BANQUETE: DISCURSO DE ALCIBÍADES (212d-223d)1 El último discurso del Banquete está dado por un personaje y una situación particulares. Alcibíades es un hombre joven y está enamorado de Sócrates. La situación del simposio es interrumpida por un ruido de fiesta, de algarabía: es Alcibíades con otros compañeros que llegan a la casa de Agatón en un estado de ebriedad. Podría pensarse que la propuesta de encomiar a Eros ha llegado a su fin; pero tanto Agatón —quien es el anfitrión— como Erixímaco —el médico que propuso el tema del simposio, aunque la idea original era de Fedro— hacen que el espíritu del diálogo ameno no se pierda. Por una parte Agatón considera que a tal reunión sólo pueden estar los más allegados, de tal forma que ordena a sus esclavos que si no es alguien conocido, más bien lo despachen (Cfr. 212d). Y por otra parte, Erixímaco pone en un contexto general a Alcibíades y lo orienta para que no se queden sólo en la bebida, sino que se continúe con el elogio a Eros y, posteriormente, se sigua filosofando. Tanto en el discurso como en la situación en la cual se encuentran Sócrates y Alcibíades hay similitudes y diferencias. La llegada, por ejemplo, es particular: mientras Sócrates se hace esperar, Alcibíades viene anunciándose con gritos y música; Sócrates llega sólo, Alcibíades con compañía; Sócrates llega y se va sobrio, mientras que Alcibíades llega ebrio y termina igual o peor de borracho; incluso su ubicación dentro del recinto hace ver que Sócrates es invitado por Agatón, mientras que Alcibíades se sienta de manera brusca al lado del poeta y, casi que con un acto descortés, desplaza a Sócrates, su amante. ¿Puede entenderse aquí que el lugar del filósofo lo ocupa el poder del político, aunque sea de manera arbitraria? Tal posibilidad es digna de contemplarse, más cuando se sabe que la propuesta política2 de Platón no fue aceptada por los gobernantes de la época. Alcibíades quiere encontrarse con el elogiado de la reunión: Agatón, pero por estar pensando en lo inmediato, por llevar sus galas al triunfador de un evento pasajero, olvida lo esencial: el amor, su amado Sócrates. Ante tal acción, al filósofo no le queda otra salida que la huida, es decir, hacerse a un lado para que Alcibíades —con la ayuda de Agatón— se dé cuenta que ha olvidado a Sócrates. 1 Por Eduardo Salcedo Ortiz. No es mi interés profundizar esta definición, sólo anoto que lo político fue un tema que le ocupó gran parte de la obra de Platón, pues en cierta medida varios de sus diálogos hacen ver que los ciudadanos deben estar dispuestos a colaborar con el Estado y obedecer sus leyes. 2 No obstante, Sócrates reconoce que el amor que siente por Alcibíades posee una gran importancia. Pero también reconoce que Alcibíades no ha aprendido a amar y puede hacerle daño. Ante tal acción pide a Agatón que, como un dios que ayuda a reconciliar las mitades, los reconcilie, pero este Alcibíades no quiere tal reconciliación; de hecho tal evento no tiene lugar, entonces puede pensarse que tal vez Sócrates y Alcibíades no son dos mitades que se complementan, Eros no hace parte de esa relación. Como ya se anotó anteriormente, el médico Erixímaco invita a Alcibíades para que haga el elogio a Eros, al amor, pues esto es lo que han estado haciendo en el simposio, y no tan sólo dedicarse a los placeres de la bebida. Sin embargo, Alcibíades propone —como también lo propuso Sócrates— hacer un elogio diferente: elogiar a Sócrates, pero con la verdad. Aquí puede observarse que los discursos de Sócrates y Alcibíades tienen otras similitudes: rompen, por decirlo así, con el esquema que se traía y, además, no se trata de hacer un discurso bello sino de hablar con la verdad. De hecho, el discurso de Alcibíades está cargado de imágenes que, por una parte, puede verse como que al amor se le puede contemplar en imágenes, pero hay que tener cuidado con ellas, pues suelen ser oscuras y, en cierta medida, mal interpretadas. Por otra parte, habiendo anotado que Alcibíades se sienta entre el discurso bello de un hombre bello como Agatón y un discurso raro —cargado de belleza y fealdad— de Sócrates, este discurso será un intermedio: un intermedio que no será ni bello, elegante, como el de Agatón, ni teórico como el de Sócrates, sino más bien ilustrativo. Para tal efecto, sabiendo que Alcibíades elogiará a Sócrates en vez de Eros, este mismo filósofo será el mediador de su discurso (Cfr. 214e). El aparecer de Sócrates será con la imagen del sileno y el sátiro, con estos dos compara Alcibíades a Sócrates3. Esta figura es un tanto rara pues, parece que Sócrates es posee una doble inclinación: pagana y pía. En todo caso, Sócrates es un encantador con sus palabras, pero las reacciones que produce en Alcibíades son más físicas que interiores, estas últimas son más pasajeras. En vez de cambiar su vida y preocuparse por la virtud, lo que produce en Alcibíades son emociones físicas, que son pasajeras, puesto que luego se deja llevar por los elogios de la multitud. De esta manera cuando vuelve a encontrarse con Sócrates, su vergüenza es aún mayor. Alcibíades anota —como también lo sostiene Apolodoro al inicio del diálogo— que los discursos de otros no le satisfacen como los de Sócrates, incluso los discursos de su tutor 3 En Menón se sostiene que a los bellos les gusta ser comparados. Pericles, no son de la fuerza y la belleza de los de Sócrates. Entonces podemos preguntar ¿puede pensarse que sólo la formación de un hombre está dada por lo bueno que puede ser su maestro o tal vez es necesario que su aprendiz tenga la voluntad de tomar el camino pertinente para llegar a la virtud? Alcibíades es una persona que, en varias ocasiones, huye de Sócrates, ¿trata huir de lo inevitable, de la muerte? ¿Teme Alcibíades que al lado de Sócrates pierda su reputación y su belleza física? El espíritu de Alcibíades es débil, el de Sócrates, por el contrario, es fuerte. El filósofo es capaz de compartir con los jóvenes bellos pero no se deja llevar por el ruido y la multitud, Alcibíades se pierde ante la belleza de un joven y ante los halagos de la muchedumbre. Ahora bien, aunque Alcibíades ha compartido tiempo con Sócrates no ha aprendido las cosas del amor, ¿tal vez aquella voz demoniaca ha hecho que Sócrates no cuente a Alcibíades el discurso de Diotima? Si es así, ¿por qué el discurso de la sacerdotisa de Mantinea se hace en un simposio y no en lo íntimo de los amantes? Alcibíades, es cierto, pretende adquirir el conocimiento por contacto físico, como lo piensa Agatón, pero aún no ha comprendido que de esto no se trata. Y a pesar de que Sócrates es sincero con él, y le reconoce su interés por algo importante, Alcibíades no comprende que esa belleza no es algo que se transmita de una cosa a otra, es algo que, por decirlo así, sólo se logra con el ejercicio espiritual; de allí que la sabiduría requiera de tiempo, de acciones y de sacrificios, por esa razón se suele asociar la sabiduría con la vejez, pues no se intenta ver con los ojos del cuerpo sino con los del alma y sólo cuando nos desprendemos del cuerpo es que podemos habituarnos a ver —pensar— de otra manera. Esta belleza, estas acciones de Sócrates con Alcibíades, terminan enamorándolo más. Parece ser que los contrarios de los que habló Erixímaco salen a relucir en este discurso, pues cuanto más se muestra un interés profundo, parece ser que más se ve alejado de su amante. Al inicio del discurso de Alcibíades se dijo que Sócrates parece ser un sileno, pero al final puede entenderse que el sileno resulta ser el mismo Alcibíades porque pretende conmover a Sócrates para que se quede a su lado, pero éste no se deja convencer ni por el vino ni por la palabra. Quien desenmascara esto es el propio Sócrates, y hace ver a Alcibíades que ahora quiere estar al lado de Agatón, compartir con él el conocimiento que tiene, pero no a la manera que pretende Alcibíades, sino con diálogos sobre temas que ayuden a formar el espíritu. Así, al final del diálogo todos terminan dormidos menos el poeta, el trágico y el filósofo. Aristófanes que tenía preguntas al discurso de Sócrates, Agatón que también tiene un interés por el filósofo y este último que ha sido proclamado por un amado que en verdad está poseído por Eros. Eduardo Salcedo. Licenciado en Filosofía