sociedad y la política, San Agustín expone sus reflexiones en La
ciudad de Dios, obra escrita a raíz de la caída de Roma en manos de Alarico y de la
desmembración del imperio romano. Los paganos habían culpado a los cristianos de tal
desastre, argumentando que el abandono de los dioses tradicionales en favor del
cristianismo, convertido desde hacía tiempo en la religión del imperio, había sido la
causa de la pérdida del poder de Roma y de su posterior destrucción. En esa obra San
Agustín ensaya una explicación histórica para tales hechos partiendo de la concepción
de la historia como el resultado de la lucha de dos ciudades, la del Bien y la del Mal, la
de Dios y la terrenal, de la luz y de las tinieblas.
La ciudad de Dios la componen cuantos siguen su palabra, los creyentes; la
terrenal, los que no creen. Esa lucha continuará hasta el final de los tiempos, en que la
ciudad de Dios triunfará sobre la terrenal, apoyándose San Agustín en los textos
sagrados del Apocalipsis para defender su postura. De hecho, la oposición señalada será
utilizada posteriormente para defender la prioridad de la Iglesia sobre los poderes
políticos, exigiendo su sumisión, lo que ocurrirá en la Alta Edad Media. Asegurada esa
dependencia, San Agustín aceptará que la sociedad es necesaria al individuo, aunque no
sea un bien perfecto; sus instituciones, como la familia, se derivan de la naturaleza
humana, siguiendo la teoría de la sociabilidad natural de Aristóteles, y el poder de los
gobernantes procede directamente de Dios.
3.2. San Anselmo de Canterbury.
San Anselmo de Canterbury fue uno de los filósofos más relevantes de la
tradición agustiniana, por lo que debemos situarlo en la esfera de influencia filosófica
del platonismo. No obstante, sus preocupaciones fundamentales eran de tipo religioso y
espiritual. En este sentido concibe la filosofía como una ayuda para comprender la fe:
hay una sola verdad, la revelada por Dios, que es objeto de fe; pero la razón puede
añadir comprensión a la fe y, así, reforzarla. La expresión "credo, ut intelligam"
resume su actitud: la razón sola no tiene autonomía ni capacidad para alcanzar la verdad
por sí misma, pero resulta útil para esclarecer la creencia. La razón queda situada en una
relación de estricta dependencia con respecto a la fe.
En su obra Monologion San Anselmo había presentado ya algunos argumentos
sobre la demostración de la existencia de Dios, acompañando a otras reflexiones de
carácter marcadamente teológico. La demostración que nos ofrece en el Proslogion fue
motivada, según sus propias palabras, por la petición de sus compañeros benedictinos
de reunir en un solo argumento la fuerza probatoria que los argumentos presentados en
el Monologion ofrecían en conjunto. Con esta prueba, conocida como "argumento
ontológico", San Anselmo pretende no sólo satisfacer dicha petición sino también dotar
al creyente de una razón sólida que le confirme indudablemente en su fe. El argumento
en cuestión lo formula San Anselmo como sigue, en el capítulo II del Proslogion:
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1.1
"Así, pues, ¡oh Señor!, Tú que das inteligencia a la fe, concédeme, cuanto conozcas que me sea
conveniente, entender que existes, como lo creemos, y que eres lo que creemos. Ciertamente, creemos
que Tú eres algo mayor que lo cual nada puede ser pensado.
2.2
Se trata de saber si existe una naturaleza que sea tal, porque el insensato ha dicho en su corazón: no hay
Dios.
2.3
Pero cuando me oye decir que hay algo por encima de lo cual no se puede pensar nada mayor, este mismo
insensato entiende lo que digo; lo que entiende está en su entendimiento, incluso aunque no crea que
aquello existe.
2.4
Porque una cosa es que la cosa exista en el entendimiento, y otra que entienda que la cosa existe. Porque
cuando el pintor piensa de antemano el cuadro que va a hacer, lo tiene ciertamente en su entendimiento,
pero no entiende todavía que exista lo que todavía no ha realizado. Cuando, por el contrario, lo tiene
pintado, no solamente lo tiene en el entendimiento sino que entiende también que existe lo que ha hecho.
El insensato tiene que conceder que tiene en el entendimiento algo por encima de lo cual no se puede
pensar nada mayor, porque cuando oye esto, lo entiende, y todo lo que se entiende existe en el
entendimiento.
2.5
Y ciertamente aquello mayor que lo cual nada puede ser pensado, no puede existir sólo en el
entendimiento. Pues si existe, aunque sólo sea también en el entendimiento, puede pensarse que exista
también en la realidad, lo cual es mayor. Por consiguiente, si aquello mayor que lo cual nada puede
pensarse existiese sólo en el entendimiento, se podría pensar algo mayor que aquello que es tal que no
puede pensarse nada mayor.
2.6 Conclusión
Luego existe sin duda, en el entendimiento y en la realidad, algo mayor que lo cual nada puede ser
pensado."
El argumento ontológico fue llamado así por primera vez por Kant (s. XVIII), y
ha sido uno de los argumentos más polémicos de la historia de la filosofía. Filósofos de
la talla de Descartes y Hegel lo consideran válido y lo introducen en sus respectivos
sistemas. Otros, como Sto. Tomás, Hume y Kant, rechazarán la validez del argumento,
negando su fuerza probatoria. San Anselmo introduce el argumento en el contexto de
una plegaria a Dios y su estructura lógica puede resumirse como sigue:
Concebimos a Dios como aquello mayor que lo cual nada puede pensarse, y esa idea
de Dios es comprendida por cualquiera.
a)
b) Pero aquello mayor que lo cual nada puede pensarse debe existir no sólo
mentalmente, en la idea, sino también extramentalmente, en la realidad, pues siendo la
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existencia real una perfección, será más perfecto ("mayor que…..") el ser existente en la
realidad que otro que posea los mismos atributos pero que sólo exista mentalmente; de
otro modo caeríamos en una flagrante contradicción, lo que no puede ser aceptado por
la razón.
c) En consecuencia, Dios existe no sólo en la mente (como idea) sino también
extramentalmente, en la realidad.
La premisa mayor presenta simplemente, según San
Anselmo, la idea de Dios, la idea que tiene de Dios un
hombre, aunque niegue su existencia. La premisa menor está
clara, puesto que si aquello mayor que lo cual nada puede
pensarse existiese sólo en la mente no sería aquello mayor
que lo cual nada puede pensarse. Algo más grande podría
pensarse, a saber, un ser que existiese en la realidad
extramental y no únicamente en la idea.
El argumento se desarrolla, pues, a partir de una definición
de Dios que, a juicio de San Anselmo, puede ser
comprendida y aceptada por cualquiera. En un segundo
momento se centra en el análisis de esa misma idea y en sus
implicaciones, recalcando el absurdo que resultaría de
concebir mentalmente un ser perfecto y negarle la mayor perfección: la existencia.
Concluye afirmado la existencia necesaria de Dios como una exigencia de la razón para
evitar tal absurdo. Todo el desarrollo del argumento transcurre en el ámbito del
pensamiento, progresando de la simple idea a la necesidad de admitir la existencia de
Dios, sin apelar a otra instancia que a la razón y a uno de sus principios fundamentales:
el de no admitir la contradicción.
Gaunilon, monje contemporáneo de San Anselmo, critica en el Liber pro
insipiente la validez del argumento alegando que el paso de lo ideal (lo pensado) a lo
real (lo existente) no está justificado, dado que dichos elementos no son homogéneos.
Para explicar la ilegitimidad del mismo se sirve de una metáfora: supongamos que
alguien tiene la idea de unas Islas Afortunadas perfectas y paradisíacas, y concluye que,
a partir de tal idea, deben existir necesariamente debido a su perfección, pues la
existencia es una perfección. Nadie daría crédito a la persona que argumentara de tal
modo y pretendiera demostrar así la existencia de dichas islas, resultando clara la
ilegitimidad del argumento, tal como ocurre con la prueba anselmiana de la existencia
de Dios.
Parece entonces que la idea de Dios que pide al principio de su prueba San
Anselmo no es la que puede tener cualquiera en su mente, sino que supone compartir
varios presupuestos doctrinales o filosóficos, entre los que se han destacado los
siguientes:
a) partir de la idea de Dios suministrada por la revelación.
b) identificar el orden lógico con el real.
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c) concebir la existencia divina como un simple atributo de su esencia.
Por esta razón Sto. Tomás rechazará la validez del argumento, eligiendo una
dirección totalmente opuesta a la de San Anselmo en sus cinco pruebas en las que
tomará la experiencia, la realidad sensible, como el punto de partida de su
argumentación, siguiendo su formación aristotélica, que no acepta otro punto de partida
del conocimiento sino la experiencia.
3.3. Santo Tomás de Aquino.
La obra de Sto. Tomás de Aquino es el resultado de la síntesis de la filosofía
aristotélica con la tradición filosófica y teológica del cristianismo y, en cuanto tal,
representa el momento cumbre de la Escolástica cristiana. Surgida en un entorno
polémico, suscitado por el desarrollo del averroísmo latino, se irá, no obstante,
imponiendo paulatinamente, hasta ser aceptada por las altas jerarquías de la Iglesia.
La relación entre la razón y la fe
La relación del cristianismo con la filosofía viene determinada, ya desde sus
inicios, por el predominio de la fe sobre la razón. Esta actitud queda reflejada en el
"Credo ut intelligam" de San Agustín, tributario en este aspecto del "Credo quia
absurdum est" de Tertuliano, y que se transmitirá a lo largo de toda la tradición
filosófica hasta Santo Tomás de Aquino, quien replanteará la relación entre la fe y la
razón, dotando a ésta de una mayor autonomía.
No obstante, también santo Tomás será, en
este sentido, deudor de la tradición filosófica
cristiana, de carácter fundamentalmente
agustiniano, aceptando el predominio de lo
teológico sobre cualquier otra cuestión
filosófica, así como los elementos de la fe que
deben ser considerados como imprescindibles
en la reflexión filosófica cristiana: el
creacionismo, la inmortalidad del alma, las
verdades reveladas de la Biblia y los
evangelios, y otros no menos importantes que derivan de ellos, como la concepción de
una historia lineal y trascendente, en oposición a la concepción cíclica de la
temporalidad típica del pensamiento clásico.
Sin embargo, esa relación de dependencia de la razón con respecto a la fe será
modificada sustancialmente por Santo Tomás de Aquino. A lo largo del siglo trece, el
desarrollo de la averroísmo latino había insistido, entre otras, en la teoría de la "doble
verdad", según la cual habría una verdad para la teología y una verdad para la filosofía,
independientes una de otra, y cada una con su propio ámbito de aplicación y de
conocimiento. La verdad de la razón puede coincidir con la verdad de la fe, o no. En
todo caso, siendo independientes, no debe interferir una en el terreno de la otra. Santo
Tomás rechazará esta teoría, insistiendo en la existencia de una única verdad, que puede
ser conocida desde la razón y desde la fe.
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Sin embargo, reconoce la particularidad y la independencia de esos dos campos,
por lo que cada una de ellas tendrá su objeto y método propio de conocimiento. La
filosofía se ocupará del conocimiento de las verdades naturales, que pueden ser
alcanzadas por la luz natural de la razón; y la teología se ocupará del conocimiento de
las verdades reveladas, de las verdades que sólo puede ser conocidas mediante la luz de
la revelación divina. Ello supone una modificación sustancial de la concepción
tradicional (agustiniana) de las relaciones entre la razón y la fe.
La filosofía, el ámbito propio de aplicación de la razón deja, en cierto sentido, de
ser la "sierva" de la teología, al reconocerle un objeto y un método propio de
conocimiento. No obstante, Santo Tomás acepta la existencia de un terreno "común" a
la filosofía y a la teología, que vendría representado por los llamados "preámbulos" de
la fe (la existencia y unidad de Dios, por ejemplo). En ese terreno, la filosofía seguiría
siendo un auxiliar útil a la teología y, en ese sentido, Sto. Tomás se refiere a ella todavía
como la "criada" de la teología.
Pero, estrictamente hablando, la posición de Santo Tomás supondrá el fin de la
sumisión de lo filosófico a lo teológico. Esta distinción e independencia entre ellas se
irá aceptando en los siglos posteriores, en el mismo seno de la Escolástica,
constituyéndose en uno de los elementos fundamentales para comprender el surgimiento
de la filosofía moderna.
La metafísica tomista.
La Suma Teológica se considera la obra cumbre de santo Tomás, quien
comienza en ella su discurso planteando el problema teológico de la existencia de Dios,
pasando a continuación al tratamiento de otras cuestiones de carácter teológico y,
posteriormente, al estudio del ser creado. Es una buena prueba del valor de la reflexión
teológica en el conjunto del pensamiento tomista. No obstante, la demostración de la
existencia de Dios y otras cuestiones teológicas están sometidas a determinados
presupuestos metafísicos que es necesario conocer y que constituyen el punto de partida
de su filosofía. La mayor parte de la metafísica tomista procede de Aristóteles, aunque
también hay elementos procedentes del platonismo agustiniano y de la filosofía árabe,
como veremos a continuación.
Al igual que para Aristóteles, para Sto. Tomás la metafísica es la ciencia del "ente
en cuanto ente" y, como tal, la ciencia de las primeras causas y principios del ser. Al
igual que Aristóteles aceptará, pues, la teoría de las cuatro causas, la teoría de la
sustancia y la teoría del acto y la potencia. Pero la necesidad de conciliar el
aristotelismo con el cristianismo le llevará a introducir una nueva estructura metafísica,
utilizada ya por Avicena: la de la distinción entre esencia y existencia. Además,
recurrirá a las teorías platónicas de la participación, de la causalidad ejemplar y de los
grados del ser.
Para Sto. Tomás, del mismo modo que para Aristóteles, la sustancia es
identificada con la entidad concreta y particular, constituida por un compuesto
indisoluble de materia y forma. En cuanto tal, es el modo privilegiado de ser, el sujeto
en el que inhieren los accidentes, las formas de ser que no son sujeto sino que se dan en
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un sujeto. Acepta, por lo tanto, la misma ordenación de las categorías accidentales que
Aristóteles: cantidad, cualidad, relación, lugar, tiempo, posición, estado, acción y
pasión. ¿Es posible la existencia de sustancias que no estén compuestas de materia y
forma? Ha de serlo, si se pretende conciliar la filosofía aristotélica con la revelación,
que se refiere, al menos, a dos de ellas: los ángeles y Dios. Pero será preciso recurrir a
otros elementos metafísicos no aristotélicos, como veremos posteriormente, para poder
explicar su posibilidad.
En efecto, la metafísica aristotélica conduce a una interpretación del mundo
difícilmente conciliable con el cristianismo: el mundo es eterno y está compuesto de una
multiplicidad de sustancias que, en cuanto tales, tienen la misma entidad. ¿Cómo
conciliar la eternidad del mundo con la creación? ¿Cómo conciliar la identificación del
ser con la sustancia con la afirmación de que hay una sustancia suprema, y radicalmente
distinta de todas las demás? La distinción que ya había establecido Avicena entre la
esencia y la existencia será la respuesta que buscará santo Tomás: además de las
estructuras anteriormente citadas, y basada especialmente en la teoría del acto y la
potencia, habrá que distinguir en cada sustancia la esencia de la existencia. La esencia
está respecto a la existencia como la potencia respecto del acto. Lo que una cosa es, su
esencia, puede ser comprendido independientemente de que esa cosa exista o no; e
independientemente de su existencia o no, la esencia se mantiene inalterable siendo lo
que es.
Por ejemplo, comprendemos lo que
es un hombre independientemente de que
existan o no hombres, y lo mismo con
cualquier otra sustancia. La esencia sería,
pues, una cierta forma de ser en potencia:
para existir tendría que ser actualizada por
otra entidad que le diese la existencia, ya
que nada puede ser causa de su propia
existencia. Por lo tanto, todas las cosas que
existen son un compuesto de esencia y
existencia.
En
ese
sentido
son
contingentes, es decir no tienen en sí mismas la necesidad de existir, pueden existir o no
existir. ¿De dónde les viene, pues, la existencia? Ha de proceder de otra sustancia que
exista eminentemente, es decir, de una sustancia cuya esencia consista en existir y sea,
por lo tanto, un ser necesario: Dios. Se establece así una distinción o jerarquía entre
los seres: los contingentes, los que reciben su existencia; y el ser necesario, aquel en
que la esencia y la existencia se identifican.
La existencia de Dios.
Por lo que respecta la existencia de Dios, Sto. Tomás afirma taxativamente que
no es una verdad evidente para la naturaleza humana, (para la razón,) por lo que,
quienes la afirmen, deberán probarla. La existencia de Dios, nos dice, es evidente
considerada en sí misma, pero no considerada respecto al hombre y su razón finita y
limitada. Tanto es así que ni siquiera las diversas culturas o civilizaciones tienen la
misma idea de Dios (judaísmo, islamismo, cristianismo, politeísmo...) e, incluso, ni
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siquiera todos los hombres pertenecientes a la misma cultura poseen la misma idea de
Dios. Y esto es un hecho ante el que no cabe discusión. Con ello pretende recalcar tanto
la importancia del tema como la legitimidad de solicitar una garantía de la razón,
independientemente de lo que afirme la fe. Si la existencia de Dios no es una verdad
evidente para nosotros es necesario, pues, que sea demostrada de un modo evidente para
la razón, de un modo racional, en el que no intervengan elementos de la Revelación o de
la fe.
Pero, ¿qué tipo de demostración hemos de elegir? No podemos partir de la idea
de Dios, ya que eso es precisamente lo que se trata de demostrar, lo que se trata de
conocer. Tampoco podemos recurrir a la demostración "a priori ", puesto que esta
demostración parte del conocimiento de la causa, y de él llega al conocimiento del
efecto: pero Dios no tiene causa. Sólo nos queda, pues, partir del conocimiento que
proporciona la experiencia humana, de los seres que conocemos, tomados como
efectos, y remontarnos, a través de ellos, a su causa, es decir, argumentando " a
posteriori".
Siendo tal la posición de Sto. Tomás comprendemos por qué criticará duramente
el argumento ontológico y rechazará su validez. El argumento anselmiano toma como
punto de partida la idea de Dios como ser perfecto, pero tal idea, dice Sto. Tomás,
procede de la creencia, de la fe, y no tiene por qué ser aceptada por un no creyente.
Pero, además, el argumento de San Anselmo contiene un paso ilegítimo de lo ideal a lo
real: pensar algo como existente no quiere decir que exista en la realidad. La existencia
pensada no tiene más realidad que la de ser pensada, la de estar como tal en nuestro
entendimiento, pero no fuera de él. Para Sto. Tomás la existencia sólo puede ser
alcanzada si partimos de la existencia y argumentamos a partir de ella. Y la única
existencia indudable para nosotros es la existencia sensible. Por ello desarrollará sus
cinco pruebas de la existencia de Dios a partir siempre de la experiencia sensible, la
primera pero no la única forma de experiencia que el hombre conoce...
LAS CINCO VÍAS DE LA DEMOSTRACIÓN DE LA EXISTENCIA DE DIOS.
En la Suma Teológica, primera parte, capítulos 2 y 3, encontramos formuladas
las cinco pruebas tomistas de la demostración de la existencia de Dios, (conocidas como
las "cinco vías"), que se exponen a continuación:
1. Primera vía (basada en la realidad de la existencia del movimiento):
Nos consta por los sentidos que hay seres de este mundo que se mueven; pero todo lo
que se mueve es movido por otro, y, como una serie infinita de causas es imposible,
hemos de admitir la existencia de un primer motor no movido por otro, inmóvil. Y ese
primer motor inmóvil es Dios.
2. Segunda vía (basada en la causalidad eficiente):
Nos consta la existencia de causas eficientes que no pueden ser causa de sí mismas, ya
que para ello tendrían que haber existido antes de existir, lo cual es imposible. Además,
tampoco podemos admitir una serie infinita de causas eficientes, por lo que tiene que
existir una primera causa eficiente incausada. Y esa causa incausada es Dios.
3. Tercera vía (basada en la distinción entre seres necesarios y contingentes):
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Hay seres que comienzan a existir y que perecen, es decir, que no son necesarios; si
todos los seres fueran contingentes, no existiría ninguno, pero existen, por lo que deben
tener su causa, pues, en un primer ser necesario, ya que una serie causal infinita de seres
contingentes es imposible. Y este ser necesario es Dios.
4. Cuarta vía (basada en los grados de perfección):
Observamos distintos grados de perfección en los seres de este mundo (bondad,
belleza,...). Y ello implica la existencia de un modelo con respecto al cual establecemos
la comparación, un ser óptimo, máximamente verdadero, un ser supremo. Y ese ser
supremo es Dios.
5. Quinta vía (basada en la causalidad final):
Observamos que seres inorgánicos actúan con un fin; pero al carecer de conocimiento e
inteligencia sólo pueden tender a un fin si son dirigidos por un ser inteligente. Luego,
debe haber un ser sumamente inteligente que ordena todas las cosas naturales
dirigiéndolas a su fin. Y ese ser inteligente es Dios.
3.4. Guillermo de Ockham.
Razón y fe
La posición que adoptará Ockham respecto al tema de la relación entre la razón
y la fe supondrá no ya la distinción entre ambas y la concesión a cada una de un espacio
particular de aplicación, como había defendido santo Tomás, sino su radical distinción
e independencia. La razón no está ya al servicio de la fe, ni la fe necesita de la razón
para esclarecer sus propios dictados. La fe depende estrictamente de la revelación, por
lo que la razón no tiene nada que decir, no tiene nada que añadir ni quitar, nada que
aclarar a la palabra divina. La razón, por su parte, siendo una facultad otorgada por Dios
al hombre, para ordenarse en este mundo, no tiene nada que tomar de la fe: ha de
recurrir a las otras facultades naturales y, exclusivamente con ellas, obtener los
conocimientos necesarios para la vida más perfecta posible del hombre.
La distinción entre la razón y la fe se convierte, por lo tanto, en separación, y
aún en oposición, entre ambas, lo que conducirá a Ockham a una posición mística y
"anti-teológica" en los temas de la fe (el voluntarismo, caracterizado por la afirmación
de la preeminencia de la voluntad sobre el entendimiento), y a una posición
radicalmente empirista en lo concerniente a los temas de la razón. La autonomía de la
razón con respecto a la fe proclamada por santo Tomás se convierte en una
independencia absoluta, lo que tiene importantes consecuencias en el campo filosófico
y teológico en el que se moverá Ockham.
El análisis del conocimiento.
Si San Agustín había explicado el tema del conocimiento con la doctrina de la
iluminación, de inspiración platónica, santo Tomás lo había hecho con la teoría de la
abstracción, de raíz aristotélica. En ambos casos el conocimiento representa el
conocimiento de la esencia, dejando al margen la individualidad y particularidad del
objeto conocido. Ockham se opondrá a ambas explicaciones, rechazando la posibilidad
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de conocer directamente las esencias tanto como la posibilidad de un conocimiento
abstractivo, ofreciéndonos una explicación basada en la intuición sensible, que nos
permite entrar en contacto directamente con la realidad individual y concreta, postura
conocida con el nombre de “nominalismo”.
¿Conocemos directamente, pues, la realidad individual o conocemos sólo las
esencias universales? La intuición no es, para Ockham, la captación directa por parte del
sujeto de una esencia, de una idea de tipo platónico, sino la relación directa del sujeto
que conoce con el objeto conocido, con la cosa. En este sentido, el conocimiento es algo
que se ofrece de modo directo e inmediato al individuo (no el resultado de una
abstracción, de una elaboración del entendimiento que culmina en un concepto); es algo,
por lo tanto, presente, que queda garantizado por la inmediatez, por la presencia de la
cosa que es la causa inmediata de dicho conocimiento, por el que se afirma en
consecuencia la existencia de la cosa y del que dependen también las relaciones entre
las cosas.
El conocimiento abstractivo no es posible, porque lo universal no es real, no es
algo que esté presente. Los conceptos los formamos espontáneamente en el
entendimiento, no a través del proceso abstractivo descrito por Aristóteles y por Santo
Tomás. ¿Qué son los conceptos? No pueden representar unas esencias que no tienen
presencia ni existencia real: no son más que signos de carácter lingüístico que se
forman a partir de la experiencia, por generalización. Distingue Ockham dos tipos
de signos: los naturales y los convencionales. Son signos naturales los concebidos por la
mente y, en este sentido, pueden ser llamados palabras mentales. Los signos
convencionales puede ser de dos clases: proferidos y escritos, es decir, pertenecientes al
lenguaje hablado o al lenguaje escrito. La función de los signos es hacer las veces de las
cosas que significan en el discurso, sustituirlas. En ningún momento pueden representar
esencias inexistentes.
El rechazo de la explicación tomista del conocimiento (por vía de la abstracción,
siguiendo a Aristóteles) va asociado a la modificación de los presupuestos lógicos que
se pueden aceptar en el discurso filosófico, y a la elaboración de algunas propuestas
metodológicas, entre las que se suele destacar el principio de economía, también
conocido como la "navaja de Ockham", que supone el rechazo de lo superfluo, de lo
que no aparezca de modo inmediato a la intuición sensible, y la exigencia de
simplicidad en la explicación de los sucesos reales, y cuya formulación tradicional se
presenta del modo siguiente: "no hay que multiplicar los entes sin necesidad" (entia non
sunt multiplicanda praeter necessitatem).
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4. ESQUEMAS Y MAPAS CONCEPTUALES.
LA FILOSOFÍA MEDIEVAL
Boecio, Pseudo-Dionisio...
Primeros siglos (ss. VI-X)
Tarea filosófica
Conservar y transmitir el legado filosófico grecorromano
Anselmo de Canterbury, Pedro Abelardo...
Alta Escolástica (ss. XI-XII)
Fundación de las Universidades
Recepción de las traducciones de los filósofos griegos, árabes y judíos
Fundación de las órdenes mendicantes
Tomás de Aquino, Alberto Magno...
Gran Escolástica (s. XIII)
Asimilación del aristotelismo
Lógica de carácter nominalista
Averroísmo latino
Crisis de la Escolástica (s. XIV)
Guillermo de Ockham, Duns Escoto...
Ruptura del equilibrio conseguido en la etapa anterior
Nominalismo
Gran fractura espiritual
LA ASIMILACIÓN DEL ARISTOTELISMO
Del aristotelismo
La teoría de la sustancia y los accidentes
La teoría de la materia y la forma (hilemórfica)
La teoría de la potencia y el acto
La teoría de las cuatro causas
Tomás de Aquino adopta
De Platón o del neoplatonismo
La idea de participación
La idea de “causalidad ejemplar”
La idea de los “grados del ser y perfección”
De los árabes y judíos
La distinción entre esencia y existencia
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ESQUEMAS DE LAS VÍAS
Punto de partida:
Un hecho de experiencia (interpretado
metafísicamente)
Recorrido:
1. Utilización del principio de causalidad
-Todo lo que sucede tiene necesariamente
una causa
2. Tiene que haber una causa primera
-No es posible recurrir a una serie infinita
de causas subordinadas entre sí
Término:
Esa causa primera es Dios. Luego Dios existe.
Tomás presupone que la causa primera es el
Dios de la revelación cristiana
LAS CINCO VÍAS
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1.ª
Desde el movimiento del mundo hasta el motor inmóvil.
Inspirada en Aristóteles.
2.ª
Desde las causas subordinadas (a su vez causadas), hasta la
causa primera incausada. Inspirada en Aristóteles y Avicena.
3.ª
Desde la contingencia del mundo, hasta el ser necesario.
Inspirada en Maimónides.
4.ª
Desde los grados de perfección en las criaturas, hasta el ser
infinitamente perfecto. Inspiración neoplatónica.
5.ª
Desde el orden del mundo (todos los seres, incluso los
irracionales, actúan por un fin), hasta la inteligencia suprema
ordenadora.
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S ÍN T E S I S
NOMINALISMO Y PRINCIPIO
DE ECONOMÍA
O ckh am
NOMINALISMO
e la b o r a u n a
V o lu n ta r is m o
R u p tu
ra conocimiento
b a s a d a e n abstractivo
Existe
un
depende del intuitivo
vo lu n ta d
d ivin a
N o m in a lis m o
y c o n s tr u ye
s ó lo in d ivid u o s
tiene como resultado la formación de conceptos universales
P e n s a m ie n t o
c rít ic o
D io s , a lm a , c r e a c i ó n ... s o n in d e m o s tr a b le s
sin embargo
C r í tic a a
la m e ta fís ic a
no hay universales antes de que existan
las cosas (ante rem)
todo lo que existe es singular
(no hay universales in re)
O r d e n m o r a l b a s a d o e n la vo lu n ta d d i vin a
e p a r a c i ó n d e la Ig le s ia y e l E s ta d o
no existeSnada
universal
por tanto
fuera del alma
Sólo existe el
universal post rem
acto mental
PRINCIPIO DE ECONOMÍA
principio metodológico
permite simplificar al
máximo las explicaciones
eliminación de conceptos
innecesarios
influirá en la filosofía y la ciencia modernas
IES “Séneca”
Departamento de Filosofía
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