Francisco José Rozada Martínez - Es tiempo de Navidad No es fácil decir algo original sobre la Navidad. Simboliza el fluir cíclico del tiempo. Dícese que el tiempo es la dimensión física que representa la sucesión de estados por los que pasa la materia y nos permite ordenar los sucesos en secuencias, estableciendo un pasado, un presente y un hipotético futuro. Aquí está de nuevo ese periodo de tiempo que -a finales de cada mes de diciembre- llega inexorable con la presencia de los símbolos y gestos propios de los días navideños. Es evidente que la humanidad padece hambre de símbolos, de reconocerse y purificarse en esas mismas alegorías y representaciones que ella misma se propone. Son gestos tradicionales por los que sentimos una inmensa ternura y -a la vez- una cierta desconfianza. Ternura, porque en ellos la humanidad demuestra su infancia imperturbable, su eterna indefensión, la última vulnerabilidad que tiembla bajo tanta coraza, su anhelo de emocionarse y su insaciable deseo de compartir la paz y la caricia, junto con la fe en su fuerza y en su generosidad. Desconfianza, porque a la humanidad muchas veces la estimula lo insólito, el ruido, la hojarasca de los sucesos, la apariencia, el oropel o la invasión en las vidas ajenas. Así, los humanos pasamos por la vida con ese sabor agridulce que nos dejan tantas situaciones, rutinas, acciones, estilos y comportamientos que vemos y sentimos cada día. Qué agria fruta, qué dulce fruta el corazón humano. De cualquier forma creo que toda situación en la vida debe de relativizarse y -en no pocas ocasiones- depende de en qué contexto se planteen las cosas éstas adquieren uno u otro sentido y valor. Conocida es la discusión de un dominico y un jesuita, ambos muy aficionados a fumar. Durante unos ejercicios espirituales, el superior del dominico le denegó el permiso por haber preguntado si podía fumar mientras rezaba. Entretanto, el superior del jesuita le concedió licencia para rezar mientras fumaba. Vivimos los humanos como si esa vida fuese un don que se nos ha concedido para siempre. Habrá que reflexionar con el escritor Abraham Albert Cohen cuando -hablando de la vida y de la muerteescribió: “El hecho de que esta atroz aventura de los hombres, que llegan, se ríen, se mueven y de repente no se mueven más; el hecho de que esa catástrofe que les espera no los haga más tiernos y comprensivos los unos con los otros: eso es lo increíble”. Y así estamos. Y así nos luce el pelo. A pesar de ser seres en tránsito. Es Navidad el tiempo del eterno renuevo, porque nacer, en sí, siempre Cronista oficial de Parres Francisco José Rozada Martínez es hermoso y bueno. Es aparecer desde la inexistencia, sumergirse en los inmensos mares de la vida. Un nacimiento es la renovación de la eterna esperanza, es regresar a los ritos de la recreación y del renacimiento. Es hoy la Navidad como un tira y afloja entre una sociedad occidental que ha perdido la percepción de lo sustancial y trascendente, y el consumismo, la tecnología y la mercadotecnia que nos envuelve por doquier. Las preguntas son las mismas de siempre, resumidas en una ¿A dónde va este mundo, donde la Naturaleza es arrasada, aplastados los seres vivos y donde algunas religiones -otra vez- son enarboladas como armas de combate? Acaba de comenzar el invierno y sobre la verde hierba aún se ven las hojas caídas desde los altos álamos, desde los falsos plátanos, desde la parra virgen ensangrentada ahora; formaron parte de un ciclo y han de hacer sitio para las hojas nuevas. Nos quedan la hiedra, el acebo y el muérdago como perennes espectadores del entorno; igual que a nosotros nos queda la esperanza, un patrimonio que el hombre usa en exclusiva mientras su vida dura, porque la vida de un hombre -como un cometa ardiente- transcurre del recuerdo a la esperanza. Mi deseo es que disfrutes con tu familia de una gozosa y plácida Navidad y de un venturoso año 2016. Francisco José Rozada Martínez 22 de diciembre de 2015 Cronista oficial de Parres