Qué hay detrás de la guerra de cuatro días entre

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Nagorno-Karabaj
Qué hay detrás de la guerra de cuatro
días entre Armenia y Azerbaiyán/1
Peter Liájov
En la tarde del 2 de abril, Yereván, la capital de Armenia, estaba atenazada por
la ansiedad. En la calle, los rostros adustos y preocupados de los viandantes
contrastaban con el tiempo primaveral inusualmente cálido y soleado. Al anochecer, los bares y restaurantes normalmente bulliciosos estaban casi vacíos y
los pocos clientes que acudieron casi ni tocaban los alimentos y las bebidas que
habían pedido. Los camareros también se mostraban taciturnos. Esa mañana
había estallado con violencia el conflicto “congelado” de Nagorno-Karabaj y,
sin comerlo ni beberlo, el país estaba en guerra.
Parece que al amparo de la oscuridad, tropas azeríes estacionadas junto a
la frontera con la república no reconocida de Nagorno-Karabaj atravesaron
la línea de contacto y, con el apoyo de tanques, aviones y artillería pesada,
arrasaron muchas de las posiciones armenias. Al día siguiente, un contraataque
exitoso de las tropas armenias y de la República de Nagorno-Karabaj permitió
recuperar gran parte del territorio cedido, pero a un precio humano significativo para ambos bandos. El tercer día, docenas de tanques armenios y azeríes se
enfrentaron entre sí en una batalla a campo abierto. El cuarto día, con un total
de 172 personas muertas y nimias ganancias o pérdidas territoriales, se firmó
un alto el fuego temporal que, al menos hasta ahora, sigue vigente.
El conflicto de Nagorno-Karabaj, como muchos otros derivados del colapso
de la URSS, es poco conocido fuera de la región, pero sería una negligencia
pasar por alto la reciente escalada sangrienta. No fue un estallido de violencia aleatorio, sino la manifestación de agudas contradicciones socioeconómicas
que se han desarrollado en las sociedades armenia y azerí desde el colapso de la
URSS. Es más, los acontecimientos de este mes, si no provocan una guerra total, probablemente cambiarán el rumbo tanto de Armenia como de Azerbaiyán.
La guerra de Nagorno-Karabaj
El conflicto de Nagorno-Karabaj comenzó, al igual que muchos de los que
sacuden la región, durante los años de la glasnost y la perestroika de Mijaíl
1/ Traducción del artículo publicado en inglés en la revista Jacobin, disponible en: https://www.jacobinmag.
com/2016/04/armenia-AzerbaiyЗn-nagorno-karabakhwar/.
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Gorbachov en 1988. Envalentonados por las reformas liberales de Gorbachov, los armenios étnicos
de la región azerí de Nagorno-Karabaj (que representan alrededor del 70 % de la población) comenzaron a reclamar un cambio de estatuto jurídico del
territorio. Las protestas de los armenios de Nagorno-Karabaj tuvieron eco muy pronto, tanto en la
capital armenia, Yereván, como en la azerí, Bakú.
En ambas ciudades, decenas de miles de personas salieron a la calle en apoyo
de sus respectivos hermanos étnicos. En Yereván reivindicaron la secesión; en
Bakú, que todo siguiera igual.
A los pocos meses de las protestas iniciales estalló la violencia en comunidades étnicamente mixtas de ambos países, que finalmente escalaron en una
brutal espiral de pogromos, limpieza étnica y guerra en toda regla. Cuando se
firmó un alto el fuego en la primavera de 1994, se calcula que habían muerto
unas 30.000 personas, y Nagorno-Karabaj, al igual que varias regiones azeríes
adyacentes, quedó bajo control militar de Armenia. Desde que se firmó aquel
armisticio, se instaló una paz relativa en la región.
“... acontecimientos
de este mes probablemente cambiarán
el rumbo tanto de
Armenia como de
Azerbaiyán.”
Secuelas del colapso
Armenia, como muchos otros Estados postsoviéticos, sufrió una catástrofe
económica en la década de 1990. Una economía que en el pasado fabricaba
automóviles, electrodomésticos, textiles y maquinaria industrial se arrugó y
pasó a producir sobre todo cobre en bruto y brandy. El cierre de fábricas generó
desempleo, y Armenia se encontró de pronto con que tenía un exceso de población. Así, de 1991 a 1999, un millón de personas, más o menos un tercio de
la población, abandonó el país en busca de sustento en Rusia o en otros países.
De este caos emergieron dos grupos de elite paralelos: el de los nacionalistas liberales, compuesto principalmente por intelectuales soviéticos disidentes,
y el de los militares nacionalistas, formado por dirigentes guerrilleros de la
guerra de Karabaj. La lucha por el poder entre estos dos grupos culminó en
el golpe incruento que derribó al presidente nacionalista liberal, Levon TerPetrosyan, que fue sustituido por el militar nacionalista Robert Kocharyan,
antiguo líder de la República de Nagorno-Karabaj. El nuevo gobierno apenas
se diferenció del anterior: el robo de las arcas del Estado, el mantenimiento
violento de monopolios y el gansterismo político siguieron siendo el pan de
cada día. Sin embargo, con los liberales fuera de juego, la estrategia del Estado
para legitimarse pasó a centrarse casi exclusivamente en la cuestión de Karabaj. Los problemas económicos quedaron en segundo plano y la seguridad de
Armenia y de Nagorno-Karabaj pasó a ser la cuestión primordial. Cualquier
conflicto social (huelgas, manifestaciones, etcétera.) era calificado entonces de
atentado antipatriótico contra esa seguridad.
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Del mismo modo que en Armenia, el colapso de la industria azerí de la era
soviética dio lugar al ascenso de elites oligárquicas. Estas elites, a diferencia de
Armenia, no esperaron a que acabara la guerra para ajustar sus cuentas. Cuando las tropas de Azerbaiyán pasaron a lidiar la guerra total en torno a Karabaj
en 1991, el país comenzó a resquebrajarse poco a poco, convirtiéndose en un
conglomerado de feudos enfrentados, cada uno con su propio oligarca al frente.
Este conflicto interno, además de poner palos en las ruedas del esfuerzo bélico
en Karabaj, llevó al país al borde de la guerra civil. Ya cerca del precipicio, el
presidente asediado, Abulfaz Elchibay, invitó al oscuro exlíder del Azerbaiyán
soviético, Heydar Alíyev, a mediar en la crisis. Dos meses después, Elchibay se
vio forzado a dimitir y Alíyev fue elegido presidente de Azerbaiyán.
Heydar Alíyev —antiguo líder del Azerbaiyán soviético, ex jefe del KGB
azerí, exmiembro del Politburó soviético, llamado no irónicamente“el Dragón”— era tan brutal y astuto como sugieren sus antecedentes y su apodo.
Poco después de asumir la presidencia, aplastó a la oposición oligárquica y
unificó Azerbaiyán bajo un régimen casi totalitario. Reorientó la economía
azerí para dedicarla exclusivamente a la producción de petróleo y aprovechó
los pingües ingresos para enriquecerse a sí mismo y a su círculo de acólitos,
así como para construir un aparato militar y de seguridad que rivalizaba con el
de la época soviética. Además, infundió en el país una ideología nacionalista
unificadora, uno de cuyos pilares fundamentales era Karabaj.
La crisis del petróleo
Alíyev murió en 2003, pero sus políticas no se fueron con él. Su hijo, Ilham, le
sucedió en el cargo y sin perder el tiempo siguió consolidando el poder de su
familia. Cuando en 2011 comenzaron a producirse manifestaciones de pequeños partidos de oposición, inspiradas en la primavera árabe, la respuesta del
gobierno fue la que se podía adivinar: detuvieron a todos y aumentaron el gasto
público. Pan y terror, una potente combinación que funcionó… hasta que cayó
en picado el precio del petróleo. Puesto que el petróleo abarca el 90 % de las
exportaciones de Azerbaiyán, el hundimiento del precio arrastró al conjunto
de la economía. A lo largo del año pasado, la mayoría de la población azerí
ha visto evaporarse sus ahorros y subir como un cohete el coste de la vida, al
devaluarse el manat más de un 40 % con respecto al dólar.
En enero, cuando se produjeron manifestaciones nunca vistas en todo Azerbaiyán para protestar contra el aumento del precio de necesidades básicas, al
gobierno azerí no le quedaban muchas opciones: no había dinero suficiente para
mantener el espléndido gasto público y la represión por sí sola tenía muchas
probabilidades de empeorar las cosas. Alíyev decidió tomar el camino del medio, y mientras hizo detener a muchos manifestantes, reconoció la legitimidad
de sus demandas; antes de que acabara el mes procedió a rebajar los impuestos
sobre los productos básicos e imponer por ley un tope máximo de precios.
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La guerra relámpago de la madrugada del 2 de abril fue muy probablemente un intento de Alíyev de resolver el problema. Si el ataque hubiera tenido
éxito y Azerbaiyán hubiera conquistado una parte significativa del territorio,
la estratagema podría haber funcionado. Cabe imaginar que habría sido capaz
de trasladar la carga ideológica que la economía y el aparato represivo ya no
podían sostener a un renovado nacionalismo militarista expansivo.
El creciente movimiento de protesta en Armenia
El conocido académico armenio Alexander Iskanadryan dijo una vez que Dios,
después de todo, debe de amar a los armenios, pues no les dio petróleo. Por
esta razón, los oligarcas gobernantes de Armenia nunca pudieron, literalmente,
llegar a ser tan represivos como el gobierno de Alíyev en Bakú. Carentes del
recurso de los petrodólares, simplemente no tuvieron el dinero necesario para
equipar y mantener un gran aparato represivo. Esto ha sido una gran baza para
los movimientos sociales armenios que han florecido en los últimos años. La
última oleada de protestas cosechó sus primeros éxitos en agosto de 2013,
cuando los estudiantes organizaron un boicot contra el aumento del 50 % del
precio del billete de autobús en Yereván. Lo que comenzó en forma de pequeñas concentraciones de tal vez una docena de personas delante de un autobús se convirtió en un movimiento de toda la ciudad. Tras varias semanas
de protestas, los conductores de autobús se implicaron y, por primera vez,
organizaron su propio sindicato independiente. Una de sus primeras decisiones fue la de dejar que los pasajeros viajaran sin pagar hasta que se revocara
el aumento del precio del billete, cosa que el gobierno no tardó mucho en
decretar.
El éxito del boicot estimuló otras movilizaciones, y desde entonces ha habido una avalancha de protestas centradas en diversas cuestiones socioeconómicas. La más grande se produjo el verano pasado, cuando el gobierno aprobó un
aumento del 17 % del precio de la electricidad en todo el país. El día en que se
anunció el aumento del precio, varios centenares de personas se congregaron
en la Plaza de la Libertad, en el centro de Yereván. Cuando los manifestantes
quisieron salir de la plaza y marchar hacia el parlamento, fueron dispersados
violentamente, y docenas de ellos fueron detenidos.
En vez de acallar las protestas, la respuesta violenta no hizo más que estimularlas. Al día siguiente, varios miles de manifestantes partieron de nuevo de
la Plaza de la Libertad hacia el parlamento. Cuando se interpuso en su camino
una línea de policía antidisturbios, los manifestantes montaron una barricada
con cubos de basura y ocuparon la avenida principal de la ciudad. A lo largo de
las dos semanas siguientes, decenas de miles de armenios corrientes salieron
a la calle y se sumaron a la ocupación, participando en la protesta más masiva
de la historia de la Armenia independiente. Al final, el gobierno aceptó realizar una auditoría de la compañía eléctrica y emplear mientras tanto fondos
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presupuestarios para absorber el sobrecoste para los ciudadanos. Poco después
del anuncio de estas medidas, la ocupación se disolvió.
Sin embargo, la dinámica social generada en aquella ocupación no desapareció: cuando el 2 de abril llegaron las primeras noticias de los choques
violentos en la línea de contacto, las mismas fuerzas sociales que habían hecho
posible la ocupación volvieron a movilizarse. En menos de 24 horas se organizaron transportes de alimentos, donaciones de sangre y el alistamiento de
combatientes voluntarios. Ese primer día, hasta los principales canales de noticias simularon ignorancia, mostrando antiguas películas soviéticas de dibujos animados y mencionando solo de pasada los sucesos de Nagorno-Karabaj.
Cuatro días después, cuando se firmó el alto el fuego, la ansiedad que había
embargado el país se transformó en júbilo.
Cuando cesó el júbilo, la cuestión del Estado y de los oligarcas volvió a
plantearse con fuerza. Las preguntas “¿dónde estaban?” y “¿por qué hicieron
tan poco?” circularon de boca en boca en las calles y las redes sociales. Los
ingeniosos creadores de memes armenios aportaron innumerables imágenes
en que contrastaba el equipamiento anticuado de los soldados armenios con
los brillantes coches nuevos tan apreciados por los oligarcas. El nacionalismo
cuidadosamente cultivado por las elites gobernantes puede volverse ahora en
su contra.
La peor perspectiva para ambos países, y para la región, es que los gobiernos traten de resolver sus crisis redoblando los tambores de guerra. A diferencia de la primera guerra de Nagorno-Karabaj, que se libró con armas robadas
de las bases del ejército soviético, la de ahora sería una guerra de blindados,
misiles y artillería pesada. Las víctimas se contarían por cientos de miles. Solo
hay una vía para asegurar que esta pesadilla nunca se haga realidad. Los pueblos de Armenia y Azerbaiyán han de reconocer que en las dos décadas pasadas nunca han sido realmente enemigos, sino que su sangre, su sufrimiento y
su odio mutuo no fueron más que un instrumento de acumulación de capital
de las elites, y que la única manera de hallar finalmente la paz pasa por que se
enfrenten a su enemigo real.
Peter Liájov es escritor, y autor de películas documentales residente en Yereván.
Traducción: VIENTO SUR
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