“La arrogancia como defecto y como virtud” I INTRODUCCION Pocas cosas buenas se dicen acerca de la arrogancia y parece ser más un defecto que una virtud si nos basamos estrictamente en la formación valórica estándar de un hombre tercer mundista. Alguien es arrogante cuando se adhiere verbalmente o mediante sus actos la facultad de tener razón y un liderazgo indiscutido sobre un tópico determinado; o en relación a una acción a tomar. El arrogante tiende a menospreciar la opinión ajena porque piensa que él es mejor y el más sabio de todos, el que tiene mejores aptitudes físicas o el más diestro en algo. Pero la arrogancia no es sinónimo de arribismo ni de ignorancia; es decir, la arrogancia obliga como primera condición la convicción absoluta de ser mejor, y esa convicción nos la dan quienes nos rodean con su silencio aprobador o con muestras de aceptación durante nuestras primeras etapas de arrogancia; es decir, cuando la semilla de la arrogancia está germinando; entonces el problema o defecto se presenta cuando al extremar nuestra seguridad en si mismos nos volvemos, ciegos, sordos, mudos e insensibles ante la opinión de nuestro prójimo. La arrogancia no pocas veces se liga al desprecio y a la censura. Para nuestra sorpresa los diccionarios de la lengua española definen, aunque de manera telegráfica, en forma bastante equilibrada lo que es la arrogancia. Arrogancia: “Calidad de arrogante, altanero, valiente, gallardo”. Arrogante: “Altanero, que es brioso”. Brioso: “Persona con espíritu, con resolución, que posee gallardía”. I LA ARROGANCIA COMO DEFECTO Ilustración de la “Parábola del Fariseo y el publicano” Fariseo: Entre los Judios, miembro de una secta que afectaba rigor y austeridad, pero que eludía los preceptos de la ley. Los fariseos formaban una secta que a su vez se dividía en otras 7, diferenciadas entre sí por ligeros matices en sus teorías. Publicano: Entre los Romanos, arrendador de los impuestos o rentas públicas y de las minas del Estado. La Biblia que es el libro de los libros en San Lucas 18, 9 nos habla acerca de la arrogancia con una parábola titulada “Parábola del Fariseo y el Publicano” y que versa lo siguiente: A unos que confiaban en sí mismos como justos, y menospreciaban a los otros, Jesús dijo también esta parábola: Dos hombres subieron al templo a orar; uno era fariseo, y otro publicano. El fariseo, puesto en pie, oraba consigo de esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aún como este publicano; ayuno dos veces a la semana doy diezmos de todo lo que gano. Más el publicano, estando lejos, no quería aún ni alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios sé propicio a mí, pecador. Os digo que éste descendió a su casa justificado antes que al otro; porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido. Frente a esta parábola un cristiano podría arrogarse verdad absoluta diciendo “entonces seamos humildes porque la arrogancia es mala”. Estamos ciertos que es mala la arrogancia porque lo dice la parábola en comento; pues no. Y me permitiré hacer uso del conocimiento filosófico que dice que verdad absoluta no existe, tampoco las cosas enteramente malas ni las enteramente buenas y la arrogancia en sí en el fondo puede ser buena en circunstancias históricas especiales o ante la indecisión de un líder muchas veces más nociva que la arrogancia misma. II LA ARROGANCIA COMO VIRTUD Siglos atrás, la arrogancia era considerada un pecado; los griegos adoraban a una reina, Némesis, que castigaba a quienes la cometían. Este fue el caso de Ícaro, por cierto esta es la debilidad que asedia a muchos de los grandes y talentosos. Ícaro en su arrebato, excesiva confianza en si mismo y por menospreciar los consejos de su padre, Dédalo, perdió sus alas de cera al huir del laberinto donde se encontraban prisioneros; sus alas se derritieron al sol por subir demasiado alto, lo que le provocó la muerte. Las señales de Némesis están visibles a todo nuestro alrededor. Es cosa de observar la prensa oral y escrita para notarlo. La arrogancia sin embargo, según lo esboza brevemente la introducción de este trabajo, es gallardía, espíritu y coraje. La generalidad de los líderes y de los hombres que han cambiado la historia han sido evidentemente arrogantes, pareciera ser que es una condición importante para lograr los ideales, es que resulta muy evidente pensar que un hombre que no posea convicciones fuertes y que no crea en si mismo, pueda cambiar el curso de la historia. Aunque nos duela admitirlos y nuestras madres lo censuren; muchas veces es necesario ignorar al necio, es necesario no revelar información, a veces es imprescindible callar frente a quien creemos carecen de suficiente autocontrol sobre si mismo para guardar un secreto, ¿ no es acaso esto un menosprecio arrogante ?, sí lo es; sucede que no todos los seres humanos logran una misma evolución mental, física o intelectual lo que provoca que la humanidad se segmente en grupos afines. ¿ O es acaso que todas las instituciones morales permiten la postulación de todo hombre sin importar su calidad moral ?. Bueno, basta de especulaciones y comentarios llenos de dobleces y pseudointerpretaciones sobre el término en comento, la arrogancia. Desde cierto punto de vista, la arrogancia es una pasión y todas las pasiones “bien administradas” son buenas, útiles y generan progreso; el problema se presenta cuando las pasiones no se administran, no se miden y no se pulen. Por lo tanto la receta para hacer de la arrogancia algo cercano a una virtud o dicho de otra manera para que no sea en extremo nociva consiste en primer lugar en asumir la condición de arrogante como propia, en segundo lugar darse cuenta que por añadidura a la arrogancia crecen unos parásitos depredadores de la vida social llamados “menosprecio”, “sordera”, “mudez” y “ceguera”. Entonces no se debe luchar contra la arrogancia porque en si no es mala; sino contra sus agregados naturales. III CONCLUSIONES La arrogancia no es defecto ni virtud pero puede ser defecto y virtud, puede ser sólo defecto o sólo virtud. Esto puede significar que la arrogancia en si no es ni lo uno ni lo otro, la diferencia la marca la intención de quien actúa arrogantemente. Autor: VMRM