BOLETIN DE LECTURAS SOCIALES Y ECONOMICAS - UCA - FCSE EDUCAR EN POSTMODERNO UN convirtiéndose en auténticos campos de concentración y la gente de los países capitalistas están descubriendo que, en medio de su opulencia, carecen de razones para vivir. En definitiva : para toda una generación el mundo de repente se ha venido abajo, el progreso de la humanidad en el que creían nuestros abuelos y nuestros padres ha resultado ser una ilusión. Y hasta para que la humanidad viviese con la ilusión de estar "haciendo historia" se habría pagado un precio altísimo : eliminar enormes cantidades de materiales que no encajaban en el esquema. Esfumada la ilusión de la historia, la estética sustituye a la ética. Si no venimos de ningún sitio ni vamos a ninguna parte somos como un viajero sin brújula. Puede ir a donde se le antoje : ninguna dirección es mejor que la otra. Si ésta es la condición humana, se imponen dos consejos : 1. Disfrutar "ya", sin aplazar las satisfacciones. Si el hombre moderno estaba obsesionado por la producción, el postmoderno lo está por el consumo. La moral puritana ha cedido el puesto al hedonismo :. el placer de la buena mesa, el goce sexual, el cuidado de la imagen, etc. Es lógico : cuando no se espera nada del futuro, es preferible vivir al día y pasarlo lo mejor posible. Asistimos también a una desvalorización del trabajo y del esfuerzo : falta el interés por situarse más alto, si esto requiere más esfuerzo; pérdida de la ambición, del afán de superación; declive del modelo del hombre que se forja a sí mismo (self-mademan). 2. Retirarse al santuario de la vida privada, donde se da la única felicidad -modesta- que el hombre puede alcanzar. Asistimos a una creciente indiferencia hacia las cuestiones de la vida colectiva ( abstencionismo MUNDO ( Adaptación del artículo de Luis GonzálezCarbajal, publicado en la revista "Educadores", N° 34, 1992 ) Parece que hoy todo está en crisis. También la modernidad. Es lo que se ha dado en llamar "postmodernidad". Palabra fácil, concepto escurridizo. Los muchos que hoy la ponen en sus labios se remiten a la revolución cultural e industrial. La historia de estas dos revoluciones modernas parece haber sufrido una ruptura que marca un "antes" modernidady un "después" postmodernidad-. La ruptura cultural hundiría sus raíces en la revolución juvenil parisina de mayo del 68 y habría inducido un cambio en la escala de valores : se prefiere la anarquía a la jerarquía y lo lúdico a lo estructurado; la "descontrucción" reemplaza a la creación y la libertad individual prima sobre los valores colectivos. En el ámbito industrial habría que remontarse a 1973. Desde entonces vivimos en un período de cambios rápidos y de incertidumbre, que ha desplazado la fe en el progreso. La modernidad se había caracterizado por una fe inconmovible en el progreso ilimitado de la humanidad. En los siglos 18 y 19 los ilustrados concentraron sus esfuerzos en la educación del pueblo, los marxistas esperaron que la lucha de clases condujera a una sociedad reconciliada y los capitalistas pusieron sus esperanzas en la revolución tecnoindustrial. Pero el siglo 20 ha resultado ser un inmenso cementerio de esperanzas : dos guerras mundiales y muchas otras menores hicieron experimentar el infierno en la tierra; los regímenes comunistas acabaron 35 político y crisis de militancia ), mientras aumenta considerablemente todo lo referente al propio yo ( grupos de encuentros, terapia de sentimientos, cuidado del cuerpo en todos sus aspectos, etc. ). La modernidad estaba orgullosa de la razón, "que apremia al hombre a desarrollar las capacidades en él depositadas y no le permite volver al estado de rudeza y simplicidad de donde salió" ( Kant ). Hoy, en cambio, se proclama a los cuatros vientos que hay que despertar del sueño dogmático de la razón : un sujeto finito, condicionado, nunca podrá establecer lo incondicionado, lo absoluto, lo incontrovertible. Sólo hay lugar para un saber precario. Al ocaso de la razón ha seguido una aurora esplendorosa de la subjetividad y el sentimiento. En consecuencia, el postmoderno no se aferra a nada, no tiene certezas absolutas, nada le sorprende y sus opiniones son susceptibles de modificaciones rápidas. A ello han contribuido -parece- también los medios de comunicación de masas. A pesar de los esfuerzos de los grandes monopolios de la información, los masa media están difundiendo las más diversas concepciones del mundo. Las minorías étnicas, sexuales, religiosas, culturales o estéticas han tomado la palabra y el individuo postmoderno, sometido a una avalancha de informaciones y estímulos, ha optado por un vagabundeo incierto de unas ideas a otras. Abandonada la idea de que no hay sino una forma de humanidad verdadera y solicitado por múltiples ofertas, cada cual compone a la carta su propio proyecto de existencia, sin preocuparse por la mayor o menor coherencia del conjunto. Así, en lugar de un yo integrado, la fragmentación se presenta como el sino del hombre actual. ¿ A este mundo fragmentado habría que contraponer la nostalgia de una realidad sólida, unitaria, estable y "autorizada" ?. Para los postmodernos esto significaría la vuelta al mundo de nuestra infancia, en el que la autoridad familiar era a la vez aseguradora y amenazante. La modernidad daba por supuesto que la mentalidad científico-técnica acabaría con cualquier vestigio de magia o incluso de religión. Pero he aquí que en la postmodernidad se produce una proliferación de movimientos religiosos y parareligiosos de todo tipo. Y estos fenómenos no han aparecido en ghettos premodernos, sino en el mismo corazón de la tecnópolis : el frío programador de la computadora se hace místico en sus horas libres. Para explicar esto algunos apelan a la necesidad de encontrar un sentido a la vida, otros piensan que responden al deseo de hallar soluciones mesiánicas a los acuciantes problemas económicos y sociales de estas últimas décadas ( desempleo, recesión económica, inseguridad ciudadana, sentimiento de soledad, etc. ). En los nuevos cultos se mezclan la sugestión, la búsqueda de lo novedoso y probablemente también auténticas inquietudes religiosas. Tampoco es de extrañar que en la era postmoderna vuelva Dios, cuando los que lo desterraron -los modernos- han caído en desgracia. Pero no hay que engañarse : la nueva cultura no permite que Dios recupere todos sus derechos. El hombre postmoderno no podrá nunca amar a Dios "con todo su corazón" ( Dt.6, 5; Lc.10, 27 ), porque le gustan las convicciones débiles que se viven sin pasión y se abandonan con facilidad. Como obedece a lógicas múltiples, se prepara él mismo su "cóctel religioso", combinando la fe cristiana con creencias hindúes ( por ejemplo, la reencarnación) y de otras procedencias. En las sociedades actuales el individuo desempeña el papel de "cliente" ante una variada "oferta religiosa", entre las que podrá elegir las creencias que más le gusten. Por otra parte, el individuo postrnoderno desconfía de las Iglesias, porque se le antojan excesivamente controladoras del pensamiento y de la conducta. Por eso, desde el punto vista cristiano, la religión postmoderna necesita ser evangelizada. Desafíos Educativos La modernidad generó un tipo de hombre seriamente comprometido en el cambio social, que renunciaba a cualquier alegría. La postmodernidad generó un tipo de hombre opuesto : como se le antoja imposible cambiar la sociedad, no quiere oír hablar de compromiso; prefiere pasarlo bien. Aunque no lo consigue. La literatura y la canción de los años ochenta deja al descubierto una generación presa de la soledad y aquejada de depresiones y frustraciones de todo tipo. En este mundo que oscila entre la modernidad y la postmodernidad nuestro desafío es asumir la tarea de contribuir a cenar la brecha entre los que quieren cambiar el mundo y los que se dedican a cantar la alegría de vivir. Reconciliarse con el cuerpo sin perder d espíritu. En la postmodernidad asistimos a un culto desmedido del cuerpo : operaciones de cirugía estética, masajes, saunas, dietéticas macrobióticas, etc. . Dentro del nuevo clima hedonista proliferan las revistas "para adultos", los sex-shop, los shows televisivos, que, de una forma abierta o encubierta, magnifican el sexo. Quizá la iglesia tenga algo de culpa en este desbande, ya que durante siglos alimentó un clima de rechazo del cuerpo y sobre todo de la sexualidad, como si uno y otra fuesen un lastre para el espíritu. Tendremos que purificar nuestra fe de no pocos elementos espurios que en el pasado impidieron a muchos cristianos aceptar su propio cuerpo; pero también habrá que luchar contra el culto al cuerpo y la vulgarización de la sexualidad ( el difícil y siempre inestable equilibrio entre dos extremos ). Cuando se elimina el espíritu del hombre, se esfuma la persona y cuando la relación sexual no es lenguaje de amor, resulta profundamente triste. Enseñar a pensar y sentir Después de siglos de monopolio de la razón era urgente reconciliarse con los sentimientos ( simpatía, amor, respeto, etc. ), que son el motivo de los actos morales. Sólo es real lo que nos interesa; lo totalmente indiferente para nosotros es como si no existiese. Pero no hay que sustituir un monopolio por otro : se trata de integrar razón y sentimiento ( enorme desafío ?) . Aceptar el rendimiento sin renunciar a la gratuidad El "imperativo de rendir" fue atrofiando poco a poco la gratuidad y el sentido lúdico de la vida. Por otra parte, las nuevas tecnologías harán cada vez menos necesario el esfuerzo humano. Seguir orientando la realización personal casi exclusivamente hacia el trabajo productivo supondría dejar sin sentido la mayor parte de la existencia de las mujeres y hombres que vivirán en el próximo siglo y que ahora están ya en la escuela. Pero tampoco se trata de repudiar todo esfuerzo, como lo hace la cultura postmoderna. Lo que importa es redescubrir que el ser humano no es sólo artesano ( horno faber ), sino que también puede y debe realizarse en el juego y el ocio ( sin pasarse "matando el tiempo" ). Lo verdaderamente humanizante es hacer lo que es bello, al menos tanto como lo que es útil. Promover el diálogo como alternativa a la intolerancia y el relativismo Frente a la intolerancia del pasado, la institucionalización de la libertad de conciencia en las sociedades modernas representó un importante progreso ético. Pero la tolerancia se fue deslizando hacia un relativismo que la cultura postmoderna, con su elogio del "pensamiento débil", ha puesto sobre el pedestal. Hoy, por ejemplo, es frecuente encontrar jóvenes que, antes de estudiar ninguna religión, ya saben que todas son iguales. A nuestra educación le faltan ideas, contenidos. Y esa educación débil produce seres desorientados. "Si toda convicción moral vale igual que cualquier otra, lo que se instaura es la ley del más fuerte, sin posibilidad de apelación ética objetivamente válida" (Hortal). Frente a ese relativismo empobrecedor del "todo vale", necesitamos personas persuadidas de la verdad de sus convicciones y deseosas de transmitirlas, pero también convencidas de aquel principio fundamental que enunció el Vaticano 11 : "La verdad no se impone de otra manera que por la fuerza de la misma verdad" ( Dignitatis Humanae, 1 ). Enseñar a vivir lo permanente en medio de lo efímero El individuo postmoderno no tiene certezas absolutas y no se aferra a nada, y en las relaciones personales prefiere el placer breve y puntual, sin asumir compromisos duraderos. Esto resulta un obstáculo para un proyecto serio de vida, se trate de matrimonio ( prefiere el amor libre ), sacerdocio y/o vida religiosa. La libertad postmoderna no es más que la hoja que cae del árbol y va donde la lleva el viento. Los auténticamente libres son capaces de tomar en sus propias manos las riendas de sus vidas, sin dejarse arrastrar por los acontecimientos. Educar la fe de forma nueva 1. Revalorizando la experiencia religiosa. Es cierto que la fe no se opone a la razón, y la supone. Por la importancia que otorga la postmodemidad a la sensibilidad puede hacernos revalorizar también la vía de la experiencia y el sentimiento en el acceso a Dios. No hay fe sin esa experiencia inicial que llamamos conversión y sin esa experiencia cotidiana que llamamos oración ( diálogo profundo, acontecer de Dios en nuestras vidas). Pero sin exagerar, porque cuando la fe renuncia a la crítica y se deja guiar por el sentimiento, puede desembocar en las mayores aberraciones. 2. Redescubriendo la teología narrativa. Ante el misterio absoluto de Dios, todo nuestro saber no es más que balbuceos que intentan decir algo sobre lo indecible. Seamos más humildes : de Dios, el totalmente "Otro" es siempre más lo que ignoramos que lo que podemos llegar a conocer. Jesús habló de lo que había visto y oído en la intimidad del Padre ( ver Jn. 3, 11-32 ). 3. Promoviendo la libertad de los hijos de Dios. Sólo hay una ley que no resulta opresiva : la que escribe Dios en nuestros corazones ( Jr. 31,33 ). Escribir la ley de Dios en el corazón es obra del Espíritu Santo. El ideal supremo de la vida cristiana es convertirnos en hombres y mujeres "enseñados por Dios" desde dentro, que puedan decir corno San Agustín "ama y haz lo que quieras". Aunque, para no irnos al otro extremo, necesitamos añadir : "pero no digas que amas para hacer lo que quieras". 4. Potenciando un cristianismo festivo. El Evangelio, antes que un imperativo ético, es acogida gozosa de la buena noticia de que Dios nos ama y nos quiere participantes de su vida íntima. "Hay demasiado moralismo en nuestra predicación. Sermones y homilías enfatizan lo que los hombres han de hacer, en lugar de invitar a celebrar lo que Dios ya ha hecho con nosotros. Los creyentes acarician la secreta pretensión de guardar los mandamientos para salvarse, en lugar de vivir esos valores porque han sido salvados" ( Flecha ). Una vez más tomemos conciencia del pedido angustioso de la sociedad actual que necesita una luz de esperanza que la guíe, y la pide, a su forma, a los testigos del Amor del Resucitado. Raúl M. Acosta Zunini 39