ETgon Wolff aller de Letras N° 39: 139-142, 2006 ¿Qué más puedo decir, de por0716-0798 qué lo hice? issn ¿QUÉ MÁS PUEDO DECIR, DE POR QUÉ LO HICE? EGON WOLFF Dramaturgo, Chile En este acto, que tiene por objeto lanzar una edición que contiene análisis críticos sobre mi obra, realizados por apreciados académicos de esta Universidad y otros institutos de la enseñanza, y todo ello bajo el impulso entusiasta y generoso de mi gran amiga Carola Oyarzún, a quien ella sabe que se lo agradezco muy sinceramente, y situado ante el desafío de resumir en pocas palabras las intenciones y provocaciones que impulsaron a escribir para el teatro, solo puedo decir que, en general y mirando hacia atrás, en la nebulosa perspectiva de la labor realizada, confieso que todo me parece como surgido de actos instintivos de elusiva creatividad, difícil de precisar para mí. Y digo esto, porque, al igual que muchos escritores, sospecho que la vida me sedujo con sus múltiples señuelos, me encandiló por así decirlo, y me tentó a olvidar lo que hubiera sido más prudente en cada uno de esos momentos, es decir, dejar que siguiera su curso, mucho más lejos, mucho más alto, mucho más majestuosa, que cualquier tentativa de dejar su testimonio en obras fortuitas. Pero ahí está. Caí en la tentación. Gran vanidad del hombre. Pretender detenerla en una página en blanco. Exiguos testimonios de su curso loco, que sobrepasa en demasía cualquier tentativa vana de precisarla en un suceso literario. Pero ya está, lo hice y ahí está ahora mi producto. No es falsa modestia lo que me induce esto, ahora, porque en verdad lo siento. El caudaloso curso de la vida es algo que me ha abrumado siempre y que, por eso, siempre me ha inducido a preguntarme: ¿por qué lo haces? La respuesta está talvez en la vida misma que nubla la razón y embriaga el juicio. ¿Y qué fue lo que me hizo caer en la tentación? Uno va por ahí, pequeño hombre, con los ojos y los oídos abiertos. Los acontecimientos le pasan a uno silbando por las orejas. Basta un hecho fortuito, un acto de agravio presenciado, una injusticia de alguien que está sufriendo y un querer aliviarle la carga, una Texto leído por el dramaturgo en la presentación del libro de Carola Oyarzún, ed. Wolff. Colección ensayos críticos. Santiago: Ediciones Universidad Católica de Chile, 2006. 221 pp. 139 ■ Taller de Letras N° 39: 139-142, 2006 protesta solidaria, un afán de perfección, una ilusión, un sueño, y ya está uno sentándose ante el papel y descargando lo que no puede evitar. La habitación se agranda. El mundo crece. Todo lo que uno quiere decir parece desplomársele a uno desde el techo. Pero el desafío es grande y grande es también el afán de tener que decirlo. Comunicarlo. Dejar la impronta. Será que hoy, situado ante el hecho de tener que mirar mi quehacer en retrospectiva, como en un todo intangible que se fue desgranando obra tras obra, día tras días, año tras año, casi solapadamente diría, como las cuentas de un rosario enajenado, y solo veo hoy el testimonio sólido de lo que he hecho, en unos textos que se alinean en unos estantes que luchan contra el polvo y las añoranzas, es que me predispongo a mirar mi trabajo como el producto de un sueño ineludible, algo que ante el imperio de lo inmenso de la vida, parece que no fue verdad… y que este acto, sin embargo, de estar aquí, hoy ante ustedes que me escuchan, me lo torna real nuevamente. Después, lo que uno ha escrito surge a la vida en el mundo de los escenarios, que se convierten no en otra cosa que en fantasiosos y fascinantes espacios de lo imaginado, en medio de lo cual la vida de un hombre que crea teatro, se desliza entre sensaciones fugaces. Se hace difícil precisar un contorno. Asoma en un rostro que pasa. En la nítida cara de una actriz querida. En una febril y nerviosa actividad de los maquillajes. En una esperanza compartida en la temblorosa expectativa en un camarín. En una luz cenital que se enciende y se apaga. Una respiración en la platea. Un murmullo de risas, y… es todo lo que hay. Un deseo se ha materializado. Un estreno ha llegado al fin. En mi caso, la obra de un hombre, que hoy ya tiene más pretérito que futuro. ¿Que más puedo decir, de por qué lo hice? Escribí del Merluza en mis Flores de Papel y lo quise imprimir de impaciente ira y puse frente a él a una Eva, anhelante de amor, y desencadené una tempestad, porque el Merluza ya no sabe querer. Lo perdió todo por ahí en alguna grieta llena de polvo y de harapos. Lo perdió en un pan que se puso rancio antes de llevarlo a la boca. Y Eva se quedó con las ganas, con las mismas ganas que tiene todo el mundo que lo quieran. Un grito serpentea en esa lucha inútil de un hombre que quiere alcanzar un alma hermana, y que no puede, porque el mundo le grabó cicatrices de dolor y furia en la piel. Ese fue mi Merluza que me brotó de un trasfondo de dolor compartido por calmar esa ira que quema a los Merluzas. No hay complacencia en ello. Ni postergación ni explicaciones inocuas. No la puede haber. Solo hay una boca abierta ante el asombro de lo injusto en que hemos distribuido todo. ■ 140 Egon Wolff ¿Qué más puedo decir, de por qué lo hice? Después me invadieron mis Invasores. Llegaron a romper la belleza quieta que había construido Lucas Mayer, para él, su familia y su mujer, y sentí que me rodeaban los mismos silbidos agoreros. Conceptos se me trizaban. Volaban por el aire. Se me derrumbaban certidumbres. Lucas Mayer tenía que meditar aún más de sus responsabilidades. No bastaba con tener poder. No bastaba con unos muros sólidos cubiertos de cuadros caros. Había algo en la vida que había que respetar y compartir. Pero la Tole-Tole baila con un maniquí roto que ha saqueado por ahí, en alguna tienda y los mendigos no son simples mendigos de la comparsa, sino esperpentos del lumpen que blanden esqueletos de quiltros muertos. O El Manigua, que ya solo silba cuando quiere hablar, porque ha perdido su lengua en alguna lucha por su vida. ¿Qué es eso? ¿Cuadros de imaginaciones desaforadas? ¿Metáforas que entrañan la verdad oculta de las verdades, disfrazadas de digresora poesía? En algunas de mis obras los hechos se me desbocan de pronto en sus contrarios, cuando por el afán de expresarme, ya no me basta la realidad. Contienen desfiguraciones que las tornan más veraces para mí. ¿Qué es eso? ¿De dónde me viene?... ¿Fiebres creativas que no calman los antipiréticos de la prudencia y del teatro de las buenas costumbres? ¿Resabios de mi formación germana?... O talvez tan solo un deseo vuelto loco y sin nacionalidad, de romper la piedra dura de las mistificaciones y llegar al corazón mismo de los hechos. Pero había también la calma. Claro. ¿Por qué no? El deseo de reír con la risa. Un peluquero patético hundido en el ridículo de su orgullo herido. O un par de vendedores de paraguas que ya nadie compra. O la simple ternura de la Polla, que quiere tener un hijo y ser madre. El más simple, el más puro de los deseos y por el cual ella lucha, aunque le vaya la vida. El escribir es una cosa así. Rozar lo intangible. Abrir horizontes de la imaginación. Echar a volar los delirios y no saber adónde se va. Se buscan y se encuentran estilos, de acuerdo a la propia naturaleza. Durante algunos de mis textos seguí el impulso de construir sobre la roca sólida de los antecedentes reales del conflicto y de los personajes, y todo me pareció que me iba surgiendo con una consecuencia apropiada, hasta la escena final. En otras, desordené los tiempos, fundí el antes y el después en un desorden que solo se explicaba cuando se cerraba el círculo, al final. Regí siempre, en lo posible, subjetivizar mis impulsos y dejar que los personajes vivieran su vida, ajena a mí, porque creo que el autor no debe ser más que otro espectador de lo que está sucediendo y se está diciendo sobre el escenario. En otros casos, como ya dije, mis fantasmas me tomaban de la mano y bailábamos. 141 ■ Taller de Letras N° 39: 139-142, 2006 Lo que siempre fue mi objetivo ineludible, sin embargo, es que, además de entretención, mis escritos debían dirigirse hacia lo vulnerable en el espectador, en cuanto a sus cuestionamientos, porque en verdad creo que el teatro debe explicar algo. El autor puede pensar erróneamente, quién no, pero debe ser fiel a sí mismo, y así, abrir debate. Con eso ha cumplido su objetivo final. Sobre eso se construye la cultura. Hoy, eso ya es más difícil, porque nos hemos puesto a demoler las dimensiones del misterio. Ya los hechos nos hablan menos interiormente, porque nos está dejando hartos la cotidianeidad. El martilleo incesante de un mundo que no debiera importarnos nos deja impasibles ante lo que debiera importar. Llenamos nuestros cuadros de fea geometría, y yo me estoy quedando mudo. Siento que lo que podría aportar se estrella contra algo ajeno. Foráneo, inmisericorde y duro, que me entra el habla. Me he convertido en un espectador que se sume en la hondura del asiento. Me hace falta el gesto fugaz de la ignorancia compartida. Me hacen falta hombres que aún se maravillen de no saber. Hombres que no tengan todas las respuestas. Talvez si ellos vuelven, volveré a querer escribir. Hoy, prefiero diluirme en la transparencia de mis acuarelas y maravillarme pintando todo lo que no sé. Es todo lo que hay. Una vez más, ¡gracias! ¡Muchas gracias! ■ 142