EL MONUMENTO FASCISTA DE LA FEIXINA El equipo de gobierno del Ayuntamiento de Palma, con la alcaldesa Aina Calvo a la cabeza, seguidos de los Ramón, Grosske y compañía, todos ellos supuestamente progresistas, han tomado la decisión de no derribar el monolito de la Feixina, levantado en memoria de “los héroes del crucero Baleares”. Lo han decidido, según parece, amparándose en la Ley que dicen “de la Memoria Histórica” (aprobada por sus propios partidos a finales de 2007) y también en un informe hecho a medida de sus propósitos. Con ello, estos políticos “de centroizquierda”, quién lo iba a decir, garantizan el futuro del monumento fascista, cumpliendo el testamento político del dictador Franco: aquello de “todo atado y bien atado”. Las reacciones ante esta decisión municipal no dejan la menor duda al respecto: mientras la derecha y la ultraderecha se frotan las manos de gusto (ver, por ejemplo, los comentarios en la edición digital del diario El Mundo), la indignación es la nota dominante entre los sectores de izquierda y reivindicativos de la memoria histórica, como la AMHM. Entre y entre, la esperada “comprensión” del sector clientelar. Por otra parte, no creo que la decisión municipal haya supuesto una gran sorpresa para nadie porque. Quien más quien menos, la podíamos esperar. La “capacidad” política de nuestros gobernantes ha quedado ya sobradamente demostrada en casos anteriores, como Son Espases, la política hotelera, los derechos laborales en IB3 o el Plan de Carreteras de Mallorca. Un servidor, al menos, así lo esperaba. Ya en mi artículo “Matar la Memoria” (publicado, entre otros, por el diario Ultima Hora el 21 de diciembre de 2007) donde hacía un análisis crítico de la entonces recién aprobada “Ley de la Memoria Histórica”, decía: “Cuando, por ejemplo y sin ir más lejos, se duda en eliminar, en aplicación de esta ley, el monumento fascista de La Feixina, en Palma, “por su cierta calidad artística o monumental”, e incluso cuando el equipo de gobierno municipal, de supuesto “centro-izquierda”, está a un paso de dar el título de hijo ilustre de Ciutat al promotor del referido monumento (que, por cierto, ya tiene una calle en Palma), nos podemos hacer una idea de en qué quedará todo esto. Por una patética carencia de coraje político, esta ley ni siquiera será efectiva para eliminar los vestigios formales del pasado tenebroso de la dictadura. Es decir, no servirá ni como un lavado de cara”. Como en otras ocasiones, hubiera preferido estar equivocado. Pero de una ley que guarda una cómplice equidistancia entre víctimas y verdugos, que no anula las sentencias de la dictadura, en procesos ignominiosos, contra los defensores de las libertades democráticas (muchos de ellos asesinados por el régimen franquista), que no define como responsabilidad de las administraciones públicas la localización, identificación y rehabilitación de las víctimas inocentes de la represión, cuyos cuerpos todavía permanecen en fosas comunes, o anónimas en las laderas de las carreteras..., de esta Ley no podemos esperar sino que sirva de coartada a la cobardía política de los que nos gobiernan. Y hablo de cobardía porque no puedo creer que sean unos ignorantes. Porque supongo que saben que las “heroicidades” del “Baleares”, hundido en una acción de guerra por parte de la Armada republicana el 6 de marzo de 1938, consistieron fundamentalmente en bombardeos asesinos sobre poblaciones de ciudades mediterráneas, como la masacre de las miles de víctimas civiles, mujeres, niños y ancianos que huían en masa, despavoridos, el 7 y 8 de febrero de 1937, de la Málaga sitiada por el ejército (nutrido en su mayor parte por “regulares” africanos y tropas italianas) del sanguinario Queipo de Llano. Una gran cantidad de personas indefensas quedaron atrapadas en la carretera costera de 200 kilómetros hacia Almería, “la carretera de la muerte”, una trampa mortal en un inmenso paredón de cara al mar, blanco fácil para los “héroes” del “Baleares” y del “Canarias”, con sus piezas de artillería de 203 y 120 mm, así como para los aviones italianos y alemanes, que también participaron en la matanza. Estoy seguro que también saben que, incluso abogando a la indigna Ley de la Memoria histórica, era igualmente legal derribar el monumento de la Plaza de la Feixina. Pero les ha faltado valentía para hacerlo. Por eso, aunque cambien las letras del enunciado, este monolito se perpetuará dedicado a la memoria del “Baleares”, un barco fascista responsable de crímenes de guerra. Y a partir de ahora también será, para nuestros gobernantes, un monumento representativo y conmemorativo de su cobardía. Pep Juárez, febrero de 2010.