Hace 60 años falleció el Padre Teilhard de Chardin Jesuita francés, biólogo, paleontólogo y filósofo, reconocido por desarrollar una teoría de la evolución. Carlos Julio Cuartas Chacón* I ndudablemente, para el diálogo entre la Fe y la Ciencia, resulta emblemática la figura de Pierre Teilhard de Chardin, pues en este jesuita francés, que nació a finales del siglo XIX y falleció el 10 de abril de 1955, pocas semanas antes de cumplir 74 años, confluyeron el creyente y el científico. Su vida y lo sucedido alrededor de su monumental obra, dan cuenta de la tensión que surge cuando los hombres que se dedican al estudio de la realidad física y las leyes de la naturaleza, que apoyan sus teorías y argumentos en hechos tangibles, entran en relación con aquellos que participan en las discusiones académicas solamente desde la perspectiva que ofrecen la Teología, la fe y las convicciones religiosas. Estos dos mundos que a lo largo de la historia de la humanidad han tenido encuentros y enfrentamientos, eran uno solo para Teilhard de Chardin, quien ingresó a la Compañía de Jesús a los 23 años de edad. Cuando en 1948, se le ofreció la cátedra de Paleontología en el Colegio de Francia, el Padre escribió una hoja de vida en la cual indicó, además de su título de Doctor en Ciencias, obtenido en 1922, y los cargos académicos que había desempeñado hasta entonces, el itinerario de una destacada carrera científica que lo había llevado a numerosos lugares del mundo. En Europa, sus investigaciones tuvieron lugar entre 1912 y 1923, y en Asia Oriental, entre 1923 y 1945; y los resultados de su trabajo los agrupó en tres campos: Geología general, Palentología de los mamíferos, y Paleontología humana y la Prehistoria. Por supuesto, sobresale su participación en el descubrimiento del Homo erectus pekinensis. Autor de numerosos textos, entre sus obras se destacan Escritos del tiempo de guerra, El fenómeno humano, El medio divino, Génesis de un pensamiento y El Porvenir del hombre. Como lo ha señalado recientemente Luis Espina, S.J. (Jesuitas No. 125, Verano 2015), “los no científicos le debemos a Teilhard su pensamiento teológico, su concepción optimista de la evolución, siempre tendente al punto omega, que concluirá al final en Cristo Jesús. Su libro El medio divino puede ser saboreado también por los no científicos, pues es la visión de lo humano a la luz de la presencia de lo divino en todo”. En relación con esta obra (1926), el propio Padre afirmó lo siguiente, en su introducción: “Este librito, en el que no se hallará sino la lección eterna de la Iglesia, pero repetida por un hombre que cree sentir apasionadamente con su tiempo, querría enseñar a ver a Dios por todas partes; verlo en lo más secreto, en lo más consistente, en lo más definitivo del mundo”. Acercarse a la vida y la obra de Teilhard de Chardin, sin duda alguna, uno de los grandes jesuitas del siglo XX, “El peregrino del porvenir”, como lo llamó André George, nos permite apreciar el difícil camino que recorrió este hombre superior, que debió enfrentar en varias ocasiones el exilio y la censura. En el prólogo del libro Himno del Universo (Trotta, 1996), compilación de algunos escritos de Teilhard, Alfredo Fierro escribió las siguientes líneas, que sirven muy bien para cerrar esta breve nota de homenaje al célebre jesuita francés: “Si la obra de Teilhard transmite algún mensaje significativo al lector de hoy, su contenido esencial es sin duda este: que la pasión por la vida, inherente a la conciencia humana, indispensable quizá para seguir viviendo y actuando, y que la racionalización científica característica del pensamiento moderno no eliminan toda religión y toda mística; antes, al contrario, pueden hacer surgir modos de creencia y de vivencia referidos al «sentido» de la vida y de la acción, a lo absoluto y a lo universal, a lo divino, a un sacrum fascinante y benévolo” *Asesor del Secretario General 21 no ticias El Padre Teilhard de Chardin en abril de 1937 en Nueva York. Tomada de Pierre Teilhard de Chardin – imágenes y palabras, Madrid, Taurus Ediciones, 1966.