Si ser chileno fuera simplemente un hecho - siare

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X Congreso Internacional del CLAD sobre la Reforma del Estado y de la Administración Pública, Santiago, Chile, 18 - 21 Oct. 2005
Reflexiones en torno a los conceptos y categorías de identidad, globalidad y
territorios extremadamente lejanos
Marcelo Charlin de Groote
Si ser chileno fuera simplemente un hecho geográfico bastaría cambiar de país para dejar de
serlo. Carrasco (1989:91)
La identidad es un concepto que puede pensarse desde distintos ámbitos disciplinarios: el
filosófico, el psicológico, el sociológico, el jurídico…, sin embargo son dos las miradas que
hacen cuestión del concepto en un intento reflexivo por entenderlo y caracterizarlo en función
de sus efectos sobre los sujetos individuales, las personas, su cotidianeidad, así como sobre
los colectivos sociales en los cuales éstas se desenvuelven.
La identidad es un tema en la encrucijada de la psicología y la filosofía. Si en el dominio de
la primera suele aparecer la pregunta "¿Quién soy yo?", inmediatamente la filosofía añade su
pregunta (sobre esa pregunta): "¿Cómo es posible preguntarse acerca de uno mismo?". En
un sentido muy amplio, lo que la filosofía y la psicología se plantean es no sólo cómo es posible proferir el yo, sino cómo uno se siente un yo que permanece igual a si mismo o que integra las diversas experiencias de la vida de manera que pueda seguir sintiéndose uno mismo y que es reconocido por otros como el mismo a lo largo del tiempo. Es decir, el sentido
de identidad implica continuidad con el pasado, personalidad significativamente presente y
una dirección hacia el futuro. Sobre esto se volverá más adelante.
Lo que viene a complicar las cosas es que la cuestión de la identidad no tiene respuesta—ni
psicológica ni filosófica—si acaso la identidad fuera un asunto de las personas, fuera un tema
personal sea que viene inscrito en la genética individual o bien que se da por sí solo al interior de los individuos. Al contrario, la identidad se gesta en la interacción social, se construye
a través de los otros. Este tema, fundamental, sólo es resoluble situando la identidad en un
marco psicológico-filosófico donde se manejan las nociones de intersubjetividad, permanencia y cambio, libertas, pertenencia, otredad, etc.
Las teorías psicológicas de la identidad abundan en función, tanto de las diversas escuelas
desde las que se practica y se piensa la disciplina, como de los autores que se identifican
con las mismas.
Ello es particularmente así en el campo de la psicología-social, disciplina ella misma que
desde su origen ha sufrido una suerte de crisis identitaria cuyo debate generalmente se instala en términos dicotómicos: unos enfatizan lo sociológico y otros lo psicológico, entre los defensores de la observación y los métodos naturales de recolección de datos y los defensores
de la experimentación y los métodos controlados de recolección de datos, entre los defensores del modelo humanista del hombre y los defensores de un modelo mecanicista del hombre, entre los defensores de un enfoque positivista y los defensores de un enfoque fenomenológico, entre los estructuralistas y los culturalistas, entre la psicología social burguesa y la
psicología social marxista, para terminar en alguna parte las oposiciones.
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En términos generales, desde la psicología, se señala que la identidad es identificación, identificación desde otros y que nuestra identidad es una identidad para otros. Solo desde los
otros podemos tener noticia inicial de quiénes somos. La realidad radical de nuestra identidad personal no es nuestro cuerpo, en el que obviamente tiene que apoyarse, sino las relaciones específicas con que hemos estado respecto de los otros.
Se sostiene así, que la individualidad personal y su identidad son una construcción social,
una realidad social.
Por identidad social entiende el carácter o rasgos atribuidos desde indicios o señales que
una sociedad emplea normalmente para establecer amplías categorías o clases de personas:
campesinos, chilotes, indígenas, etc.. Se trata de identidad personal en tanto que identificación por los otros por medio de determinadas marcas o señas que las sirven de referencia,
modos de hablar, vestimentas, oficios, ubicación geográfica, etc.. La identidad personal se
apoya en el supuesto de que un individuo, puede ser distinguido de todos los demás, y de
que en torno a todos estos medios de diferenciación puede adherirse una historia continua y
única de hechos sociales. Ambas identidades la social y la personal están íntimamente entrelazadas. La identidad del yo hace referencia a las concepciones y valoraciones de la propia persona sobre sí misma.
También realiza el análisis de los roles sociales lo cual permite una segmentación y diferenciación de los sistemas sociales en unidades (Magallanes, p.ej.), o constelaciones más directamente observables que la totalidad de las que forman parte, el país (Chile, p.ej). Desde el
punto de vista psicosociológico la relevancia del concepto de rol se deriva de su naturaleza
relacional, del hecho de que además de constituir una unidad distinguible del sistema social
tiene como contrapartida una interiorización del mismo, un rol interiorizado o una identidad o
sub-identidad personal. Sirve de vehículo de inserción de la personalidad en la estructura
social. Infiere que en el concepto de rol pueden ir implicados varios componentes y niveles
de análisis: a) en tanto que contrapartida del status o de la posición social, y, por tanto, como unidad de la estructura sociocultural, el rol constituye una especificación de las
prescripciones a las que la conducta del ocupante de dicho status debe atenerse; b) las
expectativas del rol, el contenido normativo no es contemplado desde las normas que lo
conectan con la estructura sociocultural, sino de desde las expectativas que los ocupantes de
los roles complementarios tienen sobre los ocupantes del rol focal; c) el concepto de rol
desde su actuación y eventual elaboración en la interacción. En este sentido los roles se
definen como pautas de conducta reiterativas, pero que se configuran específicamente en la
interacción social concreta; subrayando su carácter procesual y dinámico. (Fasce, 1997).
En general, desde las perspectivas psicológica o psicosocial, el acento está puesto en la relación entre el proceso identitario individual en un contexto social determinado, y las categorías de análisis resultantes cobran relevancia a la hora de contribuir a explicar las actitudes y
comportamientos de los sujetos en función de sus procesos individuales de identificación con
determinados colectivos sociales, sea en un marco de referencia geográfico u otros.
Desde una perspectiva filosófica 1 , el concepto de identidad (la identidad en si), ha sido mate1
Cabe señalar que se está asumiendo para cualquiera de las perspectivas señaladas una unicidad de cuerpo que, en la realidad no existe. Más bien lo que hay es una multiplicidad de miradas que conforman supuestos teóricos, muchas veces pensionados dentro de una misma disciplina. Acá, simplemente, se está haciendo referencias generales y, necesariamente, sim2
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ria de reflexión y ocupación desde los principios de la filosofía misma en la Grecia clásica
hasta la tradición analítica del último siglo, lo que supone que seguirá siéndolo hasta donde
es posible imaginarlo.
Para la filosofía 2 la cuestión es decidir cuándo una cosa es la misma cosa que otra, cuándo
dos cosas son idénticas y ello vale para las cosas materiales, los objetos abstractos, las cosas ficticias y, por último pero sin que ello signifique una enumeración jerárquica, aquellos
objetos que, además, son sujetos: las personas, o los sociales (como las instituciones), para
terminar con los históricos.
La mirada filosófica resulta atractiva, es una mirada desapasionada, por así decirlo, lo que la
aleja de las demás en cierto sentido. No pretende la filosofía operacionalizar el concepto
para proceder a su medida.
Los griegos se preguntaron tempranamente hasta dónde es posible sostener la identidad de
las cosas en el tiempo: una embarcación a la que se le van reemplazando maderas con el
tiempo de manera que al cabo, digamos de unas décadas todo su casco, cuadernas y mástiles, por ejemplo, no son los originales, ¿sigue siendo el mismo barco?
Emblemática y misteriosa resulta la afirmación de Heráclito en cuanto a que no es posible
sumergirse dos veces en el mismo río.
Y a partir de esta ultima afirmación es posible construir una metáfora que viene muy al caso
de lo que aquí queremos plantear, en líneas muy generales, por cierto,
De alguna manera, no idéntica, porque no estaríamos entonces hablando metafóricamente
sino literalmente, pero sí semejante, los territorios en general y las ciudades en particular,
son cauces de ríos que fluyen incesantes. Uno puede decir que una ciudad en ruinas, por
ejemplo, es un cauce seco. Del mismo modo en que el río de heráclito no es nunca el mismo
río, la ciudad y/o el territorio no son nunca los mismos. Baste pensar que ninguno de los sujetos/objetos que somos hoy vamos a ser/estar, digamos, de aquí a cien años, como tampoco van a serlo o van a estar muchos de los objetos materiales, sociales, históricos, etc., que
nos rodean y con los cuáles nos identificamos.
Cuando un cataclismo altera el curso de un río, el torrente termina por volver a su cauce o
cerca del mismo, pero el río se sigue llamando/identificando por su mismo nombre. Baste en
este caso mirar las imágenes de Hiroshima después del sobrevuelo fatídico del Enola Gay y
pasear por sus calles hoy… ¿Puede decirse que estamos hablando de la misma ciudad
cuando en menos de 100 años no sólo no hay ninguna persona de las que hubo, sino que las
instituciones y todo el mobiliario, así como sus estructuras urbanas no son las mismas ni remotamente? Sin embargo Hiroshima está hoy sobre el mismo territorio en que estuvo hasta
el 6 de Agosto de 1945 y sus habitantes guardan con ella y con el Japón la misma relación
que sus antecesores. Durante más de medio siglo y a pesar del “cataclismo”, la corriente ha
venido haciendo el mismo rizo sobre el mismo cauce.
plificadoras. Por ejemplo, ¿existen diferencias en entre la filosofía oriental y la occidental, o la filosofía es una sola y esencial?
2
Un texto rico en ideas y propuestas en torno a la identidad en la reflexión filosófica en Benado (1999). Mucho de lo expuesto aquí proviene de dicho texto. La lectura del mismo y sus interpretaciones corresponden al autor de éste y son de su
responsabilidad.
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Para seguir con la metáfora, podemos decir que así como Nueva York es Amazónico (con el
perdón de Peruanos, Ecuatorianos, Paraguayos y Brasileros), los ríos chilenos, cortos, no
alcanzan a nacer y ya están en el mar. Valparaíso es algo así como el Maipo.
De dónde viene el río, de la cordillera o del mar? El río ¿va al mar o vuelve al mar?
La búsqueda de la identidad ¿no es la vuelta al orígen?
La nostalgia ¿no es más del futuro que de lo que fue? Lo que fuimos esta delante nuestro,
no detrás. Ir es volver.
El cauce ¿es patrimonio del río o este es de aquel?
El río tiene rápidos y tiene remansos. El barrio, el cerro, el cité, el rincón, son los remansos
de la ciudad… en consecuencia, no preocupan las carreteras (las Highways) mientras sobreviva el barrio.
Las ruinas son cauces secos. Cuesta imaginar la vida cotidiana (el río) en el coliseo, a los
pies de la pirámide, en el templo, más allá o más acá del mito, de la leyenda.
La diferencia entre la ruina Maya y Santa María de Iquique es que ésta todavía alberga sus
fantasmas, la sombra de lo que fue. Por eso todavía podemos sentirle el pulso y podemos
imaginar el ir y venir de días y noches que fueron… es la diferencia entre la categoría “ruina”
y la categoría “pueblo Fantasma”.
Hay ciudades o territorios a los que se vuelve toda la vida: en este sentido, la entidad es una
entelequia, no existe en si, al igual que suprima hermana, la libertad. La identidad es reflexiva—como la libertad. Yo me hago idéntico, yo me identifico con tal o cuál cosa, con tal o
cuál ciudad, territorio, comunidad, tiempo, época, persona. Y ello supone una voluntad y una
libertad para responder al llamado, a la convocatoria que todas esas cosas (ciudades, personas tiempos, etc.), efectúan. Una convocatoria implícita o explícita a la identificación, a
hacerse uno con el otro o con lo otro.
El único que no requiere de la voluntad para hacerse idéntico es el recién nacido: o es idéntico a su madre o nodriza, uno y la misma cosa con ella, o muere.
A su vez, su individuación, el inicio del recorrido hacia su libertas, sobreviene, no es opción ni
requiere de su voluntad y es el inicio del áspero camino hacia la libertad en busca de su identidad (inocencia) perdida.
A la identidad, entonces, se vuelve, por eso, la identidad es reflexiva (Giannini, 1980), es un
retorno, es una nostalgia del pasado que se sitúa en el futuro, en una promesa por el reencuentro prometido.
Por eso, también, la identidad es frágil y, a veces, duele—como cuando el o lo otro no asume
su llamado a identificarse, se escapa, no responde: es el caso del exilio, por ejemplo, o del
olvido, o la lejanía extrema que nos impide juntarnos y, por lo tanto, dificulta la identificación.
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El “exilio” interno
Para hacernos cargo ahora del tema, hay que decir, en primer lugar, que la identidad social,
entendida como el impulso a reconocerse en otros y por otros, conlleva una fuerte dote de
funcionalidad. Opera como una suerte de argamasa esencial que permite a un colectivo
cualquiera, fluir por un cauce determinado: un país, un territorio, una ciudad. La medida de
cohesión que semejante factor genera puede bien ser también una medida del caudal o fuerza motriz de dicho flujo. En otras palabras, puede ser transformada y aportar al desarrollo,
convirtiendo el caudal en energía puesta al servicio del colectivo social—ya sea en un nivel
micro, meso o macro—incrementando su potencial y retroalimentando la cohesión, por el
simple expediente de retribuir la identificación con gratificación. Sin mencionar el hecho, no
menos trivial, que ya se ha recordado, en cuanto a que la identificación con un colectivo social provee de sentido y otorga pasaporte de sobrevivencia psicológica al individuo, sin el
cual éste simplemente puede llegar a perderse a si mismo en el páramo de su aislamiento.
Lo que viene muy al caso de las situaciones extremas, tanto en sentido literal como figurado.
Situaciones caracterizadas, las más de las veces, por una ausencia de polis en su expresión
física, al decir de Ortega (1983), por ausencia del foro, del ágora, el espacio del encuentro
por excelencia que define la polis, no como un conjunto de casas habitables, sino un lugar,
un espacio acotado para funciones públicas. La urbe no está hecha, como la cabaña, para
cobijarse de la intemperie y desarrollar los menesteres privados, sino para discutir la cosa
pública. Sócrates, el gran urbano, dirá: “yo no tengo que ver con los árboles en el campo; yo
sólo tengo que ver con los hombres en la ciudad” 3 . En otras palabras, aquellos territorios
alejados de la gran urbe, aislados y extremos, adolecen de un déficit de espacios para el cultivo de la identificación con el otro, de manera cotidiana y habitual. Estas dos últimas condiciones son sine quanon para la construcción social de la identidad y para el cultivo de la pertenencia que surge del reconocimiento del otro, del vecino. Vecino cuya habitación, en un
teritorio extremo, puede encontrarse a gran distancia de la nuestra.
Por otro lado, con respecto a la situación de territorios “extremadamente lejanos” o aislados,
es necesario realizar, al menos, dos pre-cauciones: por definición se trata de espacios habitados por colectivos cuya sobrevivencia no es un “simple” asunto de bienestar personal o
psicológico, para convertirse en un tema que, no cuesta mucho imaginarlo, puede llegar a ser
asunto de vida o muerte. Basta pensar en un territorio como el Yukón, en el subártico candiénse, con una densidad poblacional de menos de una persona por hectárea y temperaturas
que en invierno alcanzan lo 50 grados bajo cero. Y, sin ir más lejos, nuestro propio territorio
magallánico, que incluye la provincia Antártica y se incluye entre los 6 territorios declarados
extremos y especiales: las provincias de Arica y Parinacota, la provincia de Isla de Pascua,
el archipiélago de Juan Fernández, la provincia de Palena, la región de Aysén y Magallanes,
Antártica y Cabo de Hornos, todos ellos materia objetivo del Comité Interministerial para el
Desarrollo de Zonas Extremas y Especiales (CIDEZE).
Así, ariqueños, altiplánicos, pascuénses, magallánicos resultan gentilicios de fácil identificación frente al acecho de inclemencias, aislamientos u otros factores que hacen de los habitantes de aquellos territorios sujetos en condiciones de necesidad de identidad, de cercanía y
pertenencia nacional para enfrentarlos. Especialmente si se piensa en que la especialidad
latinoamericana (así como la europea y la norteamericana) ha sido construida generalmente
3
Citado en Ortega (1983).
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a través de “conflictos, conquistas, anexiones o alianzas; una territorialidad definida por líneas convencionales—‘imaginarias’, se dice—que cada vez que se alteran producen reagrupamientos étnicos artificiales y desgarros violentos…. Es lícito sostener que este tipo de espacialidad—la especialidad nacional—sólo mantiene vínculos políticos muy débiles con el
sujeto real, en cuanto sujeto de acciones y pasiones; que esta especialidad no… tiene mucho
que ver con las posibilidades que la humanidad que nos rodea—el prójimo—abre o cierra a
nuestras propias posibilidades” (Giannini, 2001:28).
Ahora bien, una otra pre-caución es de rigor aquí. Cuando hablamos de pertenencia o identidad, como lo hemos dicho, estamos hablando no solo de una espacialidad sino también de
una temporalidad. La pertenencia que genera identidad requiere de continuidad temporal, la
que no sólo depende de una permanencia en en mismo lugar sino, de una permanencia identitaria de dicho lugar, de la permanencia del cauce cuando no del río, en el tiempo, para emplear nuestra metáfora heracliteana.
Estamos hablando de un tiempo global. De una época que nunca podría satisfacer la necesidad de pertenencia de los individuos. Nuca podría llegar a ser una comunidad. Es demasiado grande y abigarrada para ello, con demasiadas culturas, tradiciones y, en consecuenci,
identidades diferentes: quienes deseen pertenecer a una comunidad deben hacerlo en otra
parte.
“La cooperación a escala global es sumamente difícil de alcanzar. La vida sería mucho más
sencilla si Friedrich Hayek tuviera razón y el interés común pudiera tratarse como un subproducto no buscado de personas que actúan en defensa de sus propios intereses.” (Soros,
1999:126).
En suma, la identidad nacional del territorio extremadamente lejano debería, en teoría al menos, resultar precaria. Amenazada, no sólo por presiones vecinales en lo espacial, sino planetarias en lo temporal. Se requiere de un relevamiento de datos empíricos para una afirmación concluyente en este sentido: por ejemplo, ¿Qué pasa con la identidad o pertenencia
nacional del magallánico a quien le resulta más cercano el servicio público argentino que el
chileno?, ¿Se puede pensar que dicha pertenencia permanece incólume o que importa la
nacionalidad del médico que salva la vida del hijo enfermo o que dicha circunstancia no afecta la nacionalidad del padre—en algún sentido? O, para desdramatizar: ¿qué pasa con el
aymara que transita libremente de un lado a otro de la línea imaginaria que separa a Chile de
Bolivia?, ¿a cuál de los dos lados pertenece?
Y la pregunta clave: ¿qué pasa con la Nación y el Estado en estas condiciones de extremadura?, parafraseando a Ortega 4 (1983:159), Nación—en el sentido que este vocablo emite
en occidente desde hace más de un siglo—significa la ‘unión hipostática’ del poder público y
la colectividad por él regida. Estado, por su parte, cualquiera sea su forma—primitiva, medieval o moderna—como la invitación que un grupo de hombres hace a otros grupos humanos en un territorio acotado para ejecutar juntos una empresa, la que consiste en la organización de un proyecto de vida común y compartido identitariamente por estos grupos, mas
alla de su localización específica. La realidad de las fronteras naturales, estrechos, monta4
Llama la atención en este y otros sentidos, la actualidad del texto de Ortega citado—“La rebelión de las masas”—en el
que, visionariamente para su época, se refiere al problema de la transnacionalidad europea y la interacción entre regiones
subnacionales, entre otros temas hoy completamente vigentes.
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ñas, ríos, en fin barreras de aislamiento, no son otra cosa que un accidente en el proceso de
organizar esta empresa, el que hay que remontar de alguna forma.
Cabe en este caso hablar de exilio interno, pero ¿de qué lado?, ¿cuál de las dos orillas es la
entrada y cuál la salida?
Sin embargo, también cabe sostener que , por otra parte, las regiones extremas tienen una
ventaje en esta cuestión de la identidad y es que no necesariamente sus fronteras han sido
demarcadas a partir de una voluntad política sino más bien son imprecisas en términos prácticos y han sido trazadas por la costumbre, el reconocimiento territorial y social que sus habitantes hacen de su entorno geográfico y comunitario.
Estamos hablando de que al “chileno” habitante de Aysén puede llegar a resultarle más fácil
identificarse con el vecino, aunque éste sea argentino, que al vecino de Ñuñoa con el del
frente, vecino de Providencia. No más basta pensar en tiempos difíciles y todavía no muy
lejanos, cuando dicha identidad se vio seriamente amenazada, al punto que, se pudo decir
que “los chilenos vivimos… nuestra pertenencia con grandes dificultades. Después del naufragio de casi todas las opciones políticas que han intentado gobernarnos, nuestro país aparece más dividido que nunca…” (Carrasco, 1989: 91).
Ello en cuanto al espacio. En cuanto al tiempo, la cosa es todavía más compleja. Asistimos
a una época en que, independientemente de los espacios geográficos, “…los países compiten por atraer y retener el capital, y preparar condiciones atractivas para el capital tiene prioridad sobre otros objetivos sociales…. El concepto de sistema capitalista global gobierna
nuestras vidas del mismo modo que cualquier régimen gobierna la vida de las personas y
puede compararse con un imperio cuya cobertura es más global que la de cualquier imperio
anterior…. No es un imperio territorial porque carece de soberanía, de hecho, la soberanía
de los estados es la principal limitación de su poder…. La mayoría de sus súbditos ni siquiera saben que están sometidos a él.” (Soros, 1999:135).
Estamos hablando de una época en la que se ha venido hablando con fuerza de autonomía,
de relaciones internacionales sub-nacionales, de recursos territoriales endógenos, esto es,
propios, que hacen a los territorios competitivos en el mercado global y que confiere a los
territorios un contenido concreto, que va más allá de la acepción puramente geográfica y puramente metafórica (Boisier, 1996:23).
Estamos en presencia de fuerzas poco entendidas todavía y cuyos efectos sobre la cultura
de las sociedades y sus arraigos se desconocen a cabalidad. En este contexto, territorial y
temporal, las zonas extremas constituyen un objeto de estudio que debe ser abordado de
manera que sea posible dar respuesta informada a las interrogantes planteadas aquí y en
otras partes. No sólo con fines literarios o metafóricos, sino con el propósito de incorporar
dicho conocimiento, cualitativo y cuantitativo, en los programas y políticas públicas orientados a nivelar las oportunidades de dichas regiones, re-encantando/convocando a sus habitantes, por así decirlo, a identificarse con el territorio “…de una manera afectiva, amorosa… a
experimentar un gozo y una satisfacción al habitarlo [como una forma de equilibrar] el doble
proceso de apertura, la externa impulsada por la globalización, y la interna impulsada por la
descentralización, los territorios organizados (expresión que engloba a regiones subnacionales, provincias, e incluso comunas) enfrentan a sus respectivos gobiernos al desafío
de ayudar a su jurisdicción a ubicarse en nichos competitivos y modernos en el contexto in7
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ternacional y en nichos equitativos y participativos en el contexto nacional” (Boisier, 1996:24,
98).
BIBLIOGRAFIA
Amor, Gastón y García, Diego, (1997), “Cambio Cultural y Crisis de Identidad”, en:
http://www.monografias.com/trabajos14/cambcult/cambcult.shtml
Boisier, Sergio, (1999), Modernidad y Territorio, Cuadernos del ILPES, Santiago.
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Giannini, Humberto (2001) “El espacio público”, en Mirta Halpert, ed., Otras Miradas,
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Lefebvre, Henri (1984), La vida cotidiana en el mundo moderno, Alianza Editorial, Madrid.
Orellana Benado, Miguel (1999), Prólogo a la edición española de Filosofía Moderna.
Una Introducción Sinóptica de Roger Scruton, Editorial Cuatro Vientos, Santiago.
Ortega y Gasset, José (1983), La rebelión de las masas Hispamérica Ediciones Argentinas, Buenos Aires.
Soros, George (1999), La Crisis del Capitalismo Global: la sociedad abierta en peligro”,
Temas de Debate, Barcelona.
RESEÑA BIOGRAFICA
Marcelo Charlin de Groote
Profesor Investigador de Flacso-Chile
Av. Dag Hammarskjold 3269,
Santiago, Chile
Teléfono (562) 290 0200, Fax (562) 290 0263
mcharlin@flacso.cl
Arquitecto, Universidad de Chile
Planificador Urbano, Architectural Association, Inglaterra.
M.A. y Ph.D en Sociología, Universidad de York, Canadá
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