Igualdad – Mauricio Langón

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Gemelos Mengele, del blog La nave del misterio
IGUALDAD.44
Mauricio Langon
mlangon@gamil.com
“Igualdad” ocupa su lugar en el sistema de los Derechos Humanos. Intento
rescatarla de esa prisión para que viva como idea a tener en cuenta. Recurro a
diccionarios, y recorro la historia del concepto en sus hitos: la Enciclopedia, las
Declaraciones de Derechos “del Hombre y del Ciudadano” (1789), y de Derechos
Humanos (1948).
Pregunto por la igualdad aquí y ahora, cuando campea la desigualdad entre
personas y grupos, legitimada y consolidada en los esfuerzos para reducirla,
cuando la igualdad explota abarcando a los animales e implota degradándose en
equidades, paridades, y precisiones que la niegan.
Sugiero “inventar las formas individuales y colectivas de la verificación de la
igualdad” (Rancière), para hacerla verdadera entre culturas y personas que se
reconocen como iguales en su diversidad, y entran en diá-logos.
Palabras claves: Igualdad, Desigualdad, Derechos Humanos,
Introducción. 44
Una de las cosas que puede hacerse con
palabras es hacerles lugar en el seno de un
sistema. Por ejemplo, incluyéndolas en una
Enciclopedia, que “se distingue de toda otra
obra cuyos temas están igualmente sometidos al
orden alfabético”, en que se rige también por un
orden general, previo a la redacción del artículo
correspondiente a cada palabra.45 De modo que,
44
Versión abreviada del artículo a ser publicado en la
“Enciclopédia Latino-Americana de Direitos Humanos”,
Sao Leopoldo (RS, Brasil), Nova Harmonia, coordinada
por A. C. Wolkmer, A. Sidekum, y S. M. Radaelli.
45
Cfr. Diderot y d’Alembert: “Encyclopédie: Esta palabra
que significa encadenamiento de conocimientos (...) El
fin de una Enciclopedia es reunir los conocimientos
en el contexto de esta Enciclopedia, “igualdad”
ocupa su lugar como principio y fundamento de
la libertad en el sistema de los Derechos
Humanos.
En este artículo recurriré a la distinción
de Carlos Vaz Ferreira entre pensar por
sistemas y pensar por ideas a tener en cuenta,46
esparcidos sobre la superficie de la tierra, y exponer su
sistema general. (...) Hay, antes que nada, un orden
general, el que distingue este Diccionario de toda otra
obra cuyos temas están igualmente sometidos al orden
alfabético: el orden que lo ha hecho llamar Enciclopedia.”
V. t. en op. cit. : « Discours préliminaire», de Jean le
Rond d’Alembert.
46
Cfr. Vaz Ferreira, 1957, IV, p. 140-167: “Hay dos
modos de hacer uso de una observación exacta o de una
para “quitado el mapa de la teoría, encontrar la
posibilidad de pensar conceptos”, esos “nuevos
espacios de intensidad teórica” (Cruz, 1997).
Propondré elementos para liberar a la
“igualdad” del discurso de los Derechos
Humanos en tanto sistema, y poder tomar en
cuenta la igualdad a la hora de enfrentar
problemas.
La igualdad en los diccionarios
El término viene del latín aequalitas (de
aequi, igual), y es “Conformidad de algo con
otra cosa en naturaleza, forma, calidad o
cantidad” En matemáticas, es “equivalencia de
dos cantidades o expresiones” (DRAE).
Moliner: “Cualidad de igual. Circunstancia de
ser iguales las cosas. Circunstancia de ser
tratadas de la misma manera las personas de
todas las categorías sociales. Equidad.”
Igual incluye la acepción que está en la
base del sentido que nos interesa “de la misma
clase o condición”, y un sinónimo parcial: “par”
(DRAE). Moliner incluye el uso para referirse a
personas de la misma “clase social” o
“categoría”, y su uso en el trato igualitario. (En
estos usos igualdad implica clases o categorías
desiguales)
De la misma raíz etimológica proviene
“equidad”: “igualdad de ánimo”, “justicia
natural, por oposición a la letra de la ley
positiva”; “disposición de ánimo que mueve a
dar a cada uno lo que merece”.
Lalande dice que “Dos objetos de
pensamiento que tienen magnitud, son iguales
cuando son equivalentes”, cuando no difieren
en nada “del punto de vista de esa magnitud”.
reflexión justa: el primero es sacar de ella (...) un sistema
destinado a aplicarse en todos los casos; el segundo,
reservarla, anotarla (...) como algo que hay que tener en
cuenta cuando se reflexione en cada caso sobre los
problemas reales y concretos. (...) En la práctica (...) el
que se ha hecho consciente o inconscientemente su
sistema, para casos como éstos, se ha condenado
fatalmente a la unilateralidad y al error; se ha condenado
a pensar teniendo en cuenta una sola idea, que es la
manera fatal de equivocarse en la gran mayoría de los
casos (basta, para que el error sea casi fatal, que la
realidad de que se trate no sea de una gran simplicidad)”
(p. 140-142).
Distingue en el campo ético y político,
estos sentidos de igualdad: a) “El principio
según el cual las prescripciones, defensas y
penas son las mismas para todos los ciudadanos
sin excepción de nacimiento, situación o fortuna
(igualdad jurídica)”; b) “El principio según el
cual los derechos políticos, y en la medida de
sus capacidades, el acceso a las funciones,
grados y dignidades públicas, pertenecen a
todos los ciudadanos sin distinción de clase o
fortuna (igualdad política)”; c) “El hecho que
dos o más hombres tengan la misma fortuna,
instrucción, inteligencia, salud, etc.” Esta última
sería igualdad real, las dos primeras serían
formales.
Retengamos que la igualdad es una
relación entre dos o más términos. Y que en el
campo ético y político se solapan dos tipos de
uso: aquellos, formales, que se refieren a
principios, y aquellos, reales, que se refieren a
hechos.
La igualdad en el discurso de los Derechos
Humanos.
La igualdad en la Enciclopedia.
« IGUALDAD NATURAL (Derecho
natural) es la que hay entre todos los hombres,
solamente por la constitución de su naturaleza.
Esta igualdad es el principio y el fundamento de
la libertad.
La igualdad natural o moral está pues
fundada sobre la constitución de la naturaleza
humana común a todos los hombres; quienes
nacen, crecen, subsisten y mueren de la misma
manera. Puesto que la naturaleza humana es la
misma en todos los hombres, es claro que según
el derecho natural, cada uno debe estimar y
tratar a los otros como otros tantos seres que
son naturalmente iguales a él.». (Diderot y
d’Alembert, “Egalité”)
Tenemos aquí el orden fundado en la
afirmación de una naturaleza humana común,
principio (no requiere ser fundado, no puede ser
discutido) del cual depende la igualdad,
entendida como una misma manera de cumplir
el ciclo vital natural. Este orden antropocéntrico
no sería arbitrario puesto que “es la presencia
del hombre que hace interesante la existencia de
los seres (...) ¿Por qué no haríamos de él un
centro común? (...) Abstracción hecha de mi
existencia y de la felicidad de mis semejantes
¿qué me importa el resto de la naturaleza?”47
Antropocentrismo refractario a cualquier
ecologismo. Es la desigualdad con “el resto de
la naturaleza” lo que funda la igualdad natural
de los seres humanos. La igualdad de los seres
humanos no comportaría ninguna solidaridad
con los demás seres; el nuevo centro se dice
común, pero el referente último sigue siendo el
yo individual: primero, mi existencia, después,
la felicidad de mis semejantes, el resto no me
importa...
Surgen algunas preguntas: ¿Qué es eso
de fundarse en la naturaleza para despreciar la
naturaleza? ¿En qué consisten la naturaleza y
manera de vivir humanas? ¿En qué serían las
mismas a través de tiempos y culturas? ¿En qué
y hasta qué punto serían iguales todos los
hombres? ¿En qué no serían las mismas que las
de los demás animales o seres vivos? ¿Qué
otras igualdades arrastraría esa mismidad de
manera de vivir común a todos los hombres, y
por qué? ¿Cómo podrían fundarse en esa
igualdad otras características o derechos
humanos –y, muy especialmente, la libertad-?
¿Por qué esa igualdad se llamaría moral?
El orden antropocéntrico en que se
inscribe la igualdad ¿no sería también
arbitrario? ¿No implicaría supraculturalidad y
ahistoricidad? ¿No sería digno de ser
discutido? ¿Puede –en las circunstancias de
hoy- seguirse diciendo ‘¿qué me importa el
resto de la naturaleza’? Y si me importara ¿no
conllevaría esa importancia la caída del
antropocentrismo y con ella el fundamento de
la igualdad en que se funda la libertad? ¿Qué
47
“Una consideración, sobre todo, que no hay que perder
de vista, es que si se exilia al hombre o al ser pensante y
contemplador de la superficie de la tierra, el espectáculo
patético y sublime de la naturaleza no es más que una
escena triste y muda (...) Es la presencia del hombre que
vuelve interesante la existencia de los seres; y ¿qué se
puede proponer de mejor en la historia de estos seres, que
someterlos a esa consideración? ¿Por qué no
introduciríamos al hombre en nuestra obra, tal como está
situado en el universo? ¿Por qué no haríamos de él un
centro común? (...) El hombre es el término único de
donde hay que partir, y al cual hay que volver a traer
todo, si se quiere gustar, interesar, tocar hasta en las
consideraciones más áridas y los detalles más secos.
Abstracción hecha de mi existencia y de la felicidad de
mis semejantes ¿qué me importa el resto de la
naturaleza?” (Diderot y Alembert, artículo Enciclopedia)
consecuencias tendrá para la igualdad fundarse
en el antropocentrismo, en el natural derecho
que se sigue del hecho de ser humano? ¿A qué
atamos a la igualdad cuando la insertamos en el
sistema de los Derechos Humanos?
Quisiera detenerme todavía un momento
en la Enciclopedia:
“De este principio de la igualdad natural
de los hombres resultan varias consecuencias.
Recorreré las principales: 1º Que todos los
hombres son naturalmente libres, y que la razón
no pudo hacerlos dependientes sino para su
felicidad. 2º Que pese a todas las desigualdades
producidas en el gobierno político (...) los que
están más elevados por encima de los otros
deben tratar a sus inferiores como siendo
naturalmente sus iguales (...). Fundo (...) sobre
el principio incontestable de la igualdad natural
todos los deberes de caridad, humanidad y
justicia, a los que los hombres están obligados
unos respecto a otros. (...)
Es la violación de este principio que
estableció la esclavitud política y civil. De ahí
proviene que, en los países sometidos al poder
arbitrario, los príncipes, los cortesanos, los
primeros ministros, los que manejan las
finanzas, poseen todas las riquezas de la nación,
mientras que el resto de los ciudadanos no tiene
más que lo necesario, y que la mayor parte del
pueblo gime en la pobreza. Sin embargo, que no
se me haga el agravio de suponer que por un
espíritu de fanatismo yo aprobara en un Estado
esa quimera de la igualdad absoluta, que puede
engendrar apenas una república ideal. No hablo
aquí más que de la igualdad natural de los
hombres. Conozco demasiado la necesidad de
las diferentes condiciones, los grados, los
honores, las distinciones, las prerrogativas, las
subordinaciones que deben reinar en todos los
gobiernos. Y hasta agrego que la igualdad
natural o moral no se opone de ningún modo a
eso. En el estado de naturaleza, los hombres
nacen en la igualdad, pero no sabrían
permanecer en ella; la sociedad se las hace
perder, y no vuelven a ser iguales sino por las
leyes.” (Diderot y d’Alembert, “Egalité”)48
El principio de igualdad natural49 se
construye en el marco ficcional de la dicotomía
entre estado de naturaleza y estado de
48
Todas las traducciones de l’Encyclopédie son del autor.
Consecuentemente, la libertad que se funda en él será
también libertad natural.
49
sociedad. Eso le permite cumplir determinadas
funciones en el contexto histórico en que surge.
Aboga por paliar las desigualdades producidas
en sociedad. Plantea la esclavitud, como
violación no ya de la libertad, sino de la
igualdad, lo que le permite denunciar con
radicalidad las desigualdades fácticas de su
sociedad (incluso las económicas) haciéndolas
derivar de la esclavitud. Alude (aun bajo la
forma de la negación más rotunda y explícita) a
la utopía de una sociedad igualitaria, que
restituiría la igualdad por la ley.
Hacia el final de la cita, parece abjurarse
de lo que se ha dicho pocos renglones antes.
Pero esto podría entenderse como precaución
ante posibles riesgos concretos. Una lectura
atenta, siguiendo ciertas marcas del texto,
podría poner en cuestión el verdadero alcance
de ese desmentido.
Sin embargo se muestran como
problemas de fondo: el riesgo de legitimar
desigualdades para poder paliarlas; la tensión
entre lo utópico y lo realizable; la debilidad
teórica de la fuerza movilizadora de un discurso
sistemáticamente articulado pero sobre bases
endebles; y las posibles contradicciones
fácticas de aquellas debilidades (por ejemplo:
no ver la negación de la naturaleza y de la
historia que entraña un discurso cuyo principal
valor se suele poner en su eficacia histórica).
La igualdad en la Declaración de los
Derechos del Hombre y del Ciudadano de
1789.
“Art. 1º. Los hombres nacen y permanecen
libres e iguales en derechos. Las distinciones
sociales no pueden estar fundadas sino sobre la
utilidad común. (...)”
•
El ser se declara. La palabra dice lo que es.
No hay argumentos. Libertad e igualdad
son afirmaciones inaugurales de un mito de
origen. La palabra legisla, crea. Más que
llegar a ser por la ley, la igualdad es ley; es
la constitución de una sociedad. Así
adquiere eficacia histórica: pesa en los
cambios fácticos. Aunque lo que diga no sea
real. Tiene sentido e incide en la historia
porque lo que dice no se compadece con lo
que ocurre.
•
•
Pero quienes dicen, lo hacen en y para
determinada
sociedad
concreta
en
determinado momento de su historia. Esta
versión antropocéntrica no recoge el matiz
egocéntrico de la Enciclopedia, pero es un
planteo etnocéntrico. ¿Qué pasará cuando la
misma palabra sea dicha por seres humanos
de otras sociedades y culturas? ¿Se los
reconocerá como iguales? Y en su reclamo
de igualdad esas otras sociedades ¿estarán
haciendo valer su universalidad o cayendo
en la trampa de una universalidad
etnocéntrica que las excluye?
Libertad se dice aquí antes que igualdad.
Ésta ya no es fundamento de aquella. Las
características del sistema van cambiando.
Sus conceptos ya no se deducen unos de
otros. La coherencia del conjunto se hace
problemática; aparece como posible el
conflicto entre los conceptos básicos.
También la posibilidad de articularlos de
otros modos.
La igualdad ya no es respecto al modo
humano natural de vivir, sino respecto a los
derechos del hombre; es decir, supone vida
en sociedad, con derechos, no sólo
naturaleza. Es un cambio de las
concepciones anteriores: la igualdad ya no
se inserta en la dicotomía estado natural /
estado de sociedad. Se es humano en
derechos. Si hay distinciones (no
desigualdades), éstas sí deben fundarse, y
en razones de utilidad común. Donde de
hecho no hay igualdad, no hay derecho. Las
leyes deben partir del reconocimiento de la
igualdad entre los hombres como derecho,
ahí donde de hecho no hay igualdad. No
restituyen igualdades perdidas: deslegitiman
toda desigualdad. Pero es conflictiva la
introducción del concepto de distinción, que
entra en conflicto con la igualdad. Por ahí
entrarán luego tensiones de la igualdad
entre los seres humanos con la diversidad
entre los mismos, que pueden confundirse
con desigualdad. La noción de igualdad se
desliza hacia las de indiferencia,
homogeneidad y otras, que degradan el
concepto. O implican su abandono, o lo
difuminan en otros más blandos (equidad),
o introducen gradaciones que lo niegan
(hablar, por ejemplo, de mayor o menor
igualdad o desigualdad). Pero igualdad no
remite a una sustancia: es (y sólo puede ser)
determinada relación entre dos o más cosas
o aspectos. Se da o no se da. La igualdad no
puede cuantificarse: son las cantidades que
son o no iguales.
“Art. 6º (La ley) “debe ser la misma para todos
ya sea que proteja o que castigue. Siendo todos
los ciudadanos iguales a sus ojos son
igualmente admisibles a todas las dignidades,
lugares y empleos públicos, según su
capacidad, y sin otra distinción que la de sus
virtudes y talentos”.
A este artículo le preocupa la igualdad de
los ciudadanos ante la ley, y su igual
admisibilidad a cargos públicos.
•
•
•
Constituyente, la Declaración dice cómo
debe ser la ley. La igualdad se traduce en
ésta como mismidad o identidad, donde no
hay relación sino autorreferencia. Si
quedaba expreso en el artículo 1º que los
hombres son iguales en derechos, ahora, los
ojos de la ley redefinen la igualdad sólo
para los ciudadanos. La Declaración cierra
el círculo: crea hombres que son iguales en
derechos –no en tanto naturalmente
hombres, sino en tanto políticamente
ciudadanos- y crea un derecho (una ley) que
debe ser (ya que fácticamente no lo es) la
misma para los ciudadanos iguales en
derechos; incluso el de hacer la ley que los
ve como iguales.
La igualdad de los ciudadanos ante la ley
funda la igualdad de admisión a cargos
públicos. Que se limita con las ideas de
capacidad y de distinción de virtudes y
talentos. La igualdad de admisión resulta
sólo una fórmula en la medida en que los
ciudadanos no tienen (de hecho) iguales
capacidades, virtudes y talentos para
ejercerlos. Más allá de su efecto de eliminar
privilegios de esa sociedad, la fórmula es
inconsistente.
En la caracterización de la igualdad como
un derecho que no deriva del derecho
natural, radican otros problemas y tensiones
del concepto. En cuanto se reduce a
igualdad ante los ojos de una mismidad
legal, pasa a depender de la ley, se diluye su
universalidad y pierde sus dimensiones no
estrictamente jurídico-políticas. Abre la
brecha por donde entrarán discriminaciones
hacia quienes no sean considerados
ciudadanos (otros grupos étnicos y sociales,
las mujeres, los homosexuales, los niños, los
nonatos...) Discriminaciones tan graves
como las que niegan a algunos humanidad,
pero disimulan su atrocidad admitiendo la
“humanidad” de sus víctimas. En cuanto se
afirma como igualdad de admisión a
“dignidades”, se desliza hacia propuestas
para facilitar la igualdad (o equidad) en el
acceso a oportunidades... para llegar a
posiciones de privilegio cuya desigualdad
legitiman y perpetúan.
La igualdad en la Declaración Universal de
Derechos Humanos (1948)
Diferenciándose de la Declaración que
le sirve de base, ésta se da en un marco
internacional, se pretende Universal, y habla de
Derechos Humanos (haciendo menos abstracta
la fórmula y sin distinguir derechos
ciudadanos). Esto le ha dado notable fuerza
moral y gran difusión. Su potencial
transformador de la realidad no tuvo el impacto
constituyente e inmediato de la otra. Se va
extendiendo paulatinamente, impactado en la
conciencia y el pensamiento de la humanidad.
Ha originado varias generaciones de derechos.
Ha inspirado el modo de pensar y la producción
de leyes en gran parte del mundo. Sigue
arrastrando tensiones de origen y generando
otras en su camino.
“Art. 1º. Todos los seres humanos nacen
libres e iguales en dignidad y derechos y,
dotados como están de razón y conciencia,
deben comportarse fraternalmente los unos con
los otros.”
La fórmula en que se alude a la
igualdad es casi idéntica a la de 1879. La
identificación de hombres con los seres
humanos varones, y las luchas entonces
feministas, por la que hoy designamos como
“igualdad entre géneros”, explica el cambio de
hombres por seres humanos. Este cambio hace
manifiesto un problema semántico de fondo:
quiénes son seres humanos; quiénes son todos.
Otra novedad: la igualdad en dignidad.
Quizás retoma una idea del derecho natural,
pero no remite a ese fundamento,
manteniéndose en el mismo plano declarativocreativo de la de 1879. Determina en qué son
iguales los hombres: en dignidad. Se siguen de
esa dignidad los derechos que se fundan en ella,
que rehúsa admitir “dignidades” desiguales.
Queda fundado un camino fecundo que, desde
la afirmación irrestricta de la igualdad en
dignidad de todos los seres humanos (y de su
libertad y fraternidad), se abre a indefinidos
desarrollos y profundizaciones futuros de sus
derechos.
Las dotes de razón y conciencia operan
subrepticiamente
como
un
fundamento
ideológico proveniente de la filosofía occidental
moderna y como limitantes de la igualdad.
Excluye a los demás seres vivos: ¿y a ciertos
seres humanos, siempre o en determinados
momentos de sus vidas?
Retoma el lema más olvidado de la
Revolución Francesa: la fraternidad, que choca
tanto con el individualismo de la libertad, como
con la insuficiencia de la mera igualdad (aun de
dignidad) para constituir sociedades humanas.
El concepto no puede ocultar su origen
teológico. La Declaración se las arregla para
recuperar la trinidad básica, pero por la vía de
presentar la fraternidad como un deber (no
como un derecho) que complementa
“afectivamente” el mero cálculo de la igualdad.
La igualdad: un concepto aquí y ahora.
Si nos esforzamos por extraer la
igualdad de su inserción en modelos
sistemáticos, y tratamos de entender cómo
opera para hacer cosas, a fin de tenerla en
cuenta frente a nuestros problemas actuales, la
igualdad yo no aparecerá como un principio
teórico, sino como un artefacto: como un
producto humano que podría ser un instrumento
práctico.
¿Cómo juega hoy este concepto? ¿Cómo
podría reorientar nuestra acción? Pero
considerando que la lengua misma es un
sistema, una atmósfera en la que vivimos y que
nos constituye, más que una herramienta que
podríamos manejar a nuestro placer; y tomando
en cuenta la historia de la palabra. Si puede
llegar a ser instrumento, tengamos en cuenta
que no ha sido pulido por nosotros.
Igualdad, concepto no pensado por nosotros.
Deleuze y Guattari enseñan a desconfiar
de los conceptos que no hemos creado nosotros
mismos.
Igualdad dice que dos o más cosas no
difieren en cierto aspecto. En relación a lo
humano dice que dos o más personas no
difieren (por ejemplo, en dignidad y en
derechos). Cuando esto ocurre entre algunos
humanos, se dice que son iguales o pares;
supone que se reconocen entre sí como iguales.
Cuando es preciso que alguno de ellos sea
distinguido de los demás eso no rompe la
solidaridad o fraternidad que sostiene la
igualdad básica, y se puede expresar en
fórmulas como: “primus inter pares”. Esa
solidaridad o fraternidad no se rompe tampoco
cuando, en su interior se desarrollan complejas
organizaciones jerárquicas y fuertes luchas de
poder entre iguales. La igualdad se sostiene en
fraternidad.
En la historia occidental esto ha ocurrido
con los grupos dominantes, cuya fuerza reside
en esa fraternidad que, a la vez que pone como
iguales a sus miembros, pone como inferiores a
otros que reconocen la superioridad de los
primeros. Es la igualdad como cohesión interna
de un grupo que goza y ejerce privilegios de los
que otros están excluidos. Cuando se hacen
fuertes otros grupos que llegan a identificarse
(Tiers État), en su lucha por mayores cuotas de
poder, recurren a la misma idea de igualdad,
pero cambiando su sentido al generalizarla para
todos.
En el específico modo de dominación en
eque surge, lo que garantizaba la prevalencia de
cierta clase social era una diferencia de
naturaleza, de nacimiento.50 Afirmar la
igualdad de todos es afirmar la igualdad de
50
“Naturaleza”, en su raíz etimológica latina, remite a lo
que “nace”. Su equivalente griego “fýo” (de donde viene
“física”) remite a “crecer” (tiene que ver con el “cambio”,
no con la “permanencia” y remite a “finalidades” –télos-,
inherentes a algo que “crece”; paradigmáticamente, en la
Política de Aristóteles: la “pólis”).
nacimiento, una naturaleza igual, que no
cambia, que permanece. De ahí la fuerza fáctica
de las Declaraciones de Derechos.
Pero esta conceptuación deriva de la que
garantizó la prevalencia de determinadas clases
y determinada cultura, fundando sus privilegios
y derechos sobre los de otros, como
superioridad natural y cultural. En este origen
de estar al servicio de unos contra otros radican
las principales tensiones actuales de la igualdad
de todos. Tanto las que tienen que ver con los
esfuerzos por su ampliación, como con las
luchas por su realización. Porque todos no
pueden ser nunca todos para un concepto que
implica su contrario, la desigualdad.
La desigualdad.
Desde que ha sido dicho que todos los
hombres son iguales y se ha nombrado ese
concepto como igualdad, queda planteado:
¿quiénes son los desiguales en dignidad o
derechos? Y ¿quiénes quedan excluidos de una
efectiva igualdad de dignidad y derechos,
aunque se la reconozca formalmente?
Problemas que tienden a perpetuarse, en tanto el
concepto de dignidad no aparece incluyendo
elementos esenciales, como la consideración de
todos
como
efectivamente
agentes,
interlocutores y partícipes en todos los niveles
de todas las actividades humanas.
Desigualdad intercultural práctica y teórica.
Un grupo de problemas son los que
atañen a la diversidad de los grupos humanos.
La igualdad no fue pensada entre grupos sino
entre individuos. Aunque promovida por
grupos claramente identificables, la igualdad se
presenta universalmente como igualdad entre
individuos, independientemente del grupo al
que pertenezcan. La reivindicación de igualdad
(aunque la igualdad es una relación) aparece
como reclamo de derechos individuales
universales, más allá de cualquier mediación
grupal, deslegitimando cualquier ley que no sea
universal, o sea, pretendiendo universalizar las
particularidades de una cultura dominante. Las
tensiones que de esta aporía surgen están
principalmente relacionadas con las cuestiones
de la diversidad cultural y las de un Estado
universal. Son tanto prácticas como teóricas,
pues el reconocimiento de otras culturas como
iguales a la propia, sigue apareciendo como un
relativismo inaceptable a los ojos de la cultura
en cuyo seno se forjó la idea de igualdad. La
idea de un dia-logos intercultural está en
pañales.
Desigualdad intracultural.
Otro grupo de problemas se relaciona
con la igualdad de individuos que forman parte
de categorías de seres humanos en el interior de
cualquier grupo étnico y transversales a todos
(mujeres, menores, homosexuales, pobres,
discapacitados, inmigrantes...) que –aun siendo
formalmente reconocidos como seres humanos
y, por tanto, como iguales- de hecho y muchas
veces de derecho, resultan tratados de forma
desigual.
En pro de avanzar hacia la igualdad
(real) de estas personas, se lucha por disminuir
y se sueña con erradicar las desigualdades
reales. Pero quizás esa misma lucha reproduzca
las condiciones que generan esas desigualdades,
en la medida en que algunos agentes asumen
ejercer sobre otros (pacientes) formas de tutoría
para que logren (¿merezcan?) alcanzar una
igualdad que se sigue afirmando de nacimiento
pero que, entretanto, no hay. Y ese entretanto
bien puede hacerse sempiterno por la
educación, como ha mostrado Rancière, quien
pone la igualdad al comienzo, como condición
de liberación, y no como resultado, siempre
postergado, de un proceso fáctico.
Encabezan sospechosamente inacabables luchas
contra
la
desigualdad
Ministerios
y
organizaciones internacionales
Desigualdad natural.
El núcleo problemático de la noción de
igualdad en su uso ético-político radica en que
implica el supuesto de que unos son desiguales
a otros en dignidad y derechos. Al generalizarse
esa igualdad para todos los seres humanos, (y
para todos los ciudadanos) no son iguales
quienes no sean considerados humanos o
ciudadanos.
Como esta limitación aparece como
injusta y no encuentra buenos argumentos para
sustentarse, aparecen ampliaciones hacia
“conseguir que los demás animales sean
considerados nuestros iguales y respetados
como tales”51 –coherentemente con aquella
igualdad natural de quienes “nacen, crecen,
subsisten y mueren de la misma manera”-,
igualdad en dignidad y derechos, que no habría
por qué negar a toda vida (incluida la futura y
hasta a toda naturaleza), con lo que la igualdad
se expande espacial y temporalmente hasta
abarcarlo todo y caer en el sinsentido.
Deformaciones de la igualdad
Si por vía de ampliación explosiva de la
igualdad se puede llegar a la in-diferencia del
“todo es igual”, donde igualdad carece de
sentido al no haber con qué establecer o no una
relación de igualdad; por la vía de avanzar en la
realización gradual de alguna igualdad, se
puede llegar a una restricción implosiva del
concepto.
En la ruta de “reducir” o “paliar”
desigualdades reales, se van creando nuevos
conceptos distintos de la igualdad, con la que
entran en conflicto para sustituirla o negarla en
el plano formal o teórico (paridad, equidad,
discriminación negativa...). La propia igualdad
se vacía o invierte su sentido con precisiones
que la destruyen, como la “igualdad de acceso
a” (educación, oportunidades, etc.) que postula
que no hay igualdad desde el nacimiento, y que
tampoco permanece (pues se aprovecharán
desigualmente esas oportunidades) quedando
así legitimadas las relaciones de desigualdad.
La proliferación de estos conceptos es
preocupante también en cuanto tienden a
transformarse en meras contraseñas de acceso;
y, a validarse en el marco de concepciones
progresivas de la historia que valoran avances
fácticos parciales (generalmente declarativos)
que no admiten ser falsados por ningún desastre
real, como si garantizaran la imposibilidad de
retrocesos.
51
“Igualdad animal es una organización no lucrativa de
carácter internacional dedicada a conseguir que los demás
animales sean considerados nuestros iguales y respetados
como tales”. http://www.igualdadanimal.org/
Si la línea que mira la igualdad fundada
en la naturaleza cae en unas aporías, la línea de
desnaturalizar la igualdad (es decir de sustituir
la raíz latina de nacer y por la griega de crecer)
vinculándola al crecimiento, al progreso o al
desarrollo, cae en otras.
¿Igualdad, todavía y después?
No quiero cerrar los caminos de la
igualdad con pesimismo. Porque ha sido y es un
concepto crítico, motor de justicia e impulso de
utopía. Y porque un trabajo teórico que lo
deconstruyera sistemáticamente encontraría
quizás un núcleo radical que permitiera darle
usos de verdad y justicia que no sería fácil
encontrar en otros conceptos.
Me atrevería a sugerir retomar la idea de
Rancière de no partir de la desigualdad sino
“inventar las formas individuales y colectivas
de la verificación de la igualdad”. Hacer
verdadera la igualdad de la que se parte es
desplegarla plenamente desde sí misma, desde
la capacidad de cada uno y colectiva de
potenciarse mutuamente en comunidad de
iguales: la afirmación radical de la igualdad de
los seres humanos en la construcción de una
cohesión social igualitaria.
Entonces, sería posible afirmar la
diversidad, profundizar cada diversidad en su
pathos, su ethos y su logos, a partir de sí misma,
y avanzar a través de diversas sensibilidades,
valoraciones y razones (dia-logos). Afirmar la
igualdad de las culturas (como de las personas)
es reconocerlas como iguales en su diversidad.
Reconocer la diversidad del otro como igual a
la mía, el trato diverso fundado en la igualdad
podría ser un camino a recorrer para avanzar en
la articulación de una nueva cohesión social
igualitaria: inclusiva, diversa y dia-lógica. No
mera tolerancia sino comprensión; incluso de
las radicales diferencias entre iguales, que
reclaman el diá-logo.
Bibliografía
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Mauricio Langón: Profesor de filosofía egresado del IPA. Jubilado. Actualmente doy algunos
Seminarios y formo parte de un equipo de Investigación en el IPES. Fui profesor de
Filosofía de Educación Secundaria e Inspector de la asignatura. Profesor en el IPA y en las
Universidades de la República, de Morón y del Salvador (estas dos en Argentina). Trabajé
especialmente en Filosofía Latinoamericana, Historia de las Ideas, Filosofía de la
Educación y Didáctica de la Filosofía. Participo habitualmente en eventos de filosofía con
conferencias, paneles, talleres, en varios países. Publiqué muchos artículos y pocos libros.
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