ORDEN DE PREDICADORES: CARISMA Y ESPIRITUALIDAD Extraído de “Espiritualidad dominicana. Ensayos sobre el carisma y la misión de la Orden de Predicadores”, Felicísimo Martínez, OP. Los carismas están repartidos en la comunidad cristiana, para construir el Pueblo de Dios. Sin embargo, hay carismas tan esenciales a la experiencia cristiana que no pueden faltar en ningún sector eclesial, so pena de desvirtuar el evangelio de Jesús. Nadie puede pretender ser cristiano sin participar de la experiencia de Dios. Nadie puede pretender ser seguidor de Jesús sin practicar la pobreza evangélica y ser solidario con los pobres. Nadie puede pretender ser miembro vivo de la Iglesia sin participar en el ministerio de la evangelización. Pero hay sectores a los que se les ha otorgado específicamente alguno de estos carismas. Ellos tienen la responsabilidad de mantenerlo vivo en la Iglesia. Por eso, en la renovación de las familias religiosas, la fidelidad al propio carisma es criterio esencial. Las siguientes reflexiones quisieran colocarse en un tono modesto y humilde, no reivindicativo y autosuficiente. El carisma dominicano es una responsabilidad o una deuda de los dominicos contraída con la Iglesia y la sociedad. No es un derecho adquirido para competir con otras congregaciones o con otros sectores eclesiales. Si el carisma dominicano no tuviera ya sentido ni misión, si fuera un obstáculo más que un cauce para la revitalización de la iglesia, lo mejor que deberían hacer los Dominicos sería morir y desaparecer. El “ars moriendi” es uno de os rasgos más evangélicos de la vida religiosa. Si, por el contrario, el carisma dominicano es necesario para el crecimiento de la comunidad cristiana, los dominicos tienen la gran responsabilidad de actualizar su carisma y hacerlo significativo y eficaz. Si el carisma dominicano aún es necesario, pero los Dominicos lo hubieran perdido, el Espíritu haría brotar ese carisma en otras comunidades cristianas. El recuerdo de los orígenes dominicanos y su lectura a la luz del evangelio de Jesús son el único camino para despejar estas incógnitas. El carisma dominicano es el carisma de la predicación. El nombre de pila de los dominicos es Orden de Predicadores. Pero se trata de una predicación cualificada. Se trata de una predicación entendida más como un carisma que como una simple tarea o función a cumplir. Humberto de Romanis llegó a afirmar en su Tratado sobre la formación de los predicadores: ”No es lo mismo predicar que echar sermones”. Echar sermones es una actividad que puede ser llevada a cabo incluso por los no creyentes. Basta un poco de erudición religiosa y unas elementales dotes de orador sagrado, y cualquiera puede echar sermones. Predicar es otro asunto. Sólo puede hacerlo el que tiene el carisma de la predicación, que es en definitiva el carisma de la experiencia de Dios, el carisma de la vida en el Espíritu. Sólo puede hacerlo el que está pertrechado de una auténtica espiritualidad cristiana. Y puede hacerlo aunque la erudición sea escasa y las dotes oratorias pobres. En este caso hablará mal, como el profeta tartamudo, pero predicará bien. El carisma de la predicación es una forma de espiritualidad cristiana. La predicación que constituye el núcleo del carisma dominicano no es una actividad profesional, o una mera función pastoral. Es un carisma, una espiritualidad, una experiencia cualificada del Espíritu y una obra del mismo Espíritu en y a través del predicador. El ejercicio de la predicación es una forma de imitación de Cristo. Dicho con más exactitud, es una forma de imitación de los Apóstoles como camino específico para la imitación de Cristo. La predicación es el carisma de la vita vere apostolica. Es una forma de seguir radicalmente a Jesús, que no sólo predica sino que es la Palabra, la Buena Nueva, camino, luz, verdad y vida. Por consiguiente, el carisma de la predicación configura toda la vida del predicador y se alimenta de un estilo de vida que ha de ser evangélica en todas sus dimensiones Por eso hablamos de la predicación dominicana como una predicación cualificada, como una forma específica de experiencia cristiana, como una espiritualidad. (…) El carisma de la predicación es un carisma universal en la Iglesia. Es también esencial a toda experiencia cristiana. Pablo VI dejó muy claro en la Evangelii Nuntiandi que la evangelización forma parte de la vocación primera, de la naturaleza más íntima de la Iglesia. La responsabilidad de los dominicos no es apropiarse celosamente el carisma y el ministerio de la predicación, o procurarse un monopolio del mismo. “Ojalá todo el pueblo de Dios tuviera el carisma de la predicación y se diera a la actividad evangelizadora!”. La responsabilidad de los dominicos es recordarle a toda la Iglesia que el carisma de la predicación pertenece a su esencia y misión. Domingo recibió e carisma de la predicación y se vio pronto acompañado por otros creyentes que compartían el mismo carisma. Entonces se dio a la tarea de analizar y poner en práctica las exigencias de ese carisma. Y diseñó para los predicadores y sus comunidades un género de vida que encarnara ese carisma y sustentara la misión evangelizadora. Porque la predicación y la evangelización no consisten simplemente en anunciar el mensaje evangélico: consisten sobre todo en hacer el Evangelio, mostrarlo vivo y actualizado, testimoniarlo. El alma, la inspiración, los elementos esenciales de ese género de vida constituyen el carisma dominicano o la espiritualidad dominicana en su sentido más amplio. Un carisma es, en definitiva, una espiritualidad, una acción del Espíritu que anima y da vida. El carisma dominicano es una forma específica de experiencia cristiana. La espiritualidad dominicana es una forma específica de espiritualidad cristiana. Afirmaciones tan elementales como éstas son quizá las más importantes –y a veces las más olvidadas- para comprender exactamente los carismas congregacionales. Son elementales, porque es obvio que Jesús es el único al que hay que seguir. Domingo no pretendió en absoluto erigirse en objeto de seguimiento. Sencillamente mostró una forma específica de seguir a Jesús radicalmente. Este modelo de seguimiento hizo impacto en otros creyentes, que se le unieron, quizá sin que él lo pretendiera o hiciera especiales campañas vocacionales. Los fundadores que se proponen serlo son peligrosos. Así comenzó a tomar cuerpo comunitario el carisma de la predicación o la espiritualidad dominicana. (…) El carisma de Domingo tiene su centro en la vida apostólica, la vita vere apostolica que venían buscando los movimientos evangelistas de su tiempo. Es el carisma de la predicación, entendido no como un simple ministerio o función apostólica sino como un estilo de vida a imitación de los Apóstoles, una forma específica del seguimiento de Jesús. Este estilo de vida comprende varias experiencias centrales de la vida cristiana. Domingo encarnó e carisma de la predicación en esas experiencias, a las que a su vez configuró dando a la comunidad dominicana una organización concreta. Esta organización alimenta y sustenta el carisma, pero tiene carácter instrumental y adjetivo. Experiencia central del carisma de la predicación es, ante todo, la experiencia de Dios, la experiencia radical de fe, cultivada a través de una vida contemplativa intensa. Domingo retoma esta experiencia de la tradición monástica, pero la orienta en una dirección esencialmente apostólica. Ya no se trata de una vida contemplativa en la huída del mundo –fuga mundi-. La espiritualidad de Domingo fue precisamente una réplica al maniqueísmo reinante en los ambientes heréticos del momento. Se trata de una vida contemplativa en medio del mundo, nacida de la contemplación de la historia humana, pertrechada de la pasión por el mundo o la compasión con la humanidad, filtrada a través de la contemplación y el estudio de la Palabra de Dios, y destinada a alimentar el anuncio de esa Palabra. La experiencia contemplativa propia del carisma dominicano incluye prácticas tan significativas en el proyecto de Domingo como el silencio contemplativo, la oración, la celebración litúrgica, el estudio. La experiencia contemplativa es parte integrante del carisma de la predicación; es el núcleo de la espiritualidad dominicana. Las prácticas que la sustentan son importantes pero están sometidas a una continua adaptación a las condiciones cambiantes de los tiempos. La actualización del carisma dominicano supone hoy la actualización de estas prácticas. Exige nuevas prácticas de silencio contemplativo, nuevas formas de oración, nuevas formas de celebración litúrgica inculturada, nuevas presencias y compromisos en el diálogo intercultural, en el debate teológico, en las cuestiones teológicas disputadas…. Una segunda experiencia que forma parte del carisma y de la espiritualidad de la Orden de Predicadores es la experiencia comunitaria. Las comunidades de predicadores nacieron como fraternidades. La experiencia de la fraternidad es esencial a la vida cristiana es rasgo básico de la vida apostólica; es núcleo del mensaje que anuncia el predicador y anuncio práctico o testimonial de ese mensaje. Las comunidades dominicanas eran llamadas desde el principio “casas de predicación”, domus praedicationis, denominación que se hacía extensiva incluso a las comunidades femeninas de clausura. La razón es obvia: el carisma de la predicación no se reduce al anuncio verbal de la Palabra; incluye, sobre todo el anuncio testimonial y la experiencia viva de la Palabra. La práctica de la fraternidad es ya un ejercicio del carisma de la predicación. Domingo configuró la vida comunitaria tomando elementos y prácticas de las diversas tradiciones de la vida religiosa. Prefirió las observancias regulares con capacidad para mantener vivo el carisma de la predicación y para facilitar el proyecto apostólico. Estas prácticas comunitarias son importantes, pero son adjetivas e instrumentales. No son la espiritualidad dominicana, pero contribuyen no poco a su crecimiento. Están sometidas a continua revisión y deben ser renovadas o actualizadas de acuerdo con las condiciones cambiantes de los tiempos. La actualización del carisma dominicano supone hoy una actualización de las prácticas comunitarias. Es preciso revisar los lugares de presencia y de inserción de las comunidades, la configuración de las mismas, los modelos de diálogo y convivencia, las formas de compartir la experiencia de Dios, los ministerios y las responsabilidades, los métodos y las prácticas de reflexión comunitaria… Quizás el rasgo más esencial del carisma de la predicación es la pobreza evangélica. Este es el gran ausente en la Iglesia y en la vida religiosa del siglo XIII. De ahí el éxito inicial de las Ordenes Mendicantes, que supusieron un verdadero salto cualitativo en la historia de la vida religiosa. Dios suscitó a Francisco y a Domingo para mostrar de nuevo una forma radical de seguimiento de Cristo. El carisma de Francisco asoció la pobreza evangélica con la imitación de Cristo pobre. El carisma de Domingo asoció la pobreza evangélica con la imitación de los Apóstoles, con el carisma de la predicación. Pero ambos carismas concuerdan en destacar ese rasgo esencial del seguimiento de Jesús, de la experiencia cristiana. La práctica de la pobreza evangélica es condición de posibilidad para adentrarse en la experiencia cristiana. Conduce a experiencias tan centrales en la espiritualidad evangélica como son: la experiencia de Dios Padre, la experiencia de la Providencia, la experiencia de la gratuidad del Reino, la experiencia de la fraternidad. Pero, por encima de cualquier otra experiencia, la práctica de la pobreza conduce a la experiencia central del misterio cristiano: la kénosis, el anonadamiento y la muerte. La pobreza dominicana no es una simple virtud ascética o moral. Tiene una dimensión esencialmente teologal y carismática. Es el camino hacia la identificación con Cristo. Pero aún hay un aspecto de la pobreza dominicana que merece subrayado especial: es su dimensión apostólica. La pobreza evangélica no es sólo un anuncio de Cristo pobre. Es, además, una credencial indispensable para el ministerio de la predicación. Es un componente esencial de la vita vere apostolica. Domingo renunció al poder jerárquico y a los bienes materiales para ejercer el ministerio de la predicación sólo con la fuerza de la Palabra y con el respaldo testimonial de su pobreza evangélica. De nuevo el carisma de la predicación es el núcleo de la espiritualidad dominicana, el elemento que aglutina todas las experiencias esenciales de la misma. La pobreza evangélica no tiene una significación meramente moral o ascética en el proyecto de Domingo; tiene una significación esencialmente apostólica. La práctica más característica de la pobreza evangélica fue, en los tiempos de Domingo, la mendicancia. También aquí podemos hablar de una práctica importante, pero adjetiva e instrumental Su significación o su carencia de sentido están sometidas a la sensibilidad y parámetros culturales de las distintas épocas. Por eso las prácticas que encarnan la pobreza evangélica y apostólica están sometidas a continua renovación, de acuerdo con las circunstancias cambiantes de los tiempos. La opción por los pobres es hoy rasgo esencial del seguimiento radical de Jesús y criterio obligado para toda renovación de la vida religiosa. La inserción en los medios pobres, el compartir la vida y la suerte de los pobres, el compromiso con las causas liberadoras de los pobres…son hoy prácticas históricas que encarnan la versión actual de la pobreza evangélica. La actualización del carisma dominicano exige hoy una encarnación en estas nuevas prácticas. Sólo así la pobreza dominicana podrá recobrar su carácter evangélico, su valor testimonial y erigirse en fuerza contracultural frente a la cultura de la apropiación y la idolatría del becerro de oro. Finalmente, la experiencia central de carisma y de la espiritualidad dominicana es la experiencia apostólica. Esta no se reduce a un conjunto de actividades y experiencias ocasionales y fragmentadas. Es sencillamente la experiencia de la vida apostólica como forma de espiritualidad cristiana, como forma de seguimiento radical de Jesús. La evangelización es a la vez fruto y fuente de la experiencia de Dios, de la espiritualidad cristiana. La predicación es el fruto de una experiencia carismática de la Palabra y genera a su vez nuevas experiencias cristianas. Sólo puede ser predicador el que ha tenido la experiencia de la Palara o la experiencia de Dios. Por otra parte, la actividad evangelizadora es en sí una experiencia de la misma Palabra. (…) El carisma dominicano es el carisma de la predicación entendida en estos términos. Todos los rasgos de la espiritualidad dominicana confluyen y se concentran en ese carisma: la experiencia contemplativa de Dios, la experiencia de la fraternidad, las experiencias asociadas a la pobreza evangélica. Todas las prácticas de la vida dominicana destinadas a sustentar y alimentar estas experiencias tienen una dimensión apostólica y reciben su inspiración del carisma de la predicación. Todos los elementos del proyecto dominicano original giran en torno al ministerio de la predicación. La centralidad de este carisma explica la armonía entre todos los componentes del proyecto de Domingo y la armonía de la espiritualidad dominicana. El carisma de la predicación informa la espiritualidad y la vida dominicana. (…) Las nuevas formas de misión y las nuevas presencias dominicanas son la expresión de esa adaptación del carisma original a las condiciones cambiantes de los tiempos. Las exigencias de la “nueva evangelización” son hoy exigencias de actualización del carisma, de la espiritualidad y de la misión dominicana.