Conferencia General Abril 1980 LA RESPONSABILIDAD INDIVIDUAL Y EL PROGRESO HUMANO por el élder Dean L. Larsen. de la Presidencia. del Primer Quórum de los Setenta El tema sobre el cual hablaré se basa en la petición del presidente Kimball de que hagamos más de lo que hemos estado haciendo hasta ahora. También haré referencia a la flexibilidad y libertad que se nos ha dado con el nuevo sistema de los servicios de adoración de los domingos y las actividades durante la semana, y acerca de los principios que apoyan estos nuevos sistemas. Los Santos de los Últimos Días saben que esta vida mortal fue creada con el propósito de ponernos en circunstancias en que podamos ser probados individualmente, y que, haciendo ejercicio del libre albedrío que Dios nos ha dado, podamos determinar nuestras futuras posibilidades. El antiguo profeta Lehi comprendió esto y le dijo a su hijo Jacob: "Así pues, los hombres son libres según la carne; y les son dadas todas las cosas que para ellos son propias. Y pueden escoger la libertad y la vida eterna, por motivo de la gran mediación para todos los hombres, o escoger la cautividad y la muerte..." (2 Nefi 2:27.) Además, explicó que los hombres "quedan libres para siempre, distinguiendo el bien del mal, para obrar por sí mismos y no para que obren sobre ellos, a menos que sea el castigo de la ley . . . según los mandamientos que Dios ha dado" (2 Nefi 2:26). En una ocasión el Señor explicó que su deseo es "que todo hombre pueda obrar en doctrina y principio pertenecientes a lo futuro, de acuerdo con el albedrío moral que yo le he dado, para que cada hombre responda por sus propios pecados . . . " (D. y C. 101:78). El poder diferenciar lo bueno de lo malo nos da la capacidad de ejercitar la libertad que tenemos de tomar decisiones. Al hacerlo, somos responsables de nuestros actos y no podemos eludir las inevitables consecuencias de nuestras decisiones. La libertad de ejercer un control moral es indispensable en un medio en el que las personas tienen un gran deseo de progresar y desarrollarse. Por la misma condición con que somos investidos como hijos de nuestro Padre Celestial, en nuestra alma se encuentra implantado el apremiante anhelo de ser libres. También es natural que deseemos ser responsables de nuestro propio destino, puesto que dentro de nosotros hay una vocecilla que nos confirma que esta responsabilidad es esencial para el logro de nuestro destino eterno. La existencia de leyes, reglas y procedimientos nunca ha sido suficiente para obligar al hombre a obedecer; en cambio la obediencia productiva es el resultado del ejercicio del libre albedrío. El élder Albert E. Bowen del Quórum de los Doce dijo en una ocasión: "Es obvio el hecho de que ninguna ley es mejor que aquellos que la administran. No obstante lo bien formulada que sea una ley o lo digno de su propósito, puede conferenciageneralsud.wordpress.com Conferencia General Abril 1980 degenerar en la más absoluta futilidad a menos que sea sabiamente administrada por quienes comprenden su propósito." (The Church Welfare Plan, 1946, pág. 115.) Las Escrituras nos dicen que antes de la creación de la Tierra, una tercera parte de las huestes celestiales que analizaron los problemas que tendría la vida mortal, se dejó engañar con la idea de que había otras alternativas en lugar de los riesgos básicos que acompañan el ejercicio del libre albedrío. (Abr. 3:27-28 y Ap. 12:4.) El precio que tuvieron que pagar escapa toda comprensión humana. En la actualidad se nos anima a que aceptemos mayores responsabilidades distribuyendo nuestro tiempo con sabiduría, desarrollándonos espiritualmente por medio del estudio personal y familiar del evangelio y dando amoroso y cristiano servicio a los demás. Debemos estar dispuestos a aceptar este nuevo cometido, ya que nuestra buena voluntad para ello ejercerá una influencia que llegará más allá de nuestros servicios de adoración de los domingos y de nuestra vida cristiana. A menos que mantengamos un entusiasta deseo de ser libres, a me¬nos que comprendamos y practiquemos los principios que engendran las libertades más esenciales, hay muy pocas esperanzas de que éstas permanezcan. Cuando nos condicionamos a aceptar nuestra dependencia de otros y a dejar de valorar nuestra propia responsabilidad e independencia, nos hacemos vulnerables a las fuerzas que destruyen la libertad. Si la rectitud se juzga principalmente por la forma en que respondemos a cierta actividad pro amada, entonces se crea una condición en la cual las oportunidades de progresar comienzan a declinar. La tragedia resultante afecta el potencial mortal del hombre y tiene un profundo efecto en sus posibilidades eternas. La conducta programada no puede producir el nivel de desarrollo espiritual que se requiere para lograr la vida eterna, sino que existe un grado indispensable de libertad y autodeterminación que es esencial para dicho desarrollo. Con la comprensión de los principios correctos y el intrínseco deseo de aplicarlos, debemos sentir dentro de nosotros la motivación para hacer muchas cosas buenas por nuestra propia voluntad porque, como dice la revelación, tenemos el poder de convertirnos en nuestros propios agentes (D. y C.58:26-28) Al preservar nuestra libertad de autodeterminación, no podemos excluir la necesidad de que existen estructuras y procedimientos ordenados dentro del gobierno o dentro de cualquier otra organización. Debemos mantener un cuidadoso equilibrio entre lo que se ordena para el bienestar colectivo y aquello que debe reservarse para la conciencia y el incentivo individuales. Este equilibrio que existe entre la libertad y la restricción es fundamental en las relaciones de las familias y comunidades, y no puede pasarse por alto en nuestras asignaciones de la Iglesia. He meditado mucho con respecto al mandato que hemos recibió de los líderes de la Iglesia en los últimos meses para que simplifiquemos y reduzcamos las actividades programadas para los miembros; esto parecería emanar de la necesidad de mantener conferenciageneralsud.wordpress.com Conferencia General Abril 1980 este equilibrio básico. Hemos observado que se ha puesto mayor énfasis en el ejercicio de la iniciativa y la responsabilidad individuales dentro de las familias. En su discurso final de la Conferencia General de abril de 1979, el presidente Kimball dijo: ". . las decisiones básicas o necesarias para nuestro progreso como pueblo son las que hagan los miembros de la Iglesia en forma individual. El adelanto que logre la Iglesia será consecuencia de los pasos gigantescos que demos individualmente. Nuestro propio desarrollo espiritual será la clave para el aumento numérico que debe tener lugar en el reino." (Liahona, agosto de 1979, págs. 118-119. ) Me regocija el espíritu el propósito de estas palabras del Profeta, porque veo en ellas un efectivo esfuerzo por conservar nuestra responsabilidad individual como miembros de la Iglesia y en nuestra vida religiosa. Cuando los miembros de la Iglesia ponemos en práctica la determinación para aplicar los principios del evangelio, no tenemos que descuidarnos al cumplir con ellos; en realidad, el máximo progreso sólo se puede lograr cuando se crean las condiciones ideales para ello, las cuales deben incluir el grado necesario de libertad y responsabilidad. Sin esto, el progreso espiritual se vería atrofiado. Debemos comprender que a medida que se intensifica la libertad para el desarrollo, también aumentan las posibilidades para el fracaso, ya que el factor riesgo es mayor. Pero el ideal no puede alcanzarse de otra manera, ni se puede lograr el cielo por otro medio. Nuestros inspirados líderes actuales nos confirman el hecho de que después de todo, no existe una certidumbre en la seguridad programada por la cual otros asumen la responsabilidad de dirigirnos en todo. Los que insisten en que la Iglesia tenga un programa establecido para cada contingencia están tan equivocados como los que exigen que el gobierno intervenga en todos los aspectos de nuestra vida. En ambos casos se destruye el equilibrio ideal con el consiguiente detrimento para el progreso humano. Estas son las verdades esenciales a las que nuestros líderes de hoy dan énfasis. Son provocativas, exigen mucho de nosotros y nos impulsan a mejorar nuestra vida por medio de la iniciativa y el esfuerzo propios; ellos tampoco nos presentan promesas incondicionales. Por otra parte, si las obedecemos nos preservan los elementos de la vida que hacen posible el progreso individual; le dan propósito y esperanza a nuestra existencia y nos conducen al progreso eterno. Cuando estas verdades se desprecian y descuidan, la humanidad no puede cumplir con su destino. Yo las atesoro con toda mi alma y estoy incondicionalmente dedicado a promulgarlas entre todos los pueblos de la tierra. En el nombre de Jesucristo. Amén. conferenciageneralsud.wordpress.com